La voz de los católicos en el debate sobre los menores y el delito

Entre los debates que hoy tiene nuestra Argentina está este sobre los #menores que delinquen: ¿qué es lo mejor y más adecuado? ¿Se deben corregir esos delitos? ¿Hay que bajar la edad de la imputabilidad? ¿Por dónde corre la prevención? ¿Qué rol tiene la educación? ¿Cómo se debe sancionar al menor que delinque?

Desde la #IglesiaCatólica ha habido dos pronunciamientos recientes que han querido sumar el punto de vista católicos sobre este delicado, complejo e importante tema: primero, la Comisión Nacional «Justicia y Paz»; ayer, una declaración conjunta de la Vicaría de los pobres, la Vicaría de los jóvenes y la Pastoral social de la arquidiócesis de Córdoba.

Con argumentos sólidos y convergentes apuntan a señalar que es minimalista punir sin prevenir, atendiendo a las delicadas causas humanas y sociales que llevan a un chico a delinquir. La educación -tan querida y defendida por los argentinos- ha sido siempre el camino a transitar con paciencia, perseverancia y conjurando el criterio populista del inmediatismo.

Justicia y Paz es un organismo laical e interdisciplinar bajo la órbita de la Comisión Episcopal de Pastoral Social. Sus pronunciamientos tiene ese valor: laicos, especialistas en distintos campos de lo social y que se animan a abrir juicios sobre temas de debate. No son la voz oficial de la Iglesia, pues ese es el rol de los obispos. En ocasiones, los obispos argentinos, hemos hecho nuestras sus declaraciones.

Los tres organismos de la Iglesia diocesana de Córdoba, bajo la guía del cardenal Rossi, integran también a laicos, pastores y consagrados que acercan su aporte al debate público.

Por tanto, no es solo la palabra de los «curas» que se meten en política. No es bueno «bajarle el precio» hablando -una vez más- de «pobrismo» o de la «pedofilia» en la Iglesia. Este último tema, demasiado doloroso como para seguir siendo usado como arma para descalificar a quien tiene una opinión que no coincide con la mía.

Nuestra democracia puede ser frágil y hasta inmadura, pero, desde que la inauguramos hace cuarenta y un años, nos permite hablar con libertad, expresando nuestros puntos de vista sobre los temas que nos involucran a todos.

¿Tiene que afinarse el discurso de la Iglesia (obispos, organismos y laicos), despojándose, por ejemplo, de cierta tendencia al moralismo? Estoy convencido de que sí, pero también estamos en esos procesos purficadores. Pero incluso en el caso de que nuestro discurso sea parcial (¿cuál no lo es en estas temáticas?), la palabra tiene que decirse, merece ser escuchada y valorada en sí misma.

La fe profesada por los católicos tiene todo el derecho de hacerse oír en los debates públicos de una sociedad abierta, libre y democrática. Lo hace, sobre todo, por la dimensión ética que tienen todos esos temas: no son solamente de técnica jurídica, económica o de salud. La pregunta por el bien moral y lo que es justo, aquí y ahora, es inseparable de todo debate político.

Esta perspectiva moral es imprescindible, pues se trata no solo de temas complejos sino también altamente contingentes y opinables en muchos de sus aspectos. Mientras más voces se escuchen y converjan en un terreno común, mucho mejor.

Es ahí donde las voz de los católicos -una entre muchas- tiene todo el derecho, pero también el deber, de hacerse oír.

Después, los mecanismos propios de nuestra democracia -especialmente en el Parlamento- adoptará las decisiones pertinentes. Podrán satisfacer nuestra visión de las cosas, en todo o en parte; o también, podremos estar en franco desacuerdo. En este último caso, a los católicos, como a cualquier ciudadano de a pie o a las organizaciones que nos representa, tenemos todo el derecho de manifestar nuestra crítica y trabajar para revertir decisiones que consideramos injustas.

Los debates se dan, no se censuran ni se paralizan de entrada.

El doloroso espejo de lo que hoy ocurre en la hermana Venezuela nos ayude a valorar la cultura democrática que, con sus más y sus menos, se viene afianzando en Argentina.

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
1º de agosto de 2024

Democracia en Venezuela

A muchos nos ha conmovido la presencia, este fin de semana, de hermanos #venezolanos en la Eucaristía dominical.

Rezamos juntos por su patria querida: #Venezuela. Hoy, #Argentina es su hogar.

La información que nos llega, con las emociones y temores que despiertan acrecienta nuestra cercanía y oración.

Acudir a las urnas y expresar nuestra opción política, cambiar pacíficamente a los gobernantes y limitar el ejercicio del poder son mediaciones sencillas, pero indispensables de la #democracia.

Su fundamento: la dignidad de cada persona, creada a imagen de Dios, sus deberes y derechos, su conciencia y libertad, su participación en el bien común.

El estado de derecho, la división de poderes y el imperio de la ley son garantía para un orden justo posible.

La autocracias no son el camino: ni las de izquierda, ni las de derecha; tampoco el integrismo, sea religioso que secular.

¡Qué Dios bendiga a #Venezuela y a su pueblo!

+ Sergio O Buenanueva
Obispo de San Francisco
31 de julio de 2024

Rezar por Venezuela

Ayer domingo 28 de julio, presidí la Eucaristía dominical en la Iglesia San José Obrero de Arroyito.

Al inicio pedí que rezáramos por #Venezuela y la jornada electoral que se estaba desarrollando. En la Oración de los Fieles hubo una hermosa súplica: en Arroyito, como en tantos pueblos, hay hermanos venezolanos que viven, trabajan y profesan la fe con alegría.

Añoran su bella patria y lloran por ella. Nosotros también.

En esta mañana, sin perder la esperanza, nuestra plegaria y cercanía se hace más intensa e insistente: que la Virgencita de Coromoto acaricie el corazón con la fuerte suavidad del Evangelio. Amén.

+ Sergio O Buenanueva
Obispo de San Francisco
29 de julio de 2024

A propósito de representaciones, sátiras y reacciones

«Alexamenos adora a su dios», reza este grafito del siglo I.

Cristo está crucificado y con cabeza de burro.

Es la primera burla al cristianismo que se registra de esta forma popular.

Desde el principio la fe cristiana, sus símbolos, sus ritos y conceptos han sido objeto de crítica, burla y escarnio.

Los evangelios nos cuentan que, mientras Jesús agonizaba en la cruz, sus adversarios y verdugos se burlaban de él.

La respuesta de Jesús la conocemos bien: «Padre, perdónalos. No saben lo que hacen».

Los cristianos hemos respondido de diversas maneras. Algunas veces, pagando con la misma moneda.

Las mejores respuestas, sin embargo, han sabido unir el repudio firme, el uso sabio de la razón y la palabra, sin descuidar la paciencia, el perdón y hasta el buen humor.

Los que echan mano de la sátira se sienten con el derecho a provocar. Nosotros también tenemos el derecho de responder echando mano a los medios que la razón y la justicia nos ofrecen.

Es justo que expresemos públicamente nuestro repudio, indignación y tristeza.

Un signo para desentrañar

“Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo». Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.” (Jn 6, 14-15).

El signo es la multiplicación de la ofrenda de un chico: “Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.” (Jn 6, 11). Sació el hambre de la multitud y sobraron doce canastas.

Y, como en todo signo, ahora hay que desentrañar su significado.

La gente -como nos pasa a nosotros- malinterpretó todo: acá tenemos un rey que nos ahorrará el trabajo y nos dará de comer gratis.

Esos panes y esos peces que se multiplican son el signo de lo que Jesús ha traído desde Dios para saciar el hambre de vida, verdad y salvación que llevamos dentro. Son el signo visible y decidor de su propia persona.

Él es el Pan de Dios que sabe bien cómo multiplicarse, no solo para calmar esa hambre, sino también para despertarla cuando está adormecida.

Y siempre sobra: es un pan que nunca se acaba porque está amasado con las manos del Padre, con la harina mejor -la persona de su Hijo encarnado- y cocido con el fuego del Espíritu Santo.

La imagen final del evangelio es también para retener: Jesús, cuando la gente quiere hacerlo rey, vuelve a la montaña, busca la soledad. En realidad, vuelve al Padre, donde todo siempre tiene su origen y su sentido.

También nosotros busquemos la soledad… y que el Padre nos explique todo: quien es Jesús, cómo sigue multiplicando el pan y despertando nuestra hambre. Es nuestra súplica confiada. Amén.

JJOO París 2024

Imposible dedicar la tarde para ver la apertura de los Juegos Olímpicos de París. No lo he hecho. Solo pude ver algunos retazos, por la noche, y leer algunas crónicas.

Parece que la “ciudad luz”, con sus monumentos, edificios significativos y el recorrido por el Sena ha sido un marco innovador y espectacular para este acto inaugural.

Francia aprovecha la ocasión de los JJOO para lucir orgullosa su inmenso patrimonio cultural y humano. Y está bien que lo haga.

Ver a Celine Dion interpretar, desde la Torre Eiffel, L’Amour, evocando a la Piaf, ha sido conmovedor, sobre todo, sabiendo de su situación actual de salud.

Ha chocado, y mucho, un cuadro realizado por personas representativas de la “diversidad”. ¿Evocación de la “última cena” de Da Vinci? ¿Parodia de la última cena de Jesús? ¿Ambas cosas?

No posteo la imagen porque no me parece apropiado. Ha despertado tristeza, bronca y repudio. Justamente.

El humanismo secular, sobre todo si conlleva un concepto de laicidad negativa, suele producir este tipo de cosas. La Ilustración tiene en Francia su hogar natal.

Desde el humanismo cristiano podemos hacer algunas apreciaciones críticas. Como enseñaba Benedicto XVI, la razón no puede cerrarse en sí misma, bloqueando su natural apertura a la trascendencia de la verdad y de Dios.

Francisco añade -lo hizo en el mensaje a los obispos franceses para estos JJOO- otro matiz de trascendencia: la fraternidad, especialmente atenta a los actuales conflictos, polarizaciones y extremismos.

Mucho más si, a esa doble cerrazón (a Dios y a los demás), se le añade un sentido de superioridad ética y cultural, que suele ir de la mano con una buena dosis de hipocresía. Si lo hace, termina no comprendiendo a las culturas religiosas, e incluso, provocando deliberadamente la ofensa, la provocación y el escarnio público.

Los católicos, sin dejar de ser críticos, no dejaremos tampoco de tender la mano, de razonar con serenidad y de buscar ampliar los espacios de la razón, para que nuestra convivencia sea cada vez más humana.

Una última reflexión: no es extraño que el deporte y estos eventos que deberían exaltar sus valores sean usados por las ideologías dominantes (culturales, filosóficas y políticas) para hacerse ver y buscar imponerse a los demás.

Ya ha pasado en otras ocasiones y, seguramente, seguirá pasando. Seamos lúcidos, críticos y procuremos no dejarnos envenenar el espíritu por estas manifestaciones y caer también nosotros en semejantes extremismos.

¿Cómo ovejas sin pastor?

«La Voz de San Justo», domingo 21 de julio de 2024

“Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.” (Mc 6, 34).

Para la Biblia, el “pastor” es todo aquel al que Dios le ha confiado su pueblo para que lo guíe en su nombre: el rey y los sacerdotes, por ejemplo. Hoy diríamos: un dirigente. Como dice la primera lectura, siempre hubo malos pastores que buscan sus propios intereses, no el de Dios que es el bien del pueblo. Y a eso apunta la expresión: “como ovejas sin pastor”. 

También hoy, en la sociedad y en la comunidad eclesial hacemos la triste experiencia de liderazgos así. Sin embargo, la misma Escritura nos abre algunas perspectivas para ver mejor las cosas.

Es la experiencia del orante, con el que rezamos este domingo: “El Señor es mi pastor… me conduce a las aguas tranquilas… aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo…” (Salmo 23).

Levantemos la mirada: en todos los campos de la vida -en la fe y también en el mundo- no nos faltan buenos pastores. Hay muchos hombres y mujeres buenos, justos, solidarios, responsables. Imperfectos y limitados, sí; pero, perseverantes en ser artesanos de bondad.

No nos faltan los buenos pastores, porque no nos falta el buen Pastor: Jesucristo.

Él sigue ahí, resucitado, vivo y presente. Ahí sigue también su compasión. Aquí, entre nosotros, sigue deteniéndose largamente para hablarnos de su Padre, de su misericordia y de su compasión.

Sigue soplando sobre nosotros su Espíritu para que nuestra vida sea plena y nos ajustemos a sus caminos. Sigue acompañándonos para que lleguemos a las verdes praderas de la vida eterna.

Abrinos los ojos, Buen Pastor, para que te reconozcamos, vivo y presente, entre nosotros. Amén.

Con solo un bastón

«La Voz de San Justo», domingo 14 de julio de 2024

“Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente. Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.” (Mc 6, 6-9)

El evangelio nos presenta la imagen de “Jesús misionero”: va de un pueblo a otro predicando y sumando a compañeros a esa empresa. Es un cuadro fascinante. A lo largo de la historia -también hoy-, toca el corazón de muchos que se sienten impulsados a sumarse a esta aventura: ir, de dos en dos, anunciando el Evangelio.

Miremos en profundidad: Jesús no solo lleva adelante acciones misioneras; Él mismo es MISIÓN. Lo es en su ser y en su conciencia: allí donde percibe y hace suya su identidad más honda de Hijo “enviado” por el Padre.

Así es en Jesús, y así ha de ser también en quienes nos reconocemos sus discípulos y, sobre todo, en la comunidad que Él reúne por su Espíritu: la Iglesia es misión, como cada bautizado es discípulo misionero.

Desde el corazón del Padre, Jesús viene a nosotros, viene a los pobres, a los desahuciados de la vida, a los descartados… a los pecadores. Para ellos -que somos nosotros- es su mensaje y su potencia: buena noticia de paz, de perdón y de salvación eterna. 

En este fascinante cambio de época, la Iglesia intenta encontrar su lugar. Mientras cruza el mar de la historia, su barca se ve sacudida por el oleaje. No tiene otra alternativa que asirse del bastón misionero de Jesús y ponerse a caminar. Hasta donde Él la lleve.

Jesús y la incredulidad

«La Voz de San Justo», domingo 7 de julio de 2024

“[…] Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.” (Mc 6, 3-6).

El evangelio de este domingo nos muestra a Jesús confrontándose con la incredulidad. Sus vecinos no pueden aceptar que no sea más que ese buen chico de Nazaret, al que creen conocer bien. “Él era para ellos un motivo de escándalo”, anota el evangelista.

¿Cuál es la reacción de Jesús? Aunque la respuesta de fondo la tendremos el próximo domingo, el relato de hoy nos da algunas pistas valiosas.

A pesar de todo, Jesús cura a algunos enfermos. La compasión del Padre es el fuego interior que lo mueve. Y, donde encuentra una mínima disposición, lo deja escapar. En segundo lugar, aunque asombrado de esa falta de fe, Jesús sigue anunciando el Evangelio. Es más -lo veremos el próximo domingo-: suma a los discípulos a esa misión.

Frente a la incredulidad dominante, Jesús no se retrae en una queja amarga, sino que redobla la apuesta: su misión se hace más intensa. La incredulidad le revela que su buena noticia es más necesaria que nunca: solo Dios puede colmar la soledad del hombre.

Nos hace bien contemplarlo, pues también nosotros respiramos un clima de incredulidad, que se nos mete adentro y parece matarnos por dentro. Pero, por poderoso que sea, no puede ahogar la sed de Dios que define nuestra condición humana.

El fuego del Espíritu sigue ardiendo y conquistando corazones. La fe sigue viva e iluminando al mundo.

Basta que creas

«La Voz de San Justo», domingo 30 de junio de 2024

“Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?». Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». […] La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar.” (Mc 5, 35-36. 41-42).

Pocas noticias son más dolorosas que enterarse de la muerte de un hijo. Es precisamente lo que escucha Jairo: “Tu hija ya murió”. Más desconcertante aún parece la respuesta de Jesús: “No temas, basta que creas”.

Si el acto de fe resulta arduo en circunstancias normales, mucho más cuando el camino de la vida se vuelve empinado. Sin embargo, ese es el paso al que nos desafía el evangelio: en medio de la noche, creer, confiar y dejarse tomar por la mano de Jesús, el que murió y se levantó de la muerte.

La resurrección de la hija de Jairo, sin embargo, sirve de marco para narrar la curación de una mujer anciana. Ella acudirá con una fe intrépida a Jesús, sabiendo que él puede liberarla de su mal, como de hecho ocurre.

Ambas mujeres son figuras simbólicas: somos cada uno de nosotros, la humanidad, la iglesia; siempre amenazadas por la muerte y, por eso mismo, desafiadas a abrirse por la confianza de la fe en Dios, el único poder que puede llevar vida cuando parece que la última palabra la tiene la muerte.

“Tomanos de la mano, Jesús, como a aquella niña y levantanos para que tengamos vida verdadera. Solo la fe en Vos nos salva.  Amén.”