Peregrinos de esperanza y libertad

Mensaje en el Día de la Independencia – 9 de julio de 2025

¡Feliz Día de la Independencia Nacional!

Hoy, 9 de julio de 2025, celebramos el 209º aniversario de la independencia. En el Calendario litúrgico es también la fiesta de la Virgen de Itatí. A ella encomendamos la vida y el futuro de nuestra querida Argentina.

En la ciudad de Tucumán, como en tantos otros rincones del país, se celebra el Te Deum, himno de la liturgia, que en su versión castellana inicia así: “Señor, Dios eterno, alegres te cantamos a Ti nuestra alabanza”.

En este día alabamos al Creador por el don de la libertad: una libertad herida por el pecado, pero redimida por Cristo. Ella cuenta con el auxilio del Espíritu Santo, que la sana y eleva hasta convertirla en la “gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom 8, 21). Damos gracias también por nuestra Patria, por su historia de libertad que, aunque tuvo su momento decisivo el 9 de julio de 1816, continúa su andar laborioso, abriéndose paso en el corazón humano y en el entramado de nuestra vida social.

***

En este Jubileo de la Esperanza, nos reconocemos también peregrinos de la libertad.

Porque creemos en Dios, en su gracia y en su promesa del cielo, nuestra esperanza es luminosa, cierta y grande. Ella nos hace ver más lejos. Y nos da fuerza para obedecer la verdad en la conciencia, elegir el bien y la justicia, también la justicia social.

“Esta es la libertad que nos ha dado Cristo… Ustedes, hermanos, han sido llamados a vivir en libertad, pero que esta no sea pretexto para satisfacer los deseos carnales. Más bien, háganse servidores los unos de los otros, por medio del amor.” (Gal 5, 1.13). Así define san Pablo las “ideas de la libertad” del humanismo cristiano.

La esperanza siembra libertad. Una y otra crecen en la oración: Te Deum laudamus…

***

¿Cuáles son los caminos de la libertad que transita hoy el pueblo argentino? ¿Y cuál es nuestro papel como católicos en esta peregrinación compartida?

Evoco a una experiencia personal. En las visitas pastorales me sorprende ver cómo se sostienen nuestras instituciones, tanto las eclesiales como las civiles. Suelen ser pocas personas en la parroquia, en el club, en los bomberos, en la cooperadora de la escuela, etc. A muchos los inspira el Evangelio; a todos, ese innato impulso al bien del ser humano, imagen de Dios. Son las “fuerzas vivas” de cada pueblo.

Si la medida de la libertad humana es Jesús, en esos hombres y mujeres se refleja también su libertad. No se confunde con capricho, desinhibición o desinterés. Como Jesús, son “servidores los unos de los otros, por medio del amor”, al decir de san Pablo.

No se puede reducir la libertad a la sola carencia de coacción externa o a mera libertad económica. Ser libre es mucho más: es elección del bien que plenifica a la persona. El pecado y la corrupción son esclavitud, deformaciones de la libertad que deshumanizan.

***

El camino de la Iglesia -enseñaba san Juan Pablo II- transita siempre por el corazón de cada persona, allí donde se forja la libertad. ¿Y qué propone la Iglesia a la libertad de las personas? ¿Qué aporta a esta Argentina que vive vertiginosos cambios culturales?

No otra cosa que Jesucristo, su Evangelio y la fe en Dios. “La pobreza más grave es no conocer a Dios”, recuerda León XIV. Esta es la experiencia más honda que viven nuestras comunidades cristianas. En tiempos complicados, la Iglesia no conoce otro camino que hacer más intensa su misión: anunciar a Jesucristo, conducir hacia Dios, celebrar dignamente el misterio pascual, desgranar el catecismo en la mente y el corazón, iniciar en la oración e invitar a la conversión y a una vida virtuosa.

Aquí se concentran las energías de nuestras comunidades, de quienes somos sus pastores, de los consagrados y demás evangelizadores.

Si proyecta la luz del Evangelio sobre toda la vida, no reduce su misión a acción social o política. Por eso, insiste en la fraternidad, la amistad social y en la delicada arquitectura social, política y económica que requieren la justicia y el bien común. No hay libertad sin ciudadanos libres ni sin instituciones sólidas. Así como tampoco sin imperio de la ley, estado y límites al ejercicio del poder.

La Iglesia alienta a los laicos a sumergirse en la ciudad secular con el sello interior del Espíritu y con la inspiración de su doctrina social. Consciente de que, a diferencia de los fundamentalismos que hoy proliferan, la fatiga en la construcción política de la sociedad es un desafío urgente, nos invita a buscar la verdad y a realizarla dentro de las condiciones posibles del aquí y ahora.

Eso sí, la Iglesia anuncia, celebra y vive la fe desde ese lugar al que Cristo mismo la lleva: los pobres, los más frágiles y heridos, los que quedan al borde del camino.

***

«Alaben al Señor», dices tú a otro y él te lo dice a ti; y así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procuren alabarlo con toda su persona, esto es, no sólo con su lengua y su voz deben alabar a Dios, sino también su interior, su vida, sus acciones” (San Agustín, Comentario al Salmo 148, 2).

Así cantemos el Te Deum este  9 de julio. ¡Feliz Día de la Patria!

En diálogo con las ideas de la libertad

Acabo de leer el discurso de anoche en Chaco del presidente Milei. Mucha, muchísima tela para cortar. Bienvenido el debate de ideas.

1. Como en otras ocasiones, el presidente arremete contra la justicia social. En realidad, contra una deformación de ella. A su favor: que en nombre de esa caricatura se han hecho muchos desatinos que hoy pagamos todos, además de abrirle la puerta a la corrupción. Pero, en el humanismo cristiano, la justicia social es un concepto más rico, complejo y válido. No es solo distribucionismo a cargo del estado, sino que, asentándose en la dignidad de cada persona busca una arquitectura de la justicia en la sociedad atenta a la participación de todos los ciudadanos en la búsqueda del bien común. La delicada arquitectura de la justicia implica rehuir de la simplificación y armonizar todas sus dimensiones: justicia general, conmutativa, distributiva y también justicia social.

2. En su discurso, el presidente echa mano de textos de la Escritura y apela a la tradición judeocristiana. Me parece bien, solo apunto al riesgo de fundamentalismo o, como ocurre con el integrismo católico: a eludir la mediación de la razón en la interpretación del mensaje bíbllico y, sobre todo, en la construcción del mejor orden justo posible. En la tradición católica es muy fuerte este acento: no hay una línea directa entre la Escritura y la construcción política de la sociedad. En esto, sería bueno acudir al magisterio de Benedicto XVI, por ejemplo, a su magistral discurso ante el Bundestag de Berlín, donde afronta esta cuestión. Es importante tenerlo en cuenta hoy, porque no solo en Argentina, también en otras latitudes vemos a algún sector de la política arroparse en amplios sectores religiosos más bien fundamentalistas. Eso no le hace bien ni a la religión ni a la política.

3. Como dije arriba: bienvenido el debate público de ideas, hoy realmente de capa caída en nuestra Argentina. Por eso, un debate público en serio, sin dejar de ser fuerte, subido de tono incluso o áspero, ni renuncia a la claridad de ideas ni se deja llevar por la lógicas binarias que suelen ser efectivas para arrebatar aprobación, pero que, a la larga, no sirven para construir el orden social. En este punto, desde la Iglesia vamos a seguir apelando a ese valor tan importante de la democracia de inspiración liberal: la legítima pluralidad de ideas, el respeto de otro como un semejante y el rechazo de toda forma de violencia que rebaje la dignidad de los demás.

4. En el fondo, se trata de un debate antropológico. El modelo de la libertad que alienta la tradición judeocristiana es el hombre, imagen y semejanza de Dios. En el cristianismo, ese modelo es Cristo, su libertad de Verbo encarnado y la redención de nuestra libertad que, como enseña san Pablo, solo se puede vivir en el amor a los demás y en el servicio, especialmente a los más pobres. La libertad cristiana es, a la vez, don del Creador; herida por el pecado y siempre amenazada, ha sido redimida y tiene a su favor el auxilio de la gracia del Espíritu Santo. Se realiza en el amor y en la virtud (nociones evocadas por Milei). El modelo supremo de la libertad de la persona humana no puede ser el de las transacciones económicas, tan legítimo como insuficiente para hacer justicia al ser humano libre.

A pocos días de celebrar el 209º aniversario de la Independencia nacional es bueno que nos dispongamos realmente a celebrar nuestra historia de libertad compartida.

Busquemos un territorio común, también y especialmente en nuestro anhelo de libertad.

6 de julio de 2025

Somos hogar de la Trinidad

«La Voz de San Justo», domingo 15 de junio de 2025 – Solemnidad de la Santísima Trinidad

“Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.” (Rom 5, 5).

Por el bautismo, somos el hogar que la Trinidad se ha buscado al salir de sí misma y venir al mundo.

San Pablo usa la imagen del agua que se derrama para ayudarnos a comprender la acción del Espíritu Santo: amor de Dios derramado en los corazones.

Allí habitan el Padre por el Hijo en la alegría del Espíritu Santo.

Ese es el misterio de gracia, de amor y de bendición que la Iglesia está llamada a cuidar y anunciar a todos los hombres. Así nos ha amado Dios. Así nos ama.

El cristianismo es, ante todo, la experiencia de ese Dios vivo “hogareño” que nos busca para inhabitar en nosotros y hacernos experimentar su gusto por la vida.

Esa es la verdad que ha traído Jesús al mundo y que su Espíritu, una y otra vez, nos recuerda para que se cumpla en nosotros y en toda la historia.

Esa es la fuente a la que volvemos, una y otra vez, para alimentar nuestra pasión por el bien, por la verdad y la belleza. Es la fuente de una esperanza que no defrauda y que nos lleva lejos, hasta el cielo.

¡Ojalá se nos abran los ojos para descubrirla y vivirla intensamente!

Buen domingo.

Pentecostés

«La Voz de San Justo», domingo 8 de junio de 2025, solemnidad de Pentecostés

“Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo».” (Jn 20, 21-22).

Pentecostés no es un hecho del pasado. Es el presente de la fe: Jesús resucitado sigue soplando su aliento sobre sus discípulos para que cumplamos la misión.

“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse».” (Hch 2, 4).

La Iglesia está viva, habla distintas lenguas y predica el Evangelio. Lo vimos en la elección de León XIV un mes atrás: 133 cardenales de 71 naciones de la tierra.

“Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo.” (1 Co 12, 3).

El centro de la misión de la Iglesia es Cristo. Esa es también la misión del Espíritu Santo: que no perdamos el centro que unifica y da sentido a todo.

Ante tantos desafíos, el riesgo es perder el rumbo, disolviendo la misión evangelizadora en batallas culturales, acción social o política.

La Iglesia no es el centro, menos aún el papa o los obispos. Solo Cristo.

Todo se reordena cuando, dóciles al Espíritu, volvemos a encontrar el centro: la persona de Jesús, la invitación a creer en Él y a vivir según sus enseñanzas.

Pentecostés es ahora. Y es esto: el Espíritu que nos muestra a Cristo, nos deslumbra con su belleza y nos convence de su verdad.

Buen domingo.

Desnudemos el altar

Hace un tiempo les propuse “adelgazar los guiones” de la Misa. Ahora vuelvo sobre una cuestión más importante y también con una propuesta: “desnudemos el altar”.

Leemos en el número 296 de la Instrucción general del Misal romano: “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es también la mesa del Señor, para participar en la cual, se convoca el Pueblo de Dios a la Misa; y es el centro de la acción de gracias que se consuma en la Eucaristía […]”.

El número 299, por su parte añade que el altar “ocupe el lugar que sea de verdad el centro hacia el que espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los fieles. Según la costumbre, sea fijo y dedicado.”

***

¿Por qué les propongo “desnudar” el altar?

No me refiero al rito que hacemos en Jueves Santo, al concluir la Misa de la Cena del Señor. Apunto a otra cosa más cotidiana.

Vengo observando que, con buena voluntad, el altar (y también el presbiterio) se ha transformado en una especie de mostrador para hacer todo tipo de adornos festivos: carteles, tules, plantas, flores, otros utensilios o representaciones… O se lo cubre con manteles de tal manera que sus formas ya no resultan visibles a los ojos.

En general, los templos de nuestra diócesis poseen altares muy dignos y bellos, hechos de materiales nobles y, en la mayoría de los casos, solemnemente consagrados. Dicho sea de paso, los ritos de consagración del altar son de los más bellos y significativos de nuestra liturgia (oración de consagración, unción, incensación, revestimiento, iluminación, etc.).

No es que estas ornamentaciones a las que me refiero sean de mal gusto. El punto es este: el altar es un signo en sí mismo, demasiado importante y central como para que quede oculto a la mirada de los fieles u oscurecido con otras evocaciones simbólicas. Esas bonitas ornamentaciones no están en el lugar adecuado.

He citado arriba solo dos números de la Instrucción general del Misal romano, pero se podrían leer los demás párrafos, o también lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica, o las Praenotanda del Pontifical Romano cuando describe la celebración de la dedicación de las iglesias y la consagración del altar.

***

Buena parte de esas ornamentaciones responde al deseo de catequizar a través de imágenes, mensajes y símbolos. Es un objetivo loable, sin embargo, los ritos litúrgicos y el símbolo mismo del altar poseen ya una fuerza catequística que merece ser conocida y profundizada.

Se trata de la famosa “catequesis mistagógica” que, desde la visibilidad de los signos litúrgicos nos ayuda a hacer el viaje maravilloso hacia el misterio de la Gracia que expresan y comunican los signos visibles.

Como decía arriba: el simbolismo del altar en sí mismo es suficientemente rico de significados para una catequesis inagotable.

El altar del sacrificio es también mesa del banquete del Cordero. Es Cristo en el centro de nuestras iglesias porque es el centro del cosmos, de la entera historia humana y de nuestra vida. Lo besamos al iniciar y al concluir la celebración, lo incensamos con solemnidad y ante él nos arrodillamos en la consagración…

***

Algunos recordarán las sabias enseñanzas de un maestro de liturgia que tuvimos en el Seminario de Córdoba: el padre Armando Juan Conti sdb. Él decía, refiriéndose a la espontaneidad en la celebración litúrgica, que la misma debía ser cuidadosamente preparada. Entonces nos reíamos con petulancia juvenil: ¿Cómo se va a preparar la espontaneidad? Hoy, con la experiencia de los años y tantas boberías en nuestro haber, podemos apreciar cuán sabia era esa recomendación.

Algo similar podemos pensar de la catequesis a partir de los signos que la liturgia ya posee: para desentrañar su riquísimo contenido tenemos que abrevar en ellos, no en otras fuentes, que pueden ser muy valiosas y legítimas pero que tienen otra lógica.

Uno de los aspectos menos logrados de la reforma litúrgica, (tal como se ha llevado a la práctica, no como fue pensada), es precisamente confundir la dinámica de nuestras celebraciones con la lógica del espectáculo o de otras formas de celebración (por ejemplo, los actos escolares y su modo de celebrar las efemérides). Formas legítimas, por cierto, pero en su preciso lugar profano, fuera del cual resultan cuanto menos “desubicadas”.

En fin, mucho para pensar. Ojalá que estas líneas sirvan para mejorar nuestro culto a Dios en el que se juega la salvación de nuestras vidas.

¿Les parece entonces que desnudemos un poco nuestros altares para que se vean en su belleza y, de esa manera, nos hablen del misterio que evocan?

¿Quién es el que saluda desde el balcón? Pedro que habla por la boca de León

Resulta fascinante lo que estamos viviendo en estos días, desde la muerte del #PapaFrancisco, el cónclave y ahora los primeros pasos del #PapaLeónXIV.

Una Pascua, como él mismo lo ha dicho.

Lo que observo por todos lados es una serena alegría y confianza en el camino que estamos transitando.

Agradezco haber vivido el «Habemus Papam» con mis hermanos obispos argentinos (estábamos reunidos todos en Pilar), junto con sacerdotes, laicos y consagrados que trabajan en la conferencia episcopal o integran sus comisiones.

Momento inolvidable.

Ayer presidí la Eucaristía en una parroquia de San Francisco y el comentario unánime era el gozo que había despertado el nuevo papa.

En la primera lectura de este #DomingodelBuenPastor, tomada de los Hechos de los Apóstoles (Hch 13, 14. 43-52) se nos habla de cómo la predicación de Pablo y Bernabé a los paganos suscita envidia y persecución; pero, por dos veces, se nos habla de la alegría del Evangelio que se difunde e ilumina los corazones.

Es eso.

Estamos desentrañando la figura del nuevo papa. Hasta los políticos argentinos quieren «afiliarlo» a su facción… Por no hablar de las facciones en la Iglesia… «Es preferible reír que llorar»…

A mí, personalmente, me impresionan varias cosas: ese eco del «non praevalebunt» («el mal no prevalecerá») de su primer discurso, la centralidad de Cristo en todo lo que ha dicho… Pero, de manera especial, su rostro sereno y bondadoso. Da confianza. No se percibe una mirada que oculta segundas intenciones.

La gente de a pie lo ha percibido.

Y, no puedo dejar de decirlo: ¡qué alegría para esos hermanos tan nobles que son los peruanos! ¡Qué bien merecido lo tienen: por su fe, por su paciencia, por su historia de santidad!

San Martín de Porres debe estar riendo a carcajadas. Y nosotros con él.

Un león que proclama la paz de Cristo

«La Voz de San Justo», domingo 11 de mayo de 2025

“Jesús dijo: Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y Yo somos una sola cosa.” (Jn 10, 27-30).

El lema del nuevo papa León XIV es una frase de San Agustín: “En Aquel que es Uno (Cristo), todos somos uno” (“In Illo uno unum”). Es como un eco de la declaración del Señor: “El Padre y Yo somos una sola cosa”.

Es la unidad que nace de Dios y se manifiesta en Cristo, el Señor. Unidad para la Iglesia y también para la humanidad.

Cuando León XIV apareció en el balcón de San Pedro dijo también algo que es como un eco del evangelio de hoy: “el mal no prevalecerá”. Es la promesa de Jesús a la Iglesia fundada sobre Simón Pedro: “el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16, 18).

Este León comenzó su misión proclamando la paz de Cristo: “Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios. Dios que nos ama a todos incondicionalmente”.

Querido papa León XIV: estamos empezando a conocerte, pero ya te amamos como Pedro entre nosotros. Y oramos por vos y tu misión de unidad, de paz y de servicio a la fe en Jesucristo resucitado. Que la Virgen te cuide. Amén.

Cónclave a las puertas…

Cada elección de un papa es un acontecimiento de primer orden para la Iglesia… y para el mundo.

El cónclave de la semana próxima aparece especialmente importante y decisivo para el futuro de la Iglesia.

Es así por varias razones que no viene al caso comentar aquí.

Es bueno (en realidad, muy bueno), que los cardenales hablen con franqueza y hasta con aspereza sobre cómo ven la Iglesia, la misión del obispo de Roma y los desafíos que tiene la fe en este tiempo que nos toca vivir.

Parte de esas conversaciones es hacer una evaluación lo más completa posible del papado del papa Francisco, sus más y sus menos, sus logros y sus pendientes. También las cosas que no satisficieron.

Esto pasó en todos los cónclaves, tanto los recientes (tener memoria de 1978, 2005 y 2013) como en el pasado más lejano.

Es lógico que se hable de continuidad o de discontinuidad: en qué nivel se tienen que dar una u otra (qué permanece, qué forma parte del fondo, qué debe se superado o desechado).

El oficio petrino del obispo de Roma, tal como ahora lo conocemos, es fruto de un largo proceso histórico que hunde sus raíces en la voluntad del Señor manifestada en los evangelios, la tradición viva de la Iglesia, la convergencia más o menos fuerte de condicionamientos históricos, políticos y culturales.

Reducir el primado del papa a un primado de honor (un primus inter pares) convive con la tendencia a que el papa absorba toda subjetividad eclesial como si fuera el párroco o el obispo del mundo.

Ya al final de su pontificado, san Juan Pablo II pidió que se ayudara al obispo de Roma a vivir su ministerio también como servicio a todas las Iglesia. Lo hizo con estas palabras: «Que el Espíritu Santo nos dé su luz e ilumine a todos los Pastores y teólogos de nuestras Iglesias para que busquemos, por supuesto juntos, las formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor» (Ut unum sint 96).

Sigue siendo una súplica muy actual.

A todos nos toca rezar por los cardenales, por el cónclave, por la Iglesia y su misión en este mundo nuestro.

San Francisco, 3 de mayo de 2025

Perdonen siempre…

«La Voz de San Justo», domingo 27 de abril de 2025

“Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».” (Jn 20, 21-23).

Si el Espíritu Santo es el aliento de Cristo resucitado, en el papa Francisco, el Espíritu ha sido un vendaval que sacudió fuertemente a la Iglesia.

Jesús sopla su Espíritu a los apóstoles y les confía una misión: llevar el perdón a todos.

Hace algunos años, con otros dos obispos acompañamos a los curas argentinos que estudiaban en Roma a un encuentro con el papa. Fue un diálogo abierto: preguntas, respuestas, consejos, recuerdos… Un padre departiendo con sus hijos a corazón abierto.

“Hay muchas personas heridas, golpeadas por la vida -nos decía-. Ustedes son curas: perdonen siempre, que nadie se vaya sin una palabra amiga de consuelo y aliento”.

En realidad, este “vendaval” del Espíritu es el que, de tanto en tanto, ha sacudido a nuestra Iglesia, obligándonos a recalcular nuestra fidelidad al Evangelio.

Creo sinceramente que es lo que ha pasado ahora con Francisco. Sus restos mortales descansan en la basílica más antigua de Roma dedicada a la santa Madre Dios. Su alma generosa esperamos que goce de la bienaventuranza eterna.

Nosotros, como peregrinos de la Esperanza, seguimos nuestro camino, inspirados por su testimonio de amor a Cristo, a los pobres y a la Iglesia.

Gracias, Francisco, por recordarnos el corazón del Evangelio: el amor de Dios que perdona siempre…

Pastor en medio del pueblo

Ayer, domingo de Pascua, Francisco recorrió la Plaza de San Pedro saludando a los peregrinos que se habían dado cita para la bendición urbi et orbi. No podíamos saberlo, pero fue la última vez. Pero es una imagen muy expresiva. Eso fue y quiso ser Francisco: un pastor en medio de su pueblo. 

Como nos dijo tantas veces a los curas y obispos: un pastor va delante del pueblo, para conducirlo; va en medio, porque no se puede olvidar que sigue siendo un discípulo; y va detrás, tanto para animar al que se queda rezagado, como para dejarse guiar por el pueblo que es movido por el Espíritu de Cristo. 

Por estas horas, seguramente se dirán muchas cosas de Bergoglio/Francisco. Cada uno recordará algún gesto, alguna palabra, algún hecho. Cristo quiso que guiara a su Iglesia en este tiempo desafiante de cambios vertiginosos. 

De Francisco de Asís, el papa Francisco tomó no solo el nombre, sino también la pobreza y la fraternidad: la pobreza, no como desprecio de las cosas, sino como el necesario despojo del corazón para dar cabida a todos, reconocidos y tratados como hermanos… también a la creación. 

El pasado miércoles 8 de enero pude saludarlo en la Audiencia General en Roma. Le dí los saludos de la diócesis de San Francisco, enclavada en la “pampa gringa” por tantos piamonteses que emigraron allí. Como sus padres. 

Gracias, Francisco, por tu persona y tu ministerio. Encomiendo tu alma a Dios y al cuidado de la “Virgen santa”, como a vos te gustaba llamar a María. 

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

21 de abril de 2025