Vos calmás el mar

«La Voz de San Justo», domingo 23 de junio de 2024

“Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?». Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?».” (Mc 4, 38-41).

En la Biblia, el mar embravecido es símbolo del mal. Es una experiencia común: basta vivir para que surjan tormentas que amenazan la vida. Pero la imagen de la barca sacudida por el oleaje resulta incompleta si no contemplamos a Jesús dormido en la popa. Comprendemos la inquietud de los discípulos: ¿No te importa que nos ahoguemos? ¿Te resulta indiferente nuestra suerte?

Cuando Marcos escribe su evangelio, la naciente comunidad cristiana no sabe si va a sobrevivir a las primeras persecuciones. Estas son en realidad sus preguntas. Aquellas tormentas pasaron. Otras han seguido sacudiendo la barca de la Iglesia, hasta el día de hoy. Y seguirán en el futuro.

Pero Jesús sigue en la popa, levantándose del sueño (“resucitando”) y, con la majestad de su Palabra, calmando la furia del mar. A nuestras preguntas, Él responde con sus interpelaciones. Al menos, así lo experimento yo mismo: ¿Por qué esos miedos? ¿Cómo no tengo fe?

“Señor Jesús: ¿Quién sos Vos realmente para nosotros? Parece que solo sacudidos por el oleaje del mar embravecido de nuestra vida llegamos a esta pregunta, la más incisiva y decisiva de todas, la que nos lleva a Vos, la que hace salir nuestros miedos, pero también tu poder de Resucitado. Por eso, te suplicamos: vení a nosotros, vení calmar el mar agitado de nuestra vida. Amén”.

Misa y política 2

En estos días, en varios puntos del país, se celebraron Misas para visibilizar la labor de tantas mujeres que sostienen comedores comunitarios en barrios populares.

Se puede estar legítimamente en desacuerdo con el medio empleado -una Misa-, pero no dejar de valorar la labor de esas “madres de la patria”, como tampoco dejar de escuchar el reclamo y la urgencia que así se expresa.

¿Cómo no reconocer a quienes ponen cada día el cuerpo a una dura realidad humana y alientan con su solidaridad la esperanza de nuestro pueblo?

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El gobierno nacional lleva adelante una reducción drástica del gasto público, desregulación de la actividad económica, promoción de la iniciativa privada y reducción del rol del estado (también en políticas sociales). No elude hablar de un severo ajuste, acompañado además por buena parte de los ciudadanos.

Como en otras ocasiones de políticas similares, este ajuste -en buena medida ineludible- tiene muchas consecuencias dolorosas y, sobre todo si no se contrapesan con medidas adecuadas, afectan de manera duradera y permanente la vida de los más vulnerables.

La recesión golpea a los sectores medios, pero, sobre todo, hiere profundamente a los más pobres. La deuda social de la pobreza sigue creciendo y volviéndose más difícil de resolver. Lo vemos cada día en nuestras Caritas, comedores y otros espacios pastorales.

En la Argentina de hoy, y al cabo de varias décadas de políticas equivocadas y también de corrupción, los rostros de la pobreza se multiplican y tienen los rasgos de los niños, de los adolescentes, jóvenes y ancianos. Crece el drama de las adicciones y el crimen del narco.

La Iglesia católica y sus pastores lo vienen señalando desde los noventa. No podemos dejar de hacerlo: Jesús y su Evangelio nos ponen siempre del lado de los que más sufren.

Es verdad que, para no desacreditar nuestra misión y nuestra palabra, junto a la visibilización del reclamo, es necesario también atender a aspectos que no suelen estar muy presentes en nuestra reflexión pastoral: por ejemplo, cómo se genera un proceso virtuoso de crecimiento económico que mejore la vida de todos.

Quienes dirigen la política económica tienen una grave responsabilidad: mientras pilotean una crisis económica y social compleja, deben también escuchar las voces críticas, especialmente, de las que están más cerca de los sectores vulnerables.

Son voces que exponen verdades incómodas porque descubren una realidad dolorosa: la vida de personas, familias y amplios sectores de la sociedad.

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“Los obispos estuvieron callados cuatro años. Ahora ven la pobreza y hablan”, se escucha y se lee aquí y allá.

Aunque este comentario pudiera ser cierto, no termina de ser justo, porque no dice toda la verdad: ni individual ni colectivamente hemos estado callados, ni -menos aún- han estado inactivas nuestras comunidades frente al drama de la pobreza en todas sus formas.

En este sentido, se trata de una de las tantas “chicanas” que enturbian la discusión pública en Argentina, impidiéndonos ver la realidad y buscar juntos formas de superación.

Los obispos tenemos que hacernos cargo y revisar cuánto de cierto pueda haber en este reclamo. Pero, sin desánimos ni distracciones, seguir caminando con humildad y valentía nuestra misión pastoral en la Argentina que amamos y que buscamos servir desde el Evangelio.

Es una gracia que pido para mí, para mis hermanos obispos, para los que nos reconocemos discípulos de Jesús, para nuestras comunidades y para cada hombre y mujer de buena voluntad de mi Patria.

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
21 de junio de 2024

Desproporción

«La Voz de San Justo», domingo 16 de junio de 2024

“Jesús decía a la multitud: «El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».” (Mc 4, 26-29).

Esta es la primera de dos parábolas de Jesús que escuchamos este domingo. La segunda es la del grano de mostaza, pequeño cuando es sembrado, pero que llega a ser una planta que da cobijo a los pájaros del cielo.

Una doble desproporción: entre la acción del hombre que siembra y el crecimiento que termina en grano abundante para la cosecha; entre la pequeñez del grano y el resultado final. Así -dice Jesús- es la acción de Dios en el mundo: siempre desproporcionada a nuestra propia acción, a nuestras intenciones y posibilidades.

Para quien siente la cosquilla interior de la fe, de estas parábolas se siguen al menos dos consecuencias: ante todo, la confianza en la acción divina, pues estamos en buenas manos; en segundo lugar, no desdeñar los medios pobres, las acciones aparentemente deslucidas, la pequeñez de lo cotidiano.

“El diablo está en los detalles”, reza el dicho popular. Corrijámoslo: el que está en los detalles más humanos -los que nos hacen crecer- es el Dios bueno, Padre de los pobres y pecadores, el que se hizo pequeño por nosotros.

Un Padre que sabe sembrar y esperar, sabio para apreciar lo pequeño y animar el crecimiento. Un bonito ejemplo para imitar. Rezamos por todos los papás, vivos y difuntos. Amén.

Eucaristía, política y libertad cristiana

Valoro las palabras de Mons. Gustavo Carrara, obispo auxiliar y vicario general de Buenos Aires, en relación con una Misa celebrada recientemente, cuya filmación circula en las redes y en los medios de información.

En un país polarizado como el nuestro, el poder de las redes viraliza rápidamente información incompleta. Se apresuran así tomas de posición y juicios en buena medida inapelables. Y se enrarece el clima de nuestra convivencia.

Lamentablemente, esta polarización también hiere a nuestras comunidades cristianas. 

Las palabras y el gesto del obispo son sinceros y superadores, por eso, se agradecen.

La Misa no se puede usar para promover causas políticas, no porque la política sea mala, sino porque esa no es su finalidad, que es glorificar a Dios y santificar a los bautizados, fortalecer la unidad de la Iglesia e impulsar su misión en el mundo, también alentando la “mejor política”, como dice el papa Francisco y bien resalta Mons. Carrara. 

Este video, como otro que circuló antes, causan extrañeza, desánimo y fastidio en muchos buenos católicos, tanto pastores como especialmente laicos. Muchos nos hacen legítimas preguntas sobre los vínculos entre fe y política, Iglesia, jerarquía y la autonomía de los laicos para hacer opciones políticas concretas, etc. 

Escribo desde el interior del interior, pero creo que vale para toda la Argentina. La inmensa mayoría de nuestras comunidades cristianas, cuando celebra la Eucaristía, lo hace con profunda fe y respeto por el misterio sagrado. 

Algunas posturas minoritarias y -a mi juicio- también anacrónicas no nos pueden hacer perder de vista la rica vida de fe, de misión y de compromiso de nuestras comunidades en todo el país. 

Vuelvo a decir que valoro el gesto de Mons. Gustavo Carrara porque expresa la voluntad de trabajar por la concordia que anima a todos los obispos. Es el poder de la caridad de Cristo al que siempre tenemos que volver para que nos transforme en artesanos de la paz. 

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

15 de junio de 2024

Buscar el bien posible en una democracia perfectible

Buscar el bien posible en una democracia siempre perfectible

La democracia republicana es un sistema con muchos límites, siempre amenazado y como en ascuas, porque se basa -y aquí está paradójicamente su mayor virtud- en la conciencia, libertad y voluntad de los ciudadanos libres.

Esto es así, porque se funda sobre la dignidad de la persona humana, sus derechos y deberes.

Tiene sus reglas de juego que hacen posible, tanto la manifestación pacífica de los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad en el espacio público, como también que, a través de procedimientos rigurosos los representantes del pueblo aprueben las leyes que rigen la vida ciudadana en el Parlamento.

Tanto en el curso de la discusión pública de los proyectos de ley como después de aprobación, los ciudadanos podemos manifestar nuestra aprobación o disconformidad, parcial o total, o incluso trabajar para que aquellas leyes que consideramos injustas sean derogadas y reemplazadas por otras, siempre a través de los medios éticos y legales que la misma democracia pone a nuestra disposición.

Ningún espacio político o sector puede imponer por la fuerza de la violencia política sus particulares puntos de vista o intereses.

La convivencia ciudadana de un pueblo se sostiene en verdades, valores y virtudes espirituales y morales: para los creyentes, la fe en Dios es el fundamento; para quienes no lo son, es la dignidad de la persona humana.

La buena salud de una democracia requiere ciudadanos con suficiente riqueza espiritual y ética pues supone que todos, aun en la disparidad o diferencia de postura, nos reconocemos semejantes, sujetos dignos de respeto y reconocimiento.

La doctrina social de la Iglesia apela siempre a la amistad social y a la dinámica virtuosa del bien común; por eso, a la potencia del diálogo, especialmente en los temas fundamentales y en los grandes desacuerdos.

Cuando esta “mística ciudadana” desparece, sustituida por las emociones violentas y los epítetos gruesos arrojados a la cara del adversario, solo se presagian desgracias para todos.

Los creyentes oramos a Dios, suplicamos su auxilio y fortaleza, y nos disponemos a la tarea paciente y ardua de buscar el bien posible en las circunstancias concretas, imperfectas y limitadas que nos tocan vivir.  

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

12 de junio de 2024

Comprender a Jesús

«La Voz de San Justo», domingo 9 de junio de 2024

“Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre». Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro».” (Mc 3, 28-30). 

Su familia lo considera un “exaltado”; los letrados de Jerusalén, un “poseído por Belzebul”. El evangelista Marcos añadirá la obstinada incomprensión de sus discípulos. A sus familiares desconcertados les dirá que su verdadera familia es la de aquellos que escuchan su enseñanza. Con los adversarios venidos de la capital será más duro todavía: considerarlo discípulo de Satanás es un pecado imperdonable. 

Jesús no la tiene fácil. Pero tampoco busca hacerse el simpático para facilitar las cosas. Él ha venido a ponerle el cuerpo al mal, a toda forma de mal que deshumaniza a las personas, especialmente a los más frágiles y vulnerables. El sufrimiento humano lo conmueve profundamente. Es lo que ha aprendido en el corazón de su Padre: Jesús siente, obra y habla como Dios, su Padre. 

Retorcer los gestos y palabras de Jesús para hacerles decir lo contrario de lo que expresan resulta imperdonable. No porque Dios no pueda perdonar ese pecado, sino porque, quien obra así, se cierra a sí mismo: no puede ver ni experimentar la acción de Dios, su bondad, su compasión. 

Fuerte advertencia para todos; lantes que nada, para los cristianos. 

“Señor Jesús: sos el Rostro luminoso de Dios. No dejés que nuestra torpeza nos cierre a la belleza de tu Verdad. Necesitamos dejarnos alcanzar por tus palabras para ser de tu familia. Lo comprendió tu madre, terminaron de entenderlo tus discípulos. También nosotros queremos comprender el corazón de Dios que nos habla a través de tu persona. Amén.”

Vino, sangre y esperanza

«La Voz de San Justo», domingo 2 de junio de 2024. Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor

“Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».” (Mc 14, 23-25).

La Eucaristía de cada domingo, la que marca el ritmo de nuestras vidas, la que esperamos que sea viático en el tránsito final de nuestra muerte; la Misa de hoy, la de mañana y la de siempre ha nacido de la certeza más honda que Jesús alberga en su corazón humano: el Padre nunca lo dejará solo ni dejará caer en la nada su entrega de Hijo. Sus palabras lo delatan y nos iluminan.

Esa certeza de Jesús es el fundamento de la esperanza de quienes somos sus discípulos: también nosotros, un día, beberemos de la copa rebosante del vino nuevo del Reino de Dios. Por eso, ahora, mientras caminamos esta vida frágil, siempre amenazada, pero fascinante y misteriosa, nos acercamos a comer y beber de la mesa del altar.

“No podemos vivir sin la Eucaristía”, decían los primeros cristianos cuando la ley les impedía celebrar al Señor que viene. Hoy, entre nosotros, no hay impedimentos externos para vivir la Misa. Los que ciertamente existen son internos a nosotros y, por eso, más potentes. Cada uno sabrá identificar los suyos. Pero tampoco nosotros -hoy como ayer- podemos vivir sin la Eucaristía de Jesús.

Lo sepamos o no, la Eucaristía sostiene al mundo.

Este domingo, al celebrar el Corpus Christi, en el silencio de nuestra oración o en la expresión pública de nuestra fe, gritaremos nuestra esperanza: “¡Ven, Señor Jesús! Celebramos tu Eucaristía hasta que vuelvas. Amén.”

En el Nombre del Dios uno y trino

“Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».” (Mt 28, 18-20).


San Mateo es el único evangelista que termina su evangelio con palabras de Jesús: “Yo estaré siempre con ustedes”.


Esta presencia del Señor resucitado es experiencia de las comunidades cristianas a lo largo del tiempo: Él está con nosotros, compartiendo con nuestras pruebas y alegrías. Él es nuestra fuerza, nuestro alivio y consuelo. Él nos anima a caminar.


Y, con Jesús, el Hijo, vienen a nosotros el Padre y el Espíritu. El bautismo nos sumerge en la vida trinitaria. En nuestra vida todo hace referencia a la Pascua que nos ha mostrado el Rostro de Dios: todo viene del Padre por el Hijo en la unidad del Espíritu Santo; y todo vuelve al Padre por el Hijo en el Espíritu.


La Iglesia, cada comunidad cristiana, pero también cada bautizado puede decir, con alegría, estupor y santo temor: Dios uno y trino vive en nosotros. Somos templo en el que moran el Padre, el Hijo y el Espíritu y, desde lo más hondo de nuestra alma, nos animan y conducen.


Un riesgo del cristianismo, muy insidioso hoy, es reducir la vida cristiana a frío moralismo: ser “buenos chicos” que cumplen los mandatos de Dios, portándose bien. El cristianismo, antes que moral, es gracia, regalo, don: presencia de la Trinidad en nosotros. Todo lo demás brota de esta fuente.


Gloria al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Amén.

Sí. Podemos entendernos

Los cristianos acabamos de celebrar Pentecostés: el don del Espíritu Santo.

El relato de los Hechos de los Apóstoles sigue siendo fascinante: de repente, hombres y mujeres que hablan diferentes lenguas comprenden el anuncio cristiano y comienzan a hablar y a entenderse entre ellos. Y una comprensión para nada superficial sino desde dentro y, por eso, eficaz.

Así nace la Iglesia: católica desde su origen, con capacidad para hacerse entender y de favorecer la comprensión entre personas, pueblos y culturas.

Esa capacidad viene de lo «alto»: del costado abierto del Crucificado y del soplo de su Espíritu que derrama continuamente sobre el mundo. Viene de la Trinidad.

Un bautizado, marcado con la unción del Espíritu de Cristo, será siempre un hombre y una mujer obstinadamente buscador de los corazones, las mentes y la mirada de los otros para reconocer el terreno común donde sembrar la semilla del diálogo y la comunión.

La concupiscencia nos empuja en sentido contrario: a la división, a sembrar cizaña, a echar sal en las heridas; a engañar con falsedad o a vociferar para intimidar.

Pero, el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad y nos fortalece para sembrar concordia. Y, sobre todo, para no dejarnos ganar por el desaliento. Nos abre los ojos para percibir las manos de Dios que, desde lo pequeño y frágil, hace crecer su Reino en los corazones.

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Argentina, como las otras naciones hermanas de Iberoamérica, tiene una historia de dolorosos desencuentros y luchas fratricidas. Pero también, en momentos concretos, han sabido asomar pactos y acuerdos fundamentales.

Han sido momentos tan providenciales como superadores, llevados adelante por hombres y mujeres también concretos que han sabido optar por el bien posible, incluso en medio de muchos límites y condicionamientos. Han comprendido que, en una guerra, se puede “vencer, pero no convencer”, como dijera sabiamente don Miguel de Unamuno. Por eso, han sabido ceder y apostar por el bien entonces posible. Pienso en el beato obispo Fray Mamerto Esquiú y su apuesta por la aceptación de la Constitución.

La semilla del Evangelio sigue dando frutos en nuestra Patria. Que el Espíritu Santo nos de valentía, paciencia y, sobre todo, un amor grande para trabajar por el bien común de las generaciones por venir.

Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
20 de mayo de 2024
María, madre de la Iglesia

La mejor política es la política posible

Reflexiones desde la perspectiva del Evangelio y la enseñanza social de la Iglesia

La Politica  tiene una insoslayable dimensión ética, pero no es, de ordinario, una lucha entre el bien y el mal; menos aún, entre los puros y los impuros, los justos y los réprobos.

No busca traer el cielo a la tierra, como pretenden las ideologías. Esa pretensión lo único que suele traer a los pueblos es un anticipo del infierno.

La acción política busca el bien posible, aquí y ahora, con personas -ciudadanos y dirigentes- que no son ni ángeles ni demonios, sino seres humanos imperfectos y perfectibles.

Construye el orden justo posible, sabiendo además, que toda construcción humana, mucho más la política, requiere una enorme fuerza espiritual para sostenerse en el tiempo.

De ordinario, las personas, las sociedades y los pueblos tienen que renovar su compromiso con la verdad, la justicia y el bien, una y otra vez. Nunca están conquistados del todo.

Por eso, los pueblos requieren cuidar las fuentes espirituales que hacen que las personas tengan convicciones, fuerza moral y perseverancia en la búsqueda de bienes que son posibles, pero arduos.

Ahí entran en juego la fe, la relación con Dios y -en una propuesta como la cristiana- la compasión y el amor al prójimo.

En Argentina, esas fuentes están vivas. Son como el pozo de Jacob del evangelio: ahí está Jesús esperando a la samaritana para despertar su sed y ofrecerle el agua viva del Espíritu para vivir y pelear la vida.

Y están en los corazones, en los barrios, en las inteligencias y voluntades que, cada mañana, apuestan por el futuro del país.

Si tenemos que imaginar un consenso posible para nuestro pueblo, pensando en el futuro generoso, no en la coyuntura o en el interés inmediatista, en esas fuentes tenemos que abrevar para encontrar la fuerza espiritual que necesitamos para toda obra buena y grande.

La oración humilde, perseverante y esperanzada es parte de esa dinámica salvadora. Y -no lo dudo- cada mañana, millones de argentinos y argentinas rezan, elevando su corazón a Dios, poniendo en sus manos paternales a sus hijos, nietos y amigos, su trabajo y sus esperanzas, sus tribulaciones y dolores más profundas.

No nos faltan razones para mirar el futuro con esperanza.

+ Sergio O. Buenanueva Obispo de San Francisco 6 de marzo de 2024