Oración por Fernando

Señor, Señor…
No mirés nuestros pecados.
Nos avergüenza la Patria que estamos dejando a nuestros chicos y chicas.
Escuchá nuestra súplica.
Llega a tu Presencia desde nuestros corazones atravesados por el dolor.
¡Qué nuestros jóvenes no mueran más!
¡Qué desterremos el odio, la violencia, el desprecio por la vida!
¡Volvé a mirar el rostro de Fernando y abrazalo fuerte!
Es hijo, hermano y amigo de todos.
¡Dale consuelo y fortaleza a sus papás!
Amén.

Oración por la paz en Ucrania

Oración de un obispo italiano rezada este miércoles 16 de marzo en la audiencia general por el Papa Francisco.

Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros pecadores.
Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, muerto en brazos de la madre en un bunker de Járkov, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, enviado veinteañero al frente, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, que ves todavía las manos armadas en la sombra de tu cruz, ¡ten piedad de nosotros!

Perdónanos Señor,
perdónanos, si no contentos con los clavos con los que atravesamos tu mano, seguimos bebiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas.
Perdónanos, si estas manos que habías creado para custodiar, se han transformado en instrumentos de muerte.
Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestros hermanos, perdónanos si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel.
Perdónanos, si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones.
Perdónanos la guerra, Señor. Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡te imploramos! ¡Detén la mano de Caín!
Ilumina nuestra conciencia,
no se haga nuestra voluntad,
¡no nos abandones a nuestras acciones!
¡Detennos, Señor, detennos!
Y cuando hayas parado la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano.
Oh Señor, ¡pon un freno a la violencia!
¡Detennos, Señor!

Amén.

Plegaria para el año nuevo

«La Voz de San Justo», domingo 2 de enero de 2022

“Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.” (Jn 1, 3).

¿Qué nos depara este 2022 que empezamos a transitar? No hay forma de saberlo. No manejamos el tiempo. Lo que podemos programar es siempre menos que lo que nos sorprende y descoloca. Me animo incluso a decir que es bueno que así sea.

Nada de lo que existe, sin embargo, cae fuera del radio de acción de un Dios creador y salvador que, por medio de su Verbo (su Palabra), ha hecho todo y, de la misma manera, todo lo sostiene y conduce a su plenitud.

Lo que sí podemos hacer entonces es predisponernos para vivir intensamente lo que tenemos por delante.

Para un cristiano no es materia opcional. Es la actitud de fondo de la vida, aquella que caracterizamos como fe, esperanza y amor, regalos de Dios confiados a nuestra libertad.

Y la actitud cristiana frente a la vida se alimenta, cada día, de la plegaria. Al acercarnos al pesebre, los invito a fijar la mirada en el Niño que duerme en él. Y a dirigirle nuestra oración más humana, simple y esperanzada. Yo lo hago con estas palabras que comparto con ustedes, una plegaria para este 2022 que se nos ofrece como camino a transitar:

“Jesús: ¡parece mentira! Te veo ahí y así: pequeñito, sereno y durmiendo plácidamente.

Sos el Verbo de Dios realmente humanizado, hecho uno de nosotros, hecho “carne y sangre” de esta humanidad mía que, en ocasiones me pesa o me sonroja.

Tentado como estoy de la desconfianza, en un tiempo que combina soberbia y depresión, conformismo y sed de infinito, contemplarte así reaviva en mí la fuerza de la vida que tu Padre creador ha puesto en lo más hondo de mi alma.

Sos la mano tendida del Padre a la humanidad caída. Ya ahí, en el pesebre, empezás a deletrear la palabra definitiva que será pronunciada en la mañana de Pascua: resurrección, vida plena y bienaventurada.

Sí, Jesús, en vos confío y, por eso, confío en la vida que se abre delante de mi puerta. Con vos comienzo a caminar este 2022, tan incierto en su devenir concreto como portador de tu presencia, de tu Espíritu y de tu bendición.

Amén.”

Oración a Santa María del Equilibrio

Del obispo Jorge Casaretto

Madre de Dios y Madre nuestra.

Por tu intercesión pedimos a Dios el don del equilibrio cristiano tan necesario para vivir plenamente el Evangelio.

Ubícanos en la realidad en que el Señor nos ha puesto.

Aléjanos de las actitudes que tienden a aumentar nuestras naturales limitaciones:

  • de prejuicios e ingenuidades, de integrismos y progresismos,
  • de timideces y temeridades,
  • de pesimismos y falsos optimismos.

Concédenos generosidad de corazón para que podamos ser fuertes en el amor a todos los hombres, siguiendo el ejemplo de tu Hijo que murió para salvarnos a todos.

Ayúdanos   a integrarnos en la Iglesia y a ser testigos de Cristo en el mundo asumiendo con firmeza y equilibrio las enseñanzas fue el Espíritu Santo ha inspirado en estos tiempos a la Iglesia.

Amén.

Adviento

«La Voz de San Justo», domingo 29 de noviembre de 2020

Nosotros celebramos el Adviento, pero, en realidad, el que está siempre “en Adviento” sos Vos, Señor de la historia.

Siempre viniendo. Siempre en camino. Siempre, sin detenerte; intentando, una y otra vez, alcanzarnos en el punto preciso de la vida en el que nos encontramos.

Por eso, en cada Eucaristía que nos mandaste celebrar, te aclamamos, diciendo: “Bendito el que viene… ¡Ven, Señor Jesús!”.

Es cierto, como canta el cantor popular: “Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba. No son como yo creía […]”.

Son los múltiples senderos por los que nos aventuramos tus hermanos y hermanas.

Caminos que, en demasiadas ocasiones, llevan a ninguna parte, o que desembocan en medio de la nada.

Y eso, a nosotros, caminantes de la vida, nos desconcierta, nos descoloca y nos vuelve indefensos y, en ocasiones, infantiles y caprichosos.

Pero esos caminos nuestros, son los que Vos no te cansás de recorrer, para buscarnos, como aquel pastor inconsciente de tu parábola; aquel que deja las noventa y nueve ovejas, y va tras la que se extravió por esos caminos.

Este domingo, tu palabra nos llega, sugestiva, imperiosa, provocadora. Como siempre.

“Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: «¡Estén prevenidos!»” (Mc 13, 35-57).

Siempre viniendo. Y, como siempre, eligiendo nuestras noches para hacerte presente. Por eso, Señor que estás viniendo, no dejamos de suplicarte: en medio de esta noche en la que estamos, no dejés de sorprendernos con esa mansa Luz que sos Vos mismo.

¡No tardés en venir! ¡Te necesitamos! ¡Vení, Señor Jesús! Amén.

Encomienda de los jóvenes de la diócesis de San Francisco a la Virgencita

Domingo 6 de setiembre de 2020 – 31 Peregrinación Juvenil

Madre dulcísima de Concepción: ¡Sé nuestro amparo y protección!

Al concluir esta 31ª Peregrinación Juvenil venimos ante tu querida imagen para encomendarte la Iglesia joven de San Francisco, a los chicos y chicas de nuestros pueblos y ciudades.

Ponemos entre tus manos la vida de cada uno de ellos, sus sueños, ilusiones y proyectos.

En este tiempo de incertidumbre, te suplicamos que cuidés la esperanza y la alegría en sus corazones.

Que sientan así tu presencia de madre, catequista y maestra espiritual.

Compartí con ellos tu docilidad al Espíritu, tu confianza en el Padre y tu amor por Jesús, tu amado Hijo.

Enseñales a contemplar, como vos y con vos, el Evangelio.

Como a los de Caná, repetiles, una y otra vez, señalando a Jesús: ¡Hagan todo lo que Él les diga!

Que aprendan de vos las virtudes que hacen bella la vida; ante todo, la fe, la esperanza y la caridad; pero también la generosidad, la fortaleza interior y la capacidad de servicio. De manera especial, te pedimos para ellos tu mismo ardor misionero, para que sean servidores de la Alegría del Evangelio para los propios jóvenes.

Cada año, vos los esperás en esta, tu casa, cuando ellos se ponen en camino como peregrinos y devotos.

Aquí los reunís y colmás sus jóvenes vidas con el gozo del Evangelio que desborda de tu propio corazón de discípula.

Este año, limitados por la emergencia sanitaria, no han podido ponerse en camino.

Sin embargo, sabemos que vos estás, hoy y siempre, caminando con ellos por los senderos que transitan.

Incluso que sabés hacerte presente cuando sus pies los llevan por caminos de oscuridad y desesperanza.

Estás especialmente allí, como madre coraje, que, porque ama, defiende, protege y pelea por la vida de sus hijos e hijas.

A nosotros, los adultos, danos, Madre y Virgen, tu misma pasión evangelizadora, para que seamos testigos creíbles de la verdad y de la justicia. Que podamos legarles una Patria de hermanos, un mundo más humano y una casa común bella y habitable para todos.

Madre dulcísima de Concepción: ¡Sé nuestro amparo y protección!

Amén.

Oración a la Virgen de Fátima

Oración del obispo a la Virgen de Fátima, patrona de la Iglesia diocesana de San Francisco – 13 de mayo de 2020

Te saludamos, María, con las palabras que Gabriel, el mensajero, trajo para ti desde el corazón del Padre: ¡Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo!

Te saludamos, Virgencita de Fátima, como madre y patrona de esta Iglesia diocesana de San Francisco.

Contigo peregrinamos la fe que da a luz la esperanza y que es viva por el amor, la compasión y el servicio.

Con Isabel saludamos tu fe sencilla y gozosa, intrépida y misionera: Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor

Contigo cantamos la grandeza del Dios amor, su misericordia y su amor por los pobres, humildes y mansos.

Te suplicamos en esta hora de la humanidad, hora de prueba, de cruz y de esperanza: conforta nuestro ánimo, alienta nuestra esperanza, camina con nosotros y enséñanos a reconocer a Jesús, tu Hijo, vivo y presente, caminando con nosotros.

Tú que aprendiste a contemplar el designio de Dios en tu corazón, entregándote confiadamente a la vocación y misión que te fueron confiadas: custodia nuestros corazones y el de nuestra Iglesia diocesana en la fidelidad al Evangelio de Cristo.

Como a aquellos servidores en Caná, no te canses de decirnos: “¡Hagan todo lo que Jesús les diga!”.

Así, la alegría del Evangelio colmará nuestros corazones, y se hará misión, servicio y entrega cotidiana.

Sostenidos por tu intercesión, oh Virgen orante, esta Iglesia diocesana, sus comunidades, sus laicos, consagrados y pastores, suplica la venida del Espíritu Santo.

¡Qué nos cubra con su sombra y renueve nuestros corazones en la fe, la adoración y el testimonio!

Santa María, Madre de Dios, enséñanos a decir siempre ¡Amén!

Miremos al Crucificado…

Contemplemos al Crucificado.

En silencio, recogimiento y serena ansiedad.

Sobre todo, con amor y humildad. Solo el amor humilde contempla y, por eso, ve.

Dejémonos mirar por Él y que sus ojos de fuego traspasen nuestro corazón, nuestra mente y entrañas.

Su mirada revela al mundo cómo Dios realmente está vuelto hacia nosotros, cómo nos mira y cómo nos busca.

Sus ojos transparentan que la única intención del Dios amor para con nosotros es la salvación a que lo mueven sus entrañas de misericordia.

Así, el Crucificado deshace todo resto de mundano paganismo de nuestros corazones. Así aniquila los ídolos abominables que, como fantasmas tenebrosos, se agitan en nuestra mente afiebrada, atormentándonos con puniciones, castigos y retorcidas enseñanzas.

Sí. Cristo crucificado serena y da paz, no como la da el mundo…

Amén, decimos.

Como María al pie de la cruz. Como ella, ahora y en la hora de nuestra muerte…

ORACIÓN DE LA IGLESIA JOVEN DE SAN FRANCISCO

Peregrinación Juvenil al Santuario Diocesano de la “Virgencita”

María: estamos en camino hacia tu Santuario.
Somos jóvenes, discípulos y caminantes.
Vos vas a nuestro lado, 
pero igual te decimos: ¡Vení a caminar con nosotros!

Estamos caminando la vida.
Peregrinamos también la fe.

La vida es don maravilloso de Dios.
La sentimos palpitar en nuestro cuerpo y en nuestro corazón.
A veces, nos desconcierta y confunde.
Pero no dejamos de experimentar que, tomados de tu mano,
el amor de Dios sostiene nuestra esperanza.
La fe es un peregrinar que nos lleva,
una y otra vez, al encuentro con Jesús, nuestro Salvador.
Escuchamos su Palabra y sentimos el aliento de su Espíritu.
Recibimos su perdón y el alimento de su Cuerpo y de su Sangre.

De tu mano, y con nuestra vida queremos decir “Amén” a Jesús.

Estamos caminando como Iglesia joven de San Francisco.
Nos sentimos familia, pueblo y comunidad.
La Iglesia es nuestro hogar. 
Allí crecemos, cantamos y celebramos la Vida.

Sabemos que no estamos solos,
y que nadie puede resultarnos extraño 
si nos miramos con los ojos de Jesús. ¡Somos Vocación! ¡Somos Misión!
Discípulos misioneros de Jesús,
estamos llamados a comunicar la alegría del Evangelio 
y a ser protagonistas de la civilización del amor,
especialmente cercanos a los pobres y descartados.

Servidores como Jesús,
nos sentimos llamados a renovar la historia,
trabajando por el bien común, la justicia
y la cultura del encuentro en nuestra Patria Argentina.

Virgencita: vos caminás con nosotros,
como también los santos, amigos de Dios,
y tantos testigos y compañeros de camino. ¡Seguí caminando con nosotros!
Contagianos la audacia de tu alma joven
para cantar la grandeza del Señor. 
Amén.

17 de julio: memoria de los Mártires riojanos

Mons. Enrique Angelelli (Córdoba, 1923-Punta de los Llanos, 1976), obispo de La Rioja, Argentina, desde 1968, que participó del Concilio Vaticano II, procuró la aplicación de sus disposiciones a través de una intensa renovación eclesial por la renovación de su presbiterio, la vida consagrada y el laicado. Calumniado y perseguido, fue asesinado bajo la dictadura militar de ese país (1976-1983). En esos mismos días y contexto, por su identificación con ese proyecto pastoral eclesial habían sido martirizados Gabriel Longueville (Etables, 1931-Chamical 1976), sacerdote francés fidei donum; Carlos Murias (Córdoba 1945-Chamical 1976), sacerdote franciscano conventual y Wenceslao Pedernera (San Luis 1936-Sañogasta, 1976), trabajador y dirigente rural, esposo y padre de familia.

OFICIO DE LECTURA
SEGUNDA LECTURA

De las homilías de Mons. Enrique Angelelli (Homilía en la fiesta de la Santísima Trinidad, 8 de junio de 1974)


Para que la Vida divina abunde plenamente en el corazón de los pueblos

La Santísima Trinidad: este es el misterio fundamental para el Cristianismo. Es el alma de todo el Evangelio de Cristo y la Vida o Reino de Dios que se revela y se desarrolla en todo el Nuevo Testamento. Es el adorable misterio de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La misma Iglesia nace de la Trinidad: del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. La Iglesia es hija de la Trinidad. El cristiano es hijo de la Trinidad. Esta verdad del nacimiento de la Iglesia en la Trinidad es fundamental para comprenderla y comprender su misión en el mundo. Desde aquí comprenderemos mejor toda la obra colosal llevada a cabo por el Concilio Vaticano II. Más aún, toda la creación; todo cuanto nos rodea está marcado y sellado por la presencia de Dios Trinitario. El que tiene alma contemplativa podrá descubrir las huellas de Dios Padre que crea y saca de la nada a la existencia todo cuanto existe. Descubriremos que el Hijo, Jesucristo, es quien reconcilia, redime, salva, libera, lleva a toda la creación a la armonía rota por el pecado del hombre. Es el Espíritu Santo que purifica, reúne lo disperso, santifica, convoca a los hombres a vivir en fraternidad y comunión entre sí para hacer un pueblo nuevo que sea santo, sacerdotal y señor de las cosas. Nos hace verdaderamente el Pueblo de la Trinidad.

Esta presencia viva de la Santísima Trinidad en el corazón del cristiano es el secreto que hace fuerte a los mártires; que le da fuerza a todos los que trabajan por la justicia y el encuentro entre los hombres; es quien le da sabiduría y fortaleza para que los pueblos luchen para ser respetados y considerados como templos vivos de la Trinidad; es aquí donde encuentran sentido la vida de los consagrados que entregan totalmente la vida al servicio de sus hermanos; es aquí donde se mantienen frescos y permanentes los valores eternos escondidos en el corazón del Pueblo.

Qué pobres somos y cómo a veces nos equivocamos, cuando pretendemos juzgar a la Iglesia de la Trinidad con razones puramente humanas o considerarla como simple institución humana. Más allá de lo que los hombres podemos equivocarnos como fruto de la limitación humana o de nuestros pecados personales, sin embargo, nos debe alentar y darnos una serena paz interior el saber con certeza que existe una presencia viva y verdadera del Espíritu Santo que anima y asiste permanentemente a la Iglesia como Cristo la fundó, para que la Vida Trinitaria traída al mundo por Cristo sea cada vez más abundante y plena en el corazón de los pueblos.

Por eso, la Iglesia deberá jugarse hasta el martirio si fuere necesario, en el cumplimiento de su misión, para que los hombres y los pueblos sean siempre templos vivos de Dios y tratados como a tales. Aquí debemos ubicar el gran servicio que presta a la humanidad cuando señala todo aquello que atenta contra la dignidad del hombre y de los pueblos y que no los hace libres y felices sino desgraciados y esclavos. El hombre no ha sido creado, redimido y santificado por la Trinidad para ser esclavo sino libre; para ser feliz y no oprimido; para ser protagonista de su propio destino y no obsecuente. Solamente adorarás a Dios y a Él sólo servirás nos enseña el primer gran mandamiento; con toda tus fuerzas, con tu mente y corazón y el segundo, semejante a éste; esto mismo harás con tu hermano, que es todo hombre.

Responsorio cf. Mt 5, 6.10.12a
R. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. * Alégrense y regocíjense porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.
V. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos pertenece el Reino de los Cielos.
R. Alégrense y regocíjense porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.


Oración final
Dios todopoderoso y eterno,
que diste a los beatos Enrique Ángel, obispo,
y compañeros, mártires,
la gracia de luchar hasta la muerte
por practicar la justicia;
concede a tu pueblo que
viviendo con esperanza las contrariedades de esta vida
podamos contemplar eternamente tu rostro.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.