Enamorados de Jesucristo

DÍA DEL CATEQUISTA 2024 – Mensaje del obispo

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.” (EG 1).

Queridos catequistas:

¡Muy feliz día!

Estas palabras del papa Francisco inspiran la celebración del Día del Catequista de este año 2024.

Si ustedes me preguntan cuál considero que sea el desafío más de fondo de nuestra vida cristiana y eclesial, no lo dudo un instante: el encuentro con Cristo vivo de cada uno de nosotros, para que, de esa fuente, brote el anuncio del Evangelio a todos.

Las palabras del Santo Padre son un eco de aquellas otras del documento de Aparecida: 

“Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.” (DA 29). 

Recorriendo la diócesis, veo con alegría cómo nuestras comunidades, los sacerdotes, catequistas, otros agentes de pastoral o simplemente hombres y mujeres de fe sencilla siguen buscando a Jesús, dejándose atraer por Él y entrando en el misterio fascinante de la oración, de la escucha de su Palabra y del silencio que nos transforma por dentro. 

Es por aquí el camino. 

Es verdad que a Jesús lo encontramos en los pobres, en los que sufren, en los que gritan suplicando una mano amiga que los ayude a caminar. 

Jesús mismo nos lleva a ellos; pero nada ni nadie sustituye el encuentro vivo con Él, la experiencia fundante de experimentar la potencia de su amor y su gracia.

Por eso, catequistas: vayamos juntos al Señor. Él nos espera y nos está continuamente regalando su Espíritu. 

Nos espera en la oración matutina, hecha de escucha, silencio y alabanza… como María. Nos espera en la eucaristía del domingo y en la celebración gozosa del sacramento de la penitencia. Nos espera en cada recodo del camino, incluso y especialmente en los que menos esperamos. 

Los métodos son importantes, pero secundarios. Siempre estaremos aprendiendo y actualizándonos. 

Sin embargo, en la catequesis como en toda forma genuina de transmisión de la fe, nada sustituye al TESTIGO que ha sido alcanzado y transformado por Jesús. 

Eso marca la diferencia, aunque las metodologías no sean tan modernas ni ingeniosas.

No transmitimos solo saberes abstractos, sino un encuentro que nos ha enamorado y ha dado a nuestra vida orientación, libertad y esperanza: el encuentro con la Persona y la pascua del Señor Jesús. 

Vayamos al encuentro del Señor.

Feliz Día del Catequista 2024

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
21 de agosto de 2024
Memoria de san Pío X

María, signo de esperanza para una nueva humanidad

Reflexión para el Día del Docente Católico 2024

Al final está el archivo en PDF para descargar la reflexión.

Estamos celebrando el Día del docente católico en la provincia de Córdoba. Coincide con la gran fiesta mariana de la Asunción de Nuestra Señora. Es la pascua de María, la madre del Señor.

En la reflexión que les ofrezco, los invito a contemplar a María como signo de la humanidad nueva a la que estamos llamados como creaturas y desde el bautismo, pero también a la que servimos como docentes: la rica humanidad que crece en los niños, adolescentes, jóvenes y adultos a los que acompañamos como educadores.

Y pongo este acento: mirando a María, signo de esperanza para una nueva humanidad, nosotros seamos hombres y mujeres transformados como ella por la Pascua de Jesús, para ser testigos y educadores de la esperanza grande que el Espíritu derrama en los corazones.

En esta perspectiva, nuestras comunidades educativas surgen como hogar y escuelas de la esperanza cristiana.

***

Les propongo escuchar los versículos iniciales de la primera lectura de la solemnidad de hoy, tomada del libro del Apocalipsis. Nos servirá de guía para nuestra reflexión.

Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz.

Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera.

La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio para que allí fuera alimentada durante mil doscientos sesenta días. (Ap 12, 1-6).

El signo de la mujer en trance de parto apunta al otro signo: el hijo varón que da a luz y es elevado al cielo, al trono de Dios. El mensaje es claro: se trata de Jesús y de su resurrección que transforma todo.

La mujer es la comunidad cristiana y, por eso, también María que es como el espejo en el que la Iglesia se mira para comprender su misterio, su vocación y misión.

En el trasfondo: la lucha que aún continúa entre el bien y el mal, pero desde la perspectiva del Resucitado y de la mujer que lo ha dado a luz, es una lucha que ya tiene su final asegurado: la vida triunfará sobre la muerte, la mujer sobre el dragón infernal.

Es el signo de la esperanza que anima el alma y el camino de los cristianos. Esa esperanza está también en el alma y en la mística de la escuela católica y en el modo como ella vive la fe y educa a todos los que integran la comunidad educativa.

La escuela católica es comunidad y hogar de esperanza. Desde esta perspectiva, cada día, ustedes se acercan a esa realidad, en ocasiones dura y desafiante, que son los niños, niñas y adolescentes que las familias les confían para ser educados. Pero no menos que los docentes y demás personal que se mueve en la escuela o, incluso, que traspone ocasionalmente sus puertas.

A la escuela, todos llegamos con nuestra vida a cuestas, nuestras heridas y cicatrices, nuestras expectativas e ilusiones. En la escuela, a todos, nos espera Cristo, nuestra esperanza.

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La asunción en cuerpo y alma al cielo de Nuestra Señora es uno de los dos dogmas modernos definidos por la Iglesia, junto con el de la inmaculada concepción. Este lo fue en 1854, aquel que celebramos hoy en 1950. Sin embargo, son misterios celebrados por la fe de la Iglesia desde el principio.

Tenemos que mirarlos juntos para descubrir su potencial evangelizador y educador. Proyectan una poderosa luz sobre nuestra misión como Iglesia y como educadores en la Iglesia.

No es casualidad que hayan sido definidos cuando comenzaba a abrirse paso y consolidarse la cultura moderna, con su ansia e ímpetu de progreso, pero también con sus contradicciones, caídas y deformaciones.

María, la pura y limpia concepción, obra maestra de la gracia, transfigurada en toda su humanidad (en cuerpo y alma) es signo de la nueva humanidad que solo Dios puede crear y sostener con su acción poderosa.

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La cultura contemporánea oscila entre el optimismo ingenuo y prometeico del hombre que rompe sus vínculos con Dios para ser libre; pero también que, por otros caminos, cae en el pesimismo del nihilismo o del relativismo: nada es permanente, ni seguro, ni cierto, ni sólido.

La educación -ustedes lo saben tanto o mejor que yo- también navega por esas aguas tormentosas.

Al invitarnos a contemplar a María, inmaculada y resucitada, la fe católica nos desafía a mantener unidos, en la pastoral y en la educación, dos aspectos que parecen opuestos, pero que, sin embargo, están llamados a potenciarse recíprocamente.

Por un lado, a reconocer que en la raíz de la condición humana está la acción creadora y salvadora de Dios. En el lenguaje cristiano eso se dice con una de las palabras más hermosas del “diccionario cristiano”: GRACIA.

María es, precisamente, la “llena de gracia”, la completamente transfigurada y transformada por la gracia de Dios. Y esto a tal punto, que “llena de gracia” es casi el segundo nombre de María.

Esa es la primera palabra que tenemos para decir de María, pero también de nosotros mismos. Porque todo lo que Dios ha hecho en María -de modo eminente, original y único- es signo de lo que está haciendo también en nosotros.

Ante cada persona, el discípulo de Jesús ha de pensar así: estoy ante un misterio de amor, ante un regalo, un don y una bendición. El ser humano es “la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo” (GS 24).

Al reflexionar hoy sobre nuestra identidad como educadores católicos quisiera invitarlos a que esta mirada luminosa de fe y esperanza la tenga cada uno de ustedes sobre sí mismo: soy gracia, soy don, soy bendición, Cristo me ha amado a mí por mí mismo.

El encuentro con Jesucristo vivo -eso es la fe- repercute en toda nuestra persona. Y uno de esos efectos tiene que ver con transformar nuestra conciencia personal, haciéndonos muy conscientes del don que somos nosotros mismos. Y el don recibido y acogido con alegría tiende por sí mismo a transformarse en don ofrecido y donado a los demás.

La conciencia del don y la gratuidad que presiden y sostienen nuestras vidas nos abre a Dios y a los demás, conjurando así el peligro fatal de una autonomía que termina ahogándonos en nuestra propia autopercepción: somos mucho más de lo que somos capaces de percibir de nosotros mismos.

No estamos solos en la empresa más importante de nuestra vida: crecer, madurar, desarrollarnos como personas y alcanzar la plena estatura de nuestra condición humana.

Como enseña el profeta: somos arcilla en manos del alfarero que es Dios, un artesano que sabe modelarnos. Nos hacemos a nosotros mismos en la medida en que nos dejamos educar y formar por el Creador… y también por esa mediación tan efectiva que son los demás.

Educar, en este sentido profundo, es “sacar a la luz” la verdad de nosotros mismos, puesta dinámicamente en nosotros por el Creador. Formar es configurarnos con la forma de Cristo, el verdadero hombre. Y, junto a Cristo, está María como signo de humanidad lograda.

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Al mirar a María asunta al cielo, glorificada en cuerpo y alma, podemos también conjurar la otra gran amenaza que angustia hoy a las personas, especialmente a los jóvenes: el pesimismo que parece dominar la cultura contemporánea y que se manifiesta con rostros, en un primer momento, muy atractivos, pero que prometen lo que no pueden dar, sumergiendo a la persona en la angustia, la tristeza, un tono vital menor y desesperanzado.

María transfigurada por la Pascua de Jesús nos dice que el Padre que, por la fuerza de su Espíritu, resucitó a Jesús rescatándolo de los brazos de la muerte, está obrando en nosotros en la misma dirección.

Si “gracia” es una palabra clave del diccionario cristiano -tan bella como indispensable-, la otra palabra esencial del lenguaje cristiano y católico es un verbo que siempre tiene a Dios como sujeto exclusivo y excluyente: resucitar.

Dios trabaja siempre en nosotros, como lo hizo en la fría tumba en la que depositado Jesús y como hizo en la humanidad femenina de María, para resucitarnos, levantarnos y llevarnos a la plenitud que es la comunión con Él, ya aquí en la tierra, pero cuyo destino último es el cielo.

En este sentido, como docentes católicos les propongo un desafío, que lo es también para la misma Iglesia misionera: tenemos que redescubrir, con ingenio y creatividad, la forma de hablar nuevamente del “cielo” como de la meta y el premio que Dios ha prometido a quienes se animan a hacer suya la propuesta de vida del Evangelio de Jesús.

El cielo, la bienaventuranza eterna, la casa del Padre con sus muchas habitaciones, el banquete de bodas y la fiesta son metáforas bellísimas de la Biblia que necesitamos recrear para entusiasmar a nuestros jóvenes, y a nosotros mismos, para abrazar la aventura de vivir, de asumir con paciencia lo que de arduo siempre tiene la vida, especialmente las pruebas más duras a las que somos sometidos.

El cielo es un regalo de Dios, es una promesa que Él nos ha hecho explícitamente por Jesucristo, pero también es fruto de nuestro empeño humilde, perseverante y decidido.

Nos lo dice claramente el Señor: “Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.” (Jn 12, 24-26).

Solo en esta perspectiva del don y la gracia, que nos preceden, acompañan y esperan, es posible educar en la libertad que se abre paso en la vida para formar en cada uno la imagen de Jesús.

Es la perspectiva de la esperanza cristiana, cuya naturaleza profunda es ser un don de Dios. No se confunde con el optimismo, no nos asegura que todo lo que hagamos nos saldrá bien ni que no tendremos dificultades o frustraciones en el camino de la vida. Lo que sí nos asegura es que no nos faltará la presencia y asistencia, el consuelo y la fuerza del Espíritu de Jesús resucitado para afrontar todos los desafíos humanos que la vida nos presenta.

La fe en Jesús, tras las huellas de María, siembra esperanza y alegría en nuestros corazones.

Ruego a Dios, para mí y para cada uno de ustedes, crecer en esta experiencia para ofrecerla con simplicidad a todos aquellos que el Señor mismo nos confía en nuestra misión como docentes que se dejan inspirar por el Evangelio.

¡Muy feliz día del docente católico para todos!

¡Qué María los cuide, inspire y acompañe!

Les doy mi bendición.

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
15 de agosto de 2024

Vino, sangre y esperanza

«La Voz de San Justo», domingo 2 de junio de 2024. Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor

“Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».” (Mc 14, 23-25).

La Eucaristía de cada domingo, la que marca el ritmo de nuestras vidas, la que esperamos que sea viático en el tránsito final de nuestra muerte; la Misa de hoy, la de mañana y la de siempre ha nacido de la certeza más honda que Jesús alberga en su corazón humano: el Padre nunca lo dejará solo ni dejará caer en la nada su entrega de Hijo. Sus palabras lo delatan y nos iluminan.

Esa certeza de Jesús es el fundamento de la esperanza de quienes somos sus discípulos: también nosotros, un día, beberemos de la copa rebosante del vino nuevo del Reino de Dios. Por eso, ahora, mientras caminamos esta vida frágil, siempre amenazada, pero fascinante y misteriosa, nos acercamos a comer y beber de la mesa del altar.

“No podemos vivir sin la Eucaristía”, decían los primeros cristianos cuando la ley les impedía celebrar al Señor que viene. Hoy, entre nosotros, no hay impedimentos externos para vivir la Misa. Los que ciertamente existen son internos a nosotros y, por eso, más potentes. Cada uno sabrá identificar los suyos. Pero tampoco nosotros -hoy como ayer- podemos vivir sin la Eucaristía de Jesús.

Lo sepamos o no, la Eucaristía sostiene al mundo.

Este domingo, al celebrar el Corpus Christi, en el silencio de nuestra oración o en la expresión pública de nuestra fe, gritaremos nuestra esperanza: “¡Ven, Señor Jesús! Celebramos tu Eucaristía hasta que vuelvas. Amén.”

Dos bienaventuranzas para nosotros

Fiesta patronal diocesana en honor a la Virgen de Fátima – 13 de mayo de 2024

“Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: «¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!». Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».” (Lc 11, 27-28).

Dos bienaventuranzas, un poco contrapuestas; las dos se refieren a María, la madre de Jesús; pero, las dos nos atañen a nosotros.

***

¿Qué, de lo que ha oído y visto, ha movido a aquella mujer del pueblo a “piropear” de esa manera a Jesús y a su madre? Tal vez, ella misma es mamá y presiente el orgullo de aquella otra madre de este hijo tan singular.

Claro, ha visto a Jesús expulsar un demonio mudo. Habrá escuchado cómo algunos le bajan el precio a este hecho (“Este expulsa a los demonios con el poder de Belzebul…”); pero, también, cómo Jesús ha respondido: “Pero, si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.” (Lc 11, 20).

Habrá escuchado con atención las palabras misteriosas con las que Jesús cierra la discusión con sus críticos, intuyendo la honda experiencia que Jesús tiene del corazón humano, sus fragilidades y su vulnerabilidad al poder del mal: “Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: «Volveré a mi casa, de donde salí». Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio” (Lc 11, 24-26).

Sí, eso es lo que nos pasa a menudo, habrá pensado para sí esta mujer, sintiendo el deseo de gritarle aquella bienaventuranza que comentamos como una “saeta” directa a su corazón.

Contemplando con esta mujer del pueblo las acciones y palabras de Jesús, también nosotros sentimos que el Señor sabe qué abrumador es el peso del mal en la vida de las personas, de los pobres, en la historia del mundo.

¿No es nuestra experiencia cotidiana? ¿No somos “expertos”, con la experiencia que da la vida, en la fuerza abrumadora del mal que escapa a nuestro control y nos vuelve impotentes? Y el mal en todas sus formas…

Pero, por encima de todo, Jesús sabe expulsarlo haciendo presente el poder de Dios en el mundo, jugando a nuestro favor y devolviendo humanidad (“la fuerza del dedo de Dios”, ha dicho, devolviendo vida, libertad y humanidad a un pobre hombre en poder del mal).

Sí, el mal existe, es oscuro y pesado; y el mal moral en su máxima expresión: el pecado. Es más: puede con nosotros; por eso, Jesús nos ha enseñado a orar: “Padre…no nos dejes caer en la tentación.” (Lc 11, 2.4). El Padre no nos abandona. Su poder bueno sabe abrirse camino, entrar por los entresijos enmarañados de nuestra vida y liberarnos del mal.

Su palabra, sus gestos de cercanía y, sobre todo, su persona “pueden” con el mal que deshumaniza.

Nosotros también contemplamos a Jesús con aquella mujer -decíamos- y no podemos dejar de “piropear” a la mujer madre que lo aceptó libremente en su vientre y lo alimentó con la leche de su humanidad.

Hoy, nosotros como Iglesia diocesana, saludamos así también a María.

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Jesús retruca a la mujer que lo ha piropeado: “Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc 11, 27). Y esa bienaventuranza que le sale de adentro es para nosotros, pero también alcanza a la mujer que, antes que nadie, la ha vivido a puro Evangelio.

Y Jesús no se enojará si, tomando de sus labios y de su corazón esa preciosa bienaventuranza, nosotros la hacemos nuestra, agregando lo que tenemos esta tarde en el corazón y refiriéndola explícitamente a María.

Es casi como una oración. Es, realmente, una plegaria a María

Sos bienaventurada, Madre, porque has dejado crecer en vos -en tu vientre y en tu corazón- la Esperanza de Dios.

Y la has has alimentado, escuchando cada día la Palabra de Dios, en el silencio de tu oración, en la contemplación amorosa de Jesús, el hijo que crecía en tu vientre purísimo y que aprendió a decir Abba, tomando esa ternura de tus labios y de tu corazón.

Esa Esperanza ha crecido también en tu vida, cuando, movida por el Espíritu, sin demora, has acudido a servir a Isabel como humilde servidora. Has comprendido así que el Padre de Jesús, el Hijo bendito de tu vientre, es Padre de los pobres, el Dios que siempre está del lado de los humildes, de los oprimidos, de los hambrientos y descartados. Él es su mayor riqueza y esperanza.

Por eso, no podemos dejar de suplicarte: enseñanos a nosotros, torpes y mundanos, a alimentar esa misma esperanza en nuestros corazones.

Por eso, educanos en la escucha cotidiana de la Palabra que nos ilumina, nos hiere moviéndonos a la conversión y nos salva.

Pero, sobre todo, enseñanos a llevarla a la vida, a vivir el Evangelio, porque solo en ese terreno concreto, por momentos árido, pero también ávido de fecundidad, puede crecer la semilla del Evangelio.

Solo cuando, con vos y como vos, vivimos el Evangelio terminamos de comprenderlo, de apreciarlo en toda su verdad y nos dejamos llevar por el Espíritu que la Palabra trae a nuestra vida.

Porque la escucha de la Palabra solo culmina cuando se hace gesto, actitud, sentimiento y vida. Pero, sobre todo, cuando la comunicamos a otros para que compartan nuestra esperanza y la alegría que trae consigo.

Así alimentados por la Esperanza que es tu Hijo Jesús, nosotros alimentemos la esperanza en el corazón de nuestros hermanos.

Que nuestra Iglesia diocesana, peregrina de la Esperanza, sea también misionera de la Esperanza que es Cristo y su Evangelio.

Que alimentemos la esperanza en el corazón de los pobres, de los que se sienten solos y desanimados, de los más alejados y pequeños. Si lo hacemos, como vos, vamos a experimentar que, en ese intercambio de esperanzas compartidas, el Dios de los pobres alimenta y robustece nuestra esperanza.

Amén.

Lectio divina de Lucas 10, 17-24

A continuación, la lectio divina que hemos propuesto para esta etapa de escucha en el camino sinodal de la diócesis de San Francisco.

Oración a Jesús tentado

«La Voz de San Justo», domingo 18 de febrero de 2024

“En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.” (Mc 1, 12-13).

Señor Jesús: sé de tentaciones y de tentación. No son lo mismo. Unas son grotescas; otras, más sutiles y resbaladizas. Son las que realmente merecen ese nombre. Pero, conozco también lo que es “la” tentación. No una prueba cualquiera, sino la que puede llevarse todo con ella.

En ocasiones pienso que, de aquella experiencia tuya en el desierto, surgió la súplica que cierra la oración del Padrenuestro: “Padre… no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”.

Esa prueba tiene que ver con lo más hondo nuestro… y también tuyo: Dios, tu Padre, y la confianza absoluta en Él, en lo que sueña para nosotros, en la real potencia de su amor.

Nadie como vos, Jesús, ha vivido totalmente entregado a Dios, tu Padre, tu Abba. Nadie ha realizado tan completamente la libertad como vos que, siendo Hijo eterno de Dios te has hecho hijo de los hombres. Nadie ha asumido tan radicalmente la misión de traer la paz de Dios a este mundo nuestro tan herido, violento y oscuro.

Por eso, nadie como vos, aquellos cuarenta días en el desierto y empujado por el Espíritu, ha comprendido tan a fondo lo que sentimos tus hermanos y hermanas, cuando el rostro luminoso de tu Padre se desvanece en nuestros corazones, y ya no tenemos suelo donde echar raíces ni puerto a donde dirigir la nave frágil de nuestras vidas.

Volvé del desierto, Señor, y decinos, una vez más: ¡Anímense a convertirse y creer en la buena noticia: tenemos un Dios real que es Padre! ¡Tenemos futuro y un amor al que entregarnos sin reservas!

Amén.

Bienvenido 2024

«La Voz de San Justo», domingo 31 de diciembre de 2023

“Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado». Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.” (Lc 2, 16-19).

Estamos por comenzar un nuevo año. María, la santa Madre de Dios, nos ayuda a caminar este 2024 desde la fe: “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”.

Es la actitud de una mujer lúcida que sabe sopesar lo que vive. Como hija de Israel ha aprendido que el tiempo no es mero “perdurar y transcurrir”. El tiempo está lleno de Dios, que se hace presente en nuestra historia, involucrándose con nosotros e interactuando con nuestra libertad siempre frágil para que alcancemos nuestra plena madurez como personas.

María tiene además otro punto de observación personalísimo: cuando se cumplió el tiempo establecido, el Hijo de Dios se hizo hombre en ella, tomando de su carne y sangre para redimir a nuestra humanidad. En su cuerpo de mujer ha experimentado como nadie la obra de Dios.

Al iniciar este 2024, también nosotros aprendamos a calibrar esa Presencia de Cristo en el tiempo que nos ha sido dado. Cristo está en cada minuto de tu vida, también en tus horas más amargas. La aventura de la fe es descubrir esa Presencia y confiarse a ella.

“Santa María, madre de Dios: muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, presente en el tiempo tan complejo como fascinante que se abre a nuestros pasos. Amén”

Mensaje de Navidad 2023

“Noche anunciada, noche de amor,
Dios ha nacido, pétalo en flor,
todo es silencio y serenidad,
paz a los hombres, es Navidad.
Ángeles canten sobre el portal,
Dios ha nacido, es Navidad.

En el pesebre, mi Redentor
es mensajero de paz y amor
cuando sonríe se hace la luz
y en sus bracitos crece una cruz.

Esta es la noche que prometió,
Dios a los hombres y ya llegó.
Es Nochebuena, no hay que dormir,
Dios ha nacido, Dios está aquí

Queridos hermanos y hermanas:

Buscamos la Belleza de Dios como mendigos pobres y sedientos. Al encontrar alguno de sus destellos caemos en la cuenta de que, más que nosotros, es Ella la que nos busca, la que tiene sed de nuestros ojos, de nuestra alma y de nuestro corazón.

Por eso, querido amigo, te invito a abrir tu corazón al Niño que María y José quieren recostar en el pesebre de tu corazón en esta Noche buena 2023.

Porque hay Belleza divina en el Niño del pesebre y en todo lo que lo rodea: la noche, su madre virginal, su padre adoptivo, el establo y los animales, y hasta en aquel obstáculo de no tener lugar cómodo para dar a luz. Hay belleza en los pastores que, con sus rebaños, se acercan en medio de la noche de Belén para reconocer al Salvador anunciado por los ángeles.

El pesebre es símbolo del corazón humano: las más de las veces pobre y egoísta, pero siempre sediento y anhelante de vida, luz y paz. La Belleza de Dios está tocando a la puerta de tu corazón: “Es Nochebuena, no hay que dormir, Dios ha nacido. Dios está aquí”.

¡Ojalá que todos nosotros, conmovidos por ese Redentor, en cuyos “bracitos crece una cruz”, nos convirtamos también en “mensajeros de paz y amor”!

Nuestro mundo, nuestras familias y nuestra patria lo necesitan.

Permítanme que haga mías las palabras del ángel a los pastores: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». (Lc 2, 10-12).

25 de diciembre de 2023

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco

Como el buey y el asno

«Hoy sabrán que vendrá el Señor; y mañana verán su gloria» (Invitatorio de la Liturgia de las Horas de este 24 de diciembre).

Jesús es el Salvador y el Rey de la Paz.

Contemplándolo recién nacido en el pesebre, chiquito e indefenso, vulnerable y colmado de ternura, supliquemos que nos dé la Paz de Dios.

Paz para el mundo, especialmente para los pueblos que sufren todo tipo de violencia, especialmente la guerra.

Paz para nuestra hermosa, fascinante, pasional y atribulada Argentina, siempre haciéndonos caminar al filo del precipio. Pero, ¡cuánta bondad, belleza y verdad hay en nuestro pueblo!

Paz para la Iglesia, esposa amada del Señor, rescatada ella misma por Jesús, lavada en el bautismo, ungida por el Espíritu y alimentada con el Pan de la Eucaristía.

Creo que nunca he visto tanta división, arrogancia y polarización en el cuerpo eclesial.

Que Jesús, rey pacífico, pacifique nuestros corazones. Que dejemos de lado palabras ofensivas que echan sal en las heridas y nos convirtamos, los unos para los otros, en buenos samaritanos que se detenien, se compadecen y cargan sobre sí a los hermanos heridos.

¡Ven, Jesús, que te esperamos!

Con los ojos de María, con el corazón de José y con la humildad de los pastores acerquémonos al Pesebre.

O, al menos (y evocando un memorable diálogo entre Don Camillo y Peppone), como el buey y el asno…

  • Sergio O. Buenanueva
    Obispo de San Francisco
    24 de diciembre de 2023

En gracia concebida

Meditación en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María – 8 de diciembre de 2023

¡Ave María Purísima! ¡Sin pecado concebida!

Muchos de nosotros conocemos esta jaculatoria desde nuestra tierna infancia. Tal vez, ni siquiera recordamos de quien la aprendimos o cuándo la oímos por primera vez.

Seguramente de labios de nuestros padres o de nuestros abuelos.

La hemos repetido infinidad de veces. Y, así, el misterio gozoso del alma pura y limpia de María ha entrado en nosotros, y nosotros en él.

De las monjas carmelitas de Mendoza aprendí una versión nueva, que es la que ahora repito cada vez que toca rezar con este “piropo” a María. Dice así:

¡Ave María Purísima! ¡En gracia concebida!

Decimos lo mismo, pero poniendo el acento en la “gracia” de Dios que ha colmado a Nuestra Señora desde el instante mismo de su concepción.

Es como un eco de aquel: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!” (Lc 1, 28). Es el saludo que repetimos cada vez que rezamos el Ave María, por ejemplo, en el Rosario.

“Gracia” es una de las palabras más bellas del lenguaje cristiano. Es tal vez la primera palabra que está escrita en el Diccionario de la lengua cristiana.

“Gracia” es el favor de Dios, como su disposición más divina hacia nosotros, sus hijos e hijas.

“Gracia” es el auxilio del Creador a sus creaturas, siempre amenazadas por el pecado y la concupiscencia. El Creador que es también el Redentor y Salvador.

“Gracia” es, en definitiva, nombre divino del Dios amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que de manera sorprendente nos busca porque quiere entregarse a nosotros en toda la belleza de su misterio santo.

“Gracia” es la amistad de Dios que colma a María en cuerpo y alma, ya desde el primer instante de su existencia, y que ha coronado su peregrinación terrena cuando fue llevada al cielo en cuerpo y alma.

Cada fibra, cada rincón de su corazón, cada movimiento de sus ojos y de sus manos, de su libertad y de su inteligencia están colmados por esa amistad de Dios que transforma todo: ¡El Señor está con vos, María!

¡Ave María Purísima! ¡En gracia concebida!

A la “llena de gracia”, así le canta el poeta: “Toda de Dios sos María. Toda nuestra y del Señor. Toda santa inmaculada, pura y limpia Concepción”.

Nosotros, como hijos y devotos suyos, cantamos también a nuestra Madre, reconociendo los privilegios con que Dios la ha engalanado.

Pero, -no lo perdamos de vista- estos privilegios cumplidos en María están también presentes en nuestra vida: también a nosotros, nuestro buen Dios quiere colmarnos con su gracia, con el regalo de su amistad.

Dios nos quiere sus amigos y amigas. Por eso, nos ha enviado a su Hijo Jesucristo que nació de María Virgen, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.

María, la Purísima, nuestra Virgencita, cuida en cada uno de nosotros esa obra admirable del Dios amor. Obra que se cumple en cada uno de nosotros, por más alejados y rebeldes que seamos.

Y, con delicadeza de Mamá, nos ayuda a abrirnos a esa gracia divina que puja en nosotros para hacernos santos, humildes y servidores.

Por eso, al saludarla “en gracia concebida”, dispongamos el corazón con su misma docilidad.

“Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1, 38)

Al responder así al llamado de Dios, María dice dos cosas e insinúa otra. Las tres muy importantes.

María se reconoce “servidora del Señor”: no vive para sí misma, sino para Jesús y para los hijos que irán ensanchando su maternidad hasta abarcarnos a nosotros.

También a cada uno de nosotros, Dios, con la ayuda de María, nos quiere servidores.

María se abre dócilmente a la voluntad de Dios: “que se cumpla en mí lo que has hecho”.

Acostumbrada a escuchar la Palabra que sale del corazón de Dios, María nos enseña a vivir de la misma manera.

Porque Dios nos sigue hablando y llamando a través del Hijo de María, Jesucristo, el Señor.

Servicio y escucha nos ayudan a entrar en el corazón de María, colmado de la presencia de Dios, su mayor riqueza.

María, con esas palabras, insinúa la humildad como la actitud religiosa que le permite abrirse a Dios, dejarse guiar por el Espíritu y servir a su Hijo Jesucristo, sirviendo a sus hermanos.

¡Alégrate, María, en gracia concebida, colmada del Espíritu y amiga de Dios!

Tus hijos e hijas no tenemos otra aspiración sino esta: también nosotros ser colmados con la amistad de Jesucristo. Amén.