Consejo de lectura para políticos

Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia

Si algún hombre o mujer de la política me pidiera un consejo de lectura para este tiempo intenso que vivimos, entre las muchas posibilidades, le aconsejaría lo que santo Tomás de Aquino enseña sobre la virtud de la humildad (Suma Teológica II IIae q 161).

Despejemos un malentendido: en nuestro hablar popular, “humilde” es sinónimo de carenciado. Santo Tomás aclara: en ese sentido, la humildad no es una virtud. Aunque también señala, con perspicacia, que el que se desmerece a sí mismo tampoco es virtuoso.

La humildad, después de las virtudes teologales y las intelectuales, es una virtud fundamental en la vida espiritual de una persona.

Nos hace conscientes de nuestros límites y defectos, delante de Dios y los demás. Refrena la soberbia de creernos más de lo que somos o podemos, impidiéndonos recibir la ayuda de Dios y también la de los demás. Nos ubica positivamente y de manera realista ante el bien arduo que, nos atrae tanto como nos intimida.

La búsqueda de un bien arduo (la justicia, por ejemplo) requiere la conjunción de dos virtudes: “Una de ellas -observa- ha de atemperar y refrenar el ánimo, para que no aspire desmedidamente a las cosas excelsas, lo cual pertenece a la humildad, y la otra ha de fortalecer el ánimo contra la desesperación y empujarlo a desear las cosas grandes conforme a la recta razón, y es lo que hace la magnanimidad.” (S Th II IIae q 161 a 1).

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El domingo 26 de octubre, los ciudadanos daremos nuestro veredicto inapelable a las propuestas que nos hacen los diversos espacios políticos. 

El lunes 27 de octubre se abrirá un tiempo de construcción.

Los números darán ganadores a algunos; otros tendrán que asumir la derrota. A unos y otros, el Congreso les abrirá sus recintos para darnos leyes justas.  Unos y otros necesitarán humildad para reconocer que es más sencillo ganar poder, que usar de él para transformar realmente un país. 

Humildad para reconstruir con paciencia su convivencia, sus instituciones y también su economía. 

Todos los ciudadanos seguiremos batallando la vida, anhelando un país con posibilidades para todos. Una meta que, hasta ahora, parece un sueño. 

Todos tendremos que echar mano de la virtud de la humildad, porque tendremos que seguir intentando mejorar la vida de todos con paciente perseverancia. 

Dios nos auxilia, pero no hace lo que nosotros tenemos que hacer.

7 de octubre de 2025

Fiesta de la Virgen del Rosario

Fiesta patronal de la ciudad de San Francisco

Convocatoria del primer Sínodo diocesano – sábado 4 de octubre de 2025

Fiesta patronal de San Francisco

Convocatoria al primer Sínodo diocesano – Catedral de San Francisco – Sábado 4 de octubre de 2025

“Somos juglares del Señor, y la única paga que deseamos de ustedes es que permanezcan en verdadera penitencia […] ¿Qué son, en efecto, los siervos de Dios sino unos juglares que deben mover los corazones para encaminarlos a las alegrías del espíritu?” (Leyenda de Perusa 83).

Son palabras de nuestro padre san Francisco a los hermanos menores, que lo habían seguido en su aventura de ponerse al servicio del Señor.

En la Edad Media, los juglares eran artistas itinerantes que, yendo de pueblo en pueblo, interpretaban canciones populares, alegrando a la gente con su música, sus acrobacias o trucos de magia.

Inspirándose en ese espíritu trovador, hace ochocientos años, Francisco compone su Cántico de las Criaturas y ordena a sus hermanos que, a la predicación itinerante y popular del Evangelio, siga un alegre canto de alabanza al Creador.

Él mismo, según sabemos, poseía una bella voz y gustaba de cantar y hacer cantar. Ya desde jovencito, Francisco era un “juglar” enamorado de la vida y, por lo mismo, de la música y del canto. La influencia de su mamá, “Donna Pica”, habría sido decisiva para el desarrollo de su alma de trovador.

Es misteriosa, pero sabia y certera, la providencia de Dios que sabe preparar el corazón de aquellos a los que, en su designio salvador, asigna una misión. El joven y alegre trovador, tocado por la gracia en San Damián y su encuentro transformante con Jesucristo, se convirtió en el inmortal juglar del Evangelio que hoy sigue sumándonos a su canto.

Y Francisco será juglar de Cristo durante toda su vida. El Cántico de las Criaturas, compuesto poco antes de morir, será la culminación luminosa de esa vocación de cantar con la voz y con la vida las maravillas del Señor.

Francisco lo compone al cabo de una noche de intensos dolores físicos. Su cuerpo está exhausto y, llevado por esas tribulaciones, le suplica al Señor su poderosa intervención para soportarlas con paciencia. “Pues bien, hermano -le responde el Señor-; regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi reino” (Leyenda de Perusa 83). A la mañana siguiente, se “sentó, se concentró un momento y empezó a decir: «Altísimo, omnipotente, buen Señor…» Y compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran.”

Como les escribía en la Carta pastoral por los ochocientos años del Cántico: “Cuando celebramos en nuestra catedral, la espléndida imagen del panel central del presbiterio, que representa a san Francisco con el Evangelio en su mano y «confundido» con Cristo, parece decirnos: «¿Están realmente dispuestos a hacerse una sola cosa con Jesús, su Evangelio y la misión de llevar al mundo su Alegría? ¿No quieren ser también ustedes ‘juglares de Dios’?»” (Carta pastoral 3).

“Notemos algo importante -les decía también en la Carta pastoral-: ser «juglares del Señor» no es un modo de hacer cosas, sino una forma de ser y de encarar la vida. Es bonito cantar en la Misa o en una reunión comunitaria. El verdadero desafío, sin embargo, está fuera de los salones parroquiales: en nuestra casa, en nuestro barrio, en los espacios donde nos movemos cada día. Allí estamos llamados a ser «juglares del Señor.»” (Carta pastoral 7).

Sí, queridos hermanos: “Francisco, «juglar de Dios», tiene mucho para decirnos. Él tiene que estar presente en nuestro Sínodo.” (Carta pastoral 4).

Hoy convocamos a toda la Iglesia diocesana de San Francisco a la celebración de su primer Sínodo diocesano. Y Francisco estará presente ayudándonos a cantar con voz armoniosa la música que el Señor nos hace cantar.

Recogiendo los frutos del camino sinodal que venimos recorriendo desde 2019, en las distintas etapas de este itinerario, y después de una amplia consulta, inspirándome en el relato de las Bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11), les propongo como tema de nuestro Sínodo:

“La alegría de creer en Cristo: encuentro, camino y misión”

Este enunciado breve será ampliado por el Equipo de redacción del Sínodo al preparar el Instrumento de trabajo. A esta formulación hay que añadir el versículo conclusivo del relato evangélico: “Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.” (Jn 2, 11).

Escuchamos también aquí un eco del Documento de Aparecida: “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.” (DA 29).

Este es el camino que tenemos por delante y que, confiados en la Providencia, esperamos transitar con paso firme.

Espero que la celebración de nuestro Sínodo sea una especie de sacramento de las Bodas de Caná; que lo vivamos como vivieron aquella fiesta María y los discípulos, los esposos, sus invitados y los servidores.

He resuelto también designar a San Francisco de Asís como patrono de nuestro primer Sínodo diocesano. Que, como el “santo juglar de Dios”, también nos dejemos conquistar por Cristo y seamos dóciles instrumentos para la música del Espíritu Santo.

Y, mientras recorremos juntos este camino, a una sola voz, cantaremos como “juglares de Dios”. Cantaremos con Francisco, con María y con Brochero.

“Yo creo en Dios que canta, y que la vida hace cantar” (Noël Colombier).

Los que perdonan…

Domingo XXVII del tiempo ordinario, 5 de octubre (Lucas 17, 3-10)

Cuando Jesús habla de misericordia, conmueve. Cuando habla del perdón, inquieta. Lo constatamos este domingo: “Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», perdónalo».” (Lc 17, 3-4).

Discordia, injusticia y violencia serán siempre compañeras de camino del ser humano. Jesús ha traído la fuerza del perdón de Dios para desarmar su poder destructor.

Por eso, nos enseña a suplicar: “Padre, perdónanos como nosotros perdonamos”.

Comprendemos que los discípulos, al oír esta desmesura de Jesús, le pidan que les aumente la fe. Lo pedimos también nosotros: creer en serio en que Dios sana toda herida del corazón humano y nos capacita para perdonar al que nos ofende.

Hace ochocientos años, y al final de su vida, san Francisco de Asís compuso el Cántico de las criaturas. Poco tiempo después, ante un conflicto entre el obispo y el podestá de Asís, agregó esta estrofa:

“Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación. Bienaventurados aquellos que las soporten en paz, porque por ti, Altísimo, coronados serán.”

Ni la palabra de Jesús, ni las de su mejor discípulo, Francisco, pierden actualidad. Siempre necesitaremos transitar los caminos del perdón.

Buen domingo.

Ordenación diaconal

El pasado martes 22 de septiembre tuvo lugar la ordenación de los primeros diáconos permanentes de la diócesis de San Francisco: Raúl Quinteros y Luis Rolando.

Fue en las vísperas de la fiesta de la Virgen de la Merced en la parroquia de Arroyito.

Un momento de gracia para toda la diócesis.

Tienen la Palabra…

Homilía en la Misa de acción de gracias por los 35 años de ordenación sacerdotal – catedral de San Francisco (28 de septiembre de 2025)

“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.” (Lc 16, 19).

Volvemos a escuchar esta incisiva parábola de Jesús.

Hay estilos de vida que tienen efectos devastadores. No es la posesión de riquezas, sino esa ceguera interior que nos vuelve insensibles al drama humano. Un estilo de vida que va centrándose cada vez más en el propio interés y bienestar. El efecto es la insensibilidad frente a los “Lázaros” que yacen a nuestro lado.

Pero la parábola va más lejos aún: la insensibilidad frente al hermano que sufre es expresión de la sordera ante la Palabra de Dios.

“Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”, dice Jesús. Y añade: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán” (Lc 16, 29.31).

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“Tienen la Palabra… escúchenla”.

Tenemos a Jesús, Palabra encarnada, escuchada, acogida en el corazón y llevada a la vida. Palabra siempre primera, mientras la nuestra siempre será palabra segunda, respuesta a su llamada.

Toda la vida de la Iglesia está asentada en el humilde acto de escuchar para acoger y vivir. Humilde, pero también frágil, al punto que esa Palabra puede ser desoída, desobedecida y hasta olvidada.

Por eso, miramos a María, imagen perfecta de la Iglesia que escucha, acoge y vive la Palabra. En el peregrinaje de la fe, María precede en la escucha a los creyentes de todos los tiempos y lugares. A ella le pedimos que nos enseñe a acoger, obedecer y vivir el Evangelio.

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“Tienen la Palabra… escúchenla”.

El sacerdocio ministerial existe por una decisión del Señor que quiere que su Palabra, su Eucaristía y su Perdón sigan presentes en la vida del mundo. 

El ministerio presbiteral que recibimos hace treinta y cinco años ha nacido de la Palabra y está a su servicio.

La Palabra pasa por nosotros para llegar a todos. Pasa por nuestra humanidad, por nuestra biografía y por ese rico entramado de vínculos que son las comunidades cristianas por las que pasamos como servidores de la alegría de nuestros hermanos, como enseñaba Benedicto XVI.

La Palabra es siempre inseparable de la vida de quienes la escuchan, la acogen y buscan vivirla.

Ahí están nuestra familia, los amigos, el seminario, los obispos y presbíteros, los misioneros y agentes de pastoral, los consagrados, los que han sido probados por el dolor y nos confiaron su alma… Con ellos hemos aprendido a escuchar y a comunicar el Evangelio.

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Han pasado ya los días de la juventud. La madurez serena el alma, tiende a hacernos más pacientes con los demás, con nosotros mismos.

Hemos aprendido que en la vida se entremezclan luces y sombras, muerte y resurrección, pecado y gracia… Pero también a reconocer en ella, como los peregrinos de Emaús, al Señor que viene siempre de vencer la muerte y, como Resucitado, a darnos vida nueva.

La Palabra ha llegado a nosotros y ha encendido la luz poderosa de la fe.

La Palabra que nos ha iluminado nos dice -como Pablo a Timoteo- que hemos sido tratados “con misericordia” (1 Tim 1, 13) y, por eso, la fecundidad de nuestra vida, más que el éxito, está en la fidelidad a ese don gratuito, pero también misterioso, porque no nos permite saberlo todo, sino sabernos en las manos de un Dios bueno y jovial.

En estas jornadas de memoria del corazón damos gracias por el don del sacerdocio, de la fe compartida y de un ministerio que es bello y luminoso para nosotros.

Pero también, y en lo íntimo de la conciencia, nos sentimos llamados a ofrecerle el sacrificio de un corazón quebrantado y hasta humillado, porque nuestra fidelidad ha sido pobre y siempre desproporcionada frente al don recibido.

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Nuevamente miramos a María. Cada tarde nos presta sus palabras, su fe y su alegría para cantar su Magnificat. Al rezar el Rosario, ella también nos enseña a vivir los misterios de Cristo. Ella también nos anima a renovar nuestra frágil fidelidad en la Fidelidad del Todopoderoso que hace grandes cosas en los corazones humildes. Solo nos dice, como en Caná: “Hagan todo lo que Jesús les diga”.

A ella nos confiamos, una vez más.

Y que las palabras del anciano Pablo al joven Timoteo queden sembradas en nosotros y den fruto abundante: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de numerosos testigos.”

Así sea.

Escuchar a Dios

Domingo XXVI del tiempo ordinario (28 de septiembre de 2025): Lucas 16, 19-31

Este domingo escuchamos la parábola del rico y el pobre Lázaro, una radiografía de la indiferencia humana ante el sufrimiento del prójimo. El problema no radica en poseer riquezas, sino en un estilo de vida que nos ciega ante las necesidades humanas.

El mensaje de Jesús es inequívoco: Dios no es indiferente, ciego ni sordo; Él está siempre del lado del pobre. A nosotros nos corresponde decidir de qué lado queremos estar.

Ante la insistencia del rico de advertir a sus hermanos, Jesús añade: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán” (Lc 16,31).

Jesús lleva la cuestión a su núcleo religioso: la ceguera frente al pobre nace de la sordera ante Dios, que manda socorrerlo. Para vencer la indiferencia y alcanzar la salvación, es vital la escucha humilde del Padre, una Palabra capaz de quebrar la dureza de nuestro corazón.

Buen domingo.

Ordenación diaconal de Luis Rolando y Raúl Quinteros

Parroquia Nuestra Señora de la Merced de Arroyito (23/09/2025)

Con esta celebración eucarística ya estamos celebrando la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, una de las grandes jornadas marianas de nuestra Iglesia diocesana. 

Al celebrar esta tarde aquí, en Arroyito, tierra de María, ensanchemos el corazón y tengamos presentes a todas las comunidades, fieles y devotos de María de la Merced que, para esta fecha, la celebran con fe.  

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María nos sigue diciendo: “Hagan todo lo que Él les diga”

Se lo dijo a aquellos “servidores” (diakonois, dice el texto griego) de las bodas de Caná. Nos lo dice a nosotros como Iglesia diocesana. 

Como María, la Iglesia no puede tener, delante de Jesús, otra actitud que la escucha, la súplica y la obediencia. 

Si hoy nos alegramos de ordenar a los primeros hombres casados como diáconos permanentes es porque, en su momento, y a través de un camino eclesial muy rico, sentimos que el Señor nos ordenaba disponernos para dar este paso evangelizador. 

En esta obediencia a la palabra del Señor, que nos llega también a través de María, está el fundamento de nuestra alegría y también de la gracia con la que contaremos para ese desafío que, como intuimos, será la incorporación de la figura de los diáconos permanentes a nuestra vida y misión eclesial. 

Lo dijimos desde el inicio: si la presencia de los diáconos permanentes en nuestra pastoral es para que todo siga como hasta ahora, no tiene sentido. 

El camino sinodal que el Espíritu nos ha impulsado a recorrer, que estamos transitando y que tendrá una etapa especialmente intensa con la celebración de nuestro primer Sínodo diocesano, apunta a que cada comunidad cristiana y cada bautizado asuma con determinación su propia vocación y misión.

La providencial ordenación de estos servidores nos marca el camino: como Jesús, servidor del Padre y de los pobres, una Iglesia más misionera, más servidora y más “madre” de los pequeños, los descartados y los olvidados.

Es la huella de san Francisco de Asís, herido de amor, juglar de Dios y diácono él también, imagen perfecta de Cristo. 

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Días pasados, conversando con los miembros del Equipo diocesano para el camino sinodal, pero también con el Consejo presbiteral, he manifestado en voz alta una pregunta que me hago y que les hago: ¿tenemos todavía algo valioso que ofrecer a nuestros hermanos, aquí y ahora?

Para indicar una respuesta, vuelvo al evangelio, a la segunda mención que el texto hace de los diakonoi, los servidores. 

Son solo dos versículos, preciosos y enormes: “El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento».” (Jn 2, 9-10). 

Nos dice san Juan que, lo que ignoraba el encargado de la boda, “lo sabían los diakonoi, los servidores”. 

Nosotros tampoco ignoramos el origen de este vino, el más sabroso, el mejor vino. Y no lo ignoramos porque, como quizás hicieran aquellos servidores, lo hemos saboreado y sabemos las secuelas de aquella sobria embriaguez del Espíritu que produce. 

Ese vino es el Evangelio, es la persona del Señor, su Sangre gloriosa y vivificante. 

Él ha sellado nuestros labios con su Sangre preciosa. Él, y sólo Él, es el Señor de nuestras vidas. 

En la liturgia, el diácono comulga del cáliz que le presenta el obispo. Y su ministerio ofrecerlo a sus hermanos para que comulguen con la Sangre de la Nueva Alianza. 

Queridos Luis y Raúl: ¡beban siempre de este cáliz de salvación! ¡Embriáguense de Cristo! 

Los ministros del Evangelio hacemos muchas cosas buenas e importantes; sólo una, sin embargo, es necesaria. 

Como María de Betania elijan siempre la mejor parte y ayúdennos a hacer lo mismo: ser discípulos de Jesús.

Ustedes que, con Cecilia y Adriana, sus esposas, han aprendido a celebrar en la vida cotidiana las bodas de Cristo, su amor, su paciencia y su entrega, dispongan el corazón para el don que están a punto de recibir y, sobre todo, de vivir en el ministerio diaconal. 

¡Miremos juntos a María, redentora de cautivos y servidora del Evangelio!

Ella nos precede en el camino de la fe, de la misión y del servicio. 

A ella volvemos a confiarnos con la sencillez de los niños. 

Amén. 

Jesús, la primavera y los jóvenes

XXVº Domingo del tiempo ordinario: Lucas 16, 1-13 (21 de septiembre de 2025)

Este fin de semana comienza la primavera y los adolescentes celebran el Día del Estudiante.

Pensando en ellos, creo que valen las palabras de Jesús de este domingo: “Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas” (Lc 16, 9).

Esos “amigos” que nos pueden recibir en el cielo son los pobres. Pero ¿por qué habla del “dinero de la injusticia”? Jesús es realista y sabe que, en torno a las riquezas, se desatan pasiones e intereses oscuros. Pero, lejos de desanimarse o refugiarse en la evasión o el victimismo, nos abre un camino de salvación.

Los pobres, los pecadores, los enfermos son los “amigos” de Jesús. Estar con ellos, tenderles la mano, ofrecerles el perdón del Padre es el camino de Jesús y el que nos propone a quienes somos sus discípulos.

Las primaveras pasan y la juventud también, pero algunas decisiones nos marcan para siempre. Nos hacen incluso atravesar las puertas de la muerte y nos introducen en las “moradas eternas”.

Pensando en los chicos que este fin de semana celebran la primavera, pido para ellos que Cristo Salvador salga a su encuentro, los convenza con su verdad y los entusiasme con su propuesta de vida.

Buen domingo.

La Cruz

Domingo 14 de septiembre de 2025, Fiesta de la Exaltación de la Cruz: Juan 3, 13-17

“Debemos gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo: en Él está nuestra salvación, nuestra vida y nuestra resurrección; por Él hemos sido salvados y redimidos.” (Gal 6, 14).

Cuando santa Elena encontró en Jerusalén la “vera cruz”, se cuenta que tocaron con ella a un muerto y este revivió. Leyenda o no, este relato piadoso expresa de forma contundente la fe cristiana: la cruz salva.

Ante la cruz podemos sentir rechazo y miedo, pero también inquietud. Es comprensible: el Crucificado atrae, intriga y seduce… y suscita la fe. Como lo vio el profeta: “sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas” (Is 53, 2), Jesús crucificado es, sin embargo, “el más hermoso de los hombres” (Salmo 44, 3).

En el Gólgota ha ocurrido algo que ha cambiado para siempre la historia humana: el sacrificio del Hijo de Dios, el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo.

Como escuchamos hoy: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único…” (Jn 3, 16). Solo ante el Amor crucificado podemos decir: Amén, creo en Vos, Señor.

Mirá al Crucificado, y dejate mirar por Él.

Buen domingo.