Los jóvenes son el presente

¿Me permitís una palabra?

Volví a escuchar la entrevista de Miguel Clariá a Mariano Acosta, director de “La Vélez”, como llaman en Arroyito a la escuela Vélez Sársfield, a raíz de los hechos violentos que protagonizaron algunos alumnos de sexto años.

Enlace: https://www.cadena3.com/noticia/radioinforme-3/violento-festejo-del-ultimo-dia-de-clases-de-alumnos-en-una-escuela-de-arroyito_491796

Vuelvo sobre dos cosas que señalaba Mariano y que me quedaron dando vueltas cuando escuché la nota por primera vez:

«Nuestros alumnos no son violentos, no son chicos que reporten problemas de convivencia habitual; tienen lo normal de los chicos, pero viniendo como venían de un lugar en donde seguramente habían consumido alcohol, sabemos que es así … Es difícil de describir. Hasta el día de ayer estaban llorando en la escuela porque se terminaba un ciclo, y luego los ves fuera de sí frente a estas situaciones».

Mariano apunta a las causas: «falta de límites, consumos habilitados y la masificación … resquebrajando el vínculo entre familia y escuela”.

Un papá, una mamá, un educador, un catequista o un cura tiene que buscar siempre, y sin desanimarse, lo que de más genuino hay en el corazón de un chico o de una chica. Allí hay sed de vida, de verdad, de ir más allá de lo que se ve y se toca. Hay sed de Dios.

Habrá que educar en los límites. Es cierto. En una autoestima que prevenga masificación y adicciones. También es cierto. Y tender puentes entre padres y maestros, caminos entre la casa y la escuela.

Todo eso es correcto y nos marca un norte para nuestras opciones.

En el camino de ellos – y también en el nuestro – se va a cruzar la sugestiva propuesta del nihilismo que se respira en el ambiente: nada es real, ni verdadero, ni bueno, ni bello. Nada vale la pena.

Por eso, allí donde procuremos que los jóvenes entrevean la belleza que salva, allí le habremos ofrecido lo mejor, lo que sustenta la vida, lo que realmente preserva y previene de todo mal.

¿Dónde buscar esa belleza? Bueno, yo soy un hombre de fe y un pastor. Comparto donde yo la he encontrado: en el amor de mis padres y amigos, en el silencio de la oración que escucha a Dios y a los demás, en el bien humilde y cotidiano que obran tantas manos (una caricia, un consuelo, una mirada de amor); en la “sobria embriaguez del Espíritu” de la liturgia cotidiana, en la solidaridad de los pobres…

Y podría seguir.

En un estupendo diálogo virtual de León XIV con de jóvenes de Estados Unidos, el Santo Padre arrancó un aplauso cuando les dijo que ellos – los jóvenes – no son el futuro, sino el presente. Y los invitó a dejarse encontrar por Jesús y a cultivar la amistad con Él.

Es por ahí…

4 de diciembre de 2025

A la Iglesia del “Logos” le interesa el “logos” de los hombres y mujeres de hoy.

En el marco de la 127ª Asamblea Plenaria del Episcopado Argentino, en la mañana de este jueves 6 de noviembre recibimos a cuatro comunicadores: el periodista Jorge Liotti de La Nación, Pedro Rosemblat, Rosendo Grobocopatel y Lucas Rodríguez. 

Al programar esta Asamblea, los obispos vimos oportuno acercarnos al mundo de la comunicación haciendo foco en los espacios, lenguajes y formatos que hoy son “habitados” especialmente por los más jóvenes. 

Liotti nos ofreció un primer acercamiento al tema, mostrándonos cómo han evolucionado las formas de comunicación en estas últimas décadas desde los medios más tradicionales a, por ejemplo, los canales de streaming y los streamers. 

Los fuertes cambios en la comunicación lo son también para los sujetos que se comunican… y los grupos de referencia que se forman. Esto también afecta a la comunidad eclesial, sus dinámicas, tensiones y polarizaciones. 

Los tres jóvenes nos contaron su propia experiencia en los espacios en que ellos desenvuelven su trabajo. Pedro Rosemblat y Rosendo Grobocopatel desde una militancia política (en el peronismo, el primero; en el PRO, el segundo), mientras que Lucas Rodríguez desde la comedia y el humor. No pusimos el acento en la militancia política, sino en la experiencia como comunicadores. 

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Después de la primera parte en la que intervinieron los tres, los más de cien obispos nos dividimos en tres grupos para el diálogo con los jóvenes. A mí me tocó en el grupo de Lucas Rodríguez. 

A mi criterio, la escucha de su experiencia y el intercambio que siguió en el grupo fueron muy buenos. Conversando con obispos que estuvieron con los otros dos comunicadores, coincidimos en la valoración altamente positiva de la experiencia.

Como es de público conocimiento, Lucas ha tenido un proceso de acercamiento muy fuerte a la fe cristiana. Se ha bautizado hace poco tiempo. 

Su acercamiento a la fe y a Cristo ha partido desde su interés personal en la poesía y la estética. Se expresó en términos similares a los que usa el teólogo suizo von Balthasar: Cristo resucitado como Dios y hombre, que atrae por la belleza de su amor; enamora (y así “asalta”) al hombre y lo seduce con su luz. Palabras más, palabras menos…

Escuchándolo hablar del misterio de Cristo y su poder de atracción, sus expresiones evocaban el modo como el Concilio de Calcedonia definió la encarnación: en la persona del Verbo, uno y el mismo, las dos naturalezas se unen sin confusión ni cambio, sin división ni separación.

Fue muy interesante escucharlo, desde esta posición, decirnos cómo ve él nuestra misión como pastores en medio de esta fragmentación. Apelo a mi memoria y así lo resumo: los obispos (la Iglesia) no pueden tratar a las personas como usuarios a los que vender un producto; si la Iglesia se encarga del vínculo de las personas con Dios, sería muy raro que percibiera a las personas como “usuarios”… No imagino así  -nos decía- su trabajo de acercar el misterio: Dios no convence, sino enamora, nos asalta, nos asombra. Eso es lo primero, después viene el resto…

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Dos reflexiones conclusivas:

Del encuentro con Lucas Rodríguez me quedo pensando en lo que significa la via pulchritudinis (el camino de la Belleza) para la fe y la misión de la Iglesia. De la liturgia a la oración, de la pastoral del consuelo al servicio a los pobres, como tantas otras acciones pastorales, el camino de la Belleza es connatural a la misión de la Iglesia. Belleza es un “trascendental” (Lucas lo recordó explícitamente), que es uno de los rostros del Dios, uno y trino, tal como se nos ha revelado en Jesucristo. Este será siempre el camino de la Iglesia y su modo de estar en el mundo, siempre herido por el pecado, pero también abierto y sediento a la belleza que Cristo le ofrece.

De escuchar a los tres, a muchos nos impresionó positivamente la opción por una “cultura del encuentro” que hacen, especialmente Rosemblat y Grobocopatel, desde miradas políticas distintas: respetar al otro, escucharlo, hacer lugar a su voz, no clausurarse en la propia “tribu» con sus sesgos y prejuicios, etc. Resulta alentador que, en este momento que vive la Argentina, haya personas jóvenes que vayan en esta dirección. El camino sinodal que la Iglesia va transitando, desde su identidad sacramental específica y también atravesada por fuertes polarizaciones, va en una dirección parecida buscando la comunión y la unidad. Al decir de León XIV: con un corazón inquieto, buscamos juntos a Dios y nos dejamos poseer por su Verdad. 

Escribo esto al finalizar esta jornada intensa de una muy intensa Asamblea Plenaria. 

Agradecido.

6 de noviembre de 2025

Elecciones 2025

Esta mañana, después de celebrar la Eucaristía dominical, como en cada jornada electoral, me acerqué a la Escuela Mitre de San Francisco y voté.

En estos 43 años de #democracia, solo en dos ocasiones no lo hice y por razones de fuerza mayor.

Con su complejidad e imperfecciones, el sistema democrático nos permite a los ciudadanos elegir y -no es un aspecto a menospreciar- poner límites al poder en el marco del estado de derecho.

Es también la portunidad de indicar, aunque más no sea, un rumbo somero en la construcción del bien común. Es un mandato que los hombres y mujeres de la política deben escuchar e interpretar.

Indignación y desánimo, hartazgo e insatisfacción son reacciones comprensibles ante la crisis actual de la política. En nuestra Argentina es la percepción de una decadencia que no hemos logrado revertir.

Sin embargo, la libertad humana, siempre frágil, imperfecta y naturalmente limitada puede abrirse paso sopesando opciones e intentando el bien posible, aquí y ahora.

El voto se une a las otras elecciones personales y colectivas que jalonan nuestro día a día, nos ponen a prueba y nos desafían a edificar el bien común, el mejor orden justo posible y, como el buen samaritano, hacernos cargo del otro en la situación concreta en la que está, especialmente si está excluído o descartado.

La historia de la libertad es también la del amor y la verdad, y tiene que se mirada en todas sus dimensiones.

26 de octubre de 2025

#Elecciones2025

Elecciones en una democracia posible

La palabra “democracia” une dos realidades: “pueblo” (“demos”) y “poder” (“kratos”).

La democracia liberal, por ejemplo, ha puesto en la soberanía del pueblo uno de sus principios fundamentales.

La doctrina social de la Iglesia católica ha sido crítica con este concepto. En realidad, lo matiza: la autoridad, en última instancia, proviene de Dios creador; ningún poder humano puede ser absoluto: debe estar subordinado a la ley moral y, en un estado de derecho, a la ley que rige la vida de todos los ciudadanos.

De ahí que, en sus últimos desarrollos, la enseñanza de la Iglesia haya puesto de relieve algunos elementos fundamentales: la dignidad de la persona humana, sus derechos y deberes; la importancia de limitar y contrapesar el ejercicio del poder; la importancia de las elecciones libres, el recambio pacífico de las autoridades previsto por las leyes, la probidad moral de sus funcionarios, etc.

En este sentido, la Iglesia valora la democracia y coincide con muchos pensadores políticos en señalar que esta es tan compleja como imperfecta y, por tanto, supone esa perseverante paciencia de saber que el bien posible siempre será arduo, que lo justo aquí y ahora tiene que ser buscado y elegido con decisión, que no se puede edificar nada duradero que no tenga una sintonía interior con la verdad.

En este sentido, Argentina es una democracia verdadera. Y es fruto de un camino fatigoso que nos ha visto a los ciudadanos como protagonistas fundamentales. Es un logro que no podemos olvidar ni bajarle el precio.

Pero es un logro imperfecto… y lo será siempre. Siempre habrá intereses de parte que mueven los hilos del poder desde la oscuridad. Siempre habrá luchas, tensiones y mezquindades en la búsqueda de espacios de poder. Siempre unos pocos buscarán imponer a la mayoría sus intereses egoístas… y tendrán éxito.

Pero también es cierto que, en medio de esa maraña de miradas, intereses y acciones, es posible intervenir con conciencia, con libertad y con expectativa de logro en beneficio de todos.

¿No ha ocurrido así en las horas más oscuras de la humanidad y nuestra propia patria Argentina?

Los que creemos en Dios con fe católica tenemos la certeza inconmovible del auxilio de la gracia divina para toda obra buena. Por eso, como dijo tan hermosamente el papa León XIV al ser elegido: “Dios nos quiere bien, Dios los ama a todos, ¡y el mal no prevalecerá! Todos estamos en las manos de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos mano a mano con Dios y entre nosotros, sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede.”

La autoridad proviene de Dios, pero no se opone a la participación del pueblo a través de las distintas formas de su ejercicio como son, por ejemplo, las elecciones.

Y aquí -como señalaba arriba- los argentinos nos anotamos un logro que no podemos menospreciar: de 1983 a la fecha, las elecciones periódicas han sido concurridas, pacíficas y libres, razonablemente transparentes y efectivas. Nos han permitido elegir a nuestros representantes y cambiar pacíficamente los gobiernos.

Seguramente así serán las del próximo fin de semana.

Y seguimos caminando como pueblo, más o menos conscientes de nuestras posibilidades y límites, edificando el orden justo posible, dispuestos a perseverar en esta obra común, siempre amenazada y siempre necesaria.

San Francisco, 20 de octubre de 2025

Consejo de lectura para políticos

Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia

Si algún hombre o mujer de la política me pidiera un consejo de lectura para este tiempo intenso que vivimos, entre las muchas posibilidades, le aconsejaría lo que santo Tomás de Aquino enseña sobre la virtud de la humildad (Suma Teológica II IIae q 161).

Despejemos un malentendido: en nuestro hablar popular, “humilde” es sinónimo de carenciado. Santo Tomás aclara: en ese sentido, la humildad no es una virtud. Aunque también señala, con perspicacia, que el que se desmerece a sí mismo tampoco es virtuoso.

La humildad, después de las virtudes teologales y las intelectuales, es una virtud fundamental en la vida espiritual de una persona.

Nos hace conscientes de nuestros límites y defectos, delante de Dios y los demás. Refrena la soberbia de creernos más de lo que somos o podemos, impidiéndonos recibir la ayuda de Dios y también la de los demás. Nos ubica positivamente y de manera realista ante el bien arduo que, nos atrae tanto como nos intimida.

La búsqueda de un bien arduo (la justicia, por ejemplo) requiere la conjunción de dos virtudes: “Una de ellas -observa- ha de atemperar y refrenar el ánimo, para que no aspire desmedidamente a las cosas excelsas, lo cual pertenece a la humildad, y la otra ha de fortalecer el ánimo contra la desesperación y empujarlo a desear las cosas grandes conforme a la recta razón, y es lo que hace la magnanimidad.” (S Th II IIae q 161 a 1).

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El domingo 26 de octubre, los ciudadanos daremos nuestro veredicto inapelable a las propuestas que nos hacen los diversos espacios políticos. 

El lunes 27 de octubre se abrirá un tiempo de construcción.

Los números darán ganadores a algunos; otros tendrán que asumir la derrota. A unos y otros, el Congreso les abrirá sus recintos para darnos leyes justas.  Unos y otros necesitarán humildad para reconocer que es más sencillo ganar poder, que usar de él para transformar realmente un país. 

Humildad para reconstruir con paciencia su convivencia, sus instituciones y también su economía. 

Todos los ciudadanos seguiremos batallando la vida, anhelando un país con posibilidades para todos. Una meta que, hasta ahora, parece un sueño. 

Todos tendremos que echar mano de la virtud de la humildad, porque tendremos que seguir intentando mejorar la vida de todos con paciente perseverancia. 

Dios nos auxilia, pero no hace lo que nosotros tenemos que hacer.

7 de octubre de 2025

Fiesta de la Virgen del Rosario

Paz, pan y trabajo de la mano de san Cayetano

Como cada año, este 7 de agosto miles de argentinos celebran a san Cayetano en santuarios, parroquias, humildes capillas o ermitas de los barrios. El patrono de la Paz, del Pan y del Trabajo se ha ganado un lugar en el corazón de nuestro pueblo.

Su imagen más antigua se encuentra en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales erigida en Buenos Aires por santa María Antonia de Paz y Figueroa, “Mama Antula”.

Mama Antula tenía una gran devoción por san Cayetano. A él le confió la misión que le hizo caminar miles de kilómetros para llevar a sus hermanos la experiencia de los ejercicios espirituales. Y, cuando erigió la Santa Casa, puso bajo su protección el desarrollo de los retiros espirituales.

Así nació la devoción argentina por este santo. Une dos cosas que son inseparables en la experiencia cristiana: el encuentro con Cristo y la solidaridad con los demás.

La súplica por el pan, el trabajo y la paz que miles de argentinos elevan hoy en su peregrinación a san Cayetano nos muestra de qué está hecho el corazón humano: sed de Dios y de fraternidad, de felicidad verdadera y de bienestar para todos.

A lo largo de estos años, los obispos y la Iglesia en Argentina, no hemos dejado de hacer oír nuestra voz en cada fiesta de san Cayetano. Estamos ahora donde hemos estado siempre: acompañando a nuestro pueblo, orando con los peregrinos y devotos, haciendo nuestras sus peticiones de pan, de trabajo y de fraternidad, dando gracias por los beneficios recibidos.

Nuestro país es grande y rico. Su mayor riqueza son las personas, el “capital humano”. Por eso, duele que, a lo largo de estos años de democracia, junto con innegables logros, no hayamos podido alcanzar un desarrollo social y económico que mejore la vida de todos. Como decíamos preparando los bicentenarios: la deuda social sigue siendo la que más nos pesa.

Es un desafío para la política económica, pero es mucho más que ella: por eso, seguimos insistiendo en la amistad social, la cultura del encuentro y la fraternidad, como nos enseñara el papa Francisco.

Los discípulos de Cristo, las comunidades cristianas y sus pastores estaremos siempre junto a los que quedan en el camino de las crisis sociales, económicas y políticas.

¿Qué les ofrecemos? Lo que hemos recibido: la fe cristiana en Dios, nuestra mayor riqueza. Ella siembra esperanza y da fuerzas para luchar por la justicia y trabajar por el bien común. Y es la esperanza en la vida eterna.

De la mano de san Cayetano, de santa Mama Antula y del Santo Cura Brochero seguimos caminando como “peregrinos de la Esperanza”.  

Peregrinos de esperanza y libertad

Mensaje en el Día de la Independencia – 9 de julio de 2025

¡Feliz Día de la Independencia Nacional!

Hoy, 9 de julio de 2025, celebramos el 209º aniversario de la independencia. En el Calendario litúrgico es también la fiesta de la Virgen de Itatí. A ella encomendamos la vida y el futuro de nuestra querida Argentina.

En la ciudad de Tucumán, como en tantos otros rincones del país, se celebra el Te Deum, himno de la liturgia, que en su versión castellana inicia así: “Señor, Dios eterno, alegres te cantamos a Ti nuestra alabanza”.

En este día alabamos al Creador por el don de la libertad: una libertad herida por el pecado, pero redimida por Cristo. Ella cuenta con el auxilio del Espíritu Santo, que la sana y eleva hasta convertirla en la “gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom 8, 21). Damos gracias también por nuestra Patria, por su historia de libertad que, aunque tuvo su momento decisivo el 9 de julio de 1816, continúa su andar laborioso, abriéndose paso en el corazón humano y en el entramado de nuestra vida social.

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En este Jubileo de la Esperanza, nos reconocemos también peregrinos de la libertad.

Porque creemos en Dios, en su gracia y en su promesa del cielo, nuestra esperanza es luminosa, cierta y grande. Ella nos hace ver más lejos. Y nos da fuerza para obedecer la verdad en la conciencia, elegir el bien y la justicia, también la justicia social.

“Esta es la libertad que nos ha dado Cristo… Ustedes, hermanos, han sido llamados a vivir en libertad, pero que esta no sea pretexto para satisfacer los deseos carnales. Más bien, háganse servidores los unos de los otros, por medio del amor.” (Gal 5, 1.13). Así define san Pablo las “ideas de la libertad” del humanismo cristiano.

La esperanza siembra libertad. Una y otra crecen en la oración: Te Deum laudamus…

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¿Cuáles son los caminos de la libertad que transita hoy el pueblo argentino? ¿Y cuál es nuestro papel como católicos en esta peregrinación compartida?

Evoco a una experiencia personal. En las visitas pastorales me sorprende ver cómo se sostienen nuestras instituciones, tanto las eclesiales como las civiles. Suelen ser pocas personas en la parroquia, en el club, en los bomberos, en la cooperadora de la escuela, etc. A muchos los inspira el Evangelio; a todos, ese innato impulso al bien del ser humano, imagen de Dios. Son las “fuerzas vivas” de cada pueblo.

Si la medida de la libertad humana es Jesús, en esos hombres y mujeres se refleja también su libertad. No se confunde con capricho, desinhibición o desinterés. Como Jesús, son “servidores los unos de los otros, por medio del amor”, al decir de san Pablo.

No se puede reducir la libertad a la sola carencia de coacción externa o a mera libertad económica. Ser libre es mucho más: es elección del bien que plenifica a la persona. El pecado y la corrupción son esclavitud, deformaciones de la libertad que deshumanizan.

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El camino de la Iglesia -enseñaba san Juan Pablo II- transita siempre por el corazón de cada persona, allí donde se forja la libertad. ¿Y qué propone la Iglesia a la libertad de las personas? ¿Qué aporta a esta Argentina que vive vertiginosos cambios culturales?

No otra cosa que Jesucristo, su Evangelio y la fe en Dios. “La pobreza más grave es no conocer a Dios”, recuerda León XIV. Esta es la experiencia más honda que viven nuestras comunidades cristianas. En tiempos complicados, la Iglesia no conoce otro camino que hacer más intensa su misión: anunciar a Jesucristo, conducir hacia Dios, celebrar dignamente el misterio pascual, desgranar el catecismo en la mente y el corazón, iniciar en la oración e invitar a la conversión y a una vida virtuosa.

Aquí se concentran las energías de nuestras comunidades, de quienes somos sus pastores, de los consagrados y demás evangelizadores.

Si proyecta la luz del Evangelio sobre toda la vida, no reduce su misión a acción social o política. Por eso, insiste en la fraternidad, la amistad social y en la delicada arquitectura social, política y económica que requieren la justicia y el bien común. No hay libertad sin ciudadanos libres ni sin instituciones sólidas. Así como tampoco sin imperio de la ley, estado y límites al ejercicio del poder.

La Iglesia alienta a los laicos a sumergirse en la ciudad secular con el sello interior del Espíritu y con la inspiración de su doctrina social. Consciente de que, a diferencia de los fundamentalismos que hoy proliferan, la fatiga en la construcción política de la sociedad es un desafío urgente, nos invita a buscar la verdad y a realizarla dentro de las condiciones posibles del aquí y ahora.

Eso sí, la Iglesia anuncia, celebra y vive la fe desde ese lugar al que Cristo mismo la lleva: los pobres, los más frágiles y heridos, los que quedan al borde del camino.

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«Alaben al Señor», dices tú a otro y él te lo dice a ti; y así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procuren alabarlo con toda su persona, esto es, no sólo con su lengua y su voz deben alabar a Dios, sino también su interior, su vida, sus acciones” (San Agustín, Comentario al Salmo 148, 2).

Así cantemos el Te Deum este  9 de julio. ¡Feliz Día de la Patria!

En diálogo con las ideas de la libertad

Acabo de leer el discurso de anoche en Chaco del presidente Milei. Mucha, muchísima tela para cortar. Bienvenido el debate de ideas.

1. Como en otras ocasiones, el presidente arremete contra la justicia social. En realidad, contra una deformación de ella. A su favor: que en nombre de esa caricatura se han hecho muchos desatinos que hoy pagamos todos, además de abrirle la puerta a la corrupción. Pero, en el humanismo cristiano, la justicia social es un concepto más rico, complejo y válido. No es solo distribucionismo a cargo del estado, sino que, asentándose en la dignidad de cada persona busca una arquitectura de la justicia en la sociedad atenta a la participación de todos los ciudadanos en la búsqueda del bien común. La delicada arquitectura de la justicia implica rehuir de la simplificación y armonizar todas sus dimensiones: justicia general, conmutativa, distributiva y también justicia social.

2. En su discurso, el presidente echa mano de textos de la Escritura y apela a la tradición judeocristiana. Me parece bien, solo apunto al riesgo de fundamentalismo o, como ocurre con el integrismo católico: a eludir la mediación de la razón en la interpretación del mensaje bíbllico y, sobre todo, en la construcción del mejor orden justo posible. En la tradición católica es muy fuerte este acento: no hay una línea directa entre la Escritura y la construcción política de la sociedad. En esto, sería bueno acudir al magisterio de Benedicto XVI, por ejemplo, a su magistral discurso ante el Bundestag de Berlín, donde afronta esta cuestión. Es importante tenerlo en cuenta hoy, porque no solo en Argentina, también en otras latitudes vemos a algún sector de la política arroparse en amplios sectores religiosos más bien fundamentalistas. Eso no le hace bien ni a la religión ni a la política.

3. Como dije arriba: bienvenido el debate público de ideas, hoy realmente de capa caída en nuestra Argentina. Por eso, un debate público en serio, sin dejar de ser fuerte, subido de tono incluso o áspero, ni renuncia a la claridad de ideas ni se deja llevar por la lógicas binarias que suelen ser efectivas para arrebatar aprobación, pero que, a la larga, no sirven para construir el orden social. En este punto, desde la Iglesia vamos a seguir apelando a ese valor tan importante de la democracia de inspiración liberal: la legítima pluralidad de ideas, el respeto de otro como un semejante y el rechazo de toda forma de violencia que rebaje la dignidad de los demás.

4. En el fondo, se trata de un debate antropológico. El modelo de la libertad que alienta la tradición judeocristiana es el hombre, imagen y semejanza de Dios. En el cristianismo, ese modelo es Cristo, su libertad de Verbo encarnado y la redención de nuestra libertad que, como enseña san Pablo, solo se puede vivir en el amor a los demás y en el servicio, especialmente a los más pobres. La libertad cristiana es, a la vez, don del Creador; herida por el pecado y siempre amenazada, ha sido redimida y tiene a su favor el auxilio de la gracia del Espíritu Santo. Se realiza en el amor y en la virtud (nociones evocadas por Milei). El modelo supremo de la libertad de la persona humana no puede ser el de las transacciones económicas, tan legítimo como insuficiente para hacer justicia al ser humano libre.

A pocos días de celebrar el 209º aniversario de la Independencia nacional es bueno que nos dispongamos realmente a celebrar nuestra historia de libertad compartida.

Busquemos un territorio común, también y especialmente en nuestro anhelo de libertad.

6 de julio de 2025

Desnudemos el altar

Hace un tiempo les propuse “adelgazar los guiones” de la Misa. Ahora vuelvo sobre una cuestión más importante y también con una propuesta: “desnudemos el altar”.

Leemos en el número 296 de la Instrucción general del Misal romano: “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es también la mesa del Señor, para participar en la cual, se convoca el Pueblo de Dios a la Misa; y es el centro de la acción de gracias que se consuma en la Eucaristía […]”.

El número 299, por su parte añade que el altar “ocupe el lugar que sea de verdad el centro hacia el que espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los fieles. Según la costumbre, sea fijo y dedicado.”

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¿Por qué les propongo “desnudar” el altar?

No me refiero al rito que hacemos en Jueves Santo, al concluir la Misa de la Cena del Señor. Apunto a otra cosa más cotidiana.

Vengo observando que, con buena voluntad, el altar (y también el presbiterio) se ha transformado en una especie de mostrador para hacer todo tipo de adornos festivos: carteles, tules, plantas, flores, otros utensilios o representaciones… O se lo cubre con manteles de tal manera que sus formas ya no resultan visibles a los ojos.

En general, los templos de nuestra diócesis poseen altares muy dignos y bellos, hechos de materiales nobles y, en la mayoría de los casos, solemnemente consagrados. Dicho sea de paso, los ritos de consagración del altar son de los más bellos y significativos de nuestra liturgia (oración de consagración, unción, incensación, revestimiento, iluminación, etc.).

No es que estas ornamentaciones a las que me refiero sean de mal gusto. El punto es este: el altar es un signo en sí mismo, demasiado importante y central como para que quede oculto a la mirada de los fieles u oscurecido con otras evocaciones simbólicas. Esas bonitas ornamentaciones no están en el lugar adecuado.

He citado arriba solo dos números de la Instrucción general del Misal romano, pero se podrían leer los demás párrafos, o también lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica, o las Praenotanda del Pontifical Romano cuando describe la celebración de la dedicación de las iglesias y la consagración del altar.

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Buena parte de esas ornamentaciones responde al deseo de catequizar a través de imágenes, mensajes y símbolos. Es un objetivo loable, sin embargo, los ritos litúrgicos y el símbolo mismo del altar poseen ya una fuerza catequística que merece ser conocida y profundizada.

Se trata de la famosa “catequesis mistagógica” que, desde la visibilidad de los signos litúrgicos nos ayuda a hacer el viaje maravilloso hacia el misterio de la Gracia que expresan y comunican los signos visibles.

Como decía arriba: el simbolismo del altar en sí mismo es suficientemente rico de significados para una catequesis inagotable.

El altar del sacrificio es también mesa del banquete del Cordero. Es Cristo en el centro de nuestras iglesias porque es el centro del cosmos, de la entera historia humana y de nuestra vida. Lo besamos al iniciar y al concluir la celebración, lo incensamos con solemnidad y ante él nos arrodillamos en la consagración…

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Algunos recordarán las sabias enseñanzas de un maestro de liturgia que tuvimos en el Seminario de Córdoba: el padre Armando Juan Conti sdb. Él decía, refiriéndose a la espontaneidad en la celebración litúrgica, que la misma debía ser cuidadosamente preparada. Entonces nos reíamos con petulancia juvenil: ¿Cómo se va a preparar la espontaneidad? Hoy, con la experiencia de los años y tantas boberías en nuestro haber, podemos apreciar cuán sabia era esa recomendación.

Algo similar podemos pensar de la catequesis a partir de los signos que la liturgia ya posee: para desentrañar su riquísimo contenido tenemos que abrevar en ellos, no en otras fuentes, que pueden ser muy valiosas y legítimas pero que tienen otra lógica.

Uno de los aspectos menos logrados de la reforma litúrgica, (tal como se ha llevado a la práctica, no como fue pensada), es precisamente confundir la dinámica de nuestras celebraciones con la lógica del espectáculo o de otras formas de celebración (por ejemplo, los actos escolares y su modo de celebrar las efemérides). Formas legítimas, por cierto, pero en su preciso lugar profano, fuera del cual resultan cuanto menos “desubicadas”.

En fin, mucho para pensar. Ojalá que estas líneas sirvan para mejorar nuestro culto a Dios en el que se juega la salvación de nuestras vidas.

¿Les parece entonces que desnudemos un poco nuestros altares para que se vean en su belleza y, de esa manera, nos hablen del misterio que evocan?

¿Quién es el que saluda desde el balcón? Pedro que habla por la boca de León

Resulta fascinante lo que estamos viviendo en estos días, desde la muerte del #PapaFrancisco, el cónclave y ahora los primeros pasos del #PapaLeónXIV.

Una Pascua, como él mismo lo ha dicho.

Lo que observo por todos lados es una serena alegría y confianza en el camino que estamos transitando.

Agradezco haber vivido el «Habemus Papam» con mis hermanos obispos argentinos (estábamos reunidos todos en Pilar), junto con sacerdotes, laicos y consagrados que trabajan en la conferencia episcopal o integran sus comisiones.

Momento inolvidable.

Ayer presidí la Eucaristía en una parroquia de San Francisco y el comentario unánime era el gozo que había despertado el nuevo papa.

En la primera lectura de este #DomingodelBuenPastor, tomada de los Hechos de los Apóstoles (Hch 13, 14. 43-52) se nos habla de cómo la predicación de Pablo y Bernabé a los paganos suscita envidia y persecución; pero, por dos veces, se nos habla de la alegría del Evangelio que se difunde e ilumina los corazones.

Es eso.

Estamos desentrañando la figura del nuevo papa. Hasta los políticos argentinos quieren «afiliarlo» a su facción… Por no hablar de las facciones en la Iglesia… «Es preferible reír que llorar»…

A mí, personalmente, me impresionan varias cosas: ese eco del «non praevalebunt» («el mal no prevalecerá») de su primer discurso, la centralidad de Cristo en todo lo que ha dicho… Pero, de manera especial, su rostro sereno y bondadoso. Da confianza. No se percibe una mirada que oculta segundas intenciones.

La gente de a pie lo ha percibido.

Y, no puedo dejar de decirlo: ¡qué alegría para esos hermanos tan nobles que son los peruanos! ¡Qué bien merecido lo tienen: por su fe, por su paciencia, por su historia de santidad!

San Martín de Porres debe estar riendo a carcajadas. Y nosotros con él.