Peregrinos y llamados a ser santos
Domingo XXIIIº del tiempo ordinario: Lucas 14, 25-33 (7 de septiembre de 2025) – 36ª Peregrinación Juvenil al Santuario de Villa Concepción del Tío

Este domingo, el Papa León XIV canonizará a los beatos Pier Giorgio Frassati (1901-1925) y Carlo Acutis (1991-2006).
La canonización es un rito en el que la Iglesia reconoce que estos dos bautizados, ya santificados por el Espíritu Santo, han vivido con radicalidad su vida cristiana. A través de este acto, el papa los inscribe en el catálogo de los santos para que sean venerados por los fieles.
La Iglesia reconoce así que estos dos jóvenes vivieron su bautismo de manera ejemplar, cumpliendo el llamado de Jesús: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.” (Lc 14, 25-27).
Mientras esto sucede en Roma, aquí se celebra la 36ª Peregrinación juvenil al Santuario de Villa Concepción del Tío, bajo el lema: «Peregrinos de Esperanza, llamados a la santidad».
La santidad según el Evangelio no pasa de moda. Es la verdadera libertad por la que suspiramos.
El Espíritu de Cristo sigue llevando a muchos a esa cumbre de vida. Sigue conquistando corazones y convenciendo conciencias.
Por eso, la Iglesia no deja de proponérselo a todos, especialmente a los jóvenes.
Buen domingo.

Recompensa
Domingo XXIIº del tiempo ordinario: Lucas 14, 1. 7-14 (31 de agosto de 2025)
“¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!” (Lc 14, 14).
El deseo de aprobación y reconocimiento es fuerte; tan legítimo como riesgoso, como ocurre con las cosas importantes de la vida.
Es también el deseo de Dios para nosotros. Miremos la bienaventuranza de este domingo: Jesús nos invita a la generosidad con quien no puede retribuirnos, pero nos alienta a esperar la verdadera recompensa, la que nos hará bienaventurados, realmente felices y plenos como personas.
Es una enseñanza oportuna en el tiempo de la búsqueda ansiosa de los “Me gusta” de las redes.
Dios, el Padre, sabe recompensar realmente a sus hijos. La “resurrección de los justos” es su promesa. Es la plenitud de vida, y comienza ya ahora cuando vivimos con autenticidad el amor, la solidaridad, la fraternidad. Es una semilla que, sembrada por Cristo, madurará en la vida eterna.
Jesús nos enseña a esperar esa recompensa de Dios. Es misión de su Iglesia ayudarnos a imaginarla y a vivirla.
Buen domingo.

Salvación
Domingo XXIº del tiempo ordinario (Lc 13, 22-30) – 24 de agosto de 2025
“Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»” (Lc 13, 23).

No sé si muchos hoy se hacen esta pregunta. Lo que sí sé es que el corazón humano sigue inquieto y sediento. Es también un corazón herido, necesitado de curación, nostálgico de vida, de verdad y de autenticidad.
“Traten de entrar por la puerta estrecha”, responde Jesús. Y añade que la sala del banquete del reino de Dios es tan espaciosa que “vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar”.
La fe a la que Jesús nos invita es esa puerta estrecha que se abre a un generoso espacio de comunión. Traspuesto su umbral, ahí están la Palabra, la eucaristía y los sacramentos, la oración humilde y el perdón fraterno. Está el Padre, está Jesús y su Espíritu; y una multitud de semejantes que reconocemos como hermanos.
Así experimentamos la salvación aquí y ahora, incluso en medio de toda la oscuridad de la historia humana.
Siempre que hay una mano tendida, el corazón reaviva su inquietud de comunión con Dios, con los demás y con toda la creación. Y experimenta la salvación que Dios nos regala y que alcanzará su plenitud en el cielo, en la vida eterna.
Buen domingo.

Elecciones 2025
Reflexiones para este año electoral que vivimos los argentinos
A lo largo de este 2025, los argentinos transitamos un nuevo «año electoral», con comicios de medio término para renovar a los miembros del Poder Legislativo. La fecha de las elecciones varía en cada jurisdicción, y aunque la participación parece disminuir, muchos ciudadanos nos preparamos para votar.

La Iglesia no impone a los católicos el deber de votar, pero sí los anima a participar en la construcción de la sociedad más justa posible. En ese sentido, apela a la conciencia de cada persona, recordándonos que no podemos desentendernos del bien común, especialmente de los más vulnerables.
El voto es un acto moral que involucra la conciencia y la libertad. Como ciudadano y católico, considero al sufragio como una herramienta para alcanzar el bien común, al igual que otros espacios de participación ciudadana: la familia y la escuela, la parroquia y el barrio, los clubes, las cooperativas de trabajo, las empresas u otras organizaciones sociales.
Gracias a Dios, nuestra Argentina es rica y dinámica en la participación de sus ciudadanos en estas organizaciones. Vale la pena tenerlo presente.
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Como muchos de mi generación, voto desde 1983 y pienso hacerlo nuevamente en octubre. Comparto tres criterios que pueden iluminar nuestro compromiso social.
Primero, al elegir a nuestros representantes para el Parlamento tenemos que pensar en personas con preparación y talento, criterio y actitudes para afianzar la paz, la amistad social y la convivencia a través del delicado oficio de elaborar leyes justas. No hay libertad y desarrollo sin instituciones políticas sólidas que aseguren el estado de derecho y el imperio de la ley para todos. Para mí, esto se traduce en democracia y república, con un fundamento claro: la Constitución. Pero también, y en cierto modo, de manera más honda: en la honestidad y virtud de los hombres y mujeres que se proponen como candidatos.
Segundo, como discípulo de Jesús, no puedo dejar de situarme desde la perspectiva de los más frágiles: los pobres, los que sufren y los que quedan fuera de las transformaciones sociales, económicas y tecnológicas en curso. Después de 42 años de democracia, tenemos una deuda social inmensa que nos obliga a trabajar por un desarrollo económico integral que beneficie a todos. Si bien existen diferentes visiones legítimas sobre el rol del Estado o la iniciativa privada, en democracia podemos elegir la opción que consideremos mejor. En esta materia, salvo algunos principios fundamentales, no hay dogmas absolutos.
Por último, y como complemento de los puntos anteriores, creo que debemos votar con libertad interior. El clima electoral suele ser irracional y un poco loco, con posturas radicalizadas que presentan las opciones como una lucha apocalíptica entre el bien y el mal. La realidad nos muestra que, más allá de los resultados, tenemos que seguir trabajando con paciencia, perseverancia, inteligencia y hasta con buen humor. El adversario de ayer es hoy un conciudadano, un vecino con el que compartimos un sufrido presente y muchas oportunidades de encuentro y construcción. Por eso, le pido a Dios la gracia de la libertad interior.
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Como obispo, mi misión fundamental es anunciar a Jesucristo y animar a todos a vivir según su Evangelio. Por eso, hablo con pasión del Dios vivo que Jesús nos ha revelado.
Él vino a este mundo, donde crecen el trigo y la cizaña, y se identificó con los pobres y pequeños. Con parábolas entrañables, nos habló del Padre y su acción salvadora en el mundo: un Dios que crea y cuida, cura y resucita. En su Pascua de cruz y resurrección nos mostró el Rostro trinitario del Dios Amor. Y así nos enseñó a amar como Él nos amó, a perdonar y buscar la reconciliación.
Ese es el trigo que está creciendo y que alcanzará su plenitud en el cielo. Esa es la verdad que resplandecerá para siempre. Así crece la esperanza.
San Francisco, 18 de agosto de 2025

El fuego de Jesús
Evangelio del XX Domingo del tiempo ordinario (17 de agosto de 2025): Lucas 12, 39-53
En la Misa, antes de la comunión, el sacerdote recuerda las palabras de Jesús: “Les dejo la paz, les doy mi paz” (Jn 14, 27). Después intercambiamos el saludo de la paz.
Sin embargo, en el Evangelio de este domingo, escuchamos unas palabras que parecen contradecir este mensaje: «He venido a traer fuego sobre la tierra… ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz? No, les digo que he venido a traer la división» (Lc 12, 49-51).
¿Paz o división?
Jesús está ansioso por cumplir su misión. Quiere encender el mundo con el fuego del amor de Dios. Es lo que hará en su pasión. Desea ardientemente recibir ese bautismo.
Así culminará su misión evangelizadora. Jesús se acercó a los pobres, trató con ternura a los enfermos y a los niños, ofreció el perdón a los pecadores. La respuesta que recibió fue el rechazo de la cruz. El que elige seguirlo por ese camino, tarde o temprano, experimentará lo mismo: ofrecer la paz al mundo suele encontrar resistencia y rechazo, incluso violencia.
El fuego que Jesús ha traído es su Espíritu. Sigue derramándose sobre el mundo, toca los corazones y los enciende en la misma pasión de Jesús. Y los colma de paz, especialmente en medio de las tormentas más fuertes.
Y, de esa manera, la reconciliación de Dios alcanza al mundo herido. Ese es el amor que finalmente prevalecerá por encima de todo.
Buen domingo.

La bolsa de Jesús
Evangelio del domingo XIXº del tiempo ordinario: Lucas 12, 32-48
“No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.” (Lc 12, 32-34).
En este pasaje, Jesús nos presenta dos caminos: acumular o dar. Una bolsa para guardar y amontonar cosas, o una bolsa para compartir y vaciar. Para Él, la decisión de usar nuestra «bolsa» de una u otra forma define el rumbo de nuestra vida.
La clave está en nuestra experiencia de Dios. Si hemos sentido el amor inmenso de un Padre que nos ha dado todo, entonces entendemos que lo primero en la vida no es un mandamiento rígido, sino haber sido tocados por un amor grande que libera nuestro corazón para ser generosos.
El tesoro que Jesús tiene en su corazón es ese amor, y quiere compartirlo con nosotros.
Aunque Jesús habla de vender los bienes y darlos a los pobres, muy pocos están llamados a ese desprendimiento. Para la mayoría de sus discípulos, el desafío es diferente, pero igual de exigente: poseer bienes sin que nos dominen. Se trata de tener cosas sin dejar que endurezcan el corazón, poniéndolas al servicio de los demás.
Volvamos a la imagen de la bolsa. Se trata de elegir qué clase de personas queremos ser: o una bolsa para que nuestras cosas junten moho, o una bolsa amplia en la que siempre hay algo para compartir con los demás.
Buen domingo.

Paz, pan y trabajo de la mano de san Cayetano
Como cada año, este 7 de agosto miles de argentinos celebran a san Cayetano en santuarios, parroquias, humildes capillas o ermitas de los barrios. El patrono de la Paz, del Pan y del Trabajo se ha ganado un lugar en el corazón de nuestro pueblo.




Su imagen más antigua se encuentra en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales erigida en Buenos Aires por santa María Antonia de Paz y Figueroa, “Mama Antula”.
Mama Antula tenía una gran devoción por san Cayetano. A él le confió la misión que le hizo caminar miles de kilómetros para llevar a sus hermanos la experiencia de los ejercicios espirituales. Y, cuando erigió la Santa Casa, puso bajo su protección el desarrollo de los retiros espirituales.
Así nació la devoción argentina por este santo. Une dos cosas que son inseparables en la experiencia cristiana: el encuentro con Cristo y la solidaridad con los demás.
La súplica por el pan, el trabajo y la paz que miles de argentinos elevan hoy en su peregrinación a san Cayetano nos muestra de qué está hecho el corazón humano: sed de Dios y de fraternidad, de felicidad verdadera y de bienestar para todos.
A lo largo de estos años, los obispos y la Iglesia en Argentina, no hemos dejado de hacer oír nuestra voz en cada fiesta de san Cayetano. Estamos ahora donde hemos estado siempre: acompañando a nuestro pueblo, orando con los peregrinos y devotos, haciendo nuestras sus peticiones de pan, de trabajo y de fraternidad, dando gracias por los beneficios recibidos.
Nuestro país es grande y rico. Su mayor riqueza son las personas, el “capital humano”. Por eso, duele que, a lo largo de estos años de democracia, junto con innegables logros, no hayamos podido alcanzar un desarrollo social y económico que mejore la vida de todos. Como decíamos preparando los bicentenarios: la deuda social sigue siendo la que más nos pesa.
Es un desafío para la política económica, pero es mucho más que ella: por eso, seguimos insistiendo en la amistad social, la cultura del encuentro y la fraternidad, como nos enseñara el papa Francisco.
Los discípulos de Cristo, las comunidades cristianas y sus pastores estaremos siempre junto a los que quedan en el camino de las crisis sociales, económicas y políticas.
¿Qué les ofrecemos? Lo que hemos recibido: la fe cristiana en Dios, nuestra mayor riqueza. Ella siembra esperanza y da fuerzas para luchar por la justicia y trabajar por el bien común. Y es la esperanza en la vida eterna.
De la mano de san Cayetano, de santa Mama Antula y del Santo Cura Brochero seguimos caminando como “peregrinos de la Esperanza”.

Ricos a los ojos de Dios
El Evangelio del Domingo XVIIIº del tiempo ordinario: Lucas 12, 13-21
Este domingo, otra parábola de Jesús nos hace pensar. Ante una cosecha excepcional, un rico propietario planifica su futuro: “Demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: ‘Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida.” (Lc 12, 18-19).
Sus decisiones giran en torno a sus bienes, pero en realidad, definen su vida. Hace cálculos lógicos, aunque parece ignorar algo fundamental: “Insensato -le dice Dios-, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios.” (Lc 12, 20).
La advertencia de Jesús es clara: «Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas» (Lc 12, 15).
Nuestra mayor riqueza no son las posesiones, sino que es Dios y nuestra relación con Él. La avaricia desequilibra el corazón y le quita su vitalidad. Sin ese lazo con Dios, el corazón se marchita, se encierra en sí mismo y se apaga.
Esto es lo que hace a Jesús único y fascinante: su comunión inmediata con el Padre y la infinita riqueza de su ser: Él es el Hijo del Padre. A quienes se abren a Él por la fe les da su Espíritu para que, como Él, seamos ricos a los ojos de Dios.
Buen domingo.

Orar, creer y vivir
El Evangelio del Domingo XVII del tiempo ordinario: Lucas 11, 1-13
“Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!” (Lc 11, 13).
Jesús está en oración, y sus discípulos, tocados por su ejemplo, le ruegan: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11, 1). La respuesta es el Padre Nuestro.
Creer, orar y vivir. Aunque distintas, en la vida de un creyente son realidades intercambiables. La historia de nuestra fe es la historia de nuestro camino de oración. Ambas se entrelazan íntimamente con nuestras opciones fundamentales y en cómo nos paramos frente a las experiencias cotidianas.
Las palabras de Jesús que citamos al inicio arrojan nueva luz. A pesar de nuestra fragilidad, los seres humanos somos capaces del amor incondicional.
Dios es un Padre con entrañas de madre. El Padre Nuestro expresa todo lo que podemos desear y pedirle. Sin embargo, Jesús nos ofrece mucho más que palabras correctas para una plegaria. Su Padre quiere darnos el Espíritu mismo de Jesús.
Los deseos y peticiones del Padre Nuestro son los mismos de Jesús, el Hijo. El Espíritu Santo inspira nuestra oración y asegura que las palabras se correspondan con los sentimientos y actitudes más profundos. La oración se convierte en una vida transfigurada por la fe.
Hoy es la Jornada Mundial de los Abuelos, cuyo lema es: “Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza” (Ecco 14,2). Lo celebramos con gratitud porque quienes nos enseñaron a orar nos han ensanchado el corazón para albergar la esperanza. Nos han enseñado a vivir.
Buen domingo.

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