Mensaje en el Día de la Independencia – 9 de julio de 2025
¡Feliz Día de la Independencia Nacional!
Hoy, 9 de julio de 2025, celebramos el 209º aniversario de la independencia. En el Calendario litúrgico es también la fiesta de la Virgen de Itatí. A ella encomendamos la vida y el futuro de nuestra querida Argentina.
En la ciudad de Tucumán, como en tantos otros rincones del país, se celebra el Te Deum, himno de la liturgia, que en su versión castellana inicia así: “Señor, Dios eterno, alegres te cantamos a Ti nuestra alabanza”.
En este día alabamos al Creador por el don de la libertad: una libertad herida por el pecado, pero redimida por Cristo. Ella cuenta con el auxilio del Espíritu Santo, que la sana y eleva hasta convertirla en la “gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom 8, 21). Damos gracias también por nuestra Patria, por su historia de libertad que, aunque tuvo su momento decisivo el 9 de julio de 1816, continúa su andar laborioso, abriéndose paso en el corazón humano y en el entramado de nuestra vida social.
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En este Jubileo de la Esperanza, nos reconocemos también peregrinos de la libertad.
Porque creemos en Dios, en su gracia y en su promesa del cielo, nuestra esperanza es luminosa, cierta y grande. Ella nos hace ver más lejos. Y nos da fuerza para obedecer la verdad en la conciencia, elegir el bien y la justicia, también la justicia social.
“Esta es la libertad que nos ha dado Cristo… Ustedes, hermanos, han sido llamados a vivir en libertad, pero que esta no sea pretexto para satisfacer los deseos carnales. Más bien, háganse servidores los unos de los otros, por medio del amor.” (Gal 5, 1.13). Así define san Pablo las “ideas de la libertad” del humanismo cristiano.
La esperanza siembra libertad. Una y otra crecen en la oración: Te Deum laudamus…
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¿Cuáles son los caminos de la libertad que transita hoy el pueblo argentino? ¿Y cuál es nuestro papel como católicos en esta peregrinación compartida?
Evoco a una experiencia personal. En las visitas pastorales me sorprende ver cómo se sostienen nuestras instituciones, tanto las eclesiales como las civiles. Suelen ser pocas personas en la parroquia, en el club, en los bomberos, en la cooperadora de la escuela, etc. A muchos los inspira el Evangelio; a todos, ese innato impulso al bien del ser humano, imagen de Dios. Son las “fuerzas vivas” de cada pueblo.
Si la medida de la libertad humana es Jesús, en esos hombres y mujeres se refleja también su libertad. No se confunde con capricho, desinhibición o desinterés. Como Jesús, son “servidores los unos de los otros, por medio del amor”, al decir de san Pablo.
No se puede reducir la libertad a la sola carencia de coacción externa o a mera libertad económica. Ser libre es mucho más: es elección del bien que plenifica a la persona. El pecado y la corrupción son esclavitud, deformaciones de la libertad que deshumanizan.
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El camino de la Iglesia -enseñaba san Juan Pablo II- transita siempre por el corazón de cada persona, allí donde se forja la libertad. ¿Y qué propone la Iglesia a la libertad de las personas? ¿Qué aporta a esta Argentina que vive vertiginosos cambios culturales?
No otra cosa que Jesucristo, su Evangelio y la fe en Dios. “La pobreza más grave es no conocer a Dios”, recuerda León XIV. Esta es la experiencia más honda que viven nuestras comunidades cristianas. En tiempos complicados, la Iglesia no conoce otro camino que hacer más intensa su misión: anunciar a Jesucristo, conducir hacia Dios, celebrar dignamente el misterio pascual, desgranar el catecismo en la mente y el corazón, iniciar en la oración e invitar a la conversión y a una vida virtuosa.
Aquí se concentran las energías de nuestras comunidades, de quienes somos sus pastores, de los consagrados y demás evangelizadores.
Si proyecta la luz del Evangelio sobre toda la vida, no reduce su misión a acción social o política. Por eso, insiste en la fraternidad, la amistad social y en la delicada arquitectura social, política y económica que requieren la justicia y el bien común. No hay libertad sin ciudadanos libres ni sin instituciones sólidas. Así como tampoco sin imperio de la ley, estado y límites al ejercicio del poder.
La Iglesia alienta a los laicos a sumergirse en la ciudad secular con el sello interior del Espíritu y con la inspiración de su doctrina social. Consciente de que, a diferencia de los fundamentalismos que hoy proliferan, la fatiga en la construcción política de la sociedad es un desafío urgente, nos invita a buscar la verdad y a realizarla dentro de las condiciones posibles del aquí y ahora.
Eso sí, la Iglesia anuncia, celebra y vive la fe desde ese lugar al que Cristo mismo la lleva: los pobres, los más frágiles y heridos, los que quedan al borde del camino.
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“«Alaben al Señor», dices tú a otro y él te lo dice a ti; y así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procuren alabarlo con toda su persona, esto es, no sólo con su lengua y su voz deben alabar a Dios, sino también su interior, su vida, sus acciones” (San Agustín, Comentario al Salmo 148, 2).
Así cantemos el Te Deum este 9 de julio. ¡Feliz Día de la Patria!
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