Jóvenes, peregrinos de Esperanza

35 Peregrinación juvenil al Santuario de la Virgencita (Domingo 1° de septiembre de 2024 – Villa Concepción del Tío)

Con el lema: “Jóvenes, peregrinos de Esperanza”, la diócesis de San Francisco vivió la 35 Peregrinación juvenil al Santuario de la Inmaculada en Villa Concepción del Tío. 

Desde hace 35 años, la “Iglesia joven” de San Francisco camina los siete kilómetros que unen la localidad de “El Tío” con el Santuario diocesano de la Virgencita. 

“Pocos kilómetros que despiertan grandes preguntas en el corazón de los jóvenes peregrinos”, como dijo el obispo. 

Unos doscientos chicos y chicas llegados de parroquias, colegios, movimientos y otros espacios pastorales se dieron cita, acompañados por sus familias y otros peregrinos. Varios sacerdotes de la diócesis junto con el obispo Sergio Buenanueva también acompañaron a los jóvenes que acudieron al sacramento de la Reconciliación mientras peregrinaban.

Este año, el beato Carlos Acutis inspiró con su testimonio de santidad el caminar de los jóvenes. En el trayecto fueron presentados para la reflexión y oración algunos de los milagros eucarísticos que tocaron el corazón de Carlos. 

De la mano del beato Carlos, la Pere 2024 tuvo un marcado espíritu eucarístico  que se sumó a la devoción y amor a María. 

Momento culminante de la caminata fue, como cada año, el ingreso al Santuario. Esta vez con una innovación: cada uno de los chicos y chicas presentes subió al camarín de la Virgen para un encuentro intenso de oración con María. 

También lo hicieron los adultos presentes, con el obispo y los sacerdotes. 

Después del almuerzo fraterno se celebró la Eucaristía, que culminó con una procesión eucarística entorno a la Plaza del pueblo, animada por los mismos jóvenes. El obispo impartió la bendición con el Santísimo Sacramento. 

Como en años anteriores, en toda la jornada estuvo presente uno grupo de seminaristas con el rector del Seminario Mayor de Córdoba, padre Román Balosino.

La Pere 2024 estuvo organizada y llevaba adelante por el Equipo diocesano de Pastoral Juvenil en coordinación con la comunidad parroquial del Santuario y su rector, padre Héctor Calderón. 

Para salir de la ley del péndulo

Posición ingenua:

Si en los debates públicos (también dentro de la Iglesia), una cierta percepción de la verdad de la condición humana, de alguna manera, no orienta las discusiones y las decisiones, eso termina haciéndolo el poder, también en alguna de sus formas, con sus picardías, estrategias y tácticas de viraje corto: ideologías dominantes, intereses de parte políticos, económicos, liderazgos fuertes (y siempre sesgados), etc.

De ahí que, en temas delicados y controversiales (p. e. las cuestiones de género o la violencia política de décadas pasadas), la ley del péndulo nos lleva de un lado a otro.

Pan para hoy, hambre para mañana… y vuelta a empezar.

Además, con una pizca del apasionamiento y el gusto por el conflicto que los argentinos llevamos en nuestro ADN, las cosas se complican y hacen todo más difícil, sobre todo, edificar hacia delante, pensando en el bien mayor de las nuevas generaciones.

Una posible salida de mayor sensatez y cordura, inspirada en la espiritualidad cristiana la ofrezco a continuación.

Me inspiro en unas palabras del obispo noruego Erik Varden. Escribiendo sobre «la perfecta libertad», Varden señala tres pasos:

1. Elegir y aceptar las cosas como son. Esta «opción por lo real» es clave. Estamos diseñados interiormente para ello en el cuerpo, en el alma y en la conciencia: somos apertura a la realidad que es la que nos muestra la verdad. Eso sí: además de una cierta fortaleza interior para hacernos cargo de los aspectos más arduos de la vida, siempre es útil una buena dosis de buen humor, sobre todo, saber reírnos de nosotros mismos (los argentinos sabemos hacerlo).

2. Confiar en la paciencia activa de Dios que sabe trabajar mejor que nadie el corazón humano. Por eso, el cristianismo, sobre todo su versión católica, es tozudamente optimista. Creemos en Dios y, por eso, confiamos en su más perfecta imagen y semejanza, jamás destruída por el pecado: el ser humano y lo que Dios, por creación y por gracia, ha puesto en él. Y del ser humano concreto, alma y cuerpo, historia y eternidad, carne y sangre. Eso también se llama: encarnación.

3. Y, por eso, saber esperar activamente, es decir, con mirada atenta y disposición para la acción. Los tiempos oportunos llegan y nos ofrecen, tímidamente primero, claramente después, los frutos de la siembra (la de Dios y la nuestra) para que los cosechemos.

Suena ingenuo, ¿no?

Pero podemos darle una oportunidad. Yo lo hago.

28 de agosto de 2024

Memoria de san Agustín, obispo y doctor de la Iglesia

¿Y si paramos un poco?

La política es lucha… por la justicia (sí, también la justicia social), el bien común, el mejor orden justo posible aquí y ahora.

La política es tarea de todos los ciudadanos, porque crear las condiciones para que cada persona -especialmente los que están creciendo y los más vulnerables- alcance su desarrollo más pleno, en esta vida y como promesa de la eterna, es responsabilidad de todos.

Es una lucha de todos.

La política es también la vocación específica de algunos hombres y mujeres que sienten ese fuego interior a mejorarle la vida a los demás; a trabajar -incluso poniendo entre paréntesis los propios intereses- por el desarrollo integral, el bien común y el bienestar de todos.

Para un bautizado que siente la vocación de la política esta es un genuino llamado a la santidad como unión con Cristo en el servicio a los hermanos.

Sí, la política exige lucha, sacrificio arduo, entrega generosa.

Pero no somos ángeles: tanto los ciudadanos de a pie como los hombres y mujeres de la política somos de carne y hueso, frágiles, débiles y -desde una mirada cristiana- también pecadores. El egoísmo, la mezquindad, la violencia interior y exterior caminan siempre con nosotros -en nosotros- como molestos compañeros de viaje.

Por eso, en algún punto, la estrategia de la polarización, del echar sal en la herida, del “cuanto peor, mejor”, por comprensible que sea en algunas situaciones y nos reporte algún beneficio coyuntural, a la larga, carcome desde dentro el alma de todos. Mucho más, cuando la gente, el pueblo o los ciudadanos -hablemos como queramos en este punto- vive o sobrevive en la incertidumbre del futuro, se arremanga cada día para salir adelante y puja por dejarse vencer por la bronca o, lo que es peor, la desesperación o el miedo.

Aquí, la responsabilidad de los que detentan el poder, en alguna de sus formas, es mayor, más exquisita y delicada.

En algún momento, el gusto por la agresión y el rugido feroz tiene que parar.

Estamos a tiempo.

26 de agosto de 2024

Memoria del beato Ceferino Namuncurá

Católicos

Jesús agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».” (Mt 13, 52).

La puja entre conservadores y progresistas que hoy tensiona al mundo católico no es algo nuevo.

Es una de las tensiones que reflejan la dimensión histórica de la Iglesia de Cristo, llamada a custodiar la fe recibida, pero también a caminar con ella hacia el futuro.

Del Concilio Vaticano II a nuestros días, y con momentos de fuerte conflictividad, esta tensión atraviesa la vida del catolicismo argentino.

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La decisión del obispo de Zárate Campana de revocar el permiso de residencia al Padre Javier Olivera Ravasi ha suscitado fuertes reacciones.

Conozco a algunos buenos católicos, vinculados a él, que se sienten conmovidos por esta situación.

Lo que para unos es una decisión correcta, para otros es una persecución.

Lo poco que he leído de él no me convence. No porque exprese el punto de vista del pensamiento tradicional, tan legítimo como necesario, sino porque algunos acentos no permiten reconocer la figura completa del pensamiento católico.

No pongo en duda la fe personal. Advierto solo que, cuando se piensa, se escribe y se actúa desde el conflicto, algunos riesgos se agudizan. Se requiere entonces un temple especial. Mucho más si se trata de la fe “que nos gloriamos de profesar”, como decimos en el bautismo.

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En el catolicismo argentino, la puja entre conservadores y progresistas de estas últimas décadas no ha sido sólo sobre ideas teológicas, formas litúrgicas, acciones pastorales o modelos de formación. A todo esto, ya de por sí delicado, complejo y sustancioso, se han sumado las fuertes tensiones ideológicas y políticas que, en tiempos recientes, alcanzaron altos niveles de violencia. Y siguen ahí, determinando nuestra vida y convivencia ciudadanas.

No solo los posicionamientos del padre Ravasi, sino también los de quienes poseen visiones contrapuestas a las suyas, e incluso algunas opciones pastorales de la mayoría de los católicos ajenos a estas polémicas, no terminan de entenderse sino desde las dolorosas heridas, aún abiertas, que dejaron aquellos años de duros enfrentamientos.

Esa es la realidad en la que estamos y a donde nos ha puesto la Providencia para que vivamos y comuniquemos la fe.

A mi criterio, esta es la difícil disyuntiva: ¿Será la fe viva de la Iglesia, centrada en el anuncio del Dios amor revelado en Cristo, el factor fundante y determinante de la misión eclesial en nuestro país, también en su proyección sobre lo socio, político, cultural; o, dándola por supuesta o sabida, la fe terminará diluida, secularizada y subordinada a un proyecto político-ideológico?

Este riesgo puede parecer más visible para el catolicismo de izquierda, como vimos en los vídeos de algunas celebraciones recientes, felizmente extraños para la mayoría de los católicos. Sin embargo, tampoco deja de serlo -a pesar de sus formas externas- para el catolicismo conservador, siempre tentado de volverse integrista.

La preocupación de que lo político prevalezca sobre la fe, reduciéndola a militancia política o a batalla cultural, no es ilusoria ni imaginaria en los tiempos que corren. Nos debería hacer a todos más humildes y atentos con la fe que se nos ha confiado.

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Cuando en 2007, el papa Benedicto XVI liberó el uso de los libros litúrgicos vigentes hasta la reforma del Concilio Vaticano II, propuso un modelo de interacción entre lo que él llamó las dos formas del único rito romano, llamadas no solo a coexistir, sino a ayudarse recíprocamente para expresar toda la riqueza católica de la fe.

La propuesta, por diversos factores, no prosperó. Sin embargo, muchos la consideramos válida, pues posee un enorme potencial para fecundar toda la vida eclesial, porque brota precisamente de ese manantial inagotable que es la Iglesia en oración.

Su valor no estriba en ser una estrategia de ocasión, sino en su genuina consistencia teológica que refleja la naturaleza de la misma comunión eclesial. En definitiva, lex orandi, lex credendi; pero también, lex intelligendi et lex vivendi.

La madre Iglesia es el hogar de todo lo que es verdadero, bello y bueno que hay, tanto en “progresistas” como en “conservadores”.

La lógica política del conflicto y la polarización, la agresión y la arrogancia del que se siente superior no puede tener cabida en la vida del Pueblo de Dios, regida por la ley superior de la pascua.

Que la caridad de Cristo, hecha también de cordial obediencia a la voluntad del Padre, prevalezca sobre nuestras pasiones.

Carne y sangre

«La Voz de San Justo», domingo 18 de agosto de 2024

“Jesús les respondió: «Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».” (Jn 6, 53-54).

Cuando sus oyentes lo escuchan hablar así, inevitablemente se preguntan cómo Jesús puede dar de comer su carne (cf. Jn 6, 52).

El “discurso del Pan de Vida” es, en realidad, un diálogo provocador, con un incesante ir y venir de preguntas y respuestas. Se da una tensión creciente que desembocará en el abandono de muchos y, como contrapunto, en la confesión de fe de Simón Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? …”

Al escuchar el relato, es bueno dejarse llevar por esa ida y vuelta entre Jesús y la gente.

Dos pistas para comprender el mensaje. Cuando Jesús habla de “comer su carne” y “beber su sangre”, el verbo “comer” indica lo que significa creer en él: asimilarlo como se asimila vitalmente el alimento. Por otra parte, “carne y sangre” indican su persona e historia concretas, con un matiz: “carne” significa la debilidad humana; y “sangre”, una vida entregada hasta la muerte.

Esa fragilidad entregada se mostrará en la pasión: en la mayor fragilidad, Dios revelará su más grande potencia divina: el amor que salva al mundo. El domingo próximo, Jesús redoblará la apuesta: el Pan bajado del cielo y su carne como alimento confluyen en la Eucaristía.

“Señor Jesús: tus palabras nos provocan, despertando el desafío de ir siempre más allá de la superficialidad en la que navegamos hoy como aturdidos. Ir al fondo, donde nos esperan las preguntas fundamentales de la vida. Allí estás vos y tu Padre. No dejés de provocarnos. Lo necesitamos. Amén”

El fundamento de todo

La fe en Cristo es inseparable del compromiso social y político.

Cristo nos lleva a los pobres, en ellos nos espera y en ellos se nos revela.

La doctrina social es parte esencial del mensaje del Evangelio que predica la Iglesia. Es un capítulo fundamental de la moral católica.

Pero, algo tiene que quedar muy claro en la mente, en el corazón y en la vida pastoral de cada bautizado y de cada comunidad cristiana:

Cristo es siempre fundamento permanente de todo compromiso moral, el cual es siempre fundado y no fundamento.

Si la misión de la Iglesia se reduce, se disuelve o es sustituida de hecho por el compromiso social o la militancia política, dando por supuesta la fe viva en Cristo («¡de eso ya hemos hablado tanto!»), no solo se traiciona a sí misma, sino que -como ya lo hemos experimentado dolorosamente en América latina- se vuelve estéril, infecunda e intrascendente.

Cristo es fundamento.
Él es fuente, curso y meta de todo.

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
12 de agosto de 2024

#Cristo
#Iglesia
#Política

Reconstruir desde abajo

La semana que acaba de terminar nos deja a los argentinos un sabor amargo, mezcla de enojo, indignación y tristeza. Una investigación de corrupción, como de pasada, expuso una situación de violencia que involucra al anterior presidente y su pareja.

La política, los políticos y el ejercicio del poder son insustituibles para procurar el bien común. Se trata de una tarea que nunca termina. Implica decisiones técnicas tan difíciles como acertadas, pero también -tal vez con mayor necesidad-, es un cometido que supone hombres y mujeres virtuosos, es decir: ejercitados en la tarea paciente de realizar el bien posible, aquí y ahora. El bien, en cualquiera de sus formas, no se puede procurar si, de alguna manera, no forma parte de nosotros mismos.

El dilema moral que cada uno de nosotros enfrenta en la vida adulta -mucho más si tenemos graves responsabilidades públicas- es doble. Por un lado, reconocer lo que es bueno, justo y verdadero, bello y valioso, para decidirse a realizarlo. Pero, por otra parte, con qué fuerza espiritual y ética se cuenta para emprender esa ardua tarea.

A la corrupción se llega después de precipitarse por una pendiente de mediocridad humana que nunca es de individuos solitarios. Supone un sistema que se ha dejado ganar por la mediocridad de ideas, valores y verdades.

La política es una de las formas más altas de caridad, recuerda siempre el papa Francisco. Donde “caridad” es mucho más que emoción. Es la decisión sostenida de buscar el bien de los demás por encima del propio interés, individual o de parte. La política, por tanto, no es causa de la corrupción, pero sí situación de riesgo para quienes no tienen idoneidad personal suficiente.

La crisis de los partidos políticos ha favorecido esa mediocridad de liderazgos tóxicos que terminan eligiendo candidatos visiblemente inadecuados, ética y técnicamente, con la aprobación irresponsable de dirigentes y militantes. Las consecuencias están a la vista de todos y constituyen la pesada deuda social argentina.

Los ciudadanos de a pie, las organizaciones e instituciones de la sociedad -de los comunicadores a los empresarios y sindicalistas, sin excluirnos a los líderes religiosos- nos tenemos que sincerar sobre la parte de responsabilidad que nos cabe en esta debacle. Por muchas razones, no somos ajenos a ella.

La reconstrucción es urgente y necesaria, pero también posible. No lo pongamos en duda. Eso sí: es siempre una reconstrucción desde abajo, con muchas manos y corazones que se suman y con un esfuerzo que se presenta arduo y que requerirá mucho tiempo, presumiblemente superior del que dispone nuestra generación. Lo cual requiere una notable decisión moral de poner manos a la obra.

Las grandes debacles morales que, de tanto en tanto, asolan a las sociedades siembran desasosiego y son también de alto riesgo para todos. Pero tienen también un costado sanante: suelen ser, y por las mismas razones, la ocasión para dar un salto de calidad espiritual, moral y cultural.

En la sociedad argentina, en su pueblo y en sus dirigentes, no faltan condiciones para dar estos pasos de genuina conversión al bien.

No es un esfuerzo solamente nuestro, hombres y mujeres falibles y perfectibles. El auxilio de Dios nos ha sido prometido y también dado. Esa es parte esencial de la esperanza cristiana, cuyo rostro vivo es Cristo, muerto y resucitado. Es hora de dejarle espacio en nuestra vida personal y ciudadana.

Humilde como el pan

«La Voz de San Justo», domingo 11 de agosto de 2024

“Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. […] Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».” (Jn 6, 43-44. 51).

La gente primero busca a Jesús y ahora murmura contra él. Es comprensible: Jesús no disimula su pretensión: “Yo soy el pan bajado del cielo” (Jn 6, 41). Redobla la apuesta y, por esa razón, muchos lo abandonarán.

No es cosa del pasado. Jesús sigue mirándonos a los ojos y no oculta lo que busca de nosotros. Nos lo dice claramente… y suscita las mismas reacciones.

La parodia blasfema de la última Cena de los Juegos Olímpicos tiene su lógica: la cultura postcristiana parece percibir que ese sujeto -Jesús- y ese acto -dar de comer su carne- poseen una potencia que descoloca nuestra libertad.

Tengamos en claro, por cierto, que el ofendido no es algún violento dios pagano, que paga con venganza la ofensa recibida, sino el Dios humilde del pesebre y de la cruz, el que se hace Pan para estar en la mesa de todos.

A nuestras infinitas ofensas, el Padre de Jesús ha respondido bajando del cielo como Pan para ser comido, atrayéndonos hacia Jesús, transfigurándonos por la resurrección que nos da la Vida eterna.

Nos invita a decirle Amén a su Amor absoluto e incondicional por nosotros. Nos atrae a adorarlo, porque lo que verdaderamente expía todo pecado y repara realmente al mundo es también el amor humilde hecho adoración y alabanza, compasión e intercesión.

Ese es el Dios en el que creo. Amén.

El papa Francisco y Venezuela, sus palabras y algo más…

Estas son las palabras textuales que Francisco pronunció en el Angelus de este domingo 4 de agosto sobre la situación de Venezuela. La calificó como de “crítica”.

“Igualmente, expreso preocupación por Venezuela, que está viviendo una situación crítica. Dirijo un sentido llamamiento a todas las partes para que busquen la verdad, practiquen la moderación, eviten toda clase de violencia, resuelvan las disputas con el diálogo y se preocupen por el verdadero bien del pueblo y no por los intereses partidistas.

Encomendemos este país a la intercesión de Nuestra Señora de Coromoto, tan amada y venerada por los venezolanos, y a la oración del Beato José Gregorio Hernández, cuya figura une a todos.”

Muchos manifiestan su disconformidad y disgusto por lo que consideran una posición ambigua que, en definitiva, escondería la cercanía del papa con el régimen de Maduro.

Es una opinión. Sin fundamento y muy equivocada, a mi juicio, pero no la voy a discutir aquí.

Ofrezco otros elementos para un juicio un poco más ponderado. Lo hago sin demasiada esperanza, pues, además de la situación dramática del hermoso país hermano, nuestras pasiones están encendidas y la ceguera es muy honda.

A diferencia de muchos de nosotros que luchamos valientemente en las redes, el papa Francisco, como su Nuncio en Caracas y los obispos venezolanos, sí que tienen responsabilidades reales y concretas. Y son sobre personas también reales y concretas en el lugar del drama.

No se pueden dar el lujo de una bravata airada, buscando -como hacen muchos gobernantes o nosotros mismos- el propio rédito político, una cierta aureola de justicieros o la sensación de ser moralmente superiores.

La Santa Sede y su diplomacia trabajan para el bien real de las personas, responsables en conciencia ante Dios y no ante la opinión pública o lo medios masivos, que hoy se interesan por un tema, lo tratan hasta agotarlo durante días y después pasan a otra cosa, como si nada.

Las palabras mesuradas y hasta mínimas del obispo de Roma tiene que unirse siempre a las palabras de los otros actores eclesiales realmente involucrados. No sería la primera, ni será la última vez, que se buscan estrategias combinadas y convergentes.

Miremos, si no, lo que han declarado los dos cardenales venezolanos pidiendo que los datos fehacientes de la elección sean honestamente publicados, no menos que la misma conferencia episcopal, la declaración del CELAM, e incluso las de los episcopados de Iberoamérica que se han pronunciado (entre ellos, el de nuestro país).

Pero, la diplomacia de la Santa Sede y, más en general, la intervención de la Iglesia, en todos los sujetos que la componen y que se activan en estas situaciones, no tiene que verse, ante todo, en las declaraciones, sino en las “acciones” que se llevan a cabo. Algunas son visibles, otras menos y, de algunas, nunca tendremos noticia.

Veamos, si no, lo que nos muestran los archivos puestos a disposición de los investigadores sobre el accionar de la Iglesia católica durante la última dictadura argentina. Están recogidos en los tres volúmenes publicados por la UCA, “La verdad los hará libres”. Independientemente del juicio moral que hagamos sobre ese accionar de ese actor complejo que es la Iglesia (Santa Sede, Nunciatura, Episcopado y obispos individuales, laicos, sacerdotes y consagrados), lo cierto es que -en tiempos tan dramáticos- todos se movieron, muchas veces silenciosamente, buscando diversos canales para intervenir, aunque los resultados no fueran los mejores.

Todo esto nos debería hacer más cautos y hasta humildes a la hora de emitir juicios. Me sorprende que católicos a los que conozco y aprecio se envalentonen con juicios temerarios, inapelables y apodícticos, especialmente sobre el Papa, habida cuenta de lo que el obispo de Roma significa para nuestra fe católica.

¡El Espíritu Santo nos dé sabiduría y generosidad de corazón a todos!

¡Dios cuide a los hermanos venezolanos y que puedan crecer en paz y en libertad!

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

Domingo 4 de agosto de 2024

Señor, danos siempre de ese Pan

«La Voz de San Justo», domingo 4 de agosto de 2024

“Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?». Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello».” (Jn 6, 25-27).

Nos reconocemos en la gente que busca a Jesús. También en el interés de esa búsqueda: pan para vivir. En última instancia, ellos como nosotros, somos seres humanos, siempre amenazados por varias formas de carestía y fragilidad. ¿Los vamos a juzgar severamente?

Jesús no rechaza esa búsqueda ni le sorprende ese interés humano. Se tomará su tiempo para purificar ambos, abriendo la puerta a un bien mayor. Una vez más, sorprenderá y arrinconará a sus oyentes para una decisión: “Trabajen… por el alimento que permanece hasta la Vida eterna”.

Y la búsqueda inquieta se transforma en apertura a un don sorprendente, gratuito e inesperado: el que da Jesús, quien ha sido marcado con el “sello” del Padre. También nosotros, desde el bautismo y la confirmación, llevamos impreso ese sello, que es el Espíritu Santo, la marca de Cristo en nuestra alma.

Ese don precioso nos habita. Buscamos afanosos algo que, en realidad, ya nos ha sido dado gratuitamente y está en nosotros. Nuestro trabajo es abrirnos, recibirlo y hacerlo nuestro por una fe viva y humilde. Hagámoslo estos domingos, escuchando a Jesús que nos hablará con profundidad de ese Pan vivo que nos es dado para que tengamos vida.

“Señor Jesús: también nosotros te buscamos, porque sentimos hambre. También nosotros, como aquella gente, te decimos: «Danos siempre del Pan que has traído al mundo» Amén”.