Mensaje Pascual 2023

«La Voz de San Justo», domingo 9 de abril de 2023

“El Ángel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán». Esto es lo que tenía que decirles».” (Mt 28, 5-7).

Entre asustadas y contentas, las mujeres que reciben este anuncio se ponen en camino. Es una misión: decir a los discípulos que Jesús resucitado los espera en Galilea. Es entonces -nos cuenta el evangelio- que acontece el encuentro: en el camino de esa misión, Jesús mismo les sale al paso.

Es posible que los que se reúnan para celebrar esta Pascua 2023 sean un pequeño grupo, una minoría perdida en medio del ruido de una sociedad en otra cosa. Sin embargo, es posible también que, si el anuncio encuentra el mismo eco que encontró en el corazón de aquellas mujeres, se produzca el mismo extraordinario acontecimiento.

Cuando, con confianza, se cree en Dios, los ojos se abren y se ve la realidad completa. La verdad nos alcanza en toda su belleza. El Resucitado nos vence y nos convence con su presencia.

Queridos hermanos: es lo que deseo para todos nosotros en esta Pascua 2023. Por eso, abramos los oídos, escuchemos a tantos “ángeles” que nos gritan que el Crucificado que buscamos está vivo … y, como aquellas mujeres, tengamos la santa audacia de volver al Evangelio para escucharlo a Él.

La oración, sobre todo, la que es hecha con la valentía de la humildad, nos expone al influjo del Espíritu que resucitó a Jesús. ¿Te animás a rezar conmigo?

En esta noche de Pascua, el anuncio de tu resurrección, Señor Jesús, vuelve a atravesar el tiempo y a traspasar los corazones.

En ese anuncio vos mismo venís a nosotros, te hacés presente y nos convencés con el fulgor de tu Verdad.

Vos que has resucitado de entre los muertos, que conocés desde dentro todas nuestras muertes y miedos, transfiguranos con tu Pascua.

Tu mirada diáfana de resucitado nos espera en los ojos de los hermanos: los pobres, los tristes, los que luchan cada día, los que se levantan, los que esperan contra toda esperanza.

Nos alcanza en el don precioso de tu Eucaristía y del perdón que nos resucita.

Tu luz pascual se refleja -¡qué bien lo sabemos!- en los ojos de María, que acompaña nuestro caminar.

Con ella te decimos: Amén.

¡Jesús ha resucitado! ¡Muy feliz Pascua para todos!

San Francisco, 9 de abril de 2023, Domingo de Pascua

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San rancisco

Mensaje de Navidad 2022

San Francisco – 17 de diciembre de 2022

“Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.” (Lc 2, 6-7).

Bebé acostado en una cama

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Aunque el Evangelio no lo dice, podemos imaginar a ese niño recién nacido, envuelto en pañales y llorando. Tratemos de escuchar ese llanto infantil. Seamos como chicos frente al pesebre. 

Los niños lloran, los recién nacidos y los más grandecitos. Y los adultos también lloramos, a veces en silencio o a escondidas; en otras ocasiones, delante de todos. Lloramos de emoción, de dolor o de bronca. También de arrepentimiento. Hay llantos que nos hacen mucho bien. 

En el llanto de ese niño que María acaba de recostar en el pesebre, escuchemos el llanto de Dios que, así, entra en nuestra historia y en nuestro mundo. Creemos en un Dios capaz de tocar realmente la vida humana, de estar donde estamos nosotros, de sentir como nosotros… y, por eso, también de llorar. 

El llanto del Niño Jesús -como el de todo recién nacido- delata que la vida comienza a abrirse paso por su cuerpo, sus venas, por todos sus sentidos. Ya nos habla de la Pascua: del sudor de Getsemaní, del abandono del Calvario y, sobre todo, de la alegría de la tumba vacía por la resurrección. 

Escuchemos el llanto del Niño Dios y dispongamos los oídos del corazón para escuchar los llantos de los niños del mundo, de sus madres y padres, de todos los que sufren y esperan. 

También el llanto de la tierra, herida por la desmesura de la ambición humana. Llamada a ser hogar de todos -casa común- parece que queremos transformarla en un desierto inhóspito y vacío. 

Escuchemos con atención, respeto y cariño. Escuchemos la fe que habita nuestro corazón, sembrada allí por nuestros padres y abuelos. Es la fe que nació venciendo el llanto del Calvario y que nos transmiten los apóstoles. Es la fe que nos hace hombres y mujeres con esperanza.

Y, así, dispongámonos a escuchar a todos: a los de cerca y a los alejados, incluso a quienes son hostiles. Escuchar lo que los emociona, lo que los ilusiona y también lo que los desespera. Ejercitados en la escucha conmovida del llanto del Niño de Belén, abramos nuestro corazón para escuchar su Voz en las voces que pueblan nuestra vida. 

Acerquémonos así al Pesebre… como los chicos… y no tengamos miedo de dejarnos llevar por la emoción y de verter algunas lágrimas. María, José y Jesús sabrán recogerlas en su odre y transformarlas en vida y salvación para todos. 

¡Bendecida Navidad!

Texto, Carta

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+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

Día del Catequista 2022

Mensaje del obispo Sergio O. Buenanueva

San Francisco, 16 de agosto de 2022

A los catequistas de la Diócesis de San Francisco.

Estamos aprendiendo a ser una Iglesia diocesana en “camino sinodal”. Siempre hemos buscado caminar como familia, en comunión y participación. Y con espíritu misionero. A lo largo de nuestra historia diocesana, el Espíritu Santo siempre ha encontrado catequistas, pastores, agentes de pastoral dóciles a sus inspiraciones. Damos gracias a Dios por ello.

Pero el camino sinodal nos presenta hoy -y, sobre todo, hacia el futuro- un fascinante desafío: aprender a caminar juntos más armónicamente como Pueblo de Dios que nace del Bautismo. Nuestra diócesis es una inmensa red de comunidades, vocaciones, carismas y ministerios. Hemos recibido una sola misión de la que cada uno es sujeto responsable en comunión y participación.

En este camino, los catequistas tienen un rol fundamental. Si la catequesis es un espacio en el que ha de resonar el Evangelio para hacer madurar a los bautizados como discípulos misioneros, ese eco se produce cuando la Palabra resuena en los corazones de catequistas y catecúmenos. Eso significa aprender a escuchar a los niños, adolescentes y adultos por cuyos corazones pasa la Palabra en la catequesis.

El catequista ha de ser un maestro de la escucha. Por eso, al celebrar este Día del Catequista 2022, como su obispo los invito a renovar el deseo ardiente que nos llevó a abrazar esta hermosa vocación: busquemos con pasión ser eco del Evangelio escuchando la voz del Espíritu en las múltiples voces que resuenan en nuestros encuentros de catequesis.

Cada año, en nuestras parroquias, colegios y otros ámbitos, numerosos chicos y adultos, con motivaciones diversas, acuden a nuestros espacios catequísticos. Llevan consigo sus ilusiones y proyectos, sus heridas y fragilidades. Buscan a Jesús, muchas veces a tientas. Tanto como cada uno de nosotros. Creemos firmemente que el Espíritu obra en sus corazones. Al anunciarles el Evangelio y al ayudarles a asimilar mejor la fe de la Iglesia, nosotros colaboramos con esa obra del Espíritu.

La catequesis es así un espacio privilegiado de escucha y discernimiento para que el Evangelio siga colmando de alegría y esperanza a las personas, a las familias y a nuestras comunidades.

Por todo esto, el catequista está llamado a ser un experimentado maestro espiritual, dócil a la acción del Espíritu Santo. Un orante contemplativo que escucha la Palabra, se alimenta de la Eucaristía y sabe del Perdón de Cristo. Un apasionado del Evangelio, un creyente cabal y un testigo coherente de la fe.

Los animo entonces a renovar su vocación catequística como misioneros del Evangelio. Que María, el Santo Cura Brochero y el beato obispo Mamerto Esquiú nos inspiren a todos.

Con mi bendición,

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco

Mensaje Pascual 202

«Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.” (Mc 16, 8).

Así concluye el evangelio que hemos escuchado en la Vigilia Pascual. Vale la pena volver sobre él.

Las mujeres, sobreponiéndose al dolor por la muerte de Jesús, acuden tempranito a honrar al ilustre fallecido. Las mueve el amor. De camino se dan cuenta de la “pesada piedra” que hay que remover para ungir el cuerpo. Pero el “genio femenino” no se arredra: siguen su camino.

Al llegar, un anuncio inesperado y desconcertante: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí.” (Mc 16, 6).

El misterioso joven de blancas vestiduras que así les habla tiene para ellas una misión: ir a comunicar esto mismo a Pedro y a los demás discípulos; y que se pongan en camino hacia Galilea, porque allí tendrá lugar el encuentro con el Resucitado. Tomemos nota: no hay experiencia de la resurrección sin una misión que cumplir, sin comunicar el anuncio recibido.

Sobreviene entonces el temor, que se convierte en huida: salieron corriendo, aterrorizadas.

¿Nos sorprende? Meditemos un poco: ¿hemos tomado realmente en serio lo que significa aquella tumba vacía? ¿Que la muerte ha sido absorbida por la vida? ¿Que aquel humillado era “verdaderamente el Hijo”, como lo confesó el centurión? ¿Nos damos cuenta de que eso cambia todo: nuestra mirada y el modo de pararnos frente a la vida y a la misma muerte? ¿Nos damos cuenta de que solo de ese Crucificado nace la esperanza? ¿Comprendemos que la incertidumbre de este tiempo es, para nosotros, el camino hacia el encuentro con el Resucitado? ¿Qué precisamente allí nos está esperando?

Hermanos y hermanas: al saludarlos en esta Pascua 2021, también este año en pandemia, no puedo sino invitarlos a experimentar el mismo vértigo de aquellas mujeres. Solo así estamos en condiciones de convertirnos en discípulos misioneros de Jesús resucitado. Miremos, si no, a estas benditas mujeres: tuvieron que pasar por esa fuerte experiencia para llegar a ser “apóstoles de los apóstoles”. Con ese anuncio comenzará la historia de la que somos parte: historia de fe, de misión y de esperanza compartida. Porque también nosotros hemos recibido el mismo mandato: vayan y cuenten a todos esta buena noticia.

Es la historia que Dios está llevando adelante, porque es el Dios que ama la vida y, por eso, resucitó a su Hijo y nos resucitará a todos nosotros “por Cristo, con Él y en Él”.

Feliz Pascua para todos, guiados por las santas mujeres que pasaron del miedo a la esperanza. Nos acompañan también María y José de Nazaret.

Con mi bendición.

+ Sergio O. Buenanueva,
obispo de San Francisco

Mensaje de Navidad 2020

“El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz […] Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado.” (Is 9, 1.5).

Cada Nochebuena escuchamos estas palabras del profeta. Cada Nochebuena experimentamos cuánta potencia de esperanza las impregna. Cada Nochebuena nos dicen algo nuevo y definitivo. Esta Nochebuena 2020 también. 

En medio de la oscuridad que reina hoy en el mundo herido por la pandemia, la voz del profeta que anuncia al Niño por nacer de la Virgen madre nos devuelve a la esperanza. 

En cada niño o niña que crece en el vientre materno resuenan los latidos del corazón del Emanuel, del Niño Dios: Jesús, el hijo de María.  

“Hay un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia.” (Fratelli tutti 106).

Cada Nochebuena, el Niño que María da a luz ante la mirada absorta de José nos trae ese reconocimiento desde el corazón mismo de Dios. 

No. No somos fruto caprichoso del azar, ni estamos destinados a la nada. 

Ese Niño grita al mundo con su llanto: somos fruto del amor de un Dios que sueña con cada uno de nosotros, que está siempre de nuestro lado y que hace suyos nuestros sueños e ilusiones, tanto como nuestros sufrimientos e impotencias. 

Ese Niño nos dice, desde su fragilidad de recién nacido, que cada uno de nosotros valemos por lo que somos. Esa fragilidad es una invitación al reconocimiento, el cuidado y la ternura. 

Desde la humildad del pesebre, ese Niño nos invita a estrechar nuestros vínculos, a reconocernos como peregrinos que caminan juntos. No. No estamos solos. Somos familia. Somos comunión. 

Ese Niño nos hace hijos y hermanos. Nos devuelve la confianza en la humanidad, redimida por la gracia de Dios y encaminada hacia la Luz que no tiene fin, la bienaventuranza eterna, el cielo. 

Con María y José tomemos a Jesús en nuestros brazos. Como cada niño que nace o por nacer, el Niño del pesebre nos devuelve a la verdad de la vida: somos hermanos. 

¡Brilla la luz en medio de estas sombras! ¡Tenemos esperanza! ¡Celebremos Navidad!

    + Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

Mensaje Pascual 2020

“Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán».”

(Mt 28, 8-10).

«Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense»«

Queridos amigos y hermanos:

En este día y en esta hora, no tengo otra palabra para ustedes, que la de Jesús resucitado a las mujeres: ¡Alégrense!

  • ¡Alégrense!, porque en medio de esta prueba, el Resucitado está dando vida, esperanza y alegría.
  • ¡Alégrense!, porque su rostro se refleja en la mirada de los que curan, cuidan y acarician. No son pocos. Están en todas partes, callada y mansamente. Así, Cristo sostiene el mundo.
  • ¡Alégrense!, porque nuestro Dios nos sale al paso, sin escandalizarse de nuestros miedos, incertidumbres y angustias, y confía en nosotros el anuncio de la Alegría.
  • ¡Alégrense!, porque no hay piedra, por pesada que sea, que pueda sellar para siempre la muerte. La muerte ha sido vencida.
  • ¡Alégrense!, porque no hay gesto de amor, de ternura y de compasión, por mínimo que sea, que Dios, amigo de la vida, no atesore en su odre, para devolvérnoslo en el momento oportuno.
  • ¡Alégrense!, porque, de repente, sin nosotros pensarlo ni programarlo, el Dios que resucita a los muertos, nos está saliendo al encuentro con toda su potencia de vida y esperanza.
  • ¡Alegrémonos!, porque, por su resurrección, Cristo está presente en cada fragmento de nuestro mundo, de nuestras historias y biografías. Y está como salvador y redentor.
  • ¡Alegrémonos!, porque, en medio del dolor y la tormenta, estamos experimentando que todos navegamos en la misma barca, como Francisco, el Pastor al timón, se lo ha dicho al mundo.
  • ¡Alegrémonos!, pues en esta hora de nuestra humanidad, la Providencia nos pone ante la posibilidad de alumbrar decisiones nuevas, de largo alcance, que den paso a un mundo mejor, más humano y más vivible para todos, especialmente para los que vendrán.
  • ¡Alegrémonos!, porque vivimos un tiempo que nos ha puesto ante lo esencial de la vida, estamos en una siembra, cuyos frutos otros cosecharán, pero que nosotros tenemos el gozo de haber preparado con nuestras manos. Nadie nos lo podrá quitar.
  • ¡Alegrémonos!, porque la vida ha estallado en la oscuridad de una tumba, y tiene horizonte de cielo, de eternidad, de bienaventuranza y, así, la muerte no tiene la última palabra; Cristo la ha transformado en una puerta que se abre a la vida verdadera.

Miremos a María: la espera del Sábado Santo ha llegado a su término; su corazón traspasado, más que nunca, ha quedado colmado de alegría. Es la alegría que ahora comparte con nosotros.

¡Bendecida Pascua para todos!

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco

Mensaje de Navidad 2019

«La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel», que traducido significa: «Dios con nosotros».» (Mt 1, 23)

Queridos hermanos y amigos:

Dejémonos sorprender por la cercanía de Dios en ese Niño que María da a luz y que José cuida con amor de padre.

Al arrancar este Adviento, el Santo Padre Francisco nos regalaba la carta “Admirabile signum”. Nos invitaba a redescubrir la hermosa tradición, iniciada por San Francisco de Asís, de recrear en hogares, templos y otros espacios públicos, la escena evangélica del nacimiento del Señor.

Se trata -nos decía- de un “Evangelio vivo” que “causa siempre asombro y admiración”. En ese Niño reconocemos al Dios inmenso que se nos hace cercano y amigo. Y lo hace en el seno de una familia en riesgo, que no encuentra más que una cueva para que María dé a luz a su hijito.

Es Dios con nosotros. Un Dios pobre y humilde. Un Dios hecho Niño.

Los niños son buenos guìas para recuperar el asombro. “Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Lc 18, 17). Acerquémonos con ellos al Pesebre, especialmente si reconocemos tener el corazón duro y metalizado. Que sus ojos abiertos nos guíen al encuentro del Emanuel. También María y José están de nuestra parte.

Dios nos enseña a vivir como hermanos. 

Asombro, admiración y sorpresa desembocan en muchas preguntas: ¿qué quiere Dios con esta cercanía? ¿Qué busca de nosotros? ¿Qué intención lo mueve? Son interrogantes que expresan una fe inquieta, una esperanza activa y una caridad ansiosa. 

Las respuestas las encontramos en el evangelio. Toda la vida de Jesús es revelación de la voluntad de Dios: Él quiere salvarnos. Quiere cumplir el sueño que lo desvela desde la creación: hacer de todos nosotros una familia, ya en esta tierra, pero en camino hacia el cielo, nuestra patria.

Nos quiere hermanos y hermanas. Belén es un misterio de amor, de familia y de fraternidad. Miremos a María y a José. Ellos miran al Niño en el pesebre. Contemplemos a los pastores que se acercan. También a los magos de Oriente, guiados por la estrella. Unos y otros, con timidez primero, pero con enorme alegría después, saldrán del Portal de Belén mejores, más hermanos.

Nuestro mundo tiene sed de Dios. Tiene sed de fraternidad. Solo un Dios Padre con entrañas de madre nos permite reconocernos hermanos.

La cultura de la muerte y el descarte empujó a aquella joven parejita a la marginalidad de un establo. No contaba con la tierna sabiduría de Dios. Lejos del poder mundano, desde ese humilde establo y con esa parejita, Dios empezaba a vencer la soledad y tristeza del mundo.

Como los pastores, también nosotros seamos mensajeros de este gozo inmenso que lo es para todo el pueblo, de manera especial para los pobres, los tristes y sin esperanza.

¡Muy feliz Navidad para todos!

+Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco 

19 de diciembre de 2019

Día del Periodista

Queridos amigos y amigas periodistas:

¡Muy feliz Día!

Les comparto este vídeo en el que expreso algunas convicciones sobre la tarea de ustedes como comunicadores.

Aquí solo añado dos cosas:

  1. La comunicación está en el corazón del cristianismo. El centro de nuestra fe lo expresó San Juan así: «Y el Verbo de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). De ahí viene nuestra pasión comunicativa: decir, expresar, informar, dialogar… y en la «carne» de nuestra vida e historia concretas.
  2. La libertad de expresión es uno de los pilares fundamentales de una sociedad abierta y de la cultura democrática. Es exigente para todos. Es un derecho de toda persona, de todo ciudadano. El periodismo es una forma privilegiada de esta libertad. Sin periodismo no hay sociedad de hombres y mujeres libres.

Saludos a todos.

Que Dios los bendiga, los cuide y los anime siempre en su tarea de todos los días.

+ Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco

Mensaje Pascual 2019

El Mensaje Pascual en audio para descargar

Bastante ensimismados para darse cuenta de Quién los había alcanzado en el camino, los peregrinos de Emaús, sin embargo, sienten crecer un deseo que los sacará del encierro. Y el deseo se hace súplica: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.” (Lc 24, 29).

Queridos hermanos y amigos:

En esta hora de nuestra Iglesia, de nuestra patria y de nuestra vida, también nosotros suplicamos a Jesús que no siga de largo, que entre a nuestro hogar y comparta la mesa…

Siempre que asoma la oscuridad de la noche, los fantasmas de nuestros miedos parecen cobrar vida. Y sabemos que el miedo no es buen consejero. Nos enceguece y paraliza.

Aquel Peregrino había sabido tener palabras certeras, luminosas y, sobre todo, que hacían arder por dentro, como cuando se reaviva un fuego mortecino. El solo hecho de caminar con ellos, incluso de interpelarlos por su torpeza; pero, sobre todo, de hablarles de Dios y sus planes, del Mesías y su Pascua, había hecho desvanecer todo fantasma y toda inquietud.

Un deseo grande había resucitado en sus corazones apesadumbrados. Renacía una esperanza.

¿Cómo no contar con él para la cena? Ese rito cotidiano es mucho más que alimentarse: si hay amistad, aunque sea insipiente, se transforma en encuentro que anima para seguir caminando.

¿Cumplirá el Peregrino el deseo-oración de los dos caminantes?

Sí y no. Entrará con ellos a la posada. Pero, al partir el Pan, desaparecerá ante sus ojos. Su Ausencia, sin embargo, lejos de causar tristeza, los transformará radicalmente y encenderá en ellos otro deseo: contar lo que han vivido por el camino.

¿Realmente ausente o con una Presencia más incisiva y personal?

El relato de Emaús nos hace comprender mejor lo que vivimos como discípulos: leídas con fe, las Escrituras nos hacen escuchar su voz potente y mansa; la Eucaristía compartida, nos alimenta con su amor hasta el extremo; los hermanos, especialmente los pobres, débiles y heridos, acercan a nuestra vida su rostro que vence toda indiferencia.

¡Jesús resucitado está en medio de nosotros! ¡Tenemos que decirlo a todos! ¡No lo podemos callar o esconder! ¡Hay que ponerse en camino! ¡Esta experiencia se tiene que hacer palabra, gesto, testimonio y compromiso de vida!

Jesús se sienta a nuestra mesa para avivar en nosotros el deseo de contar a los demás que Él ha vencido la muerte, está vivo y es la verdadera Esperanza del mundo.

Queridos amigos y hermanos: Les deseo, de corazón, que experimentemos el gozo de la Pascua; pero, sobre todo, que nos dejemos ganar por el impulso de querer contar lo que Dios nos ha hecho vivir: contar a Jesús, su Evangelio, su Esperanza…

La primera que ha cantado el Evangelio es María. Por eso, una vez más decimos: “Con vos, María, misioneros del Evangelio”.

21 de abril de 2019. Pascua del Señor

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco