130 años de la creación de la parroquia “San Francisco de Asís”

Catedral de San Francisco – 10 de agosto de 2022

Una buena semilla ha sido sembrada. Ha encontrado buena tierra y, por eso, es dable esperar una buena cosecha con el mejor de los frutos.

Contemplamos la figura evangélica de San Lorenzo, diácono y mártir, a la luz de la Palabra que acabamos de escuchar. Y esa luz ilumina también los ciento treinta años de camino de nuestra comunidad parroquial. 

La palabra “parroquia” evoca precisamente eso: una comunidad en camino. En realidad, en el origen de esta palabra está la referencia a un grupo humano que vive lejos de su hogar, en el extranjero, y, por eso, de paso por esa tierra. 

En camino hacia la casa del Padre.

Es también la casa de Dios en medio de las casas de los hombres y mujeres que habitan la historia, pero con el corazón y la mirada puestos en el futuro que nos abre a la esperanza.

Somos hombres y mujeres que vivimos de una promesa. Como comunidad cristiana, somos un pueblo sostenido por la Promesa del Señor que acabamos de escuchar en el Evangelio: “El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.” (Jn 12, 26). 

Una comunidad parroquial vive el servicio de Cristo en sus tres dimensiones fundamentales: servicio de la Palabra, de la Liturgia y de la Caridad. 

Este es el servicio -la “diaconía”- que esta comunidad parroquial viene realizando desde su creación por el entonces obispo de Córdoba, fray Reginaldo Toro OP, en 1892. 

Cuando es creada la diócesis, esta parroquia pasó a ser la sede de la cátedra del obispo de San Francisco. Su templo parroquial pasó a ser la catedral de la nueva diócesis. 

Si la parroquia “San Francisco de Asís” es la madre de todas las comunidades parroquiales de nuestra querida ciudad, al pasar a albergar a la catedral, esa maternidad espiritual se ha ampliado a los confines de esta Iglesia diocesana. Así también su triple diaconía. 

A lo largo de estos años, el anuncio del Evangelio, la celebración de la Liturgia y la promoción de la vida cristiana han ido sumando a muchas personas que han sentido el llamado del Señor a la misión: sacerdotes, catequistas, ministros de la comunión, de las exequias y otros agentes de pastoral. 

Permítanme mencionar al querido Néstor Bernard, cuya pascua aconteció días pasados. Él, y tantos otros, son verdaderos testigos de la fe, cuya bondad y compromiso nos alientan a seguir caminando. 

Hacemos memoria agradecida de todos ellos. 

En este “camino sinodal”, como hoy estamos aprendiendo a decir, la comunidad parroquial de la catedral tiene un lugar y un aporte originales. 

En el amplio espacio de este bello templo debe resonar las voces de cada una de las comunidades que tejen la vida de nuestra Iglesia diocesana: sus anhelos, sus necesidades, sus proyectos y expectativas. 

Seguimos aprendiendo a caminar juntos en este tiempo que el Señor nos regala: difícil y complejo, pero también fascinante. Experimentamos que la pandemia nos ha afectado a todos, en diverso grado e intensidad. Ha tocado nuestro cuerpo, pero mucho más nuestros corazones.

Como enseñaba el siervo de Dios, cardenal Eduardo Pironio, hace ya varias décadas, en su “Meditación para tiempos difíciles”: «Jesús no anula los tiempos difíciles. Tampoco los hace fáciles. Simplemente los convierte en gracia. Hace que en ellos se manifieste el Padre y nos invita a asumirlos en la esperanza que nace de la cruz.»

Miramos agradecidos el pasado, pero no lo anhelamos con nostalgia. Miramos esperanzados el futuro, pero no nos dejamos ganar por la ansiedad. 

Como peregrinos de la fe -guiados por María y San Francisco- queremos ser también hombres y mujeres del Espíritu, guiados por Él y dóciles a sus inspiraciones y mociones. A ellos invocamos para poder abrirnos a la gracia que Dios nos regala en este tiempo que nos toca vivir. 

Así sea.

Acertar en la vida

«La Voz de San Justo», domingo 7 de agosto de 2022

“Busquen más bien su Reino, y lo demás se les dará por añadidura. No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.” (Lc 12, 31-32).

Ya lo dijimos el pasado domingo: Jesús no desprecia el dinero, considerándolo malo. Él no es un asceta amargado. Por el contrario: una palabra clave de su prédica es “feliz”, “bienaventurado”. Anuncia una buena noticia que colma de alegría: el amor de Dios que se preocupa de todas sus criaturas.

Como buen conocedor del corazón humano, sabe que la felicidad que el Padre quiere para nosotros tiene una condición: la libertad interior que nos permite usar de las cosas sin dejarnos dominar por ellas.

La avaricia

El dinero, por ejemplo, es necesario para vivir. Sin embargo, lleva consigo una amenaza constante: que la preocupación por conseguirlo se vuelva una obsesión que llene de ansiedad la propia vida, al punto de no vivir sino para acumular y poseer, incapacitándonos para disfrutar lo verdaderamente valioso.

De esa mirada sapiencial surge su invitación de este domingo: “Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.” (Lc 12, 33-34).

Es una llamada a la fraternidad, a la gratuidad del don, a acertar con la orientación de la vida, a preocuparnos por la justicia, lo verdaderamente bello y noble. En palabras de Jesús: el “reino de Dios” que, en definitiva, es el mismo Padre el que quiere regalárnoslo.

“Señor Jesús: danos tu sabiduría divina, para acertar en nuestra vida. Que busquemos el Reino del Padre, por encima de todo. Que seamos libres para ser hermanos. Amén”.

Ricos a los ojos de Dios

«La Voz de San Justo», domingo 31 de julio de 2022

«Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas» (Lc 12, 15).

Ni pobrismo, ni demonización del dinero. Una advertencia de sentido común y, sobre todo, una perspicaz percepción de la condición humana.

Jesús conoce lo que se agita en el corazón. Sabe de sus posibilidades y grandezas, sus riesgos y miserias. Ahí pone el ojo. La legítima necesidad de poseer puede desbalancear el delicado equilibrio de la vida, si la laboriosidad se vuelve avaricia y el bienestar personal, valor absoluto. 

Acumular riquezas puede ser relativamente fácil para algunos. Lo verdaderamente desafiante es crecer en calidad humana. O, como, termina diciendo Jesús: «ser rico a los ojos de Dios» (Lc 12, 21).

Jesús no condena los bienes materiales. Tampoco el espíritu de emprendimiento o el ingenio creativo que multiplica la riqueza. Al contrario. Quien obra así prosigue la obra creadora de Dios. 

Su advertencia apunta también en esta dirección: que el emprendedor tenga los mismos sentimientos y actitudes del Padre. Que sea laborioso y compasivo, ingenioso y sensible, cuidadoso con lo propio y multiplicador de las posibilidades para los demás, atento y creativo para generar el bienestar de todos: el propio y el de los otros. 

«Jesús: Vos conocés como nadie nuestro corazón. Con tu Espíritu danos tu misma libertad interior. Que aprendamos a multiplicar los bienes, pero, sobre todo, la bondad. Que seamos ricos a los ojos de Dios. Amén.»

Prójimo

«La Voz de San Justo», domingo 10 de julio de 2022

“¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?» «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera».” (Lc 10, 36-37).

Así concluye el evangelio la parábola del Buen Samaritano. Su disparador fue la pregunta: ¿Quién es mi prójimo? Jesús, al responder, cambia de perspectiva: la cuestión es de quien yo me hago prójimo.

El papa Francisco hace de esta parábola la clave de su encíclica sobre la fraternidad. ¿Qué significa ser hermano, ser prójimo?

El buen samaritano nos lo muestra de forma concreta. Es un extraño que tendría muchos y buenos motivos para seguir de largo, dejando al herido. Sin embargo, hay algo en él que no puede acallar, una llamada más potente que todos los prejuicios y sentimientos.

La extrañeza comienza a diluirse cuando en las heridas sangrantes, el samaritano reconoce su propia sangre: “Aquí, al borde del camino, yace tendido uno como yo. Podría haber sido incluso yo el asaltado o alguien a quien amo. Su suerte no me es ajena”.

Es esa llamada la que despierta en él su verdad más honda: “soy un ser humano, soy prójimo”. Y esa verdad se hace actitud: compasión. Y la actitud, acción: me hago cargo.

La parábola tiene un dato clave: esta humanísima compasión manifiesta la talla religiosa de este hombre. Este samaritano muestra el rostro verdadero de Dios.

No hay amor y culto a Dios que no pase por el hacerse cargo del hermano herido, vulnerado o débil. Con la sangre de todas las heridas se entremezcla la Sangre de Cristo. Dios es samaritano, es Compasión.

“Señor, que me descubra prójimo. Que viva tu compasión. Nada más. Solo eso. Amén”.

Ir a fondo

«La Voz de San Justo», domingo 26 de junio de 2022

“Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.” (Lc 9, 51-53).

La hostilidad acompaña a Jesús desde el principio. Ahora, cuando inicia la etapa final de su misión, el rechazo de los samaritanos es un indicio: la contestación se hará más intensa y también la incomprensión de sus propios discípulos.

¿Su reacción? Acelera el paso y va a fondo. No es el endurecimiento del caprichoso, sino la decisión libre -y a conciencia- de entregar la vida para cumplir su misión. Lo dirá a las puertas de Jerusalén, en la casa de Zaqueo: “… el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido.” (Lc 19, 10).

La meta es Jerusalén: allí convergerán el rechazo de sus oponentes, la incomprensión de sus amigos y el amor hasta la entrega total de sí mismo. Este, sin embargo, prevalecerá sobre aquellos.

Por este camino – exigente y también fascinante- conduce a sus discípulos. Es mucho más que la noble atracción de una idea o de una causa justa: es la irrupción sorprendente del Absoluto que anhela el corazón humano. Y que tiene rostro y nombre: Jesús.

El orante de la Biblia, siglos antes, lo había experimentado así: “Señor, Tú eres mi bien.” (Salmo 16, 2).

“Señor Jesús: contemplamos tu decisión de ir a fondo con la misión que te quema por dentro. Sí: nos asusta. Sentimos atracción y vértigo: como quien se asoma a un abismo. Intuimos, sin embargo, que, en dejarnos llevar a ese abismo, está nuestra vida. Danos tu Espíritu. Que Él nos convenza. Amén.”

La oración del corazón o del Nombre de Jesús

En esta fiesta del Sagrado Corazón, y como complemento de las «Cartas Pascuales 2022» comparto esta nueva Carta sobre la «Oración del corazón» o «del Nombre de Jesús».

San Francisco, viernes 24 de junio de 2022

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

“Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse” (Lc 18, 1). 

A los fieles y comunidades de la Diócesis de San Francisco.

Queridos hermanos:

1. En mi tercera Carta Pascual les propuse algunos senderos para nuestra experiencia orante. Les prometí hablarles de la Oración del Nombre de Jesús. La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús me brinda la ocasión propicia y sugestiva para cumplir lo prometido. 

2. “Esta plegaria se llama ‘de Jesús’ o ‘a Jesús’, según se entienda la invocación del nombre de Jesús o la invocación dirigida a Jesús. Se llama también ‘plegaria del corazón’ porque nace del corazón y al mismo tiene que volver, unida con el latido cardíaco. Se identifica con aquel ideal de la oración continua que se remonta a la expresión del Señor: «Hay que orar siempre sin desanimarse» (Lc 18, 1), y de Pablo: «Sean constantes en la oración» (1 Tes 5, 17).” (Jesús Castellano, Pedagogía de la oración cristiana, 158).

3. Es una forma de oración muy querida por el Oriente cristiano. La ha popularizado el famoso Relato de un peregrino ruso (s. XIX): un laico que descubre esta forma de orar, inquieto por cumplir el mandato apostólico de orar siempre.

4. Las fuentes evangélicas de esta plegaria son: la oración del ciego de Jericó (“Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí” en Lc 18, 38), la oración del publicano en el templo (“Oh Dios, ten piedad de mí” en Lc 18, 13), y la del buen ladrón (“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” en Lc 23, 42). Es como una prolongación de la invocación litúrgica: “Señor ten piedad”.

5. En la oración personal, cada uno usa la fórmula que más se acomoda a la propia experiencia. La forma más sencilla es la sola repetición del Nombre de Jesús, acompañando el ritmo de la respiración. Es como “respirar” su santo Nombre. Así confesamos nuestra fe en Él como Cristo, Hijo de Dios, Mediador y Salvador. Es la oración del hombre pecador que, vivificado por el Espíritu, ejerce su sacerdocio bautismal. La oración cotidiana se vuelve así una liturgia personal: intensa, rica, integradora de la vida. Y, el orante, se convierte en “liturgo”.

6. La fórmula tradicional reza así: Señor Jesús, Cristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que soy un pecador. Sus elementos son de una gran densidad cristiana y espiritual:

a. Señor: Como enseña san Pablo: Nadie puede decir “Señor Jesús” si no está inspirado por el Espíritu Santo. Él nos hace reconocer a Jesús como Dios y Señor de nuestra vida.

b. Jesús Cristo (Jesucristo): Jesús es el Ungido (eso significa: Cristo), lleno del Espíritu. El que cumple las promesas de Dios. Jesús significa: Dios salva. El Santo Nombre de Dios es el Nombre de Jesús, su Hijo. A María le decimos: “bendito el fruto de tu vientre, Jesús”.

c. Hijo de Dios: este es el misterio más hondo del Señor. Él es el Hijo único que, dándonos su Espíritu, nos hace hijos e hijas del Padre. La oración es tomar parte en su oración, en sus sentimientos, en su condición de Hijo amado del Padre.

d. Ten piedad (o misericordia, o compasión) de mí: Reconocemos nuestra fragilidad inclinada al pecado. No la escondemos a Dios, ni a éste lo escandaliza. Suplicamos su misericordia. El Padre se estremece ante el pecador, como una madre ante su hijo que sufre; como un médico que se inclina sobre el enfermo para curarlo.  

e. Pecador o pobre pecador: Expresa la conciencia de nuestra condición delante de Dios. Es un reconocimiento de profunda humildad. Sin ella no se puede orar ni crecer en la oración. El pecado nos aleja de Dios, pero se vuelve mucho más grave si nos dejamos ganar por la soberbia o desconfiamos de la misericordia de Dios.

7. ¿Cómo hacer la oración del Nombre de Jesús? Existen muchas formas, adaptadas a cada uno. Tenemos que encontrar la nuestra. Lo fundamental es elegir un lugar solitario, recogerse en silencio, con el cuerpo en una postura apta para orar. Se puede usar el Rosario como ayuda: ir repitiendo lentamente la plegaria o sencillamente el nombre de Jesús a medida que se pasan los dedos por las cuentas del Rosario. Acompasando la oración con el ritmo de la respiración. Se puede empezar haciéndolo a media voz para pasar lentamente a repetir en silencio el santo Nombre del Señor. No hay que ser rígidos. Se puede hacer variando las posturas, la oración misma, prestando atención a unas palabras hoy, mañana a otras.

8. Por último, una observación importante: con el bautismo y la confirmación se nos ha dado la gracia de la oración. El Espíritu nos ha sido dado para impulsar nuestra oración. Él ora en nosotros. La vida de la Iglesia y de la fe comienza siempre en el corazón de los fieles. El corazón del bautizado es el hogar de la Iglesia. Es el altar desde el que se eleva el incienso de nuestra plegaria.

Tengo la intención de seguir conversando con ustedes sobre la oración. Si Dios quiere, el próximo 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración del Señor, quisiera dedicar una Carta a la experiencia orante de la Liturgia. Es decir, a la Iglesia en oración. Con la ayuda del Espíritu, espero poder hacerlo. Y, más adelante, otra carta sobre el Rosario de la María.

Jesús, manso y humilde de corazón: danos un corazón orante como el tuyo. Amén. Siempre en mi oración.

+ Sergio O. Buenanueva
obispo de San Francisco

Doce canastas

«La Voz de San Justo», domingo 19 de junio de 2022. Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor

“Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.” (Lc 9, 16).

Cuatro acciones simples, cotidianas, esenciales. Cuatro acciones que, domingo tras domingo, año tras año, los cristianos venimos repitiendo desde el principio. Con ellas hacemos la Eucaristía. Ellas definen también nuestra vida.

«Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados». Los discípulos se han dado cuenta. Son sinceros. Es poco. No alcanza. Pero está Jesús. Están sus manos. Eso hace la diferencia. En cada Eucaristía llevamos pan y vino; con ellos va también nuestra vida. Los tomamos, los llevamos al altar y se los ofrecemos a Él.

«Levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición». Ese gesto define a Jesús (y debería hacerlo también con nosotros). Él está así en la vida: siempre de cara al Padre, vuelto hacia Él y siendo Él mismo una bendición de alabanza.

«Los partió». El pan bendito no puede quedar así: tiene que ser repartido, porque la bendición es para todos. En la última cena, Jesús dirá, acompañando ese mismo gesto: esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes.

«Los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud». De sus manos a las nuestras y, a través de ellas, a la multitud. Así es la Eucaristía. Y así es la vida cristiana cuando es vivida a pleno, como lo hizo Jesús y, tras Él, tantos y tantas. Brochero, por ejemplo. Y hasta el final.

“Señor Jesús, volvemos a llevarte nuestro pan. Es poco, pero Vos sabés multiplicar. «Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas». Gracias. Amén.”

Estupor

«La Voz de San Justo», domingo 12 de junio de 2022

¡Señor, nuestro Dios, que admirable es tu Nombre en toda la tierra!  Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? …” (Salmo 8, 2.4-5).

En su primera encíclica, san Juan Pablo II señaló que “ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre”, que experimentaba ya el salmista (como todo genuino orante), “se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo.”

Terminó el tiempo pascual. La fiesta de hoy -la Santísima  Trinidad- recoge ese impulso que nos ha hecho cantar Aleluya: damos gloria al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; un solo Dios en tres Personas, tan unidas como diversas, en profunda relación de amor, diálogo y alegría.

Es el Dios que nos ha salido al encuentro, nos ha buscado y no ceja de desandar todos nuestros caminos. Y lo hace una y otra vez, por su Espíritu y su Hijo que resucitó, no para alejarse, sino para estar más adentro de nuestra historia humana; de nuestras oscuridades, no menos que de nuestras esperanzas y proyectos.

Sí. Hoy sentimos estupor. Porque Dios nos ha revelado su Rostro trinitario y, al hacerlo, nos ha mostrado la hondura de nuestra dignidad como seres humanos. Y, el estupor se vuelve oración, canto y danza:

“¡A Ti, Dios amor, la gloria y el honor! Tu alegría y tu vitalidad trinitaria se han hecho nuestras, transfundidas por la Sangre de Cristo. Que, según Él mismo lo prometió, el Espíritu nos introduzca en la Verdad completa, la que nos hace libres. Somos tu imagen, tus hijos. Que nos sintamos hermanos. Aquí en la tierra y, un anhelado día, en la bienaventuranza del cielo. Amén”.

Espíritu

«La Voz de San Justo», domingo 5 de junio de 2022

“Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»” (Jn 20, 21-23).

Encerrados por miedo. Así están los discípulos. Temen que les pase lo mismo que a Jesús, a quien juzgan derrotado para siempre. ¿No lo habían visto acaso perecer de forma humillante en la cruz? En un instante, sin embargo, todo queda patas para arriba: irrumpe Jesús y el miedo deja paso a la alegría. Ese «soplo» que transforma la situación es el Aliento del Resucitado, el Espíritu Santo.

Con el don del Espíritu Santo culmina el tiempo pascual: más que cerrando hechos del pasado, abriendo el presente al futuro. Pentecostés es Cristo que irrumpe en la vida y lanza a los miedosos a la verdadera «misión imposible»: sanar los corazones con la paz y el perdón que vienen al mundo desde el corazón de Dios.

«No somos muy diferentes de aquellos temerosos discípulos. Conocemos miedos y encierros. Por eso, Señor Jesús, te suplicamos: hacenos experimentar la discreta, pero también arrolladora fuerza de tu Espíritu. Él te hace presente entre nosotros. Él nos convence de tu Verdad y nos sostiene en la misión de comunicar tu Alegría al mundo. Amén.»

Plegaria por la Patria

Acto por el 25 de mayo de 2022 – Ciudad de San Francisco

Dios Eterno, Señor de los pueblos: bendecimos tu Nombre que es Paz, Compasión y Justicia.

Reconocemos la asistencia de Tu Espíritu, en los días de prosperidad y gozo, como en los de adversidad y dolor.

Nunca nos has abandonado, ni siquiera en los momentos de infidelidad. Tu mano poderosa y paterna, nos conduce por el camino de la fraternidad y la solidaridad, mediante la justicia y la verdad, hasta la Patria Eterna, de la cual ésta, nuestra Patria Argentina, está llamada a ser signo y figura.

Reconociendo todos estos beneficios de tu amor providente, y renovando nuestra voluntad de ser fieles a tus designios: te damos gracias por nuestra Argentina, su historia, su tierra generosa, su pueblo, la diversidad de personas, regiones y culturas, formas de ver y de pensar que la enriquecen y dinamizan.

En este nuevo aniversario del primer gobierno patrio, reunidos para bendecirte, darte gracias y rogarte, te suplicamos por su presente y su futuro:

Señor, que afiancemos con convicción nuestra convivencia democrática en el respeto por el estado de derecho y las legítimas diferencias. En esta hora grave de la humanidad, te suplicamos, de manera especial, por la paz en el mundo. Pacifica los corazones violentos y que prevalezca una mirada compasiva hacia los que sufren.

Como argentinos, hemos dicho “nunca más” a la violación de los derechos humanos. Quisiéramos pronunciar también un “nunca más” a toda forma de violencia política, de corrupción, de sectarismo o de unanimismo que niega la pluralidad. Haznos celosos de la verdad y de la justicia.

Que trabajemos concordes por una vida digna para todos, especialmente para los más pobres y postergados. Que todos tengan techo, tierra y trabajo. Que cada chico y chica argentinos puedan soñar con su personal proyecto de vida con amplitud, esperanza y mucha pasión. Enséñanos a tratarnos como semejantes, amigos y hermanos. Ayúdanos, Padre, a afianzar la fraternidad entre todos los argentinos.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.