Exequias del Padre Diego Fenoglio

Parroquia «Nuestra Señora del Carmen», La Para (Córdoba), lunes 8 de diciembre de 2025

Todos nos damos cuenta lo difícil que es hablar en momentos como este. Por eso, nos volvemos a la Palabra de Dios y nos refugiamos en ella.

“María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó.” (Lc 1, 38).

Así concluye el evangelio que acabamos de escuchar, en esta querida fiesta de la Purísima, nuestra Virgencita.

María resume su vida en esa frase que le dice a Dios: “Yo soy la servidora -la esclava- del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”.

Escuchándola a María, podemos escuchar también la voz de Diego. Escuchamos su voz y evocamos su rostro.

Diego ha sido servidor del Señor: así ha caminado, así a llevado a término su preciosa vida.

Nosotros lo hemos visto y ahora, sorprendidos y dolidos por su partida inesperada, comenzamos a comprender qué bien nos ha hecho conocerlo, tratarlo, trabajar con él, compartir con él la vida y todas sus cosas.

Ha sido un amigo de corazón grande y espíritu siempre generoso.

En estas horas dolorosas, hemos recibido palabras de condolencia, de cercanía y de oración de muchas personas, comunidades, especialmente de la gran familia catequista argentina.

Les cuento que muchos obispos, sacerdote, religiosas, laicos y comunidades del país se han puesto en comunicación con nosotros para expresarnos que comparten nuestra sorpresa y nuestro duelo.

Vivimos esta pascua de Diego como lo que somos: iglesia, familia grande.

Al evocar a Diego, las palabras que se repiten son: alegría, humildad, cercanía, humanidad, servicio, sencillez…

Creo que Diego me va a perdonar si comparto con ustedes algunas palabras suyas. Se las dirigía a mons. Baldomero Martini el 1º de abril de 1997, pidiéndole entrar al seminario.

Después de contarle lo bien que le había hecho un retiro en Betania, le escribía:

“Bueno, también le comunico que mi vocación sacerdotal va creciendo cada vez más. Yo ya estoy decidido a entrar al seminario, no tengo ninguna duda en ello, además fue mi decisión y realmente realizo lo que me gusta, lo hago a todo con alegría. Es que es algo que me quema por dentro, lo siento desde lo más profundo, puesto que cuando con un compañero hablamos del tema, algo dentro mío empieza como a quemarme y me lleno de alegría. A mí esto me gusta realmente y es por ello que sigo sus consejos para tener las cualidades necesarias para llegar a ser, si Dios así lo quiere, un buen sacerdote.”

Fueron palabras jóvenes, ahora son palabras eternas. Siempre han sido paralabras verdaderas, genuinas, auténticas.

Nosotros las hemos escuchado en la vida de nuestro querido Diego.

Por eso, damos gracias a Dios.

Diego querido: has sido un buen sacerdote, un buen amigo, un pastor alegre y entregado.

Que la Purísima reciba tu alma generosa y con ella podás decirle a Dios: aquí está el servidor del Señor.

Amén.

Ordenación diaconal de Raúl R. Araya

Catedral de San Francisco – Domingo 9 de noviembre de 2025

“Ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios.” (1 Co 3, 9c). 

¿En qué campos piensa Pablo cuando aplica esta imagen a la comunidad de Corinto? 

Si el Espíritu Santo lo inspiró para escribir así a los corintios, estas palabras en realidad están dirigidas a nosotros. Por eso, podemos evocar tranquilamente los campos que nosotros conocemos, los que enmarcan a nuestros pueblos y ciudades, los que recorremos con la vista en nuestras idas y venidas, en los que eventualmente trabajamos. 

En este momento, esos campos -de trigo, por ejemplo- se ven espléndidos por las lluvias extraordinarias de los meses pasados. 

¿Podemos ver en ellos la belleza y fecundidad de nuestras comunidades cristianas?

Seríamos ingratos si respondiéramos de forma negativa. Nuestro Dios es sembrador hábil y perseverante; no se desalienta, sigue trabajando y fecundando su campo, nuestra Iglesia. 

Jesús vio la acción de su Padre en los lirios del campo, en una pequeña semilla que crece, en un campo de trigo y cizaña, en una mujer que pone levadura en la masa… Y así nos enseñó a contemplar la realidad más honda: aquella que tiene al Dios bueno como protagonista, tan silencioso como efectivo. 

Porque Pablo habla del campo “de Dios”. Esa declinación es importante: la comunidad eclesial es campo adquirido, sembrado, trabajado y hecho fecundo por la misma mano: la mano siempre laboriosa de nuestro Dios. O, siguiendo a san Ireneo podemos decir: el Padre trabaja nuestro campo con sus dos manos: el Hijo y el Espíritu. 

Días pasados, en una visita pastoral, pude visitar un tambo de una de las grandes empresas lácteas de nuestra zona. Admirable obra de ingeniería y de tecnología. Solo eran necesarios cuatro operadores para cuidar lo que la tecnología hacía con una eficiencia sorprendente. 

El campo de Dios que somos nosotros, que son cada una de nuestras comunidades, que es nuestra Iglesia diocesana, sin embargo, no es trabajado por pocas manos. A las aludidas manos del Padre, se suman las manos de innumerables trabajadores: hombres y mujeres, laicos, consagrados, pastores y diáconos, con sus dones, carismas y servicios. 

De ese campo ha surgido la vocación de Raúl que, en breve, y por la imposición de manos y la oración del obispo, recibirá la gracia del Espíritu Santo para seguir trabajando en el campo de Dios como diácono, signo visible de Cristo, el servidor del Padre.

Un rasgo del camino vocacional de los diáconos permanentes que, en cierto modo, los distingue de los jóvenes que se preparan para ser presbíteros, es precisamente este: la imposición de manos les confiere el Espíritu a hombres que han reconocido el llamado del Señor después de un prolongado camino en las comunidades donde maduraron su fe, sirvieron en distintas áreas pastorales. 

Y, por supuesto, en ese camino tan rico que es la vocación matrimonial. En el caso de Raúl, junto a Marcela, su esposa, sus hijos y amigos. La familia, Iglesia doméstica, es también campo de Dios, trabajado por el Padre con la ayuda del Hijo y el Espíritu Santo a través de las manos de los esposos que se convierten en padres y liturgos de la fe para su familia. 

Ese campo hermoso que son nuestras comunidades cristianas viene siendo trabajado por muchísimas manos: obispos, sacerdotes, catequistas, misioneros, voluntarios de Caritas, ministros extraordinarios de la comunión, servidores en la pastoral del alivio, del consuelo y del duelo; hombres y mujeres en los consejos de asuntos económicos; manos también que preparan nuestras liturgias (sacristía, ministros, canto, guiones, etc.) … Y – ¡cómo olvidarlo! – por corazones que oran y abren el mundo para Dios. 

Aquí quiero hacer una mención a la Escuela diocesana para el Diaconado, puesta bajo el patronazgo de San Francisco de Asís. A su director, padre Mario Ludueña, a sus directivos y docentes. ¡Gracias por su trabajo en estos años! En estas ordenaciones recogemos los frutos del mismo.

La Renovación Carismática – de la que proviene Raúl – nos ha recordado que el Espíritu derrama sus carismas en la vida de la Iglesia. Pero los más importantes carismas no son los extraordinarios o bulliciosos, sino los ordinarios, humildes y sencillos, aquellos de los que nos dijo el Concilio Vaticano II, que cada uno de nosotros recibe en el bautismo y que redundan para el bien común cuando expresan la caridad de Cristo. 

Me pregunto si, cuando celebremos nuestro Sínodo, teniendo como tema de fondo la alegría de creer en Jesús y de comunicar a otros la fe que nos colma, no tendremos que definir mejor qué carismas bautismales merecen ser traducidos en ministerios más o menos estables en nuestra vida diocesana, por ejemplo, el de la animación pastoral de nuestras comunidades. 

***

Pablo habla también de la comunidad cristiana como “edificio de Dios”. En el fragmento de la carta que hemos escuchado, de la imagen del edificio pasará a la del templo de Dios. Aquí me permito traer a colación la enseñanza de la primera carta de san Pedro. Habla también de un templo de Dios, pero de un templo en construcción:

Al acercarse a él, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo. Porque dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido. (1 Pe 2, 4-6). 

Querido Raúl: a lo largo de tu vida, desde niño y en el seno de una familia, la fe ha dispuesto tu corazón para esa obra artesanal que es ser tallado como piedra viva para el templo que Dios se está construyendo en el mundo. Has aprendido también a sumarte como obrero de la construcción a través de todas las experiencias que has vivido, también en los años de tu servicio en la fuerza policial. 

Ahora, tu tarea artesanal de dejarte edificar por Dios y de sumar tus brazos a la construcción de la casa de Dios, recibe la gracia sacramental del orden como diácono, imagen de Cristo servidor. Tu forma de edificar sigue siendo el amor -como en tu matrimonio y familia-, pero ahora como servidor de Cristo para la edificación de la comunidad cristiana. Servicio que pasará principalmente por la vida de los pobres, de los enfermos, de los más frágiles y descartados. 

Una sociedad opulenta y pagada de sí, siempre deja en los márgenes a personas y familias que no logran sumarse a la mesa de todos. Como diácono, ese ha de ser tu campo de trabajo privilegiado. El tuyo y el de los diáconos que se vayan sumando a la vida pastoral de nuestras comunidades cristiana. 

Al incorporar la luminosa figura del diácono permanente a la vida ordinaria de nuestras comunidades cristianas hacemos más visible esta realidad: solo edifica la caridad de Cristo, solo construye la Iglesia el que ama y sirve. 

***

Vuelvo a la enseñanza de san Pablo que nos hace esta inquietante pregunta: “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1 Co 3, 16).

Estamos terminando este año 2025. Ya asoma en el horizonte la realización de nuestro primer Sínodo diocesano. En las vísperas de su celebración, la ordenación de los primeros diáconos permanentes no es una mera casualidad: nos indica un camino preciso que tenemos que recorrer todos, como Iglesia diocesana, para ser fieles a la llamada del Señor. 

La fe que alegra nuestro corazón y que sentimos el deseo de comunicar a los demás requiere de nosotros plena disponibilidad para dejarnos edificar por el Espíritu Santo. Requiere que nos despojemos de nosotros mismos. 

Después de transformar el agua en vino en las bodas de Caná, Jesús inicia su ministerio público purificando el templo de Jerusalén. Así nos lo cuenta san Juan, marcando una diferencia con los sinópticos que ponen este gesto profético al final del camino de Jesús, antes de la pasión.

El Señor no solo está edificando su Iglesia con piedras vivas, sino que también la purifica, una y otra vez, para que sea -como esta catedral- un templo bello, luminoso y espacioso para que quepan todos sus hijos e hijas para la mayor gloria de Dios.

Que María, san Francisco y los santos asistan a nuestra Iglesia diocesana para que viva con alegría el servicio a los pobres, sobre todo, contagiando la alegría de creer y esperar. 

Amén. 

Fiesta patronal de San Francisco

Convocatoria al primer Sínodo diocesano – Catedral de San Francisco – Sábado 4 de octubre de 2025

“Somos juglares del Señor, y la única paga que deseamos de ustedes es que permanezcan en verdadera penitencia […] ¿Qué son, en efecto, los siervos de Dios sino unos juglares que deben mover los corazones para encaminarlos a las alegrías del espíritu?” (Leyenda de Perusa 83).

Son palabras de nuestro padre san Francisco a los hermanos menores, que lo habían seguido en su aventura de ponerse al servicio del Señor.

En la Edad Media, los juglares eran artistas itinerantes que, yendo de pueblo en pueblo, interpretaban canciones populares, alegrando a la gente con su música, sus acrobacias o trucos de magia.

Inspirándose en ese espíritu trovador, hace ochocientos años, Francisco compone su Cántico de las Criaturas y ordena a sus hermanos que, a la predicación itinerante y popular del Evangelio, siga un alegre canto de alabanza al Creador.

Él mismo, según sabemos, poseía una bella voz y gustaba de cantar y hacer cantar. Ya desde jovencito, Francisco era un “juglar” enamorado de la vida y, por lo mismo, de la música y del canto. La influencia de su mamá, “Donna Pica”, habría sido decisiva para el desarrollo de su alma de trovador.

Es misteriosa, pero sabia y certera, la providencia de Dios que sabe preparar el corazón de aquellos a los que, en su designio salvador, asigna una misión. El joven y alegre trovador, tocado por la gracia en San Damián y su encuentro transformante con Jesucristo, se convirtió en el inmortal juglar del Evangelio que hoy sigue sumándonos a su canto.

Y Francisco será juglar de Cristo durante toda su vida. El Cántico de las Criaturas, compuesto poco antes de morir, será la culminación luminosa de esa vocación de cantar con la voz y con la vida las maravillas del Señor.

Francisco lo compone al cabo de una noche de intensos dolores físicos. Su cuerpo está exhausto y, llevado por esas tribulaciones, le suplica al Señor su poderosa intervención para soportarlas con paciencia. “Pues bien, hermano -le responde el Señor-; regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi reino” (Leyenda de Perusa 83). A la mañana siguiente, se “sentó, se concentró un momento y empezó a decir: «Altísimo, omnipotente, buen Señor…» Y compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran.”

Como les escribía en la Carta pastoral por los ochocientos años del Cántico: “Cuando celebramos en nuestra catedral, la espléndida imagen del panel central del presbiterio, que representa a san Francisco con el Evangelio en su mano y «confundido» con Cristo, parece decirnos: «¿Están realmente dispuestos a hacerse una sola cosa con Jesús, su Evangelio y la misión de llevar al mundo su Alegría? ¿No quieren ser también ustedes ‘juglares de Dios’?»” (Carta pastoral 3).

“Notemos algo importante -les decía también en la Carta pastoral-: ser «juglares del Señor» no es un modo de hacer cosas, sino una forma de ser y de encarar la vida. Es bonito cantar en la Misa o en una reunión comunitaria. El verdadero desafío, sin embargo, está fuera de los salones parroquiales: en nuestra casa, en nuestro barrio, en los espacios donde nos movemos cada día. Allí estamos llamados a ser «juglares del Señor.»” (Carta pastoral 7).

Sí, queridos hermanos: “Francisco, «juglar de Dios», tiene mucho para decirnos. Él tiene que estar presente en nuestro Sínodo.” (Carta pastoral 4).

Hoy convocamos a toda la Iglesia diocesana de San Francisco a la celebración de su primer Sínodo diocesano. Y Francisco estará presente ayudándonos a cantar con voz armoniosa la música que el Señor nos hace cantar.

Recogiendo los frutos del camino sinodal que venimos recorriendo desde 2019, en las distintas etapas de este itinerario, y después de una amplia consulta, inspirándome en el relato de las Bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11), les propongo como tema de nuestro Sínodo:

“La alegría de creer en Cristo: encuentro, camino y misión”

Este enunciado breve será ampliado por el Equipo de redacción del Sínodo al preparar el Instrumento de trabajo. A esta formulación hay que añadir el versículo conclusivo del relato evangélico: “Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.” (Jn 2, 11).

Escuchamos también aquí un eco del Documento de Aparecida: “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.” (DA 29).

Este es el camino que tenemos por delante y que, confiados en la Providencia, esperamos transitar con paso firme.

Espero que la celebración de nuestro Sínodo sea una especie de sacramento de las Bodas de Caná; que lo vivamos como vivieron aquella fiesta María y los discípulos, los esposos, sus invitados y los servidores.

He resuelto también designar a San Francisco de Asís como patrono de nuestro primer Sínodo diocesano. Que, como el “santo juglar de Dios”, también nos dejemos conquistar por Cristo y seamos dóciles instrumentos para la música del Espíritu Santo.

Y, mientras recorremos juntos este camino, a una sola voz, cantaremos como “juglares de Dios”. Cantaremos con Francisco, con María y con Brochero.

“Yo creo en Dios que canta, y que la vida hace cantar” (Noël Colombier).

Tienen la Palabra…

Homilía en la Misa de acción de gracias por los 35 años de ordenación sacerdotal – catedral de San Francisco (28 de septiembre de 2025)

“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.” (Lc 16, 19).

Volvemos a escuchar esta incisiva parábola de Jesús.

Hay estilos de vida que tienen efectos devastadores. No es la posesión de riquezas, sino esa ceguera interior que nos vuelve insensibles al drama humano. Un estilo de vida que va centrándose cada vez más en el propio interés y bienestar. El efecto es la insensibilidad frente a los “Lázaros” que yacen a nuestro lado.

Pero la parábola va más lejos aún: la insensibilidad frente al hermano que sufre es expresión de la sordera ante la Palabra de Dios.

“Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”, dice Jesús. Y añade: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán” (Lc 16, 29.31).

***

“Tienen la Palabra… escúchenla”.

Tenemos a Jesús, Palabra encarnada, escuchada, acogida en el corazón y llevada a la vida. Palabra siempre primera, mientras la nuestra siempre será palabra segunda, respuesta a su llamada.

Toda la vida de la Iglesia está asentada en el humilde acto de escuchar para acoger y vivir. Humilde, pero también frágil, al punto que esa Palabra puede ser desoída, desobedecida y hasta olvidada.

Por eso, miramos a María, imagen perfecta de la Iglesia que escucha, acoge y vive la Palabra. En el peregrinaje de la fe, María precede en la escucha a los creyentes de todos los tiempos y lugares. A ella le pedimos que nos enseñe a acoger, obedecer y vivir el Evangelio.

***

“Tienen la Palabra… escúchenla”.

El sacerdocio ministerial existe por una decisión del Señor que quiere que su Palabra, su Eucaristía y su Perdón sigan presentes en la vida del mundo. 

El ministerio presbiteral que recibimos hace treinta y cinco años ha nacido de la Palabra y está a su servicio.

La Palabra pasa por nosotros para llegar a todos. Pasa por nuestra humanidad, por nuestra biografía y por ese rico entramado de vínculos que son las comunidades cristianas por las que pasamos como servidores de la alegría de nuestros hermanos, como enseñaba Benedicto XVI.

La Palabra es siempre inseparable de la vida de quienes la escuchan, la acogen y buscan vivirla.

Ahí están nuestra familia, los amigos, el seminario, los obispos y presbíteros, los misioneros y agentes de pastoral, los consagrados, los que han sido probados por el dolor y nos confiaron su alma… Con ellos hemos aprendido a escuchar y a comunicar el Evangelio.

***

Han pasado ya los días de la juventud. La madurez serena el alma, tiende a hacernos más pacientes con los demás, con nosotros mismos.

Hemos aprendido que en la vida se entremezclan luces y sombras, muerte y resurrección, pecado y gracia… Pero también a reconocer en ella, como los peregrinos de Emaús, al Señor que viene siempre de vencer la muerte y, como Resucitado, a darnos vida nueva.

La Palabra ha llegado a nosotros y ha encendido la luz poderosa de la fe.

La Palabra que nos ha iluminado nos dice -como Pablo a Timoteo- que hemos sido tratados “con misericordia” (1 Tim 1, 13) y, por eso, la fecundidad de nuestra vida, más que el éxito, está en la fidelidad a ese don gratuito, pero también misterioso, porque no nos permite saberlo todo, sino sabernos en las manos de un Dios bueno y jovial.

En estas jornadas de memoria del corazón damos gracias por el don del sacerdocio, de la fe compartida y de un ministerio que es bello y luminoso para nosotros.

Pero también, y en lo íntimo de la conciencia, nos sentimos llamados a ofrecerle el sacrificio de un corazón quebrantado y hasta humillado, porque nuestra fidelidad ha sido pobre y siempre desproporcionada frente al don recibido.

***

Nuevamente miramos a María. Cada tarde nos presta sus palabras, su fe y su alegría para cantar su Magnificat. Al rezar el Rosario, ella también nos enseña a vivir los misterios de Cristo. Ella también nos anima a renovar nuestra frágil fidelidad en la Fidelidad del Todopoderoso que hace grandes cosas en los corazones humildes. Solo nos dice, como en Caná: “Hagan todo lo que Jesús les diga”.

A ella nos confiamos, una vez más.

Y que las palabras del anciano Pablo al joven Timoteo queden sembradas en nosotros y den fruto abundante: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de numerosos testigos.”

Así sea.

Ordenación diaconal de Luis Rolando y Raúl Quinteros

Parroquia Nuestra Señora de la Merced de Arroyito (23/09/2025)

Con esta celebración eucarística ya estamos celebrando la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, una de las grandes jornadas marianas de nuestra Iglesia diocesana. 

Al celebrar esta tarde aquí, en Arroyito, tierra de María, ensanchemos el corazón y tengamos presentes a todas las comunidades, fieles y devotos de María de la Merced que, para esta fecha, la celebran con fe.  

***

María nos sigue diciendo: “Hagan todo lo que Él les diga”

Se lo dijo a aquellos “servidores” (diakonois, dice el texto griego) de las bodas de Caná. Nos lo dice a nosotros como Iglesia diocesana. 

Como María, la Iglesia no puede tener, delante de Jesús, otra actitud que la escucha, la súplica y la obediencia. 

Si hoy nos alegramos de ordenar a los primeros hombres casados como diáconos permanentes es porque, en su momento, y a través de un camino eclesial muy rico, sentimos que el Señor nos ordenaba disponernos para dar este paso evangelizador. 

En esta obediencia a la palabra del Señor, que nos llega también a través de María, está el fundamento de nuestra alegría y también de la gracia con la que contaremos para ese desafío que, como intuimos, será la incorporación de la figura de los diáconos permanentes a nuestra vida y misión eclesial. 

Lo dijimos desde el inicio: si la presencia de los diáconos permanentes en nuestra pastoral es para que todo siga como hasta ahora, no tiene sentido. 

El camino sinodal que el Espíritu nos ha impulsado a recorrer, que estamos transitando y que tendrá una etapa especialmente intensa con la celebración de nuestro primer Sínodo diocesano, apunta a que cada comunidad cristiana y cada bautizado asuma con determinación su propia vocación y misión.

La providencial ordenación de estos servidores nos marca el camino: como Jesús, servidor del Padre y de los pobres, una Iglesia más misionera, más servidora y más “madre” de los pequeños, los descartados y los olvidados.

Es la huella de san Francisco de Asís, herido de amor, juglar de Dios y diácono él también, imagen perfecta de Cristo. 

***

Días pasados, conversando con los miembros del Equipo diocesano para el camino sinodal, pero también con el Consejo presbiteral, he manifestado en voz alta una pregunta que me hago y que les hago: ¿tenemos todavía algo valioso que ofrecer a nuestros hermanos, aquí y ahora?

Para indicar una respuesta, vuelvo al evangelio, a la segunda mención que el texto hace de los diakonoi, los servidores. 

Son solo dos versículos, preciosos y enormes: “El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento».” (Jn 2, 9-10). 

Nos dice san Juan que, lo que ignoraba el encargado de la boda, “lo sabían los diakonoi, los servidores”. 

Nosotros tampoco ignoramos el origen de este vino, el más sabroso, el mejor vino. Y no lo ignoramos porque, como quizás hicieran aquellos servidores, lo hemos saboreado y sabemos las secuelas de aquella sobria embriaguez del Espíritu que produce. 

Ese vino es el Evangelio, es la persona del Señor, su Sangre gloriosa y vivificante. 

Él ha sellado nuestros labios con su Sangre preciosa. Él, y sólo Él, es el Señor de nuestras vidas. 

En la liturgia, el diácono comulga del cáliz que le presenta el obispo. Y su ministerio ofrecerlo a sus hermanos para que comulguen con la Sangre de la Nueva Alianza. 

Queridos Luis y Raúl: ¡beban siempre de este cáliz de salvación! ¡Embriáguense de Cristo! 

Los ministros del Evangelio hacemos muchas cosas buenas e importantes; sólo una, sin embargo, es necesaria. 

Como María de Betania elijan siempre la mejor parte y ayúdennos a hacer lo mismo: ser discípulos de Jesús.

Ustedes que, con Cecilia y Adriana, sus esposas, han aprendido a celebrar en la vida cotidiana las bodas de Cristo, su amor, su paciencia y su entrega, dispongan el corazón para el don que están a punto de recibir y, sobre todo, de vivir en el ministerio diaconal. 

¡Miremos juntos a María, redentora de cautivos y servidora del Evangelio!

Ella nos precede en el camino de la fe, de la misión y del servicio. 

A ella volvemos a confiarnos con la sencillez de los niños. 

Amén. 

Homilía de la Misa crismal 2025

Catedral de San Francisco – Jueves 10 de abril de 2025

Como “peregrinos de la Esperanza” estamos caminando este Jubileo 2025. Esta Misa crismal es una etapa importante en este camino. 

Cada año escuchamos este pasaje del evangelio: Jesús en la sinagoga de Nazaret lee las Escrituras y declara que su misión es proclamar “un año de gracia”, atrayendo la mirada de todos. 

Les propongo que nos detengamos aquí: en Jesús que lee las Escrituras.

Jesús entra en la sinagoga del pueblo “donde se había criado”, apunta san Lucas. Allí había aprendido a leer, a rezar los Salmos, a escudriñar las Escrituras y a nutrirse de la experiencia de fe de su pueblo. 

De esa forma, ha ido creciendo su conciencia filial: Hijo amado del Padre, ungido por el Espíritu y enviado a los pobres…

Viene a Nazaret después del bautismo en el Jordán y de las pruebas del desierto. ¿Qué habrá sentido al escuchar la voz del Padre en estas palabras de Isaías? ¿No habrán sonado como dardos de fuego en su alma? 

Nosotros también leemos las Escrituras. Podemos comprender algo de ese misterio del Hijo eterno que escucha el latido del corazón de su Abba, que percibe la fragancia del Espíritu que lo unge y la urgencia de la misión en los gritos y en los rostros de sus hermanos más heridos.  

***

Nosotros leemos las Escrituras, aunque somos torpes, lentos y distraídos. Sin embargo, Jesús nos ha comunicado su Espíritu que se las arregla para quebrantar la sordera de nuestro corazón de piedra y enseñarnos a escuchar la voz de Dios. 

De tanto en tanto, una de esas palabras nos hiere y la hacemos nuestra, la escribimos y la dejamos bien visible.

Los óleos y el Crisma que estamos a punto de bendecir son los signos visibles de esa gracia invisible que sigue actuando en nosotros. 

Por esa unción, cuando leemos las Escrituras con una fe viva e inquieta, tarde o temprano, el árbol de esa lectio divina que ha crecido junto a las aguas generosas de la acequia da sus frutos. 

Así vamos aprendiendo a leer a Dios (eso quiere decir precisamente: lectio divina), a escrutar su corazón, a escuchar lo que tiene para decirnos: el corazón le habla al corazón. 

Así aprendemos a hacer lectio divina de las Escrituras, de nuestra vida, de la vida del mundo, de la historia en la que estamos sumergidos. 

Así vamos descubriendo el rostro luminoso de Dios, nuestra identidad profunda de hijos y hermanos y, como Jesús en Nazaret, nuestra misión como bautizados y como Iglesia. 

Así, nuestro Padre bueno, sabio y paciente va conduciendo nuestra vida hacia la bienaventuranza eterna. 

***

Es bueno contemplar así el misterio que este pasaje evangélico de Jesús en la sinagoga de Nazaret nos transmite, en esta hora en que queremos ponernos a la escucha de la voz del Espíritu en las voces que nos rodean. 

Hemos llamado a esta etapa de nuestro camino sinodal: de escucha “ad extra”. 

Que el Espíritu Santo entonces abra nuestros oídos y nos permita escuchar su grito en las palabras, en los gestos y en los silencios de nuestros hermanos, no menos que en sus reproches y reclamos, en sus esperanzas y angustias más profundas. 

***

En los próximos meses tendremos que definir el tema de fondo de nuestro Sínodo diocesano. Emergerá de lo que nosotros mismos hemos ido discerniendo como la llamada del Señor, sobre todo en la etapa de escucha. 

Por mi parte, siento que el Señor nos está llamando a reavivar el fuego de la misión para que Cristo Jesús sea conocido y amado por todos, anunciado y testimoniado a todos. Porque, “no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios.” (EN 22).

Que se reavive ese fuego en nuestras comunidades, en cada uno de nosotros, en toda la diócesis. 

***

Es una gracia que pedimos a san Francisco de Asís, entre a otros poderosos testigos de la fe. 

La Providencia, en un guiño de divino humor, quiso que nuestra diócesis llevara el nombre del Poverello de Asís. Hoy hace 64 años de su creación por san Juan XXIII  

En marzo de 1225, hace ochocientos años, al final de su vida, casi ciego y muy enfermo, Francisco compuso el Cántico del Hermano Sol. 

Era ya un hombre pacificado, que llevaba en su cuerpo los estigmas de Cristo. Despojado de todo, era finalmente libre, totalmente en las manos de Dios. 

Y así canta en la cuarta estrofa del Cántico: “Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, en el cielo las has formado claras y preciosas y bellas.”

Francisco ha aprendido a leer, en medio de la oscuridad de la noche, el misterio de la luz de Dios en la claridad humilde de la luna y las estrellas. 

Nosotros, que estamos aprendiendo a leer nuestra propia vida diocesana, invocamos a María, estrella de la mañana, para que guíe nuestro navegar por las aguas de la historia. 

En unos días, en nuestros templos iluminados por el cirio pascual, vamos a cantar, como Francisco: “Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mí gozo».”

Nos ha sido dada esta claridad en medio de la noche del mundo para que la compartamos. 

«¿Qué son los siervos de Dios -decía Francisco de Asís a sus hermanos mientras les enseñaba el Cántico- sino unos juglares que deben mover los corazones para encaminarlos a las alegrías del espíritu?» (Leyenda de Perusa 83)

Seamos pues “juglares de Dios”.

Así sea. 

Eres polvo, y al polvo volverás…

Homilía en la catedral de San Francisco – Miércoles de Ceniza 5 de marzo de 2025

Les deseo a todos una buena Cuaresma.

El gesto de recibir las cenizas sobre nuestras cabezas es fuerte.

Sí, somos polvo y al polvo volveremos.

De todos modos, esa expresión tomada de la Escritura, no quiere decir que nuestro futuro sea la aniquilación, volver a la nada, desvanecernos…

Mucho menos que Dios, el Padre de Jesucristo, tenga algo que ver con eso…

Hemos salido de las manos del Creador como un acto de amor, tan incomprensible como gratuito y sorprendente.

La noche de Pascua, sin embargo, vamos a recordar que, mucho más potente que el acto creador es el acto redentor que Dios ha realizado rescatando a su Hijo de los brazos de la muerte.

Como hemos reflexionado tantas veces: la última y definitiva palabra que Dios tiene para nosotros es un imperativo: ¡Resucita!

La Cuaresma nos entrena en ese proceso de resurrección que supone atravesar las “oscuras quebradas” de la muerte: muerte al peso del egoísmo y al pecado que nos separa de Dios y de los hermanos, deshumanizando nuestra vida.

Por eso, emprendamos con alegría, decisión y, sobre todo, con humildad el camino cuaresmal.

Este año jubilar, como peregrinos de la Esperanza, el papa Francisco nos propone “caminar juntos en la Esperanza”.

Nos invita a la conversión en tres aspectos de nuestra vida: convertirnos como peregrinos que no tienen la vida asegurada, como Iglesia que aprende a caminar en comunión y sostenidos por la esperanza en la misericordia de Dios que nos abre a la vida eterna.

Emprendamos entonces el camino de la penitencia, sobre todo, de la penitencia más importante: la interior, la que rompe nuestro corazón de piedra y nos abre a Dios y a los hermanos.

Así sea nuestro ayuno, nuestra oración y la limosna generosa.

Suplicamos la gracia del arrepentimiento del corazón: el dolor por nuestros pecados, el propósito de no pecar más y de huir de las ocasiones próximas de pecados.

Conscientes de nuestra fragilidad, alimentar esos deseos nos acercan al corazón del Dios bueno que aborrece el pecado y ama entrañablemente al pecador.

Vuelvo a desearles una buena Cuaresma para todos.

Y sigamos rezando por el papa Francisco.

Amén.

El Espíritu del Señor está sobre mí…

Semana Brocheriana 2025 – Sábado 25 de enero – Villa Cura Brochero

Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

        «El Espíritu del Señor está sobre mí,
        porque me ha consagrado por la unción.
        Él me envió a llevar la Buena Noticia los pobres,
        a anunciar la liberación a los cautivos
        y la vista a los ciegos,
        a dar la libertad a los oprimidos
        y proclamar un año de gracia del Señor».
   

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».

***

Así como, durante las Misas de semana, hemos comenzado a leer el evangelio de Marcos, siguiendo con los de Mateo y Lucas, y, durante el tiempo pascual, el de Juan; este año, durante los domingos, vamos a repasar casi completo el evangelio según san Lucas.

Es la pedagogía de la Iglesia que nos invita a ser oyentes de la Palabra, como María. Para que la Palabra crezca en nosotros y nosotros con ella.

Dios dirige su Palabra a la Iglesia, y la respuesta de la Iglesia es la fe… y esto es también la oración: escucha, acogida, rumia de la Palabra en la mente, en el corazón, en los labios.

***

Comenzamos este precioso viaje espiritual escuchando el inicio del evangelio de san Lucas. Continuará durante el tiempo pascual, con la segunda parte: los Hechos de los Apóstoles.

San Lucas nos ofrece un “relato ordenado”, fruto de un minucioso trabajo de investigación personal y de escucha de lo que otros han escrito y transmitido. Prestemos atención a la finalidad que persigue: “he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.”

Como nosotros, Lucas no ha sido testigo ocular de los hechos y enseñanzas que ofrece su obra. Él ha tenido que escuchar a otros, recoger esta tradición y darle una nueva forma.

Eso sí, es muy consciente de que esta buena noticia, la que otros contaron y transmitieron, y que ahora él mismo actualiza tiene la certeza del designio de Dios que pasa por la persona y la pascua de Jesús.

Como se lo dirá el jovencito Jesús a sus papás desconcertados que lo encuentran en el templo: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2, 49). Y, a los de Emaús, el Señor resucitado les dirá algo parecido: “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (Lc 24, 26).

Lo que ha hecho san Lucas es lo que, en definitiva, tenemos que hacer como Iglesia y como bautizados: escuchar la Palabra, dejarnos llevar por el río caudaloso de la tradición de la fe, y tratar de comprender el plan de Dios para encontrar nuestro lugar en él y colaborar con él en el tiempo que el Señor nos ha regalado para vivir la fe y la misión.

***

Contemplemos ahora a Jesús, tal como nos lo pinta esta primera página del evangelio de san Lucas que escuchamos este domingo: es el Jesús evangelizador, profeta, que va de un lugar a otro, que busca a la gente allí donde está, que comparte con sus hermanos la escucha de la Palabra; pero, sobre todo, es el que está lleno del Espíritu Santo y obra todo esto movido por esa unción que se ha derramado sobre él.

Es la unción que ha compartido con nosotros en el bautismo y la confirmación, que hace de nosotros un pueblo santo y oyente de la Palabra, peregrino y misionero.

En esta Semana Brocheriana 2025 hemos querido contemplar ese misterio de gracia: “Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.” (1 Co 12, 13).

Reunidos aquí en Brochero, un año más, caminando este Jubileo de la Esperanza, me animo a suplicar, para mí y para cada uno de ustedes, peregrinos; también para nuestras diócesis y para la Iglesia entera; para los curas, los obispos, los diáconos, los agentes de pastoral, los catequistas y misioneros… para cada discípulo misionero del Evangelio:

***

“Señor Jesús, cómo nos hace bien contemplarte así: colmado del Espíritu, con la fuerza y el fuego del Espíritu Santo que te mueve desde dentro, que te empujó al desierto, pero también por los caminos de la misión; que te llevó a los pobres, a los enfermos, a los alejados, también a los pedantes y orgullosos, a los que se dejaron ganar el corazón por el dinero -como Zaqueo y los otros publicanos-, que te sumergió en la vida concreta y profana de tus hermanos y hermanas.

Nos hace bien verte así, en medio de los sufrimientos del mundo, para anunciar el año de gracia del Señor, un tiempo de vida, de liberación y de gracia, de perdón y de reconciliación para toda la humanidad.

Y, de repente, nos damos cuenta de que ese mismo Espíritu es el que nos has comunicado en el bautismo y la confirmación, el que anima a tu Iglesia que camina por la historia, el mismo Espíritu que une en la alabanza a la Iglesia peregrina, a la Iglesia penitente y a la Iglesia triunfante del cielo.

Señor Jesús, soñamos con ser, también nosotros, hombres y mujeres del Espíritu, animados por esa fuerza interior que transforma los corazones, que la da agilidad a nuestros pies para que sean callejeros, que ilumina con su fuego nuestros ojos, que abre nuestras manos para la caricia, la solidaridad y el abrazo que anima y sostiene.

Danos tu Espíritu, como cubrió a María tu madre y aleteó sobre José de Nazaret. Soñamos con ser orantes como ellos, nosotros que vivimos en la torpeza somnolienta de nuestra cultura de las pantallas que nos llenan de ruido y de dispersión.

Orantes que acojan tu Palabra de vida, cada día, como hacían José Gabriel, Mama Antula y Mamerto Esquiú.

Soñamos con comunidades orantes, misioneras y alegres, que vivan este caminar juntos que es la sinodalidad, en el día a día de la pastoral ordinaria: la que, más allá de los eventos extraordinarios, nos pone en contacto con la vida real de las personas, sus ilusiones, deseos y luchas.

Señor Jesús, ungido por el Espíritu y enviado por el Padre a los pobres: aquí, en Villa Cura Brochero, como peregrinos y devotos del Santo Cura y de la Purísima, te pedimos vivir a fondo, con autenticidad y alegría, esta piedad popular en la que nos hacés sentir tu presencia de buen Pastor que guía, camina y alienta el caminar de tu pueblo.

Y que este Año Santo nos permita vivir como peregrinos y testigos de la Esperanza sustanciosa que es tu Persona. Amén.”

Llamados, ungidos, enviados

Semana Brocheriana 2025 – Viernes 24 de enero – Villa Cura Brochero

Marcos     3, 13-19

Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.

Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

***

Para quienes hemos sido llamados al ministerio apostólico -los obispos, los presbíteros y los diáconos-, esta escena tiene sabor vocacional (como el buen vino de Caná): llamados por Jesús, para estar con él y para ser enviados a predicar su Evangelio con la fuerza que tiene para desbaratar todo lo deshumaniza a las personas.

“Nos llamaste, Jesús, con amor de hermano…”, podemos decir, parafraseando una oración que rezamos en las ordenaciones sacerdotales y también en la Misa crismal.

Esa fue la vocación del “Señor Brochero”. Esa es la vocación y la misión de tu obispo, de tu cura párroco o de tu cura amigo, de cada diácono que sirve en nuestras comunidades.

Si tuviéramos que transformar esta página en plegaria, después de repasarla en el corazón, podríamos decir:

“Señor Jesús, para el obispo y los curas, para los diáconos y futuros servidores de tu pueblo solo te pido esta gracia: que sepan siempre estar con vos y que vos te encargués de desatar en sus corazones ese amor apasionado que los lleve a predicar y a acariciar con el óleo del Evangelio las heridas de sus hermanos. Hacé con ellos lo que hiciste con el padre José Gabriel. Amén”.

***

Estar con Jesús. Ser enviados a predicar y a ponerle el cuerpo al dolor de nuestros hermanos. Es la misión de nuestros pastores, pero es la misión de toda la Iglesia y, en ella, de cada uno de nosotros. Es gracia -vocación y misión- de todos. Es un camino que todos estamos llamados a transitar, también caminando juntos.

San Francisco de Sales, el santo obispo cuya memoria celebramos, hizo de este principio un pilar de su misión: no hay forma de vida que no pueda alcanzar su plenitud en el seguimiento de Cristo.

Una de las realidades más bonitas de nuestras comunidades cristianas -diócesis y parroquias- es la pastoral del sacramento de la confirmación: la catequesis, las celebraciones, los encuentros, las familias.

Involucra a catequistas, a los párrocos, a grupos de jóvenes y de liturgia; también a los obispos y otros sacerdotes.

¡Es hermoso recorrer la diócesis para las confirmaciones, animando a abrir el corazón para recibir la gracia del Espíritu Santo!

Es el Señor el que derrama su Espíritu sobre niños, adolescentes y adultos. El obispo unge la frente, pero es Cristo resucitado el que marca el alma de su discípulo con el sello del Espíritu Santo. El obispo marca con el Crisma a los confirmandos, pero son los catequistas los que marcan, con su palabra y testimonio, el alma de los catecúmenos.

Unos y otros colaboramos con el Espíritu en la obra admirable de la gracia que salva.

Así, el mismo Señor, va fortaleciendo a su pueblo para el testimonio. ¿Cuándo? ¿Cómo? Solo él lo sabe.

Por eso, nosotros trabajamos con alegría, con perseverancia (hoy diríamos: con “resiliencia”), porque nos toca esparcir la semilla, porque el que siembra es Jesús, la semilla es su Palabra y es el Padre el que da el crecimiento con la potencia del Espíritu.

***

Un aspecto fundamental, y también muy hermoso, del sacramento de la confirmación es que, junto con la plenitud del Espíritu Santo y los siete dones, nos regala también la capacidad para descubrir nuestra propia vocación y misión, nuestro lugar en el proyecto del Dios, el sueño del Señor para cada uno de nosotros.

La vocación es el carisma de los carismas, pues es la pieza fundamental que, una vez descubierta, aceptada y abrazada con alegría, nos permite darle sentido a todo en nuestra vida, orientarnos y caminar.

Me gusta imaginar cómo descubrió el chico José Gabriel su llamada al sacerdocio, cómo obró el Espíritu Santo en su corazón, como lo enamoró de Cristo y de la misión sacerdotal. Cómo fue creciendo en él la conciencia de este llamado…

¡Qué eco habrá tenido en él esta página del Evangelio! ¡Cómo habrá sentido esa llamada para “estar con Jesús”, ser enviado a predicar y a espantar los espíritus inmundos que arruinan la vida de las personas!

Así dio fruto en él la gracia del bautismo fortalecida por la confirmación.

***

Queridos hermanos y peregrinos: esa gracia del Espíritu Santo ha ungido nuestra alma y nuestro corazón. Está ahí, en nosotros, como un fueguito que espera ser avivado y alimentado para que ilumine y dé calor.

Al contemplar a Jesús que busca estar en medio del pueblo, allí donde las personas viven y juegan su vida de cada día. Al verlo llevar al corazón de la vida el mensaje que trae desde el corazón del Padre, la buena noticia de su amor y compasión, pidamos para cada bautizado, para cada una de nuestras comunidades, para nuestros pastores y evangelizadores, la gracia de una fuerte renovación misionera.

***

En el bautismo, el Señor ha depositado un tesoro de preciosos regalos, entre ellos, la llamada a la oración, a la escucha orante de su Palabra, a estar con Él en el silencio que adora, espera y ama.

Somos un pueblo de bautizados por el Espíritu. María es nuestra maestra espiritual. Ella nos enseña a repasar en el corazón las palabras del Señor que leemos en las Escrituras y que escuchamos en los acontecimientos de nuestra vida.

También nosotros estamos llamados a la oración más honda: la que nos transforma en Cristo. También nosotros, como los doce apóstoles, estamos llamados desde el bautismo y, de manera especial, desde la confirmación, a llevar a todos el anuncio gozoso del Evangelio.

Orar por las vocaciones es simplemente orar, abriendo así el mundo a la acción del Espíritu Santo.

***

El camino sinodal que la Iglesia está recorriendo es precisamente esa fuerte toma de conciencia de nuestro lugar en la misión compartida de ser evangelizadores, también de hacer nuestra parte en la lucha nunca acabada por ponerle un límite al mal que deshumaniza a las personas.

***

Que cada uno de nosotros, especialmente los niños y los más jóvenes, descubran con alegría y hagan suya la vocación que el Señor les ha regalado, el sueño de Dios para sus vidas.

Que dejemos que el Espíritu Santo avive el fuego que él mismo ha encendido en nosotros en el bautismo y la confirmación, y que alimenta cada domingo en la santa Eucaristía.

Amén.