Jesús ensancha nuestra mirada

«La Voz de San Justo», domingo 29 de septiembre de 2024

“Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros». Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros […]»” (Mc 9, 38-40).

El evangelio de san Marcos no es indulgente con los discípulos de Jesús. El domingo pasado nos los mostraba peleándose por establecer quien de ellos era el más importante. Hoy los vemos reclamando la exclusividad, como si Jesús y su misión fueran una propiedad privada de ellos y de nadie más.

Jesús, con infinita paciencia, les explica que, para él, las cosas van en la dirección contraria: el que quiera ser primero, que busque el último lugar y se haga servidor de todos. El evangelio es para todos: el que lo recibe debe estar siempre dispuesto a comunicarlo o, como en este caso, a dejar que circule libremente.

Una encrucijada parecida vivimos hoy en las comunidades cristianas. Siempre está la tentación de encerrarnos en nosotros mismos. El Evangelio, por el contrario, nos desafía a abrir puertas y ventanas, a salir de todos nuestros encierros y a saber reconocer que el Espíritu de Jesús circula libremente, tocando los corazones y llevando vida a todos.

Jesús siempre ensancha el horizonte de nuestra mirada. Con él vemos más lejos y más hondo. Vemos con los ojos de Dios y como Él mira nuestro mundo.

JÓVENES, PEREGRINOS DE ESPERANZA

Homilía en la 35ª Peregrinación juvenil al Santuario de la Virgencita

Villa Concepción del Tío – domingo 1º de septiembre de 2024

Señor, ¿quién habitará en tu Casa?”

Con esta pregunta hemos acompañado las estrofas del salmo responsorial (el salmo 14). 

¿La respuesta?: “El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. […]”

Esta inquietud de cómo ser digno de Dios atraviesa toda la Biblia. Así, por ejemplo, el salmo 24 se hace una pregunta similar: “¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado?”.

Y responde: “El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente: él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su Salvador”; y concluye: “Así son los que buscan al Señor, los que buscan tu rostro, Dios de Jacob.”

La respuesta del salmo 24 es más completa: abraza el culto a Dios y el trato recto a los demás. Amor a Dios y al prójimo, nos dirá Jesús.

Sin embargo, a mi criterio, lo más interesante es la pregunta: ¿Quién podrá habitar en la casa de Dios?

En el fondo, lo que más nos quema por dentro es este buscar al Señor, buscar su rostro luminoso y bendito. Eso es lo que nos mueve para caminar la vida y peregrinar la fe.

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A eso apunta también el Señor en el evangelio.

Jesús está discutiendo con los fariseos: ellos tienen una práctica religiosa más atenta a la apariencia externa. Corren el riesgo de la hipocresía: bonitos por fuera, oscuros y muy retorcidos por dentro.

A no escandalizarse: así somos los miembros de la especie humana, de esa madera y de ese barro.

El que quiera vivir según Dios -enseña Jesús- debe atender a su corazón: “Felices los puros de corazón, porque verán a Dios” (Mt 5, 8). Toda purificación verdadera nace ahí adentro, en el corazón que se deja transformar por Dios.

Era ya la súplica del rey David, dolido por haber traicionado la misión confiada: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu” (Salmo 50, 12-13).

Es del corazón de donde brota lo mejor que podemos ofrecer a Dios y a los demás.

El corazón es el terreno privilegiado donde actúa el Espíritu de Cristo.

Allí trabaja con finura de artista y paciencia de maestro.

Con su Espíritu, Jesús sabe tocar nuestro corazón y despertar en él las mejores preguntas, las que nos arrancan de la superficialidad y nos limpian la mirada para ver más hondo y más lejos.

Así, con su Espíritu, Jesús sabe sacar la mejor versión de nosotros.

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Volvamos a la pregunta del salmo: “Señor, ¿quién habitará en tu Casa?”

Queridos jóvenes: es el mismo Dios el que ha puesto esa inquietud en nuestro corazón. Escuchemos estas preciosas palabras de Jesús.

Expresan su mejor promesa: «No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.” (Jn 14, 1-3).

En eso anda Jesús: preparándonos un lugar y buscándonos para que estemos siempre con Él en la casa de su Padre.

Un Dios que pone en nuestro corazón la inquietud de habitar en su casa, pero que, en realidad, Él es el ansioso por sentarnos a su mesa.

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Desde hace treinta y cinco años que la Iglesia joven de San Francisco camina estos siete kilómetros entre El Tío y Villa Concepción.

Pocos kilómetros que pueden despertar grandes preguntas en el corazón.

Jóvenes y no tan jóvenes seguimos siendo peregrinos, buscadores del rostro de Dios, ansiosos de que María nos mire, nos tome de la mano y nos lleve por ese camino que ella misma ha transitado antes de nosotros.

Este año, “peregrinos de la Esperanza”, tenemos como compañero de viaje al querido Carlos Acutis.

“Beato” quiere decir: bienaventurado, feliz, bendecido. Carlos ha caminado con alegría la fe -enamorado de Jesús, de su madre, de su Eucaristía, de los pobres- y, después de su breve paso por esta vida, ha alcanzado la eternidad del cielo.

Padre bueno:

Carlos ha vivido como nos dicen los salmos y nos cuenta el evangelio; y ha podido entrar en tu casa, donde nos espera con su sonrisa de adolescente y la bondad de su corazón cristiano.

Querido Carlos:

Nosotros seguimos caminando. En ocasiones el camino se vuelve un poco pesado, tal vez, aburrido. Nos amenaza la superficialidad que no deja que salgan a la luz las preguntas más hondas de la vida.

Por eso, caminamos con vos y pedimos tu ayuda:

Enseñanos a escuchar nuestro propio corazón, a escuchar en él la voz de Jesús, el Resucitado; a percibir en nuestro corazón inquieto los movimientos del Espíritu, brisa, viento y huracán, fuego y calor.

Carlos, beato amigo de los jóvenes:

Enseñanos a tomar la misma autopista que a vos te llevó al cielo:

la sagrada Eucaristía; y a tomarla con María, de la mano de los pobres. Y caminando juntos, como familia, como Iglesia.

Amén.

El corazón

«La Voz de San Justo», domingo 1º de septiembre de 2024

“Jesús dijo a sus discípulos: «Lo que hace impuro al hombre es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».” (Mc 7, 20-23).

Jesús está criticando fuerte a los fariseos y su gusto por la apariencia: una cosa por fuera, otra por dentro. Para él, en cambio, es el interior del hombre la fuente desde la que crece la vida.

Jesús supera así la separación entre lo puro y lo impuro. El que quiera vivir según Dios, debe atender a su corazón: “Felices los puros de corazón, porque verán a Dios (Mt 5, 8). Toda purificación verdadera nace desde dentro, en una conciencia que se hace transparente a la verdad.

Es lo que suplicaba con humildad el orante de la Biblia: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu” (Salmo 50, 12-13).

El corazón es el terreno donde actúa el Espíritu de Cristo. Allí trabaja con finura de artista y sabiduría de maestro. Jesús sabe tocar el corazón y despertar las mejores preguntas, las que nos arrancan de la superficialidad y nos limpian la mirada para ver más hondo y más lejos.

Hoy es la Peregrinación juvenil al Santuario de la “Virgencita”. Treinta y cinco años caminando pocos kilómetros para despertar grandes preguntas en el corazón de los jóvenes.

“Ojalá que sepamos escucharte, Señor, y dejarnos sacudir por tu voz, para ser libres de verdad. Amén.”

Dos bienaventuranzas para nosotros

Fiesta patronal diocesana en honor a la Virgen de Fátima – 13 de mayo de 2024

“Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: «¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!». Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».” (Lc 11, 27-28).

Dos bienaventuranzas, un poco contrapuestas; las dos se refieren a María, la madre de Jesús; pero, las dos nos atañen a nosotros.

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¿Qué, de lo que ha oído y visto, ha movido a aquella mujer del pueblo a “piropear” de esa manera a Jesús y a su madre? Tal vez, ella misma es mamá y presiente el orgullo de aquella otra madre de este hijo tan singular.

Claro, ha visto a Jesús expulsar un demonio mudo. Habrá escuchado cómo algunos le bajan el precio a este hecho (“Este expulsa a los demonios con el poder de Belzebul…”); pero, también, cómo Jesús ha respondido: “Pero, si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.” (Lc 11, 20).

Habrá escuchado con atención las palabras misteriosas con las que Jesús cierra la discusión con sus críticos, intuyendo la honda experiencia que Jesús tiene del corazón humano, sus fragilidades y su vulnerabilidad al poder del mal: “Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: «Volveré a mi casa, de donde salí». Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio” (Lc 11, 24-26).

Sí, eso es lo que nos pasa a menudo, habrá pensado para sí esta mujer, sintiendo el deseo de gritarle aquella bienaventuranza que comentamos como una “saeta” directa a su corazón.

Contemplando con esta mujer del pueblo las acciones y palabras de Jesús, también nosotros sentimos que el Señor sabe qué abrumador es el peso del mal en la vida de las personas, de los pobres, en la historia del mundo.

¿No es nuestra experiencia cotidiana? ¿No somos “expertos”, con la experiencia que da la vida, en la fuerza abrumadora del mal que escapa a nuestro control y nos vuelve impotentes? Y el mal en todas sus formas…

Pero, por encima de todo, Jesús sabe expulsarlo haciendo presente el poder de Dios en el mundo, jugando a nuestro favor y devolviendo humanidad (“la fuerza del dedo de Dios”, ha dicho, devolviendo vida, libertad y humanidad a un pobre hombre en poder del mal).

Sí, el mal existe, es oscuro y pesado; y el mal moral en su máxima expresión: el pecado. Es más: puede con nosotros; por eso, Jesús nos ha enseñado a orar: “Padre…no nos dejes caer en la tentación.” (Lc 11, 2.4). El Padre no nos abandona. Su poder bueno sabe abrirse camino, entrar por los entresijos enmarañados de nuestra vida y liberarnos del mal.

Su palabra, sus gestos de cercanía y, sobre todo, su persona “pueden” con el mal que deshumaniza.

Nosotros también contemplamos a Jesús con aquella mujer -decíamos- y no podemos dejar de “piropear” a la mujer madre que lo aceptó libremente en su vientre y lo alimentó con la leche de su humanidad.

Hoy, nosotros como Iglesia diocesana, saludamos así también a María.

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Jesús retruca a la mujer que lo ha piropeado: “Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc 11, 27). Y esa bienaventuranza que le sale de adentro es para nosotros, pero también alcanza a la mujer que, antes que nadie, la ha vivido a puro Evangelio.

Y Jesús no se enojará si, tomando de sus labios y de su corazón esa preciosa bienaventuranza, nosotros la hacemos nuestra, agregando lo que tenemos esta tarde en el corazón y refiriéndola explícitamente a María.

Es casi como una oración. Es, realmente, una plegaria a María

Sos bienaventurada, Madre, porque has dejado crecer en vos -en tu vientre y en tu corazón- la Esperanza de Dios.

Y la has has alimentado, escuchando cada día la Palabra de Dios, en el silencio de tu oración, en la contemplación amorosa de Jesús, el hijo que crecía en tu vientre purísimo y que aprendió a decir Abba, tomando esa ternura de tus labios y de tu corazón.

Esa Esperanza ha crecido también en tu vida, cuando, movida por el Espíritu, sin demora, has acudido a servir a Isabel como humilde servidora. Has comprendido así que el Padre de Jesús, el Hijo bendito de tu vientre, es Padre de los pobres, el Dios que siempre está del lado de los humildes, de los oprimidos, de los hambrientos y descartados. Él es su mayor riqueza y esperanza.

Por eso, no podemos dejar de suplicarte: enseñanos a nosotros, torpes y mundanos, a alimentar esa misma esperanza en nuestros corazones.

Por eso, educanos en la escucha cotidiana de la Palabra que nos ilumina, nos hiere moviéndonos a la conversión y nos salva.

Pero, sobre todo, enseñanos a llevarla a la vida, a vivir el Evangelio, porque solo en ese terreno concreto, por momentos árido, pero también ávido de fecundidad, puede crecer la semilla del Evangelio.

Solo cuando, con vos y como vos, vivimos el Evangelio terminamos de comprenderlo, de apreciarlo en toda su verdad y nos dejamos llevar por el Espíritu que la Palabra trae a nuestra vida.

Porque la escucha de la Palabra solo culmina cuando se hace gesto, actitud, sentimiento y vida. Pero, sobre todo, cuando la comunicamos a otros para que compartan nuestra esperanza y la alegría que trae consigo.

Así alimentados por la Esperanza que es tu Hijo Jesús, nosotros alimentemos la esperanza en el corazón de nuestros hermanos.

Que nuestra Iglesia diocesana, peregrina de la Esperanza, sea también misionera de la Esperanza que es Cristo y su Evangelio.

Que alimentemos la esperanza en el corazón de los pobres, de los que se sienten solos y desanimados, de los más alejados y pequeños. Si lo hacemos, como vos, vamos a experimentar que, en ese intercambio de esperanzas compartidas, el Dios de los pobres alimenta y robustece nuestra esperanza.

Amén.

Una monja benedictina y unos curas diocesanos de retiro

A propósito de los Ejercicios Espirituales del Presbiterio de San Francisco 2024 predicados por la Hna. María Luz osb

“Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.” (DV 8).

Con la asistencia del Espíritu Santo, la Iglesia “va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.” (ídem).

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Estas palabras de la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II me han venido al corazón, una y otra vez, a medida que transitábamos los Ejercicios Espirituales del Presbiterio de este año 2024, dirigidos por una monja benedictina de la Abadía «Gozo de María», la hna. María Luz osb. 

Tuvieron lugar en la Casa de Retiros “Betania” del lunes 8 al viernes 12 de abril de este año.

Siempre me ha gustado imaginar la Tradición viva de la Iglesia como un caudaloso río que nace en las alturas de la montaña, pero que, cuando llega a la llanura, el ímpetu inicial toma la forma de un caudal sereno pero fuerte y profundo, paciente y constante y que, de esa forma va irrigando y fecundando las tierras por las que dibuja su curso. 

Su caudal lo forman la tradición apostólica a la que se van sumando las innumerables tradiciones espirituales, apostólicas, teológicas, místicas, sociales y culturales que muestran el rostro luminoso del humanismo cristiano que prolonga en la historia la Encarnación y la Pascua.

De ese caudal forma parte la tradición benedictina con su modo tan propio y sabroso de leer a Dios en la lectio divina de las santas Escrituras, su teología mística y afectiva, su vivencia profunda del servicio divino en la liturgia uniendo mente, labios y corazón, su hospitalidad generosa y católica, pero que, cuando se expresa a través del genio femenino adquiere una elocuencia particularmente bella e incisiva.

¿Puede una mujer, monja contemplativa, benedictina en este caso, guiar una tanda de Ejercicios a un Presbiterio (obispo y presbíteros), varones todos ellos empeñados en la labor apostólica?

Sí, puede. Claro que puede. De hecho, es lo que hemos experimentado en estos días. Los testimonios que abajo transcribo dan cuenta de ello. Con la elocuencia de la realidad esa pregunta se responde cabalmente.

Y, si no bastara o no convenciera la experiencia vivida, vale también argumentar un poco, sin perder de vista la fuerte vivencia que hemos tenido en estos Ejercicios.

Los sacerdotes somos, ante todo, hombres y discípulos. O intentamos serlo. Buscamos a Dios, tenemos sed de Él, anhelamos ser iluminados por su Rostro… y esto, como le ocurre a todo ser humano que camina la historia. 

Y somos hombres y discípulos en un tiempo como el nuestro en el que muchos de nuestros hermanos y hermanas, tal vez en el seno de nuestras propias familias y red de amigos, saben de sobra lo que es vivir sin Dios, sin un Dios vivo ante el que llorar, gritar, orar o bailar. 

Somos pastores en un tiempo y en una región fuertemente galvanizados por un secularismo penetrante, frío e inhumano. 

Por eso, sentimos el deseo del infinito. Sentimos la necesidad del cielo. Y esa fibra íntima de nuestro ser ha tocado la monja con sus meditaciones, pero, sobre todo, con la propia experiencia espiritual que transmitían sus palabras, tanto como su presencia.

Personalmente fui tocado de manera muy intensa por la meditación sobre el Cantar de los Cantares, cuya lectio hizo vibrar el deseo de Dios. Tuvo como título: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”

Una monja o un monje, aun considerando todo lo que los distingue de un laico, de un obispo o un cura, tienen, sin embargo, muchos más puntos en común. Es mucho más lo que los une que aquello que los separa. 

Una monja o un monje viven radicalmente algo que no puede faltar en el corazón de la experiencia espiritual de todo bautizado, también de aquellos que tenemos una vocación apostólica: somos del Señor y para el Señor, y nuestra misión es abrir el mundo a la acción del Espíritu. 

Aquí me detengo, aunque podría continuar desgranando tantas cosas vividas. Dejo paso al testimonio de mis hermanos curas, porque hablan con más elocuencia que la mía.

Solo añado esto: nos ha hecho mucho bien, según el Evangelio, vivir este tiempo intenso de oración. Por eso, gracias sean dadas a Dios por nuestro Señor Jesucristo en el Espíritu Santo. Amén.

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

23 de abril de 2024

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Testimonios de algunos de los presbíteros que participaron de los Ejercicios Espirituales 2024

“La experiencia personal en el retiro del Presbiterio 2024 ha sido, para mí, de consuelo y aprendizaje para abrazar la contemplación en mi vida ministerial. El acompañamiento de la hna. María Luz como madre espiritual, mujer de fe y monja ha tenido la pedagogía de una maestra espiritual que nos ayudó a vivir, desde la Palabra, la belleza del Resucitado”

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“En este retiro estoy viviendo la experiencia de recibir, por desborde, la sabiduría que es fruto de la contemplación del misterio de Dios, de la lectio divina, de la meditación, de la enseñanza de los santos. Creo que a través del servicio de la hna. María Luz, de su presencia, uno puede palpar y redescubrir la belleza y la importancia del carisma de la vida contemplativa en la Iglesia. 

Es una gracia muy grande que me da claridad del discernimiento, confirmación y una invitación clara a la conversión en algunos aspectos de mi relación con Jesús. Y también la riqueza de las meditaciones que me siguen dando pasto para seguir rumiando durante todo el año”.

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“Mi experiencia de esta semana del retiro es volver a la parroquia con más gusto y deseo de hacer la actividad desde la oración personal diaria, haciéndolo en el silencio y llevando lo que vive la gente, lo que uno escucha en la atención a las personas, llevarlo a la oración y en el silencio sentir ese gusto del abrazo de Cristo por cada uno. Silencio, oración y la realidad de lo que vive la gente”. 

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“En estos días de especial intensidad espiritual he encontrado cómo en la Iglesia siempre hay quienes, con su modo de buscar a Dios, nos estimulan, nos empujan, nos alientan. Son días para ver con más claridad algo de lo cual estamos convencidos, pero que a veces se nos desdibuja: solo Dios basta. Con la ayuda de las meditaciones de la hna. María Luz, con todo lo que externamente se ofrece, con el silencio necesario, con actitud de acogida y apertura de mi parte, el buen Dios ha echado más leña al fuego en el deseo de seguir buscando su Rostro. 

Las meditaciones sugeridas me llevaron a seguir encontrando a Dios en el Rostro de Jesús, a confirmar lo que muchas veces he pensado: no creo en Dios, creo en el Dios de Jesús. En la meditación sobre la misericordia he pensado en la belleza de esta convicción: curar heridas está en el centro de nuestro ministerio como lo hizo Jesús; pero esa es también la fuente de nuestra curación. Aliviando nos aliviamos. Una vez más puedo confirmar que el ejercicio del ministerio es fuente de santificación”. 

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“En esta semana que nos ha precedido el domingo de la misericordia, en el retiro la hna. María Luz nos ha manifestado la presencia de un Dios misericordioso, cercano, que acompaña. Presencia que muchas veces, en lo personal, necesitamos acrecentar para poder ser reflejo de esa misericordia del Padre. 

Gracias hna. María Luz por tu hondura espiritual que nos ha manifestado el Rostro de este Dios amoroso y misericordioso”.

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“- La reflexiones que nos propuso la Hna Maria Luz, han sido para mí un baño sereno de luz pascual durante esta semana. 

– Me hizo muy pero muy bien escuchar el misterio de Dios narrado por una mujer consagrada. Develó con más profundidad y hondura aspectos del Misterio, a los que sólo ellas, en compañía de la gracia, pueden llegar.

– Sentí que sus reflexiones son totalmente creíbles, primero porque brotan de un corazón que es y se manifiestan en todas sus acciones, palabras y miradas, CREYENTE (CREE)

– Creo que fue la primera “predicadora” a la que no se la presentó con títulos académicos, “carrera eclesial”, o logros meramente humanos. Monja, benedictina, mujer buscadora de Dios; eso basta. Me hizo mucho bien que “eso basta”.

– Sus reflexiones más que de elucubraciones teológicas,  las viví como una “lectio divina intergratur in vita tua”.

– Mes asombró libertad de moverse dentro la “nube” del Espíritu, fue una revelación e invitación de un corazón creyente que bebe, como Elías, frecuente el agua fresca del arroyo.  1 Reyes 17, 4-6

– Exprimenté la sorpresa de su trato tan familiar con el Señor, “como quien habla cara a cara con un amigo” Ex 33, 11

– Vivencié el estupor, en cada una sus palabras, de toda la Sagrada Escritura atravesada por el misterio de Cristo, que da cumplimiento a las promesas del Padre.

– Deja en mí una renovada invitación a volver a creer, con más frescura y libertad.

– Confirmó intuiciones y mociones del Espíritu en este último tiempo en mi vida y despertó, porque a veces como los discípulos nos dormimos, la búsqueda y la sed de Dios que me invita a estar siempre en vela y vigilante para no caer en el sueño adormecedor de la mundanidad”.

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“Muchas gracias, hna. María Luz. Bendigo a Dios, porque todos estos días de oración. En verdad que fuiste fiel a lo que dijiste el primer día de los Ejercicios Espirituales. Recuerdo que dijiste: «vengo a compartirles mi experiencia de oración». Y creo que ahí estuvo la riqueza de la gracia de estos días: que una monja de clausura abra su corazón para compartir, de una manera simple, pero a la vez honda, profunda, su experiencia, su vivencia de oración, su lectio, con todo lo que encierra la riqueza de ser mujer y consagrada a Dios. Me han hecho mucho bien todas tus meditaciones, pero debo confesar que la del Cantar de los Cantares me ha dejado trastornado. Esa propuesta de buscar, encontrar, perder y volver a encontrar a Dios, llenó de entusiasmo y me movilizó el corazón, mi corazón de cura. 

Me quedo con una imagen de las tantas que presentantes en estos días que, al decir del papa Benedicto, era un hombre tironeado por dos amores: el amor a Dios y el amor al pueblo. Creo que no hay nada más hermoso que se pueda decir de la vida y del corazón de un sacerdote: que este tironeado y movido por esos dos amores: Dios y el pueblo. Es por eso que me uno al salmo 115, y a vos, hermana, para decir a Dios: «¡Cómo te pagaremos todo el bien que nos hiciste!»”

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“Doy gracias realmente a Dios porque estos días fueron, para mí, maravillosos. Uno de los retiros más lindos de mi vida, sobre todo, para esta etapa que me toca vivir. Doy profundamente gracias a Dios, y pido al Espíritu Santo de poder aprovecharlos todos estos mensajes, todas estas experiencias, todas estas gracias para esta etapa de mi vida. Doy gracias a esta querida diócesis, a este Presbiterio, y a esta hermosa hermana que nos ha ayudado a meternos allí, donde nació todo, en la historia de la humanidad, y nuestra propia historia. Estoy profundamente agradecido. Dios es amor.”

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“Creo que el retiro ha sido la respuesta de Dios a lo que compartíamos en la conversación espiritual en la jornada de la Misa crismal, donde iniciamos este diálogo en torno a la oración y, en aquel momento, entorno a dificultades y desafíos que se planteaban. Creo que María Luz ha sido el instrumento de Dios para responder, y responder con creces, al planteo que nos hacíamos. Su sabiduría, su santidad, su familiaridad con la Palabra de Dios, el toque de lo femenino, que considero que ha sido muy importante, ha ayudado a vivir profundamente estos días de retiro. 

Cuando digo ‘profundamente’, creo que tanto en lo personal, en la oración, en la reflexión, en el clima interior con el que lo pude vivir, y también en el clima fraterno que hemos vivido en cada uno de los momentos, aun en aquellos momentos en que nos cuesta más el silencio, creo que hemos podido vivir intensamente. Doy gracias a Dios.”.

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“Fue un retiro muy suave, ‘suave’ en el sentido de que la Palabra fue cayendo como esa llovizna de estos días, suavecito en nuestro corazón, a través de la suavidad y la ternura de esta mujer, tremendamente enamorada de Jesús y de su vocación. Y así, con la suavidad y la ternura propia de una mujer, me fue llevando hacia el encuentro con Jesús, me puso frente a Jesús, y a esa realidad tremenda de decirle sí constantemente, de optar cada día por él y su Evangelio. Fue ayudándome a entrar, suavemente, despacito, en esta oración para que Jesús entre en mi corazón, suavemente, y pueda hacer su obra. Muchas gracias por eso”. 

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“El retiro me dejó a las puertas del misterio que, sin dejar de ser misterio, es, sobre todo, cercanía. Ahora me toca entrar diariamente en él de la mano de María y de José.”

Jesús es futuro

«La Voz de San Justo», domingo 17 de diciembre de 2023

“Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia».” (Jn 1, 26-27).

Este domingo, el evangelio vuelve a presentarnos a Juan Bautista como “precursor” de Jesús: sus palabras, gestos y su misma persona están referidos a Jesús. “Él viene después de mí”, dice Juan con firmeza. Jesús es único e inigualable. Él es lo definitivo y para siempre. Él es el futuro de Juan, de nosotros y de toda la humanidad.

Los cristianos creemos en Jesús. Pero también esperamos en Él. O, mejor: lo esperamos a Él. Por eso, allí donde el cristianismo echa raíces se convierte en motor de esperanza. La fe en Jesús hace mirar hacia delante, abre el futuro y, por eso, llena de sentido al presente.

Pero ¿qué esperamos los cristianos de Jesús?

Jesús ha prometido hacer presente a Dios, su Padre, en nuestra vida. Y ha cumplido la promesa. Y trayéndonos a Dios, nos ha traído la vida verdadera, aquella que se abre paso en las circunstancias más duras, atravesando incluso el umbral de la muerte.

Esperamos algo ya presente entre nosotros. Cuando se cae en la cuenta de esto, todo cambia. Y, con esa fuerza en el alma, la persona de fe, como Juan el Precursor, puede decir: yo no soy la Luz, sino “testigo de la Luz” (Jn 1, 8).

Pocas cosas son tan imprescindibles hoy como esos testigos de esperanza. Iluminan la vida de todos.

“Señor Jesús: Estás viniendo a nosotros; pero, ya ahora, tu presencia nos colma de luz. Mientras más espesa se vuelve la oscuridad del mundo, tu luz se hace más intensa, haciéndonos mirar con confianza el futuro. Amén”

Ven, Señor Jesús

«La Voz de San Justo», domingo 10 de diciembre de 2023

“Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo.»” (Mc 1, 6-8).

En esa frase final (“Yo, con agua; él, con el Espíritu Santo”) está todo. Nosotros -como Juan en el Jordán- solo podemos expresar nuestro deseo de transformación con un gesto más simbólico que efectivo, confiando en que, con esfuerzo y determinación, podamos alcanzar la meta.

Solo Dios podía cumplir aquella aspiración. Y no se ha quedado en amagues: lo ha hecho con divina audacia, desconcertando al mismo Juan. Él, que llevaba una vida austera, empieza a comprender que aquel “normalísimo” Jesús será el que finalmente transforme el corazón del hombre. Pero antes, el mismo Jesús será transfigurado por el Espíritu en la resurrección.

Adviento es tiempo de esperanza: esperamos al que viene a nosotros con la potencia del Espíritu de Dios. Todo genuino encuentro con Jesús siempre desata una revolución en la propia vida: Jesús convence, transforma y resucita a todo aquel que acoge su presencia. Por eso, Adviento es también tiempo del Espíritu, que es fuego, soplo y aliento, brisa y viento.

Al ir concluyendo un intenso año 2023, tal vez con muchos pesares, que nuestra espera se vuelva oración: “Ven, Señor Jesús. Ven a nosotros, a nuestra vida, a nuestra historia. Ven y sopla sobre nosotros el aliento de tu Espíritu. Ven, Señor, a renovar todas las cosas. Ven, que esperamos. Amén”.

Rey, pastor y juez

«La Voz de San Justo», domingo 26 de noviembre de 2023

“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.” (Mt 25, 31-33).

Este domingo culmina el año litúrgico. Es la fiesta de Cristo rey. Un soberano que es también pastor y juez: al caer el día, separa ovejas de cabritos. Cada domingo lo recordamos al recitar el Credo: sentado a la derecha del Padre, “desde allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos.”

Ese juicio se basa en una ley precisa: “tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (Mt 25, 35-36).

La compasión, la misericordia y la cercanía con el que sufre es lo que define la calidad humana de cada uno. Hilemos fino: no se nos pide curar al enfermo, solo cercanía de amigo. De esa cercanía no puede ser excluido ni siquiera un preso justamente condenado.

En definitiva, seremos juzgados por una medida concreta: el mismo Jesús. Cercano a los pobres, enfermos y pecadores, Él vivió así hasta la entrega total de su vida por amor. Solo Dios podía ser tan genuinamente humano.

“Al final de nuestra vida, Señor Jesús, sabrás discernir en nosotros cuánta humanidad hayamos vivido, cada gesto de amor realizado. Sabrás también quemar toda impureza inhumana de nuestro corazón. Por eso, al contemplarte como rey, pastor y juez recobramos la esperanza. Tu juicio será también buena noticia de salvación para nosotros. Amén.”

20 de noviembre de 2023

He empezado a escribir estas líneas en la tarde del viernes 17 de noviembre, mientras rezamos por la Patria. Las he concluido el domingo 19 después de celebrar la Misa e ir a votar. Las publico este lunes 20 de noviembre de 2023.

Mientras escribo, no sé todavía quién ha sido elegido presidente, pero ya está en mis oraciones. También el candidato que perdió. Parafraseando al papa Francisco: estamos juntos en el mismo barco. Todos tenemos el desafío de seguir consolidando la democracia que elegimos hace cuarenta años.

La democracia es mejor, no porque sea más eficiente que otros sistemas, sino por su fundamento: la dignidad de la persona, sus deberes y derechos; porque consagra el imperio de la ley y el estado de derecho; y, en definitiva, porque apela a la conciencia y libertad de los ciudadanos para elegir o cambiar a los representantes del pueblo soberano. Para quienes somos creyentes, todo ese delicado engranaje se sostiene en Dios, fuente de toda razón y justicia.

Escribo pensando en este lunes y en el camino que, como pueblo, tenemos por delante. Soy un ciudadano argentino, católico y obispo. Estas tres realidades preciosas convergen en mi persona y determinan lo que comparto a continuación.

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Ha concluido un extenuante año electoral. No se puede someter a la ciudadanía a un proceso tan desgastante, en medio de una crisis económica y social angustiante. La imagen que queda es la de una clase política que se mira a sí misma, dejando para un segundo plano las preocupaciones, intereses y desafíos de la sociedad.

Un signo muy esperanzador sería, no digo una reforma política amplia (que anhelamos desde la crisis de 2001), sino, al menos, un calendario electoral más diáfano, claro y respetuoso de la vida de las personas. Solo eso.

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Sin embargo, no hay mal que por bien no venga. A lo largo de este intenso año electoral 2023, los argentinos hemos expresado, una vez más, el talante fuertemente pasional con que vivimos todo: el fútbol, la política y también la religión.

La polarización se ha exacerbado, alcanzando incluso a los católicos y otros creyentes. Sin embargo, este apasionamiento revela que la cosa pública sigue despertando interés, inquietud y capacidad de involucrarse en el destino colectivo de nuestro pueblo. Esto es bueno.

Aquietados los ánimos, reconducidas las tensiones a un límite aceptable y, por encima de todo, haciendo prevalecer el respeto por el otro, tenemos que tirar de ese hilo para sacar a la luz la capacidad de construir, con paciencia y perseverancia, el bien común.

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Pienso que, mirando el presente y el camino por transitar, tenemos algunas tareas indispensables: rehabilitar la política y rehacer la convivencia ciudadana.

En la tradición del humanismo cristiano, a la política se la concibe como una de las formas más altas de caridad: es la búsqueda paciente, perseverante y deliberada del bien común. Supone todo un conjunto de hábitos virtuosos. No se rehabilita la política solo con maña y picardía, sino con ciudadanos fogueados en la búsqueda de la verdad, del bien, de la honestidad y de la justicia.

Rehabilitar la política es una tarea que incumbe a todos los ciudadanos, aunque desafía de manera particular a los hombres y mujeres que la reconocen como su vocación personal. No todo político tiene que ser un estadista, pero no hay política de largo alcance sin políticos así: capaces de alentar un proyecto común, de pensar estratégicamente y de darle mística a la construcción colectiva de un proyecto común de país. El pragmatismo es importante, pero si tiene tras de sí ideas y convicciones sólidas, sino es -como lo hemos comprobado dolorosamente- cortoplacismo y retórica.

Ya tenemos presidente. Estará buscando por estas horas armar su equipo de trabajo y diseñando cómo afrontar los complejos desafíos que tiene nuestro país. Nos lo tendrá que decir con la mayor claridad posible, pensando, sobre todo, en los más frágiles, en las nuevas generaciones y en quienes lo miran con sospecha. Necesitará mucho temple, paciencia y capacidad de trabajo.

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Los ciudadanos de a pie, que en este lunes 20 de noviembre retomamos nuestra vida cotidiana, tenemos también una serie de desafíos formidables para enfrentar juntos los duros tiempos que se avecinan. Entre ellos, he mencionado el de reconstruir la amistad social, una convivencia pacífica y estimulante para todos.

En estos meses hemos vivido tensiones fuertes, tal vez hayamos dicho palabras gruesas de las que hoy seguramente estemos arrepentidos; incluso habremos podido ofender a amigos queridos o a personas que respetamos.

Es hora de darnos una nueva oportunidad, mirarnos a los ojos y tendernos la mano. Estamos juntos en este mismo barco -como decía arriba- que es Argentina.

En ocasiones se ha dicho que la democracia, por tal o cual razón, está en riesgo; o que nuestro país está en peligro. Sinceramente, nunca me lo he creído del todo.

La democracia argentina está en riesgo desde que existe y ha atravesado momentos críticos de gran peligro. Su riesgo más grande es no haber podido poner en marcha un proceso virtuoso de desarrollo para todos que lleve trabajo, educación y libertad a buena parte de nuestros hermanos y hermanas argentinos, especialmente a las nuevas generaciones. Este riesgo sigue ahí, activo o latente. Es nuestro desafío de fondo.

Los que creemos en Jesucristo, el Señor de la historia, contamos con Él, con la fuerza de su Espíritu y con el inestimable poder de la esperanza que derrama en nuestros corazones. A Él apelamos para seguir caminando con nuestros conciudadanos.

¡Argentina, canta y camina!

Arriesgarse

«La Voz de San Justo», domingo 19 de noviembre de 2023

“Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes». (Mt 25, 28-30).

Así concluye Jesús la parábola de este domingo: los servidores que hicieron fructificar los talentos fueron recompensados; el que lo enterró por miedo recibe un castigo severo y desproporcionado. Es una parábola: con ese golpe de efecto busca hacernos pensar.

El mensaje lo podemos sintetizar en dos puntos. Ante todo, vivir es arriesgar. El discípulo de Jesús, como decíamos el domingo pasado, vive en la esperanza, no en la pachorra. Es una espera que nos desafía a vivir a fondo: hay que arriesgarse para ganar. En segundo lugar, esa actitud es la que hemos de tener frente a Jesús y su Evangelio: o se lo recibe y acepta, poniendo en riesgo la propia vida, o se corre el riesgo de perderlo todo: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará” (Mt 16, 25).

Jesús nos invita al riesgo de la esperanza y, por eso, de la libertad que es jugar a fondo, comprometerse con los demás, confiarse plenamente a un Dios que siempre nos sorprende y desafía.

En la parábola, los servidores que arriesgaron y ganaron, reciben este precioso elogio del patrón: “Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor” (Mt 25, 21). De eso se trata: pasar de servidores a amigos.

“Jesús: abrazamos ese riesgo por vos y tu Evangelio. Amén”