Fiesta patronal de San Francisco

Convocatoria al primer Sínodo diocesano – Catedral de San Francisco – Sábado 4 de octubre de 2025

“Somos juglares del Señor, y la única paga que deseamos de ustedes es que permanezcan en verdadera penitencia […] ¿Qué son, en efecto, los siervos de Dios sino unos juglares que deben mover los corazones para encaminarlos a las alegrías del espíritu?” (Leyenda de Perusa 83).

Son palabras de nuestro padre san Francisco a los hermanos menores, que lo habían seguido en su aventura de ponerse al servicio del Señor.

En la Edad Media, los juglares eran artistas itinerantes que, yendo de pueblo en pueblo, interpretaban canciones populares, alegrando a la gente con su música, sus acrobacias o trucos de magia.

Inspirándose en ese espíritu trovador, hace ochocientos años, Francisco compone su Cántico de las Criaturas y ordena a sus hermanos que, a la predicación itinerante y popular del Evangelio, siga un alegre canto de alabanza al Creador.

Él mismo, según sabemos, poseía una bella voz y gustaba de cantar y hacer cantar. Ya desde jovencito, Francisco era un “juglar” enamorado de la vida y, por lo mismo, de la música y del canto. La influencia de su mamá, “Donna Pica”, habría sido decisiva para el desarrollo de su alma de trovador.

Es misteriosa, pero sabia y certera, la providencia de Dios que sabe preparar el corazón de aquellos a los que, en su designio salvador, asigna una misión. El joven y alegre trovador, tocado por la gracia en San Damián y su encuentro transformante con Jesucristo, se convirtió en el inmortal juglar del Evangelio que hoy sigue sumándonos a su canto.

Y Francisco será juglar de Cristo durante toda su vida. El Cántico de las Criaturas, compuesto poco antes de morir, será la culminación luminosa de esa vocación de cantar con la voz y con la vida las maravillas del Señor.

Francisco lo compone al cabo de una noche de intensos dolores físicos. Su cuerpo está exhausto y, llevado por esas tribulaciones, le suplica al Señor su poderosa intervención para soportarlas con paciencia. “Pues bien, hermano -le responde el Señor-; regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi reino” (Leyenda de Perusa 83). A la mañana siguiente, se “sentó, se concentró un momento y empezó a decir: «Altísimo, omnipotente, buen Señor…» Y compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran.”

Como les escribía en la Carta pastoral por los ochocientos años del Cántico: “Cuando celebramos en nuestra catedral, la espléndida imagen del panel central del presbiterio, que representa a san Francisco con el Evangelio en su mano y «confundido» con Cristo, parece decirnos: «¿Están realmente dispuestos a hacerse una sola cosa con Jesús, su Evangelio y la misión de llevar al mundo su Alegría? ¿No quieren ser también ustedes ‘juglares de Dios’?»” (Carta pastoral 3).

“Notemos algo importante -les decía también en la Carta pastoral-: ser «juglares del Señor» no es un modo de hacer cosas, sino una forma de ser y de encarar la vida. Es bonito cantar en la Misa o en una reunión comunitaria. El verdadero desafío, sin embargo, está fuera de los salones parroquiales: en nuestra casa, en nuestro barrio, en los espacios donde nos movemos cada día. Allí estamos llamados a ser «juglares del Señor.»” (Carta pastoral 7).

Sí, queridos hermanos: “Francisco, «juglar de Dios», tiene mucho para decirnos. Él tiene que estar presente en nuestro Sínodo.” (Carta pastoral 4).

Hoy convocamos a toda la Iglesia diocesana de San Francisco a la celebración de su primer Sínodo diocesano. Y Francisco estará presente ayudándonos a cantar con voz armoniosa la música que el Señor nos hace cantar.

Recogiendo los frutos del camino sinodal que venimos recorriendo desde 2019, en las distintas etapas de este itinerario, y después de una amplia consulta, inspirándome en el relato de las Bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11), les propongo como tema de nuestro Sínodo:

“La alegría de creer en Cristo: encuentro, camino y misión”

Este enunciado breve será ampliado por el Equipo de redacción del Sínodo al preparar el Instrumento de trabajo. A esta formulación hay que añadir el versículo conclusivo del relato evangélico: “Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.” (Jn 2, 11).

Escuchamos también aquí un eco del Documento de Aparecida: “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.” (DA 29).

Este es el camino que tenemos por delante y que, confiados en la Providencia, esperamos transitar con paso firme.

Espero que la celebración de nuestro Sínodo sea una especie de sacramento de las Bodas de Caná; que lo vivamos como vivieron aquella fiesta María y los discípulos, los esposos, sus invitados y los servidores.

He resuelto también designar a San Francisco de Asís como patrono de nuestro primer Sínodo diocesano. Que, como el “santo juglar de Dios”, también nos dejemos conquistar por Cristo y seamos dóciles instrumentos para la música del Espíritu Santo.

Y, mientras recorremos juntos este camino, a una sola voz, cantaremos como “juglares de Dios”. Cantaremos con Francisco, con María y con Brochero.

“Yo creo en Dios que canta, y que la vida hace cantar” (Noël Colombier).

Los que perdonan…

Domingo XXVII del tiempo ordinario, 5 de octubre (Lucas 17, 3-10)

Cuando Jesús habla de misericordia, conmueve. Cuando habla del perdón, inquieta. Lo constatamos este domingo: “Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», perdónalo».” (Lc 17, 3-4).

Discordia, injusticia y violencia serán siempre compañeras de camino del ser humano. Jesús ha traído la fuerza del perdón de Dios para desarmar su poder destructor.

Por eso, nos enseña a suplicar: “Padre, perdónanos como nosotros perdonamos”.

Comprendemos que los discípulos, al oír esta desmesura de Jesús, le pidan que les aumente la fe. Lo pedimos también nosotros: creer en serio en que Dios sana toda herida del corazón humano y nos capacita para perdonar al que nos ofende.

Hace ochocientos años, y al final de su vida, san Francisco de Asís compuso el Cántico de las criaturas. Poco tiempo después, ante un conflicto entre el obispo y el podestá de Asís, agregó esta estrofa:

“Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación. Bienaventurados aquellos que las soporten en paz, porque por ti, Altísimo, coronados serán.”

Ni la palabra de Jesús, ni las de su mejor discípulo, Francisco, pierden actualidad. Siempre necesitaremos transitar los caminos del perdón.

Buen domingo.

Ordenación diaconal

El pasado martes 22 de septiembre tuvo lugar la ordenación de los primeros diáconos permanentes de la diócesis de San Francisco: Raúl Quinteros y Luis Rolando.

Fue en las vísperas de la fiesta de la Virgen de la Merced en la parroquia de Arroyito.

Un momento de gracia para toda la diócesis.

Tienen la Palabra…

Homilía en la Misa de acción de gracias por los 35 años de ordenación sacerdotal – catedral de San Francisco (28 de septiembre de 2025)

“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.” (Lc 16, 19).

Volvemos a escuchar esta incisiva parábola de Jesús.

Hay estilos de vida que tienen efectos devastadores. No es la posesión de riquezas, sino esa ceguera interior que nos vuelve insensibles al drama humano. Un estilo de vida que va centrándose cada vez más en el propio interés y bienestar. El efecto es la insensibilidad frente a los “Lázaros” que yacen a nuestro lado.

Pero la parábola va más lejos aún: la insensibilidad frente al hermano que sufre es expresión de la sordera ante la Palabra de Dios.

“Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”, dice Jesús. Y añade: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán” (Lc 16, 29.31).

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“Tienen la Palabra… escúchenla”.

Tenemos a Jesús, Palabra encarnada, escuchada, acogida en el corazón y llevada a la vida. Palabra siempre primera, mientras la nuestra siempre será palabra segunda, respuesta a su llamada.

Toda la vida de la Iglesia está asentada en el humilde acto de escuchar para acoger y vivir. Humilde, pero también frágil, al punto que esa Palabra puede ser desoída, desobedecida y hasta olvidada.

Por eso, miramos a María, imagen perfecta de la Iglesia que escucha, acoge y vive la Palabra. En el peregrinaje de la fe, María precede en la escucha a los creyentes de todos los tiempos y lugares. A ella le pedimos que nos enseñe a acoger, obedecer y vivir el Evangelio.

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“Tienen la Palabra… escúchenla”.

El sacerdocio ministerial existe por una decisión del Señor que quiere que su Palabra, su Eucaristía y su Perdón sigan presentes en la vida del mundo. 

El ministerio presbiteral que recibimos hace treinta y cinco años ha nacido de la Palabra y está a su servicio.

La Palabra pasa por nosotros para llegar a todos. Pasa por nuestra humanidad, por nuestra biografía y por ese rico entramado de vínculos que son las comunidades cristianas por las que pasamos como servidores de la alegría de nuestros hermanos, como enseñaba Benedicto XVI.

La Palabra es siempre inseparable de la vida de quienes la escuchan, la acogen y buscan vivirla.

Ahí están nuestra familia, los amigos, el seminario, los obispos y presbíteros, los misioneros y agentes de pastoral, los consagrados, los que han sido probados por el dolor y nos confiaron su alma… Con ellos hemos aprendido a escuchar y a comunicar el Evangelio.

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Han pasado ya los días de la juventud. La madurez serena el alma, tiende a hacernos más pacientes con los demás, con nosotros mismos.

Hemos aprendido que en la vida se entremezclan luces y sombras, muerte y resurrección, pecado y gracia… Pero también a reconocer en ella, como los peregrinos de Emaús, al Señor que viene siempre de vencer la muerte y, como Resucitado, a darnos vida nueva.

La Palabra ha llegado a nosotros y ha encendido la luz poderosa de la fe.

La Palabra que nos ha iluminado nos dice -como Pablo a Timoteo- que hemos sido tratados “con misericordia” (1 Tim 1, 13) y, por eso, la fecundidad de nuestra vida, más que el éxito, está en la fidelidad a ese don gratuito, pero también misterioso, porque no nos permite saberlo todo, sino sabernos en las manos de un Dios bueno y jovial.

En estas jornadas de memoria del corazón damos gracias por el don del sacerdocio, de la fe compartida y de un ministerio que es bello y luminoso para nosotros.

Pero también, y en lo íntimo de la conciencia, nos sentimos llamados a ofrecerle el sacrificio de un corazón quebrantado y hasta humillado, porque nuestra fidelidad ha sido pobre y siempre desproporcionada frente al don recibido.

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Nuevamente miramos a María. Cada tarde nos presta sus palabras, su fe y su alegría para cantar su Magnificat. Al rezar el Rosario, ella también nos enseña a vivir los misterios de Cristo. Ella también nos anima a renovar nuestra frágil fidelidad en la Fidelidad del Todopoderoso que hace grandes cosas en los corazones humildes. Solo nos dice, como en Caná: “Hagan todo lo que Jesús les diga”.

A ella nos confiamos, una vez más.

Y que las palabras del anciano Pablo al joven Timoteo queden sembradas en nosotros y den fruto abundante: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de numerosos testigos.”

Así sea.

Escuchar a Dios

Domingo XXVI del tiempo ordinario (28 de septiembre de 2025): Lucas 16, 19-31

Este domingo escuchamos la parábola del rico y el pobre Lázaro, una radiografía de la indiferencia humana ante el sufrimiento del prójimo. El problema no radica en poseer riquezas, sino en un estilo de vida que nos ciega ante las necesidades humanas.

El mensaje de Jesús es inequívoco: Dios no es indiferente, ciego ni sordo; Él está siempre del lado del pobre. A nosotros nos corresponde decidir de qué lado queremos estar.

Ante la insistencia del rico de advertir a sus hermanos, Jesús añade: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán” (Lc 16,31).

Jesús lleva la cuestión a su núcleo religioso: la ceguera frente al pobre nace de la sordera ante Dios, que manda socorrerlo. Para vencer la indiferencia y alcanzar la salvación, es vital la escucha humilde del Padre, una Palabra capaz de quebrar la dureza de nuestro corazón.

Buen domingo.

Ordenación diaconal de Luis Rolando y Raúl Quinteros

Parroquia Nuestra Señora de la Merced de Arroyito (23/09/2025)

Con esta celebración eucarística ya estamos celebrando la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, una de las grandes jornadas marianas de nuestra Iglesia diocesana. 

Al celebrar esta tarde aquí, en Arroyito, tierra de María, ensanchemos el corazón y tengamos presentes a todas las comunidades, fieles y devotos de María de la Merced que, para esta fecha, la celebran con fe.  

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María nos sigue diciendo: “Hagan todo lo que Él les diga”

Se lo dijo a aquellos “servidores” (diakonois, dice el texto griego) de las bodas de Caná. Nos lo dice a nosotros como Iglesia diocesana. 

Como María, la Iglesia no puede tener, delante de Jesús, otra actitud que la escucha, la súplica y la obediencia. 

Si hoy nos alegramos de ordenar a los primeros hombres casados como diáconos permanentes es porque, en su momento, y a través de un camino eclesial muy rico, sentimos que el Señor nos ordenaba disponernos para dar este paso evangelizador. 

En esta obediencia a la palabra del Señor, que nos llega también a través de María, está el fundamento de nuestra alegría y también de la gracia con la que contaremos para ese desafío que, como intuimos, será la incorporación de la figura de los diáconos permanentes a nuestra vida y misión eclesial. 

Lo dijimos desde el inicio: si la presencia de los diáconos permanentes en nuestra pastoral es para que todo siga como hasta ahora, no tiene sentido. 

El camino sinodal que el Espíritu nos ha impulsado a recorrer, que estamos transitando y que tendrá una etapa especialmente intensa con la celebración de nuestro primer Sínodo diocesano, apunta a que cada comunidad cristiana y cada bautizado asuma con determinación su propia vocación y misión.

La providencial ordenación de estos servidores nos marca el camino: como Jesús, servidor del Padre y de los pobres, una Iglesia más misionera, más servidora y más “madre” de los pequeños, los descartados y los olvidados.

Es la huella de san Francisco de Asís, herido de amor, juglar de Dios y diácono él también, imagen perfecta de Cristo. 

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Días pasados, conversando con los miembros del Equipo diocesano para el camino sinodal, pero también con el Consejo presbiteral, he manifestado en voz alta una pregunta que me hago y que les hago: ¿tenemos todavía algo valioso que ofrecer a nuestros hermanos, aquí y ahora?

Para indicar una respuesta, vuelvo al evangelio, a la segunda mención que el texto hace de los diakonoi, los servidores. 

Son solo dos versículos, preciosos y enormes: “El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento».” (Jn 2, 9-10). 

Nos dice san Juan que, lo que ignoraba el encargado de la boda, “lo sabían los diakonoi, los servidores”. 

Nosotros tampoco ignoramos el origen de este vino, el más sabroso, el mejor vino. Y no lo ignoramos porque, como quizás hicieran aquellos servidores, lo hemos saboreado y sabemos las secuelas de aquella sobria embriaguez del Espíritu que produce. 

Ese vino es el Evangelio, es la persona del Señor, su Sangre gloriosa y vivificante. 

Él ha sellado nuestros labios con su Sangre preciosa. Él, y sólo Él, es el Señor de nuestras vidas. 

En la liturgia, el diácono comulga del cáliz que le presenta el obispo. Y su ministerio ofrecerlo a sus hermanos para que comulguen con la Sangre de la Nueva Alianza. 

Queridos Luis y Raúl: ¡beban siempre de este cáliz de salvación! ¡Embriáguense de Cristo! 

Los ministros del Evangelio hacemos muchas cosas buenas e importantes; sólo una, sin embargo, es necesaria. 

Como María de Betania elijan siempre la mejor parte y ayúdennos a hacer lo mismo: ser discípulos de Jesús.

Ustedes que, con Cecilia y Adriana, sus esposas, han aprendido a celebrar en la vida cotidiana las bodas de Cristo, su amor, su paciencia y su entrega, dispongan el corazón para el don que están a punto de recibir y, sobre todo, de vivir en el ministerio diaconal. 

¡Miremos juntos a María, redentora de cautivos y servidora del Evangelio!

Ella nos precede en el camino de la fe, de la misión y del servicio. 

A ella volvemos a confiarnos con la sencillez de los niños. 

Amén. 

Jesús, la primavera y los jóvenes

XXVº Domingo del tiempo ordinario: Lucas 16, 1-13 (21 de septiembre de 2025)

Este fin de semana comienza la primavera y los adolescentes celebran el Día del Estudiante.

Pensando en ellos, creo que valen las palabras de Jesús de este domingo: “Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas” (Lc 16, 9).

Esos “amigos” que nos pueden recibir en el cielo son los pobres. Pero ¿por qué habla del “dinero de la injusticia”? Jesús es realista y sabe que, en torno a las riquezas, se desatan pasiones e intereses oscuros. Pero, lejos de desanimarse o refugiarse en la evasión o el victimismo, nos abre un camino de salvación.

Los pobres, los pecadores, los enfermos son los “amigos” de Jesús. Estar con ellos, tenderles la mano, ofrecerles el perdón del Padre es el camino de Jesús y el que nos propone a quienes somos sus discípulos.

Las primaveras pasan y la juventud también, pero algunas decisiones nos marcan para siempre. Nos hacen incluso atravesar las puertas de la muerte y nos introducen en las “moradas eternas”.

Pensando en los chicos que este fin de semana celebran la primavera, pido para ellos que Cristo Salvador salga a su encuentro, los convenza con su verdad y los entusiasme con su propuesta de vida.

Buen domingo.

La Cruz

Domingo 14 de septiembre de 2025, Fiesta de la Exaltación de la Cruz: Juan 3, 13-17

“Debemos gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo: en Él está nuestra salvación, nuestra vida y nuestra resurrección; por Él hemos sido salvados y redimidos.” (Gal 6, 14).

Cuando santa Elena encontró en Jerusalén la “vera cruz”, se cuenta que tocaron con ella a un muerto y este revivió. Leyenda o no, este relato piadoso expresa de forma contundente la fe cristiana: la cruz salva.

Ante la cruz podemos sentir rechazo y miedo, pero también inquietud. Es comprensible: el Crucificado atrae, intriga y seduce… y suscita la fe. Como lo vio el profeta: “sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas” (Is 53, 2), Jesús crucificado es, sin embargo, “el más hermoso de los hombres” (Salmo 44, 3).

En el Gólgota ha ocurrido algo que ha cambiado para siempre la historia humana: el sacrificio del Hijo de Dios, el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo.

Como escuchamos hoy: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único…” (Jn 3, 16). Solo ante el Amor crucificado podemos decir: Amén, creo en Vos, Señor.

Mirá al Crucificado, y dejate mirar por Él.

Buen domingo.

Testamento espiritual del Cardenal Estanislao Esteban Karlic

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

La Verdad de la fe católica es la que confieso como luz, la luz con la que pido al Señor me ilumine para hacer este testamento.  Me pongo ante la Misericordia Divina rogando me envuelva con su amor redentor en el último momento de mi vida terrena.

Doy gracias a Dios por el amor que me regaló desde antes de la creación en Cristo Redentor.  Le doy gracias porque desde antes de la creación Dios Padre dispuso el proyecto de amor redentor en Cristo su Hijo y en la Iglesia, su Cuerpo místico.

El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio de Cristo, Camino, Verdad y Vida.  Todos los hombres de la historia estamos en este designio, no en otro.  Según este designio he querido vivir. Y en él están incluidos todos los dones que he recibido: la vida que me dio el Señor a través de mis queridos padres, que desde su Croacia natal fueron recibidos por esta tierra argentina, generosa y acogedora, en la que pudieron crecer como familia, trabajar y dar un futuro a sus hijos; doy gracias por el inmenso don del bautismo, por la educación que recibí en el seno familiar junto a mis hermanas, Milka y Catalina, en mi pueblo natal, Oliva, y en Córdoba.  El Colegio Monserrat me dio no sólo una formación humana estupenda, sino una multitud de maestros y amigos entrañables que me acompañaron a lo largo de toda mi existencia, amistades inolvidables prolongadas no pocas veces a través de sus hijos.  En la Acción Católica de los años 40 recibí el profundo amor a la eucaristía frecuente y a la fidelidad a Dios en toda la conducta, que nos impulsaba a los jóvenes entonces a entregar la vida en la santidad cotidiana.   En ese ambiente maduró el llamado de Dios a la vida sacerdotal.  Mi paso por la Universidad de Córdoba, aunque breve, dejó una huella importante en mi formación.  En el Seminario de Córdoba, el Colegio Pio Latinoamericano de Roma y la Universidad Gregoriana, el Señor me prodigó múltiples bienes, en conocimientos y en personas.

Agradezco inmensamente la gracia del orden sagrado que me llevó a vivir parte de mi servicio a la Iglesia en la querida Arquidiócesis de Córdoba, como presbítero primero y como obispo auxiliar luego, junto al Cardenal Raúl Primatesta que siempre fue para mí un modelo de virtudes y de santidad episcopal.  De la entrañable Córdoba conservo la invitación permanente a la vida santa y vínculos profundos con innumerables miembros de toda la Iglesia diocesana: sacerdotes, consagrados y laicos.

A la Arquidiócesis de Paraná que me acogió como su Arzobispo y en la que permanezco como emérito, a todos sus sacerdotes, a sus consagrados y laicos, a cuantos me acompañaron fielmente en la curia, con quienes compartí y comparto tantos años de vida, mi más profunda gratitud, porque fui testigo de sus claros y espléndidos testimonios de fidelidad al Evangelio que me dieron fuerza para los combates espirituales. 

A la Arquidiócesis de Buenos Aires, en cuya Facultad de Teología fui profesor varios años, le agradezco la gracia de haber conocido y acompañado a algunos de sus miembros en su amor a la Verdad revelada y la posibilidad de profundizar en su misterio, en diálogo con profesores y amigos de muy alto nivel académico y espiritual y de exquisita calidad humana.  Entre ellos no quiero dejar de mencionar al querido Lucio Gera, que fue un verdadero hermano para mí.  Otras grandes y valiosas amistades de mi vida tuvieron su origen allí.

A mis hermanos obispos quiero agradecer muy profundamente su testimonio de fidelidad a su ministerio, y la confianza que depositaron en mi persona con las responsabilidades que me asignaron.  Confío en que las penas y dificultades que afrontan en el ejercicio de su ministerio en estos tiempos sirvan para fortalecerlos e impulsarlos a continuar sin desfallecer en la senda de Cristo.

En su inmensa bondad, el Señor quiso también regalarme relaciones entrañables con el episcopado latinoamericano que luego se extendieron hasta América del Norte, así como también con obispos de otras partes del mundo con quienes tuve la gracia de compartir trabajos y responsabilidades que me enriquecieron enormemente.  Doy especialmente gracias por mis vínculos con la Iglesia en Alemania, que tanta ayuda dispensó a la Arquidiócesis de Paraná, en particular a los párrocos y fieles de la parroquia Santa Margarita de Sulzbach-am-Main, en la diócesis de Würzburg, y por la prolongada, generosa y estable relación con los miembros de la Parroquia de la Santísima Trinidad, de la Diócesis de Chur, en Adliswil, Suiza, cuya amistad aún me honra. A todos ellos mi gratitud y bendición.

San Juan Pablo II me distinguió inmerecidamente designándome miembro del Comité de Redacción del Catecismo de la Iglesia Universal, y así me permitió vivir una experiencia extraordinaria del amor universal de la Iglesia por todos los hombres.

Con la elevación al cardenalato que hizo de mi pobre persona el Papa Benedicto XVI, recibí nuevamente una gracia inmerecida, que me ayudó a servir con mayor cercanía al Santo Padre y a sus colaboradores. 

A la Orden de San Agustín, que me hizo miembro suyo en 2005, le agradezco la riqueza espiritual que me aportó, así como la cordial acogida que me dispensó año tras año en mis viajes a Roma. 

Ante el Señor puedo decir sin temor a exagerar que se cumplió acabadamente en mí Su promesa a quienes se entreguen a Él, del ciento por uno en hermanos y bienes.  Todas éstas fueron gracias muy grandes y ante tantos dones recibidos no puedo más que agradecer y pedir sinceramente perdón por mi pobre respuesta a tanto bien.

Pido perdón de todo corazón a nuestro Señor y a todos aquellos a quienes pueda haber lastimado con mis pecados.  Les ruego que me encomienden a la Misericordia Divina.  Quiero a mi vez perdonar a quienes me hayan ofendido.  Pido al Señor me regale un corazón misericordioso. 

A quienes se hayan sentido afectados por mis actos u omisiones en el ejercicio de mi ministerio, les reitero mi más profundo pedido de perdón y la promesa de mi oración para que el Señor sane sus heridas, que no quise infligir voluntariamente pero que sé que los afectan aún hoy. 

Sé que me encontraré cuando el Señor disponga, ante el juicio divino, pero – con palabras de Benedicto XVI- sé también, que mi Juez es al mismo tiempo mi Abogado, que quiso cargar sobre Sí la multitud de mis pecados y se entregó voluntariamente por mí a la muerte y muerte de cruz.  Me entrego, pues, confiado, a la Divina Misericordia con la certeza que me da la fe cristiana.

(…)

Pido ser sepultado con las vestimentas de Cardenal que generosamente me regaló mi amigo ya difunto, el Cardenal William Levada, en la Catedral de Paraná,  con la casulla que me regaló la comunidad de Santa Margarita de Sulzbach am Main con motivo de mi ordenación episcopal en 1977, sea en el altar del Santísimo Sacramento o en la Capilla del Santísimo, si es que se lleva a cabo el proyecto de hacerla.  Con mi sepultura en dicho lugar quiero significar que el sacrificio de mi vida no ha sido sino el querer ser asumido como persona en el mismo sacrificio de Cristo, hecho presente en la Santísima Eucaristía.

A los miembros sobrevivientes de mi familia de la sangre, en primer lugar, a mi sobrina Cristina Ferrero y a su familia, les dejo la memoria de mi amor y agradecimiento, por su caridad en la vida familiar, pidiendo al Señor los colme de Su gracia y santidad para el reencuentro definitivo en el Cielo.

Al Señor Arzobispo de Paraná, Monseñor Juan Alberto Puiggari, mi gratitud por sus años de servicio fiel como Obispo Auxiliar, y por su indiscutible fraternidad como Arzobispo.

A las Monjas benedictinas del Monasterio Nuestra Señora del Paraná, mi gratitud y bendición, por su cordial y permanente acogida, y por su asistencia y caridad en los últimos tiempos, bendición que extiendo a la Abadía del Gozo de María y a todas sus monjas, y a la Abadía de Santa Escolástica.

Al pueblo que peregrina en la Argentina le digo que he querido servir a mi bendita patria con toda el alma, soñando para ella una vida de auténtica fraternidad, como hijos del mismo Padre, basada en el genuino respeto y diálogo para dar a todos la oportunidad de vivir la vida a la altura de la generosidad que el Señor ha tenido con esta tierra a la que ha colmado de tantos y tan espléndidos dones.  Comprometo mi oración para que todos los argentinos seamos capaces de ponernos de pie y salir con sabiduría, valentía y de verdad de la pobreza material y espiritual en que lamentablemente nos hemos sumergido con el paso de los años.  Quiera el Señor perdonar nuestros muchos pecados y darnos la gracia de una auténtica conversión moral para hacerlo posible.

En esta memoria final no quiero olvidar a nadie. Por eso llevo en mi corazón a todas las personas que he conocido, a cuantos han sido mis queridos amigos, a cuantos han rezado por mí y me han hecho algún bien, y también a quienes les ha sido más difícil amarme.

Que María Santísima me acoja en su amor de Madre, como lo hace con su Hijo y con todos los santos.

Amén.

Cardenal Estanislao Esteban Karlic

 Arzobispo Emérito de Paraná

En la Casa de María del Monasterio benedictino Nuestra Señora del Paraná, de Aldea María Luisa, en la Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo del año del Señor 2024

Oración por los 139 años de la ciudad de San Francisco

¡Es bueno dar gracias al Señor y bendecir su Nombre!

¡Qué nunca olvidemos, Señor, los beneficios de tu providencia a lo largo de estos 139 años de vida ciudadana!

Te damos gracias por esta tierra generosa y fértil.

Te damos gracias, sobre todo, por los hombres y mujeres que han forjado nuestra historia.

Nos sentimos deudores de su generosidad, de su visión de futuro y de sus innumerables sacrificios para legarnos nuestro presente.

Te damos gracias por el ingenio, la laboriosidad y el deseo de superación que has puesto en nuestros corazones.

Te pedimos sabiduría para discernir entre el bien y el mal, eligiendo siempre el bien posible, aquí y ahora, sobrepuestos de toda mezquindad o interés egoísta.

Te pedimos espíritu de justicia y solidaridad, de perdón y reconciliación, porque una ciudad no puede crecer sin la amistad social y el respeto por la dignidad de cada persona.

Te pedimos también que podamos seguir edificando una ciudad que integre la belleza, el desarrollo y el respeto por el ambiente; una ciudad en la que la prioridad la tengan siempre las personas, las familias, los niños y los menos favorecidos.

Gracias, Padre bueno, porque la riqueza más grande que nos has dado tiene el rostro de cada habitante de esta ciudad que amamos.

Te pedimos para nosotros el espíritu amable y fraterno de nuestro santo patrono: San Francisco de Asís.

Amén.

Templo dedicado a San Francisco en Plaza San Francisco, solar donde fue fundada la ciudad el 9 de septiembre de 1886