Pentecostés

«La Voz de San Justo», domingo 8 de junio de 2025, solemnidad de Pentecostés

“Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo».” (Jn 20, 21-22).

Pentecostés no es un hecho del pasado. Es el presente de la fe: Jesús resucitado sigue soplando su aliento sobre sus discípulos para que cumplamos la misión.

“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse».” (Hch 2, 4).

La Iglesia está viva, habla distintas lenguas y predica el Evangelio. Lo vimos en la elección de León XIV un mes atrás: 133 cardenales de 71 naciones de la tierra.

“Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo.” (1 Co 12, 3).

El centro de la misión de la Iglesia es Cristo. Esa es también la misión del Espíritu Santo: que no perdamos el centro que unifica y da sentido a todo.

Ante tantos desafíos, el riesgo es perder el rumbo, disolviendo la misión evangelizadora en batallas culturales, acción social o política.

La Iglesia no es el centro, menos aún el papa o los obispos. Solo Cristo.

Todo se reordena cuando, dóciles al Espíritu, volvemos a encontrar el centro: la persona de Jesús, la invitación a creer en Él y a vivir según sus enseñanzas.

Pentecostés es ahora. Y es esto: el Espíritu que nos muestra a Cristo, nos deslumbra con su belleza y nos convence de su verdad.

Buen domingo.

Bendecidos por la Esperanza

«La Voz de San Justo», domingo 1º de junio de 2025 – Ascensión del Señor

Ábside de la catedral de Monreale (Sicilia)

“Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.” (Lc 24, 50-51).

“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria …ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados…” (Ef 1, 17-19).

El texto citado del evangelio destaca un momento clave: Jesús asciende al cielo bendiciendo a sus discípulos. Como hacemos los sacerdotes. O también un papá o una mamá con sus hijos.

Las primeras iglesias cristianas representan así a Cristo sacerdote que bendice a su pueblo. Es la imagen del panel derecho de la catedral de San Francisco.

Ascensión – Catedral de San Francisco

En esta fiesta de la Ascensión rezamos para que los que somos su cuerpo lleguemos donde ha llegado ya nuestra Cabeza: al cielo. Esa es la esperanza a la que estamos llamados, que tenemos que aprender a valorar y, sobre todo, anunciar a los demás.

¿No necesitamos animarnos a una nueva imaginación para representar el cielo? Los profetas y el mismo Jesús lo hicieron con audacia. Hablaron de un banquete de bodas donde abundan la alegría, la buena mesa y el vino.

Necesitamos esa osadía para anunciar la promesa más decisiva que se le puede hacer a un ser humano: tu vida tiene una meta que desborda todo lo que se puede pensar o imaginar, vale la pena vivirla a fondo. Nada de lo bueno y verdadero que has vivido se va a perder, sino que alcanzará su plenitud.

Se nos ha confiado una esperanza que debemos compartir.

Buen domingo.

La misión del Espíritu Santo

«La Voz de San Justo», domingo 25 de mayo de 2025

La misión del Espíritu Santo

“Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho».” (Jn 14, 23-26).

Vamos concluyendo el tiempo pascual. Culminará en Pentecostés.  Por eso, este domingo escuchamos a Jesús hablarnos del Espíritu Santo.

“El Espíritu Santo -dice Jesús- les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.” Esa es su misión: que, en medio de las idas y venidas de la historia, la comunidad cristiana tenga memoria del mensaje de Jesús. Que no olvide lo que Jesús ha traído al mundo: a Dios, su Padre.

Por eso, cada vez que leemos las Escrituras, invocamos al Espíritu Santo. No solo para comprender lo que dicen, sino para escuchar a Jesús que nos habla del Padre.

Notemos este “pequeño-gran” detalle: si guardamos las palabras de Jesús, el Hijo y el Padre vienen a nosotros y hacen morada en nosotros. Dios mismo habitando en el alma del discípulo.

El Espíritu Santo nos abre nos ojos y el corazón para que lo comprendamos. Y, sobre todo, lo vivamos con alegría.

Buen domingo.

¡Feliz Día de la Patria!

Desnudemos el altar

Hace un tiempo les propuse “adelgazar los guiones” de la Misa. Ahora vuelvo sobre una cuestión más importante y también con una propuesta: “desnudemos el altar”.

Leemos en el número 296 de la Instrucción general del Misal romano: “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es también la mesa del Señor, para participar en la cual, se convoca el Pueblo de Dios a la Misa; y es el centro de la acción de gracias que se consuma en la Eucaristía […]”.

El número 299, por su parte añade que el altar “ocupe el lugar que sea de verdad el centro hacia el que espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los fieles. Según la costumbre, sea fijo y dedicado.”

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¿Por qué les propongo “desnudar” el altar?

No me refiero al rito que hacemos en Jueves Santo, al concluir la Misa de la Cena del Señor. Apunto a otra cosa más cotidiana.

Vengo observando que, con buena voluntad, el altar (y también el presbiterio) se ha transformado en una especie de mostrador para hacer todo tipo de adornos festivos: carteles, tules, plantas, flores, otros utensilios o representaciones… O se lo cubre con manteles de tal manera que sus formas ya no resultan visibles a los ojos.

En general, los templos de nuestra diócesis poseen altares muy dignos y bellos, hechos de materiales nobles y, en la mayoría de los casos, solemnemente consagrados. Dicho sea de paso, los ritos de consagración del altar son de los más bellos y significativos de nuestra liturgia (oración de consagración, unción, incensación, revestimiento, iluminación, etc.).

No es que estas ornamentaciones a las que me refiero sean de mal gusto. El punto es este: el altar es un signo en sí mismo, demasiado importante y central como para que quede oculto a la mirada de los fieles u oscurecido con otras evocaciones simbólicas. Esas bonitas ornamentaciones no están en el lugar adecuado.

He citado arriba solo dos números de la Instrucción general del Misal romano, pero se podrían leer los demás párrafos, o también lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica, o las Praenotanda del Pontifical Romano cuando describe la celebración de la dedicación de las iglesias y la consagración del altar.

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Buena parte de esas ornamentaciones responde al deseo de catequizar a través de imágenes, mensajes y símbolos. Es un objetivo loable, sin embargo, los ritos litúrgicos y el símbolo mismo del altar poseen ya una fuerza catequística que merece ser conocida y profundizada.

Se trata de la famosa “catequesis mistagógica” que, desde la visibilidad de los signos litúrgicos nos ayuda a hacer el viaje maravilloso hacia el misterio de la Gracia que expresan y comunican los signos visibles.

Como decía arriba: el simbolismo del altar en sí mismo es suficientemente rico de significados para una catequesis inagotable.

El altar del sacrificio es también mesa del banquete del Cordero. Es Cristo en el centro de nuestras iglesias porque es el centro del cosmos, de la entera historia humana y de nuestra vida. Lo besamos al iniciar y al concluir la celebración, lo incensamos con solemnidad y ante él nos arrodillamos en la consagración…

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Algunos recordarán las sabias enseñanzas de un maestro de liturgia que tuvimos en el Seminario de Córdoba: el padre Armando Juan Conti sdb. Él decía, refiriéndose a la espontaneidad en la celebración litúrgica, que la misma debía ser cuidadosamente preparada. Entonces nos reíamos con petulancia juvenil: ¿Cómo se va a preparar la espontaneidad? Hoy, con la experiencia de los años y tantas boberías en nuestro haber, podemos apreciar cuán sabia era esa recomendación.

Algo similar podemos pensar de la catequesis a partir de los signos que la liturgia ya posee: para desentrañar su riquísimo contenido tenemos que abrevar en ellos, no en otras fuentes, que pueden ser muy valiosas y legítimas pero que tienen otra lógica.

Uno de los aspectos menos logrados de la reforma litúrgica, (tal como se ha llevado a la práctica, no como fue pensada), es precisamente confundir la dinámica de nuestras celebraciones con la lógica del espectáculo o de otras formas de celebración (por ejemplo, los actos escolares y su modo de celebrar las efemérides). Formas legítimas, por cierto, pero en su preciso lugar profano, fuera del cual resultan cuanto menos “desubicadas”.

En fin, mucho para pensar. Ojalá que estas líneas sirvan para mejorar nuestro culto a Dios en el que se juega la salvación de nuestras vidas.

¿Les parece entonces que desnudemos un poco nuestros altares para que se vean en su belleza y, de esa manera, nos hablen del misterio que evocan?

Como Jesús nos ha amado…

«La Voz de San Justo», domingo 18 de mayo de 2025

“Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.” (Jn 13, 34-35).

Amar y ser amado. O, tener deseo de poder amar y nostalgia de haber sido amado. No hay nada nuevo ahí. Es, en definitiva, la experiencia más humana que existe.

Lo verdaderamente nuevo (y definitivo) es ese “como yo los he amado”. Es Jesús. Como siempre. Es Jesús el que hace nuevas todas las cosas. Él es la novedad definitiva.

“Como yo los he amado” es mucho más que una exigente meta moral. Es una experiencia de vida: la de ser haber sido amados hasta el extremo de la redención.

Amados por Jesús, el Cordero que quita el pecado del mundo. Entonces sí, en esa experiencia fundante está la posibilidad de amar a la manera de Jesús.

El cristianismo es esa experiencia.

Buen domingo.

¿Quién es el que saluda desde el balcón? Pedro que habla por la boca de León

Resulta fascinante lo que estamos viviendo en estos días, desde la muerte del #PapaFrancisco, el cónclave y ahora los primeros pasos del #PapaLeónXIV.

Una Pascua, como él mismo lo ha dicho.

Lo que observo por todos lados es una serena alegría y confianza en el camino que estamos transitando.

Agradezco haber vivido el «Habemus Papam» con mis hermanos obispos argentinos (estábamos reunidos todos en Pilar), junto con sacerdotes, laicos y consagrados que trabajan en la conferencia episcopal o integran sus comisiones.

Momento inolvidable.

Ayer presidí la Eucaristía en una parroquia de San Francisco y el comentario unánime era el gozo que había despertado el nuevo papa.

En la primera lectura de este #DomingodelBuenPastor, tomada de los Hechos de los Apóstoles (Hch 13, 14. 43-52) se nos habla de cómo la predicación de Pablo y Bernabé a los paganos suscita envidia y persecución; pero, por dos veces, se nos habla de la alegría del Evangelio que se difunde e ilumina los corazones.

Es eso.

Estamos desentrañando la figura del nuevo papa. Hasta los políticos argentinos quieren «afiliarlo» a su facción… Por no hablar de las facciones en la Iglesia… «Es preferible reír que llorar»…

A mí, personalmente, me impresionan varias cosas: ese eco del «non praevalebunt» («el mal no prevalecerá») de su primer discurso, la centralidad de Cristo en todo lo que ha dicho… Pero, de manera especial, su rostro sereno y bondadoso. Da confianza. No se percibe una mirada que oculta segundas intenciones.

La gente de a pie lo ha percibido.

Y, no puedo dejar de decirlo: ¡qué alegría para esos hermanos tan nobles que son los peruanos! ¡Qué bien merecido lo tienen: por su fe, por su paciencia, por su historia de santidad!

San Martín de Porres debe estar riendo a carcajadas. Y nosotros con él.

Un león que proclama la paz de Cristo

«La Voz de San Justo», domingo 11 de mayo de 2025

“Jesús dijo: Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y Yo somos una sola cosa.” (Jn 10, 27-30).

El lema del nuevo papa León XIV es una frase de San Agustín: “En Aquel que es Uno (Cristo), todos somos uno” (“In Illo uno unum”). Es como un eco de la declaración del Señor: “El Padre y Yo somos una sola cosa”.

Es la unidad que nace de Dios y se manifiesta en Cristo, el Señor. Unidad para la Iglesia y también para la humanidad.

Cuando León XIV apareció en el balcón de San Pedro dijo también algo que es como un eco del evangelio de hoy: “el mal no prevalecerá”. Es la promesa de Jesús a la Iglesia fundada sobre Simón Pedro: “el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16, 18).

Este León comenzó su misión proclamando la paz de Cristo: “Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios. Dios que nos ama a todos incondicionalmente”.

Querido papa León XIV: estamos empezando a conocerte, pero ya te amamos como Pedro entre nosotros. Y oramos por vos y tu misión de unidad, de paz y de servicio a la fe en Jesucristo resucitado. Que la Virgen te cuide. Amén.

Cónclave a las puertas…

Cada elección de un papa es un acontecimiento de primer orden para la Iglesia… y para el mundo.

El cónclave de la semana próxima aparece especialmente importante y decisivo para el futuro de la Iglesia.

Es así por varias razones que no viene al caso comentar aquí.

Es bueno (en realidad, muy bueno), que los cardenales hablen con franqueza y hasta con aspereza sobre cómo ven la Iglesia, la misión del obispo de Roma y los desafíos que tiene la fe en este tiempo que nos toca vivir.

Parte de esas conversaciones es hacer una evaluación lo más completa posible del papado del papa Francisco, sus más y sus menos, sus logros y sus pendientes. También las cosas que no satisficieron.

Esto pasó en todos los cónclaves, tanto los recientes (tener memoria de 1978, 2005 y 2013) como en el pasado más lejano.

Es lógico que se hable de continuidad o de discontinuidad: en qué nivel se tienen que dar una u otra (qué permanece, qué forma parte del fondo, qué debe se superado o desechado).

El oficio petrino del obispo de Roma, tal como ahora lo conocemos, es fruto de un largo proceso histórico que hunde sus raíces en la voluntad del Señor manifestada en los evangelios, la tradición viva de la Iglesia, la convergencia más o menos fuerte de condicionamientos históricos, políticos y culturales.

Reducir el primado del papa a un primado de honor (un primus inter pares) convive con la tendencia a que el papa absorba toda subjetividad eclesial como si fuera el párroco o el obispo del mundo.

Ya al final de su pontificado, san Juan Pablo II pidió que se ayudara al obispo de Roma a vivir su ministerio también como servicio a todas las Iglesia. Lo hizo con estas palabras: «Que el Espíritu Santo nos dé su luz e ilumine a todos los Pastores y teólogos de nuestras Iglesias para que busquemos, por supuesto juntos, las formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor» (Ut unum sint 96).

Sigue siendo una súplica muy actual.

A todos nos toca rezar por los cardenales, por el cónclave, por la Iglesia y su misión en este mundo nuestro.

San Francisco, 3 de mayo de 2025

Si me amás, apacentá mi rebaño

«La Voz de San Justo», domingo 4 de mayo de 2025

“Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos». Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor, saber que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas». Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras». De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».” (Jn 21, 15-19).

Mientras esperamos al nuevo papa, los católicos rezamos para que este diálogo se renueve en el corazón del que acepte esta misión. La condición fundamental para ser pastor de la Iglesia es amar a Cristo. De ahí brota lo demás.  

Un papa tiene muchas cosas de las que ocuparse. Despierta también un sinnúmero de expectativas, deseos y también temores. Basta observar lo que hoy se dice.

Sin embargo, el servicio del obispo de Roma apunta a cosas esenciales: señalar a Cristo, hablar de Dios, cuidar la unidad en la fe y animar el anuncio del Evangelio a todos los pueblos.

Al final del día, todo papa solo repite, como Pedro: “Señor, vos lo sabés todo. Vos sabés que yo te amo”.

Perdonen siempre…

«La Voz de San Justo», domingo 27 de abril de 2025

“Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».” (Jn 20, 21-23).

Si el Espíritu Santo es el aliento de Cristo resucitado, en el papa Francisco, el Espíritu ha sido un vendaval que sacudió fuertemente a la Iglesia.

Jesús sopla su Espíritu a los apóstoles y les confía una misión: llevar el perdón a todos.

Hace algunos años, con otros dos obispos acompañamos a los curas argentinos que estudiaban en Roma a un encuentro con el papa. Fue un diálogo abierto: preguntas, respuestas, consejos, recuerdos… Un padre departiendo con sus hijos a corazón abierto.

“Hay muchas personas heridas, golpeadas por la vida -nos decía-. Ustedes son curas: perdonen siempre, que nadie se vaya sin una palabra amiga de consuelo y aliento”.

En realidad, este “vendaval” del Espíritu es el que, de tanto en tanto, ha sacudido a nuestra Iglesia, obligándonos a recalcular nuestra fidelidad al Evangelio.

Creo sinceramente que es lo que ha pasado ahora con Francisco. Sus restos mortales descansan en la basílica más antigua de Roma dedicada a la santa Madre Dios. Su alma generosa esperamos que goce de la bienaventuranza eterna.

Nosotros, como peregrinos de la Esperanza, seguimos nuestro camino, inspirados por su testimonio de amor a Cristo, a los pobres y a la Iglesia.

Gracias, Francisco, por recordarnos el corazón del Evangelio: el amor de Dios que perdona siempre…