Testamento espiritual del Cardenal Estanislao Esteban Karlic

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

La Verdad de la fe católica es la que confieso como luz, la luz con la que pido al Señor me ilumine para hacer este testamento.  Me pongo ante la Misericordia Divina rogando me envuelva con su amor redentor en el último momento de mi vida terrena.

Doy gracias a Dios por el amor que me regaló desde antes de la creación en Cristo Redentor.  Le doy gracias porque desde antes de la creación Dios Padre dispuso el proyecto de amor redentor en Cristo su Hijo y en la Iglesia, su Cuerpo místico.

El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio de Cristo, Camino, Verdad y Vida.  Todos los hombres de la historia estamos en este designio, no en otro.  Según este designio he querido vivir. Y en él están incluidos todos los dones que he recibido: la vida que me dio el Señor a través de mis queridos padres, que desde su Croacia natal fueron recibidos por esta tierra argentina, generosa y acogedora, en la que pudieron crecer como familia, trabajar y dar un futuro a sus hijos; doy gracias por el inmenso don del bautismo, por la educación que recibí en el seno familiar junto a mis hermanas, Milka y Catalina, en mi pueblo natal, Oliva, y en Córdoba.  El Colegio Monserrat me dio no sólo una formación humana estupenda, sino una multitud de maestros y amigos entrañables que me acompañaron a lo largo de toda mi existencia, amistades inolvidables prolongadas no pocas veces a través de sus hijos.  En la Acción Católica de los años 40 recibí el profundo amor a la eucaristía frecuente y a la fidelidad a Dios en toda la conducta, que nos impulsaba a los jóvenes entonces a entregar la vida en la santidad cotidiana.   En ese ambiente maduró el llamado de Dios a la vida sacerdotal.  Mi paso por la Universidad de Córdoba, aunque breve, dejó una huella importante en mi formación.  En el Seminario de Córdoba, el Colegio Pio Latinoamericano de Roma y la Universidad Gregoriana, el Señor me prodigó múltiples bienes, en conocimientos y en personas.

Agradezco inmensamente la gracia del orden sagrado que me llevó a vivir parte de mi servicio a la Iglesia en la querida Arquidiócesis de Córdoba, como presbítero primero y como obispo auxiliar luego, junto al Cardenal Raúl Primatesta que siempre fue para mí un modelo de virtudes y de santidad episcopal.  De la entrañable Córdoba conservo la invitación permanente a la vida santa y vínculos profundos con innumerables miembros de toda la Iglesia diocesana: sacerdotes, consagrados y laicos.

A la Arquidiócesis de Paraná que me acogió como su Arzobispo y en la que permanezco como emérito, a todos sus sacerdotes, a sus consagrados y laicos, a cuantos me acompañaron fielmente en la curia, con quienes compartí y comparto tantos años de vida, mi más profunda gratitud, porque fui testigo de sus claros y espléndidos testimonios de fidelidad al Evangelio que me dieron fuerza para los combates espirituales. 

A la Arquidiócesis de Buenos Aires, en cuya Facultad de Teología fui profesor varios años, le agradezco la gracia de haber conocido y acompañado a algunos de sus miembros en su amor a la Verdad revelada y la posibilidad de profundizar en su misterio, en diálogo con profesores y amigos de muy alto nivel académico y espiritual y de exquisita calidad humana.  Entre ellos no quiero dejar de mencionar al querido Lucio Gera, que fue un verdadero hermano para mí.  Otras grandes y valiosas amistades de mi vida tuvieron su origen allí.

A mis hermanos obispos quiero agradecer muy profundamente su testimonio de fidelidad a su ministerio, y la confianza que depositaron en mi persona con las responsabilidades que me asignaron.  Confío en que las penas y dificultades que afrontan en el ejercicio de su ministerio en estos tiempos sirvan para fortalecerlos e impulsarlos a continuar sin desfallecer en la senda de Cristo.

En su inmensa bondad, el Señor quiso también regalarme relaciones entrañables con el episcopado latinoamericano que luego se extendieron hasta América del Norte, así como también con obispos de otras partes del mundo con quienes tuve la gracia de compartir trabajos y responsabilidades que me enriquecieron enormemente.  Doy especialmente gracias por mis vínculos con la Iglesia en Alemania, que tanta ayuda dispensó a la Arquidiócesis de Paraná, en particular a los párrocos y fieles de la parroquia Santa Margarita de Sulzbach-am-Main, en la diócesis de Würzburg, y por la prolongada, generosa y estable relación con los miembros de la Parroquia de la Santísima Trinidad, de la Diócesis de Chur, en Adliswil, Suiza, cuya amistad aún me honra. A todos ellos mi gratitud y bendición.

San Juan Pablo II me distinguió inmerecidamente designándome miembro del Comité de Redacción del Catecismo de la Iglesia Universal, y así me permitió vivir una experiencia extraordinaria del amor universal de la Iglesia por todos los hombres.

Con la elevación al cardenalato que hizo de mi pobre persona el Papa Benedicto XVI, recibí nuevamente una gracia inmerecida, que me ayudó a servir con mayor cercanía al Santo Padre y a sus colaboradores. 

A la Orden de San Agustín, que me hizo miembro suyo en 2005, le agradezco la riqueza espiritual que me aportó, así como la cordial acogida que me dispensó año tras año en mis viajes a Roma. 

Ante el Señor puedo decir sin temor a exagerar que se cumplió acabadamente en mí Su promesa a quienes se entreguen a Él, del ciento por uno en hermanos y bienes.  Todas éstas fueron gracias muy grandes y ante tantos dones recibidos no puedo más que agradecer y pedir sinceramente perdón por mi pobre respuesta a tanto bien.

Pido perdón de todo corazón a nuestro Señor y a todos aquellos a quienes pueda haber lastimado con mis pecados.  Les ruego que me encomienden a la Misericordia Divina.  Quiero a mi vez perdonar a quienes me hayan ofendido.  Pido al Señor me regale un corazón misericordioso. 

A quienes se hayan sentido afectados por mis actos u omisiones en el ejercicio de mi ministerio, les reitero mi más profundo pedido de perdón y la promesa de mi oración para que el Señor sane sus heridas, que no quise infligir voluntariamente pero que sé que los afectan aún hoy. 

Sé que me encontraré cuando el Señor disponga, ante el juicio divino, pero – con palabras de Benedicto XVI- sé también, que mi Juez es al mismo tiempo mi Abogado, que quiso cargar sobre Sí la multitud de mis pecados y se entregó voluntariamente por mí a la muerte y muerte de cruz.  Me entrego, pues, confiado, a la Divina Misericordia con la certeza que me da la fe cristiana.

(…)

Pido ser sepultado con las vestimentas de Cardenal que generosamente me regaló mi amigo ya difunto, el Cardenal William Levada, en la Catedral de Paraná,  con la casulla que me regaló la comunidad de Santa Margarita de Sulzbach am Main con motivo de mi ordenación episcopal en 1977, sea en el altar del Santísimo Sacramento o en la Capilla del Santísimo, si es que se lleva a cabo el proyecto de hacerla.  Con mi sepultura en dicho lugar quiero significar que el sacrificio de mi vida no ha sido sino el querer ser asumido como persona en el mismo sacrificio de Cristo, hecho presente en la Santísima Eucaristía.

A los miembros sobrevivientes de mi familia de la sangre, en primer lugar, a mi sobrina Cristina Ferrero y a su familia, les dejo la memoria de mi amor y agradecimiento, por su caridad en la vida familiar, pidiendo al Señor los colme de Su gracia y santidad para el reencuentro definitivo en el Cielo.

Al Señor Arzobispo de Paraná, Monseñor Juan Alberto Puiggari, mi gratitud por sus años de servicio fiel como Obispo Auxiliar, y por su indiscutible fraternidad como Arzobispo.

A las Monjas benedictinas del Monasterio Nuestra Señora del Paraná, mi gratitud y bendición, por su cordial y permanente acogida, y por su asistencia y caridad en los últimos tiempos, bendición que extiendo a la Abadía del Gozo de María y a todas sus monjas, y a la Abadía de Santa Escolástica.

Al pueblo que peregrina en la Argentina le digo que he querido servir a mi bendita patria con toda el alma, soñando para ella una vida de auténtica fraternidad, como hijos del mismo Padre, basada en el genuino respeto y diálogo para dar a todos la oportunidad de vivir la vida a la altura de la generosidad que el Señor ha tenido con esta tierra a la que ha colmado de tantos y tan espléndidos dones.  Comprometo mi oración para que todos los argentinos seamos capaces de ponernos de pie y salir con sabiduría, valentía y de verdad de la pobreza material y espiritual en que lamentablemente nos hemos sumergido con el paso de los años.  Quiera el Señor perdonar nuestros muchos pecados y darnos la gracia de una auténtica conversión moral para hacerlo posible.

En esta memoria final no quiero olvidar a nadie. Por eso llevo en mi corazón a todas las personas que he conocido, a cuantos han sido mis queridos amigos, a cuantos han rezado por mí y me han hecho algún bien, y también a quienes les ha sido más difícil amarme.

Que María Santísima me acoja en su amor de Madre, como lo hace con su Hijo y con todos los santos.

Amén.

Cardenal Estanislao Esteban Karlic

 Arzobispo Emérito de Paraná

En la Casa de María del Monasterio benedictino Nuestra Señora del Paraná, de Aldea María Luisa, en la Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo del año del Señor 2024

Oración por los 139 años de la ciudad de San Francisco

¡Es bueno dar gracias al Señor y bendecir su Nombre!

¡Qué nunca olvidemos, Señor, los beneficios de tu providencia a lo largo de estos 139 años de vida ciudadana!

Te damos gracias por esta tierra generosa y fértil.

Te damos gracias, sobre todo, por los hombres y mujeres que han forjado nuestra historia.

Nos sentimos deudores de su generosidad, de su visión de futuro y de sus innumerables sacrificios para legarnos nuestro presente.

Te damos gracias por el ingenio, la laboriosidad y el deseo de superación que has puesto en nuestros corazones.

Te pedimos sabiduría para discernir entre el bien y el mal, eligiendo siempre el bien posible, aquí y ahora, sobrepuestos de toda mezquindad o interés egoísta.

Te pedimos espíritu de justicia y solidaridad, de perdón y reconciliación, porque una ciudad no puede crecer sin la amistad social y el respeto por la dignidad de cada persona.

Te pedimos también que podamos seguir edificando una ciudad que integre la belleza, el desarrollo y el respeto por el ambiente; una ciudad en la que la prioridad la tengan siempre las personas, las familias, los niños y los menos favorecidos.

Gracias, Padre bueno, porque la riqueza más grande que nos has dado tiene el rostro de cada habitante de esta ciudad que amamos.

Te pedimos para nosotros el espíritu amable y fraterno de nuestro santo patrono: San Francisco de Asís.

Amén.

Templo dedicado a San Francisco en Plaza San Francisco, solar donde fue fundada la ciudad el 9 de septiembre de 1886

Peregrinos y llamados a ser santos

Domingo XXIIIº del tiempo ordinario: Lucas 14, 25-33 (7 de septiembre de 2025) – 36ª Peregrinación Juvenil al Santuario de Villa Concepción del Tío

Este domingo, el Papa León XIV canonizará a los beatos Pier Giorgio Frassati (1901-1925) y Carlo Acutis (1991-2006).

La canonización es un rito en el que la Iglesia reconoce que estos dos bautizados, ya santificados por el Espíritu Santo, han vivido con radicalidad su vida cristiana. A través de este acto, el papa los inscribe en el catálogo de los santos para que sean venerados por los fieles.

La Iglesia reconoce así que estos dos jóvenes vivieron su bautismo de manera ejemplar, cumpliendo el llamado de Jesús: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.” (Lc 14, 25-27).

Mientras esto sucede en Roma, aquí se celebra la 36ª Peregrinación juvenil al Santuario de Villa Concepción del Tío, bajo el lema: «Peregrinos de Esperanza, llamados a la santidad».

La santidad según el Evangelio no pasa de moda. Es la verdadera libertad por la que suspiramos.

El Espíritu de Cristo sigue llevando a muchos a esa cumbre de vida. Sigue conquistando corazones y convenciendo conciencias.

Por eso, la Iglesia no deja de proponérselo a todos, especialmente a los jóvenes.

Buen domingo.

Recompensa

Domingo XXIIº del tiempo ordinario: Lucas 14, 1. 7-14 (31 de agosto de 2025)

“¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!” (Lc 14, 14).

El deseo de aprobación y reconocimiento es fuerte; tan legítimo como riesgoso, como ocurre con las cosas importantes de la vida.

Es también el deseo de Dios para nosotros. Miremos la bienaventuranza de este domingo: Jesús nos invita a la generosidad con quien no puede retribuirnos, pero nos alienta a esperar la verdadera recompensa, la que nos hará bienaventurados, realmente felices y plenos como personas.

Es una enseñanza oportuna en el tiempo de la búsqueda ansiosa de los “Me gusta” de las redes.

Dios, el Padre, sabe recompensar realmente a sus hijos. La “resurrección de los justos” es su promesa. Es la plenitud de vida, y comienza ya ahora cuando vivimos con autenticidad el amor, la solidaridad, la fraternidad. Es una semilla que, sembrada por Cristo, madurará en la vida eterna.

Jesús nos enseña a esperar esa recompensa de Dios. Es misión de su Iglesia ayudarnos a imaginarla y a vivirla.  

Buen domingo.

Salvación

Domingo XXIº del tiempo ordinario (Lc 13, 22-30) – 24 de agosto de 2025

“Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»” (Lc 13, 23).

No sé si muchos hoy se hacen esta pregunta. Lo que sí sé es que el corazón humano sigue inquieto y sediento. Es también un corazón herido, necesitado de curación, nostálgico de vida, de verdad y de autenticidad.

“Traten de entrar por la puerta estrecha”, responde Jesús. Y añade que la sala del banquete del reino de Dios es tan espaciosa que “vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar”.

La fe a la que Jesús nos invita es esa puerta estrecha que se abre a un generoso espacio de comunión. Traspuesto su umbral, ahí están la Palabra, la eucaristía y los sacramentos, la oración humilde y el perdón fraterno. Está el Padre, está Jesús y su Espíritu; y una multitud de semejantes que reconocemos como hermanos.  

Así experimentamos la salvación aquí y ahora, incluso en medio de toda la oscuridad de la historia humana.  

Siempre que hay una mano tendida, el corazón reaviva su inquietud de comunión con Dios, con los demás y con toda la creación. Y experimenta la salvación que Dios nos regala y que alcanzará su plenitud en el cielo, en la vida eterna.

Buen domingo.

Elecciones 2025

Reflexiones para este año electoral que vivimos los argentinos

A lo largo de este 2025, los argentinos transitamos un nuevo «año electoral», con comicios de medio término para renovar a los miembros del Poder Legislativo. La fecha de las elecciones varía en cada jurisdicción, y aunque la participación parece disminuir, muchos ciudadanos nos preparamos para votar.

La Iglesia no impone a los católicos el deber de votar, pero sí los anima a participar en la construcción de la sociedad más justa posible. En ese sentido, apela a la conciencia de cada persona, recordándonos que no podemos desentendernos del bien común, especialmente de los más vulnerables.

El voto es un acto moral que involucra la conciencia y la libertad. Como ciudadano y católico, considero al sufragio como una herramienta para alcanzar el bien común, al igual que otros espacios de participación ciudadana: la familia y la escuela, la parroquia y el barrio, los clubes, las cooperativas de trabajo, las empresas u otras organizaciones sociales.

Gracias a Dios, nuestra Argentina es rica y dinámica en la participación de sus ciudadanos en estas organizaciones. Vale la pena tenerlo presente.

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Como muchos de mi generación, voto desde 1983 y pienso hacerlo nuevamente en octubre. Comparto tres criterios que pueden iluminar nuestro compromiso social.

Primero, al elegir a nuestros representantes para el Parlamento tenemos que pensar en personas con preparación y talento, criterio y actitudes para afianzar la paz, la amistad social y la convivencia a través del delicado oficio de elaborar leyes justas. No hay libertad y desarrollo sin instituciones políticas sólidas que aseguren el estado de derecho y el imperio de la ley para todos. Para mí, esto se traduce en democracia y república, con un fundamento claro: la Constitución. Pero también, y en cierto modo, de manera más honda: en la honestidad y virtud de los hombres y mujeres que se proponen como candidatos.

Segundo, como discípulo de Jesús, no puedo dejar de situarme desde la perspectiva de los más frágiles: los pobres, los que sufren y los que quedan fuera de las transformaciones sociales, económicas y tecnológicas en curso. Después de 42 años de democracia, tenemos una deuda social inmensa que nos obliga a trabajar por un desarrollo económico integral que beneficie a todos. Si bien existen diferentes visiones legítimas sobre el rol del Estado o la iniciativa privada, en democracia podemos elegir la opción que consideremos mejor. En esta materia, salvo algunos principios fundamentales, no hay dogmas absolutos.

Por último, y como complemento de los puntos anteriores, creo que debemos votar con libertad interior. El clima electoral suele ser irracional y un poco loco, con posturas radicalizadas que presentan las opciones como una lucha apocalíptica entre el bien y el mal. La realidad nos muestra que, más allá de los resultados, tenemos que seguir trabajando con paciencia, perseverancia, inteligencia y hasta con buen humor. El adversario de ayer es hoy un conciudadano, un vecino con el que compartimos un sufrido presente y muchas oportunidades de encuentro y construcción. Por eso, le pido a Dios la gracia de la libertad interior.

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Como obispo, mi misión fundamental es anunciar a Jesucristo y animar a todos a vivir según su Evangelio. Por eso, hablo con pasión del Dios vivo que Jesús nos ha revelado.

Él vino a este mundo, donde crecen el trigo y la cizaña, y se identificó con los pobres y pequeños. Con parábolas entrañables, nos habló del Padre y su acción salvadora en el mundo: un Dios que crea y cuida, cura y resucita. En su Pascua de cruz y resurrección nos mostró el Rostro trinitario del Dios Amor. Y así nos enseñó a amar como Él nos amó, a perdonar y buscar la reconciliación.

Ese es el trigo que está creciendo y que alcanzará su plenitud en el cielo. Esa es la verdad que resplandecerá para siempre. Así crece la esperanza.

San Francisco, 18 de agosto de 2025

El fuego de Jesús

Evangelio del XX Domingo del tiempo ordinario (17 de agosto de 2025): Lucas 12, 39-53

En la Misa, antes de la comunión, el sacerdote recuerda las palabras de Jesús: “Les dejo la paz, les doy mi paz” (Jn 14, 27). Después intercambiamos el saludo de la paz.

Sin embargo, en el Evangelio de este domingo, escuchamos unas palabras que parecen contradecir este mensaje: «He venido a traer fuego sobre la tierra… ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz? No, les digo que he venido a traer la división» (Lc 12, 49-51).

¿Paz o división?

Jesús está ansioso por cumplir su misión. Quiere encender el mundo con el fuego del amor de Dios. Es lo que hará en su pasión. Desea ardientemente recibir ese bautismo.

Así culminará su misión evangelizadora. Jesús se acercó a los pobres, trató con ternura a los enfermos y a los niños, ofreció el perdón a los pecadores. La respuesta que recibió fue el rechazo de la cruz. El que elige seguirlo por ese camino, tarde o temprano, experimentará lo mismo: ofrecer la paz al mundo suele encontrar resistencia y rechazo, incluso violencia.  

El fuego que Jesús ha traído es su Espíritu. Sigue derramándose sobre el mundo, toca los corazones y los enciende en la misma pasión de Jesús. Y los colma de paz, especialmente en medio de las tormentas más fuertes.

Y, de esa manera, la reconciliación de Dios alcanza al mundo herido. Ese es el amor que finalmente prevalecerá por encima de todo.

Buen domingo.

La bolsa de Jesús

Evangelio del domingo XIXº del tiempo ordinario: Lucas 12, 32-48

“No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.” (Lc 12, 32-34).

En este pasaje, Jesús nos presenta dos caminos: acumular o dar. Una bolsa para guardar y amontonar cosas, o una bolsa para compartir y vaciar. Para Él, la decisión de usar nuestra «bolsa» de una u otra forma define el rumbo de nuestra vida.

La clave está en nuestra experiencia de Dios. Si hemos sentido el amor inmenso de un Padre que nos ha dado todo, entonces entendemos que lo primero en la vida no es un mandamiento rígido, sino haber sido tocados por un amor grande que libera nuestro corazón para ser generosos.

El tesoro que Jesús tiene en su corazón es ese amor, y quiere compartirlo con nosotros.

Aunque Jesús habla de vender los bienes y darlos a los pobres, muy pocos están llamados a ese desprendimiento. Para la mayoría de sus discípulos, el desafío es diferente, pero igual de exigente: poseer bienes sin que nos dominen. Se trata de tener cosas sin dejar que endurezcan el corazón, poniéndolas al servicio de los demás.

Volvamos a la imagen de la bolsa. Se trata de elegir qué clase de personas queremos ser: o una bolsa para que nuestras cosas junten moho, o una bolsa amplia en la que siempre hay algo para compartir con los demás.

Buen domingo.

Paz, pan y trabajo de la mano de san Cayetano

Como cada año, este 7 de agosto miles de argentinos celebran a san Cayetano en santuarios, parroquias, humildes capillas o ermitas de los barrios. El patrono de la Paz, del Pan y del Trabajo se ha ganado un lugar en el corazón de nuestro pueblo.

Su imagen más antigua se encuentra en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales erigida en Buenos Aires por santa María Antonia de Paz y Figueroa, “Mama Antula”.

Mama Antula tenía una gran devoción por san Cayetano. A él le confió la misión que le hizo caminar miles de kilómetros para llevar a sus hermanos la experiencia de los ejercicios espirituales. Y, cuando erigió la Santa Casa, puso bajo su protección el desarrollo de los retiros espirituales.

Así nació la devoción argentina por este santo. Une dos cosas que son inseparables en la experiencia cristiana: el encuentro con Cristo y la solidaridad con los demás.

La súplica por el pan, el trabajo y la paz que miles de argentinos elevan hoy en su peregrinación a san Cayetano nos muestra de qué está hecho el corazón humano: sed de Dios y de fraternidad, de felicidad verdadera y de bienestar para todos.

A lo largo de estos años, los obispos y la Iglesia en Argentina, no hemos dejado de hacer oír nuestra voz en cada fiesta de san Cayetano. Estamos ahora donde hemos estado siempre: acompañando a nuestro pueblo, orando con los peregrinos y devotos, haciendo nuestras sus peticiones de pan, de trabajo y de fraternidad, dando gracias por los beneficios recibidos.

Nuestro país es grande y rico. Su mayor riqueza son las personas, el “capital humano”. Por eso, duele que, a lo largo de estos años de democracia, junto con innegables logros, no hayamos podido alcanzar un desarrollo social y económico que mejore la vida de todos. Como decíamos preparando los bicentenarios: la deuda social sigue siendo la que más nos pesa.

Es un desafío para la política económica, pero es mucho más que ella: por eso, seguimos insistiendo en la amistad social, la cultura del encuentro y la fraternidad, como nos enseñara el papa Francisco.

Los discípulos de Cristo, las comunidades cristianas y sus pastores estaremos siempre junto a los que quedan en el camino de las crisis sociales, económicas y políticas.

¿Qué les ofrecemos? Lo que hemos recibido: la fe cristiana en Dios, nuestra mayor riqueza. Ella siembra esperanza y da fuerzas para luchar por la justicia y trabajar por el bien común. Y es la esperanza en la vida eterna.

De la mano de san Cayetano, de santa Mama Antula y del Santo Cura Brochero seguimos caminando como “peregrinos de la Esperanza”.