El Papa Francisco y Cuba

“Quiero mucho al pueblo cubano. Lo quiero mucho. Y… tuve buenas relaciones humanas con gente cubana. Y también lo confieso: con Raúl Castro tengo una relación humana… Cuba es un símbolo. Cuba tiene una historia grande. Yo me siento muy cercano, muy cercano. Incluso a los obispos cubanos”.

Estas palabras del Papa Francisco a unas periodistas mexicanas han vuelto a causar revuelo. Obviamente, la referencia a su vínculo con Raúl Castro ha sido destacado. Un titular soñado.

La diplomacia de la Santa Sede tiene un perfil muy particular, que reflejan bien estas afirmaciones del Papa. Corre por carriles diversos a la diplomacia de los estados. Ni mejores ni peores. Distintos, como suelen ser los acercamientos a las situaciones complejas internacionales. 

Es la diplomacia de la paz, que privilegia los contactos espirituales y humanos, los pequeños pasos y los gestos de cercanía, pensando en el bien posible aquí y ahora, atenta a la situación de las personas, especialmente en crisis humanitarias. Tiene recursos que los estados no tienen, pero también sus límites y sus riesgos. 

Se mueve en un terreno escarpado, con situaciones complejas abiertas a distintas opciones prudenciales. Es, por eso, opinable y discutible. A condición -claro está- de poseer información de calidad y no solo lo que circula por las redes. 

Francisco lo sabe y no le molesta. Uno de los «activos» de este pontificado es precisamente haber dejado un amplio espacio para las discusiones francas. «Escuchemos con humildad y hablemos con valentía», aconsejó a los obispos en el Sínodo sobre la familia. Toda una regla de vida eclesial.

En este sentido, las palabras del Papa Francisco se ponen en línea de continuidad con los pasos que viene dando la Santa Sede desde el comienzo de la revolución cubana. Pero también expresan su aporte original: él es latinoamericano, con una formación teológico pastoral que lo hace cercano a los conflictos y tensiones propios de nuestros pueblos. Seguramente también esto juega un papel a la hora de orientar a la diplomacia de la Santa Sede en su accionar en América latina. 

También recibió severas críticas (por ejemplo, de los cubanos en el exilio) el mismo Juan Pablo II por su acercamiento a Fidel Castro y su viaje a la isla. Algo similar ocurrió con Benedicto XVI que tuvo con Fidel un diálogo personal muy significativo. Se los acusó de no ser suficientemente claros y severos en sus condenas al régimen. Sin embargo, uno tras otro, esos gestos fueron abriendo puertas y aflojando tensiones. 

Es comprensible que, quienes sufren estos regímenes, no comprendan, critiquen, sientan dolor y extrañeza porque sus justos reclamos no son atendidos como quisieran. Y no se pueden minimizar ese dolor y esos reclamos. 

¿Acciones clamorosas o pasos silenciosos? ¿Un aplauso que suele ser efímero o resultados a largo plazo? 

Más que en los titulares de la prensa y en elogios de la opinión pública, el Papa y la Santa Sede tienen que pensar en el bien real que puede conseguirse en situaciones concretas, en ocasiones muy estrechas y con poco margen de acción. Sabiendo incluso que sus decisiones podrán tener efectos no tan fáciles de predecir o controlar. 

Es el peso de su responsabilidad pastoral.  

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