Caminantes

«La Voz de San Justo», domingo 23 de abril de 2022

“Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. […]” (Lc 24, 28-29).

El evangelio de los peregrinos de Emaús de este domingo (cf. Lc 24, 13-35) nos muestra lo que, desde siempre, es la fe cristiana: experiencia de camino y presencia; de palabra, encuentro y misión. Y, en el centro de todo, la persona de Jesús, el Señor. 

Los discípulos desandan el camino de Jerusalén a su pueblo. En realidad, es la imagen de una expectativa frustrada; legítima, pero incompleta: esperaban un mesías político, y Jesús terminó ajusticiado como ladrón. 

Sin embargo, no todo está dicho. En esa historia de dolor y frustración, algo importante se les ha pasado. Jesús se encargará de hacérselos ver: de la mano de las viejas Escrituras de Israel, tantas veces escuchadas, les mostrará que, en ese drama de pasión, Dios estaba realizando su plan de salvación. 

El relato nos enseña que un creyente no puede hacer lecturas apresuradas de la vida. Siempre hay que caminar, dejando espacio para que el Peregrino nos diga cómo Dios ve y hace las cosas; como Él las sabe hacer, no como nosotros lo imaginamos. Y termine despertando la misma plegaria que hizo nacer en el corazón de aquellos dos hermanos nuestros. 

“Señor Jesús, también nosotros albergamos en el corazón tantas expectativas no cumplidas. Nos cuesta comprender por dónde pasa el camino de Dios. Pero, si Vos caminás con nosotros, seguramente nos harás arder el corazón, arrancando de él esta súplica de amigos: «Esta tarde, Señor, cuando parece que todo se acaba, quedate con nosotros y danos ese Pan que es tu Cuerpo. Y, así, reanimá nuestra esperanza. Amén” 

¡Ánimo! El Espíritu sabe vencer todo rigorismo espiritual y moral

La «conversión» de san Pablo…

El rigorismo moral es una verdadera patología del espíritu. Una dureza de corazón y ceguera espiritual que, normalmente, hace sufrir mucho. En primer lugar, a la propia persona que lo padece… y también a quienes lo tratan.

Cuando se apodera de un grupo de personas genera un clima irrespirable, lleno de tensiones, agresiones y altanería. Puede tener la apariencia de fina religiosidad; es, sin embargo, mundano hasta la raíz. Ahí no está Dios.

Y puede ser -si hablamos en esos términos- tanto de fisonomía conservadora como progresista, cada uno con sus matices y peculiaridades, pero moralistas al fin.

Para algunos autores, esta ceguera espiritual es más grave que muchos pecados que, precisamente, tienen su matriz en ella. Difícil de reconocer y, por eso, de vencer, sobre todo por las propias fuerzas.

Suele ir de la mano de un fuerte perfeccionismo narcisista, de la enfermedad dolorosa de los escrúpulos, del juicio implacable hacia los demás que expresa la falta de misericordia consigo mismo.

Nunca ve matices. Todo se ve y se juzga en blanco y negro.

Es una cárcel triste de la que es difícil salir. Un verdadero infierno. Asomarse al alma de quien lo padece, superado el rechazo inicial, despierta una inmensa compasión. Y la súplica a Dios para que libre a esas almas atormentadas.

Lo que es imposible para el hombre, no lo es para Dios, sobre todo, para ese exquisito orfebre de manos diestras, el artesano de la vida espiritual: el Espíritu Santo.

Su campo de acción es precisamente nuestro corazón humano, duro, ciego, empedernido, desconfiado. A Él le suplicamos en la Secuencia de Pentecostés: “Suaviza nuestra dureza,
elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.”

¿Cómo nos trabaja el Espíritu para liberarnos de esa prisión?

Sus caminos son variados, creativos y muy concretos. Siempre actúa respetando delicadamente la propia biografía humana y espiritual, la propia libertad y conciencia personales. Sabe esperar. Camina la paciencia, como enseña san Pablo.

Y, como Persona divina, tiene la capacidad de entrar en el corazón humano, sin violentarlo ni apresurarlo, para conducirlo a la Verdad, al Bien y a la Belleza que es el Rostro de Cristo. En su acción, la gracia divina y la libertad humana convergen de manera admirable, sin confusión ni división, sin separación ni yuxtaposición. Como en la encarnación…

Sin embargo, la experiencia nos enseña dos cosas que, a mi criterio, son fundamentales.

En primer lugar, en algún punto del propio camino, el que sufre de este rigorismo moral, toca fondo: su empeño por ser perfecto choca invariablemente con su propia finitud y fragilidad. Es una experiencia dura, pero también de gracia. Allí, en el momento duro del descenso a los propios infiernos del alma, el Espíritu actúa de manera extraordinaria.

Es un punto de quiebre. Todo se puede ganar o desmoronar. Pero, si la humillación de verse pobre, pecador y miserable abre paso a la humildad, el Espíritu Santo obre el milagro: el hombre o mujer aquejados de esta enfermedad del espíritu se ve liberado, consolado por dentro, pacificado y, bajando por el camino de la humildad, es llevado hasta el encuentro salvador con Cristo.

Comprende, como el personaje de Bernanos, que “todo es gracia” y que hay que serenar el corazón y dejarse llevar.

Aquí se abre el segundo aspecto, complementario al anterior: el Espíritu Santo vence nuestra dureza interior mostrándonos el Rostro del Crucificado, su deslumbrante y desconcertante belleza, su mansedumbre, su paciencia, su omnipotencia divina perfectamente manifestada en su fragilidad de Cordero inmolado.

Es una verdadera revolución espiritual: el Espíritu Santo nos lleva ante el Crucificado -como ocurre en la liturgia del Viernes Santo- para que besemos su Rostro y sus llagas; nos convence de su Belleza salvadora; nos desarma ante el Amor más grande.

Es la experiencia de tantos hermanos y hermanas que, desde la dureza del rigorismo, se han convertido en testigos de la Mansedumbre de Cristo: de san Pablo a san Ignacio, pasando por Teresita del Niño Jesús y san Francisco de Sales.

Así que: ¡ánimo, el Señor te llama, como a aquel ciego del camino que, en un momento brillante de docilidad a la gracia se puso a gritar, suplicando la misericordia del Señor que pasa!

La fe de Tomás

«La Voz de San Justo», domingo 16 de abril de 2023

“Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».  Tomas respondió: «¡Señor mío y Dios mío!».” (Jn 20, 26-28).

Jesús resucitado puede atravesar los muros que levanta el miedo. Y lo hace haciéndose presente en persona. Con su Paz vence nuestros miedos.

Dios y su acción en el mundo no son evidentes. La creación revela tanto como oculta su Presencia. Esta experiencia es más intensa con el Dios encarnado que además murió y resucitó. Por eso, siempre habrá incrédulos; o, mejor, siempre habrá que abrirse a la fe con un gesto gratuito de libertad. Como Tomás.

Y esta apertura solo es posible con otros. Se puede ser no creyente en solitario. No se puede creer en Cristo sino en comunidad. Solo cuando Tomás se reencuentra con sus hermanos que le dicen: “Hemos visto al Señor” (Jn 20, 25), puede comenzar a transitar el camino de la fe.

A Tomás, y a todos los Tomás de la historia, el Señor nos dirige la última bienaventuranza del Evangelio: “Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!».” (Jn 20, 29).

“Señor Jesús: Estás en medio de nosotros, ofreciéndonos tu Paz, soplando sobre nosotros tu Espíritu y enviándonos al mundo. Cada domingo, el primer día de la semana, nos reunimos para escuchar tu Palabra y reconocerte presente en la Eucaristía que nos alimenta. Como Tomás, también nosotros te confesamos Señor y Dios nuestro. Amén.”

Amén: Francisco responde

Vuelvo a publicar mi primera reacción al documental «Amén: Francisco responde».

Se puede analizar (y criticar) el documental desde muchos puntos de vista, examinando sus diversos aspectos: el hecho en sí mismo, el grupo de jóvenes convocados, los sesgos de las intervenciones, el intercambio que se genera, las respuestas del Papa y el acierto de lo que dice…

Aquí, yo solo pregunto en voz alta: salvadas todas las distancias («mutatis mutandis», decían los latinos), ¿este encuentro no se parece a los que curas, catequistas y obispos tenemos normalmente?

En las visitas pastorales y encuentros, por ejemplo, con chicos de secundaria, afloran cuestiones similares. Uno va desarmado, con un poco de ansiedad por lo que esos chicos y chicas quieran decir.

Al menos, en mis respuestas trato de ser honesto y claro, aunque muchas veces me vuelva reprochándome algo (o mucho) de lo que dije. En ocasiones, dándome cuenta de que mis respuestas pueden haber sonado a «producto enlatado».

Los jóvenes, sean creyentes o no, merecen que nos expongamos así. Para mí, es una forma de amor hacia ellos… de «caridad pastoral».

Es lo que ví en Francisco y apruebo, más allá de algunas respuestas que yo no hubiera dado como él (aborto y «sicarios», por ejemplo).

Estoy con Francisco.

“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.

Lo escribió Francisco en su documento programático “La alegría del Evangelio”. Lo ha repetido muchísimas veces. Y lo ha puesto en práctica, una y otra vez.

Una de estas ocasiones está, por estas horas, dando su vuelta al mundo. Es el documental: “Amén: Francisco responde”, realizado por Disney y que, aquí en Argentina, se puede ver en la plataforma de streaming Star Plus.

¿Qué decir al respecto?

Ante todo, que hay que tomarse el tiempo (unos 82 minutos) para ver, escuchar y rumiar ese encuentro. Vale la pena. Ojalá que, en un tiempo, podamos tener un mejor acceso (es decir, gratis), porque el documental puede resultar un magnífico material evangelizador.

Verlo, hacerlo ver, reflexionar sobre él y los múltiples aspectos que tiene: el Papa, su actitud e intervenciones; los jóvenes, sus rostros y vivencias, sus cuestionamientos y lo que dejan dando vueltas en el corazón de quienes los escuchan; el modo de entrecruzarse la fe, la vida, las esperanzas y las inconsistencias que habitan el corazón humano.

El equipo que lo preparó reunión a un grupo de jóvenes que representan distintos mundos juveniles. No son todos e incluso se puede criticar una prevalencia de temas y preocupaciones (aborto, lgtb+, increencia, etc.) que dejan en sombra -o, a la espera- otras realidad juveniles.

Vuelvo sobre la frase que abre este artículo. En esa hora y media que dura el documental ha pasado precisamente eso que el papa Francisco propone a la Iglesia.

El hecho es evangelizador. Es más: es Evangelio, buena y alegre noticia. Francisco, anciano y rengueando, se expuso a la mirada, a las preguntas y a los corazones de esos diez chicos llegados a Roma desde distintos rincones del mundo, pero, sobre todo, desde vivencias muy duras de la vida y de la fe.

Y Francisco fue desarmado. En algunos tramos del diálogo, incluso se notó que esa exposición no estaba guionada. Se dejó interrogar y, como nos pasa a todos, se lo vio buscando palabras para decir; pero, sobre todo, tantear gestos de genuina cercanía… y también de exquisita ternura.

Imposible no pensar en lo que los evangelios nos cuentan de los encuentros de Jesús con -aquí hay que usar la palabra- los “pecadores”: Jesús toma la iniciativa y, con su sola presencia de amigo, pone en marcha el reencuentro. El gesto es lo que cuenta como hecho de salvación. Los evangelios no nos dicen nada acerca de qué hablan en torno a la mesa. Siempre destacan la iniciativa de Jesús, la alegría de sus eventuales comensales y lo que desata en sus corazones: ver, si no, lo que pasa en Jericó y, sobre todo, en el corazón de Zaqueo.

El diálogo, en sí mismo, es también destacable. Se dio entre los jóvenes y el papa, pero también, en torno a Francisco, los mismos jóvenes dialogaron entre sí, intercambiaron miradas, experiencias y silencios. Al finalizar, Francisco le puso nombre a ese estilo de encuentro: la fraternidad que nace de ese Dios Padre que nos ha mostrado Jesús. Potente mensaje.

El encuentro tuvo sus momentos álgidos. El intercambio con el joven español que saca a la luz el drama de los abusos. La joven argentina (de Santiago del Estero) que se declara católica y feminista, y que le acercó al papa el pañuelo verde. En ese punto, Francisco tuvo la claridad del amor y la misericordia. Tuvo el equilibrio que supone decir la Verdad del Amor y en el Amor (el Logos cristiano -al decir de Benedicto XVI- es también Agape).

Lo más fuerte -para mí- es el diálogo que se dio en torno a la experiencia de la joven que trabaja en el mundo de la pornografía. Ahí, Francisco recibió la inestimable ayuda de una veinteañera española, Neocatecumenal, que entró en diálogo con exquisito tacto. Francisco se sumó a ese difícil intercambio de miradas.

A esta joven, el papa le reservó lo que a mis oídos sonó como una evangélica bienaventuranza: le agradeció y felicitó por el testimonio de su fe en medio de un contexto difícil y, como buen padre en la fe, le señaló con claridad que ese viaje que es la fe cristiana siempre estará marcado por la prueba.

La fe -le dijo- solo crece como fe probada, e impugnada, añado yo.

Aquí me detengo. Espero verlo de nuevo con mayor detenimiento. Hay mucha tela para cortar de este intenso encuentro del papa con el mundo de los jóvenes… o, al menos, con algunas situaciones juveniles.

¡Qué bueno es vivir la fe en una Iglesia que muestra lo mejor de sí misma (el Evangelio animado por el Espíritu) cuando se ve obligada a salir de sí misma, a dejarse herir y hasta “ensuciar” por el barro de la historia!

Sí, yo también “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.

¡Gracias Francisco y gracias chicos y chicas que nos regalaron este momento de Pascua en medio de esta Pascua 2023!

Democracia y partidos políticos desde la enseñanza social de la Iglesia

Los partidos políticos tienen la tarea de favorecer una amplia participación y el acceso de todos a las responsabilidades públicas. Los partidos están llamados a interpretar las aspiraciones de la sociedad civil orientándolas al bien común, ofreciendo a los ciudadanos la posibilidad efectiva de concurrir a la formación de las opciones políticas. Los partidos deben ser democráticos en su estructura interna, capaces de síntesis política y con visión de futuro.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, 213).

Un pendiente de nuestra joven democracia (¡solo cuarenta años!) es la democratización interna de los partidos y las coaliciones políticas. Supone reglas claras, conocidas y aprobadas por todos. También procesos previsibles de tiempo para conocer candidatos y propuestas.

Hasta ahora, salvo alguna excepción, ha regido el “dedazo”, por usar una imagen que todos entendemos.

Que un dirigente tenga como meta ser candidato y alcanzar un puesto de poder es normal y necesario. El altruismo no está en esto, sino en el virtuoso (y no negociable) respeto por la ley pero, sobre todo, en la exigente laboriosidad de empeñarse por el bien común, superando los intereses de parte (también los de su parte).

Es parte del juego democrático entonces que, dentro de cada espacio político, haya una lucha legítima por hacerse de las candidaturas y alcanzar el poder. Incluso que los debates de ideas y propuestas sean fuertes, duros y de alto voltaje.

Los ciudadanos necesitamos conocer qué piensan, como sienten y, sobre todo, cómo se mueven en la gestión concreta de los conflictos los que después nos pedirán el voto.

Pero tiene que ser en el marco de un proceso electoral -como dije arriba- previsible y medianamente ordenado.

Si el legítimo interés en dirimir candidaturas absorbe todas las energías puede que ocurra como está pasando ahora: la discusión sobre candidaturas, salvo excepciones, deja peligrosamente de lado -o, al menos, en suspenso- los problemas reales que aquejan a la sociedad y a los ciudadanos: de la inflación a la inseguridad, la incertidumbre de futuro de los jóvenes o la previsión de la vejez de los que ven cercana la jubilación, más un largo etcétera. Aparece así el canto de sirena de la “antipolítica”…

Como hemos señalado tantas veces: la actual crisis de la democracia se alimenta del descrédito de una política que parece enamorada de sí misma, más que del interés general, de la pasión por el bien común, o cómo queramos llamar al bien que ha de perseguir esa noble vocación.

Pienso que, a cuarenta años de haber “recuperado” la democracia, tenemos que recrear los consensos que nos permitieron salir de la noche oscura de la violencia política y el terrorismo de estado, a saber: la dignidad de la persona humana y sus derechos, pero también la opción que hicimos por el camino de la democracia para construir nuestro futuro.

Mensaje Pascual 2023

«La Voz de San Justo», domingo 9 de abril de 2023

“El Ángel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán». Esto es lo que tenía que decirles».” (Mt 28, 5-7).

Entre asustadas y contentas, las mujeres que reciben este anuncio se ponen en camino. Es una misión: decir a los discípulos que Jesús resucitado los espera en Galilea. Es entonces -nos cuenta el evangelio- que acontece el encuentro: en el camino de esa misión, Jesús mismo les sale al paso.

Es posible que los que se reúnan para celebrar esta Pascua 2023 sean un pequeño grupo, una minoría perdida en medio del ruido de una sociedad en otra cosa. Sin embargo, es posible también que, si el anuncio encuentra el mismo eco que encontró en el corazón de aquellas mujeres, se produzca el mismo extraordinario acontecimiento.

Cuando, con confianza, se cree en Dios, los ojos se abren y se ve la realidad completa. La verdad nos alcanza en toda su belleza. El Resucitado nos vence y nos convence con su presencia.

Queridos hermanos: es lo que deseo para todos nosotros en esta Pascua 2023. Por eso, abramos los oídos, escuchemos a tantos “ángeles” que nos gritan que el Crucificado que buscamos está vivo … y, como aquellas mujeres, tengamos la santa audacia de volver al Evangelio para escucharlo a Él.

La oración, sobre todo, la que es hecha con la valentía de la humildad, nos expone al influjo del Espíritu que resucitó a Jesús. ¿Te animás a rezar conmigo?

En esta noche de Pascua, el anuncio de tu resurrección, Señor Jesús, vuelve a atravesar el tiempo y a traspasar los corazones.

En ese anuncio vos mismo venís a nosotros, te hacés presente y nos convencés con el fulgor de tu Verdad.

Vos que has resucitado de entre los muertos, que conocés desde dentro todas nuestras muertes y miedos, transfiguranos con tu Pascua.

Tu mirada diáfana de resucitado nos espera en los ojos de los hermanos: los pobres, los tristes, los que luchan cada día, los que se levantan, los que esperan contra toda esperanza.

Nos alcanza en el don precioso de tu Eucaristía y del perdón que nos resucita.

Tu luz pascual se refleja -¡qué bien lo sabemos!- en los ojos de María, que acompaña nuestro caminar.

Con ella te decimos: Amén.

¡Jesús ha resucitado! ¡Muy feliz Pascua para todos!

San Francisco, 9 de abril de 2023, Domingo de Pascua

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San rancisco

Amén: Francisco responde

“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.

Lo escribió Francisco en su documento programático “La alegría del Evangelio”. Lo ha repetido muchísimas veces. Y lo ha puesto en práctica, una y otra vez.

Una de estas ocasiones está, por estas horas, dando su vuelta al mundo. Es el documental: “Amén: Francisco responde”, realizado por Disney y que, aquí en Argentina, se puede ver en la plataforma de streaming Star Plus.

¿Qué decir al respecto?

Ante todo, que hay que tomarse el tiempo (unos 82 minutos) para ver, escuchar y rumiar ese encuentro. Vale la pena. Ojalá que, en un tiempo, podamos tener un mejor acceso (es decir, gratis), porque el documental puede resultar un magnífico material evangelizador.

Verlo, hacerlo ver, reflexionar sobre él y los múltiples aspectos que tiene: el Papa, su actitud e intervenciones; los jóvenes, sus rostros y vivencias, sus cuestionamientos y lo que dejan dando vueltas en el corazón de quienes los escuchan; el modo de entrecruzarse la fe, la vida, las esperanzas y las inconsistencias que habitan el corazón humano.

El equipo que lo preparó reunión a un grupo de jóvenes que representan distintos mundos juveniles. No son todos e incluso se puede criticar una prevalencia de temas y preocupaciones (aborto, lgtb+, increencia, etc.) que dejan en sombra -o, a la espera- otras realidad juveniles.

Vuelvo sobre la frase que abre este artículo. En esa hora y media que dura el documental ha pasado precisamente eso que el papa Francisco propone a la Iglesia.

El hecho es evangelizador. Es más: es Evangelio, buena y alegre noticia. Francisco, anciano y rengueando, se expuso a la mirada, a las preguntas y a los corazones de esos diez chicos llegados a Roma desde distintos rincones del mundo, pero, sobre todo, desde vivencias muy duras de la vida y de la fe.

Y Francisco fue desarmado. En algunos tramos del diálogo, incluso se notó que esa exposición no estaba guionada. Se dejó interrogar y, como nos pasa a todos, se lo vio buscando palabras para decir; pero, sobre todo, tantear gestos de genuina cercanía… y también de exquisita ternura.

Imposible no pensar en lo que los evangelios nos cuentan de los encuentros de Jesús con -aquí hay que usar la palabra- los “pecadores”: Jesús toma la iniciativa y, con su sola presencia de amigo, pone en marcha el reencuentro. El gesto es lo que cuenta como hecho de salvación. Los evangelios no nos dicen nada acerca de qué hablan en torno a la mesa. Siempre destacan la iniciativa de Jesús, la alegría de sus eventuales comensales y lo que desata en sus corazones: ver, si no, lo que pasa en Jericó y, sobre todo, en el corazón de Zaqueo.

El diálogo, en sí mismo, es también destacable. Se dio entre los jóvenes y el papa, pero también, en torno a Francisco, los mismos jóvenes dialogaron entre sí, intercambiaron miradas, experiencias y silencios. Al finalizar, Francisco le puso nombre a ese estilo de encuentro: la fraternidad que nace de ese Dios Padre que nos ha mostrado Jesús. Potente mensaje.

El encuentro tuvo sus momentos álgidos. El intercambio con el joven español que saca a la luz el drama de los abusos. La joven argentina (de Santiago del Estero) que se declara católica y feminista, y que le acercó al papa el pañuelo verde. En ese punto, Francisco tuvo la claridad del amor y la misericordia. Tuvo el equilibrio que supone decir la Verdad del Amor y en el Amor (el Logos cristiano -al decir de Benedicto XVI- es también Agape).

Lo más fuerte -para mí- es el diálogo que se dio en torno a la experiencia de la joven que trabaja en el mundo de la pornografía. Ahí, Francisco recibió la inestimable ayuda de una veinteañera española, Neocatecumenal, que entró en diálogo con exquisito tacto. Francisco se sumó a ese difícil intercambio de miradas.

A esta joven, el papa le reservó lo que a mis oídos sonó como una evangélica bienaventuranza: le agradeció y felicitó por el testimonio de su fe en medio de un contexto difícil y, como buen padre en la fe, le señaló con claridad que ese viaje que es la fe cristiana siempre estará marcado por la prueba.

La fe -le dijo- solo crece como fe probada, e impugnada, añado yo.

Aquí me detengo. Espero verlo de nuevo con mayor detenimiento. Hay mucha tela para cortar de este intenso encuentro del papa con el mundo de los jóvenes… o, al menos, con algunas situaciones juveniles.

¡Qué bueno es vivir la fe en una Iglesia que muestra lo mejor de sí misma (el Evangelio animado por el Espíritu) cuando se ve obligada a salir de sí misma, a dejarse herir y hasta “ensuciar” por el barro de la historia!

Sí, yo también “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.

¡Gracias Francisco y gracias chicos y chicas que nos regalaron este momento de Pascua en medio de esta Pascua 2023!

Llega el Mesías auténtico

«La Voz de San Justo», domingo 2 de abril de 2023

“Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?». Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».” (Mt 21, 10-11).

Con la liturgia del Domingo de Ramos, comenzamos a vivir esta Semana Santa 2023. Este año, escuchamos el relato de san Mateo. Pinta esta escena: entre las columnas de peregrinos que van arribando a Jerusalén para la Pascua, se destaca Jesús y sus seguidores: cómo entra en la ciudad santa, cómo lo recibe el pueblo sencillo y la reacción de las autoridades religiosas.

Jesús llega como el esperado Rey-Mesías; pero, contrariando las expectativas, no busca el espectáculo. Lo suyo es la modestia y la humildad: viene a salvarnos del pecado, no a pavonearse y recibir aplausos.

El pueblo lo aclama como profeta, mientras que la ciudad -como había ocurrido ya con los magos- se conmueve. Se anticipa el cambio de humor que, en cuestión de horas, va a acontecer: las aclamaciones se volverán gritos de rechazo y condena.

¿Quién es realmente Jesús? ¿Qué tiene que ver conmigo y mi vida? ¿Por qué genera esas reacciones y obliga a tomar partido? Ante Jesús no cabe la indiferencia.

Si me permitís un solo consejo, te sugiero entrar a la Semana Santa con estas preguntas en tu corazón. U otras similares. Son ya oración. Te disponen para lo más hondo que ocurre en estos días: el encuentro con un Jesús vivo que trastoca -para bien- toda tu vida. Es mi experiencia personal.

“Señor Jesús: tu mansedumbre y humildad nos desarman. Si realmente te dejamos entrar en la ‘ciudad interior’ de nuestra vida, comprendemos que la modestia es el sello distintivo del Dios verdadero, contrapuesto al brillo mundano que rápidamente deja vacíos. En esta Pascua, Jesús, vení así a nosotros. Amén.”

Misa crismal 2023

Homilía en la catedral de San Francisco, jueves 30 de marzo de 2023

“Jesucristo, el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra. Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.” (Ap 1, 5-6).

Estas palabras de la segunda lectura reflejan la experiencia de una comunidad orante que celebra a Jesucristo. Reconozcámonos en este icono luminoso del Apocalipsis. Esta tarde, como Iglesia diocesana, reunidos para la liturgia de la Misa crismal, somos pueblo sacerdotal y misionero, a punto de entrar en la celebración anual de la Pascua.

A las comunidades cristianas, a los grupos de liturgia y canto, a los ministros y sacerdotes que, en los próximos días darán lo mejor de sí para que celebremos con alegría la Pascua de Jesús, vaya nuestro reconocimiento y aliento por este servicio a la fe que enriquece nuestra vida. La celebración litúrgica es la fuente y culmen de la obra evangelizadora de la Iglesia.

Con los ángeles y los santos, con toda la Iglesia peregrina y penitente vamos a confesar, allí donde celebremos esta Pascua 2023: “El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza.” (Ap 4, 12).

Es el Espíritu el que nos conduce en este arte de celebrar. Él es el Catequista que obra en las almas de los fieles, tanto de los ministros que presiden como de los bautizados que participan activamente de la celebración. Unos y otros somos el Cuerpo del Señor que celebra, adora, alaba y suplica en sintonía sinodal. Nunca la Iglesia es más sinodal que cuando se reúne entorno al altar. Los óleos y el Crisma que estamos a punto de bendecir simbolizan y comunican esa acción del Espíritu Santo en las almas de los fieles y en la vida de cada una de nuestras comunidades.

Es el Espíritu el que nos hace comulgar a todos, respetando nuestra idiosincrasia, integrando en la unidad, dones y carismas, vocaciones y servicios. Él une sin suprimir y armoniza sin mortificar las diferencias. Él nos ayuda a sumar armoniosamente nuestras voces a la vida eclesial. Nos da aquella “hondura espiritual”, condición indispensable para que la acción pastoral sea realmente fecunda.

***

Como Iglesia diocesana en camino sinodal hemos entrado en la fase de escucha de este viaje hacia nuestro primer Sínodo diocesano.

Jesús está en medio de nosotros, como aquel día en la sinagoga de Nazaret. Él abre el libro de la Palabra y nos invita a reconocerlo como Ungido para llevar la buena noticia a los pobres. Es a Él a quien queremos escuchar. Con la Oración del Sínodo invoquemos su Espíritu, para que no nos dejemos atrapar por nuestros prejuicios y obsesiones, nuestra ignorancia y nuestras cegueras.

Que el Espíritu Santo reavive en nosotros la unción bautismal que nos hizo Pueblo sacerdotal. Con humildad, perseverancia y paciencia, emprendamos el camino de la escucha. Se trata de escuchar su voz en todas las voces a través de las cuales se hace oír en medio del ruido que nos rodea.

En este punto, permítanme indicarles un acento especial de esta escucha del Señor. Agudicemos nuestro oído para escuchar al que nos habla desde las periferias, desde el rostro de los pobres, desde las llagas de tantos hermanos heridos por la vida.

Nuestra diócesis es una bella red de comunidades, personas, carismas y ministerios. Sin embargo, por diversos factores culturales, e incluso por prejuicios poco evangelizados, nos falta todavía para ser una “Iglesia pobre y para los pobres”. Tenemos que dar pasos de conversión misionera. También para esta escucha hemos de dejarnos llevar por caminos nuevos, ligeros de equipaje y disponibles.

En breve esperamos que se ordenen los primeros diáconos permanentes para la diócesis. Venimos haciendo un gran esfuerzo para ello. Nos tenemos que preguntar también qué pasos tenemos que dar para recorrer el camino de los ministerios laicales: varones y mujeres que, como desarrollo de su bautismo y confirmación, reciben los ministerios del lectorado, del acolitado y de la catequesis para la animación de nuestras comunidades.

El desafío más grande, sin embargo, es cómo activar en cada bautizado la conciencia viva de ser discípulo misionero del Evangelio. Y cómo esto repercute concretamente en la pastoral ordinaria de nuestras comunidades, en nuestra cultura de la comunión y en nuestro ardor misionero.

Estamos en camino sinodal para evangelizar, compartiendo la Esperanza que es Cristo con todos, no para engrosar la burocracia clerical. El camino sinodal tiene que reavivar el fuego del Espíritu para que seamos -parafraseando a san Alberto Hurtado- “fuego que enciende otros fuegos”.

***

Queridos hermanos presbíteros: en breve, renovarán las promesas de la ordenación. La “escucha” está en la raíz de nuestra vocación. Hemos escuchado la llamada del Señor y nos hemos entregado a ella. No nos pertenecemos: hemos sido expropiados para pertenecerle a Él y a aquellos a los que nos envía. El ministerio nos impulsa a la escucha, porque nuestra vida se juega en hacer, no nuestro querer, sino su Voluntad.

Por eso, como Presbiterio diocesano, estamos al servicio de la fe del Pueblo de Dios en esta Iglesia diocesana. Escuchemos entonces, con hondura espiritual y apertura de corazón, la voz del Señor que nos sigue llamando y enviando.

Que María, la Virgen de la escucha y de la libertad que da el Espíritu, nos ayude a todos a vivir con “espíritu mariano” este camino eclesial de conversión y misión.

Amén.

Y Jesús lloró

«La Voz de San Justo», domingo 26 de marzo de 2023

“María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y Jesús lloró.” (Jn 11, 32-35).

A las puertas de Pascua, otro relato magistral del cuarto evangelio: Jesús devuelve la vida a su amigo Lázaro. Es su último signo en este evangelio. Resume los siete anteriores y anuncia su resurrección: Jesús no volverá, como Lázaro, a esta vida mortal, sino que entrará en la vida para siempre. Contemplamos a un Jesús “conmovido y turbado” ante la muerte del amigo y el dolor de sus hermanas. En el momento culminante, la conmoción se vuelve llanto: “Y Jesús lloró”. 

Te invito a detenerte aquí. Ante la muerte, más que palabras, valen el silencio y dejarnos alcanzar por las lágrimas del que llora. Aquí, por las de Jesús que son el llanto de Dios. Creemos en un Dios que no es indiferente ante el sufrimiento de sus hijos, incluso de su creación. Y que sabe llorar. ¿Qué nos dice el llanto de Dios? ¿Qué situaciones de la vida precipitan sus lágrimas? Allí donde un ser humano -un niño, un adicto, una madre- sufre y llora, allí está Cristo derramando sus lágrimas y poniendo en marcha la resurrección.

“Señor Jesús: estamos con vos ante la tumba de Lázaro, tu amigo entrañable. Vemos a Marta y María de Betania. Y vemos tu llanto. Quisiéramos llorar nuestra fría indiferencia ante las muertes que nos rodean. Verte llorar, despierta en nosotros la conmoción que abre a la vida. Danos, Señor, tus lágrimas. Amén.”