Pongamos a dieta los guiones de Misa

Cuando los padres de Trento tomaron la difícil decisión de que el culto católico siguiera siendo en latín, previeron que, atendiendo a las necesidades del pueblo, los sacerdotes introdujeran oportunos comentarios que explicaran los ritos.

Al parecer, nunca se concretó esta decisión.

Hemos tenido que esperar al Concilio Vaticano II y su gran reforma litúrgica para que, además de la progresiva introducción de las lenguas vernáculas en el culto, se concretara esta disposición.

Recordemos la meta final: aquella actuosa participatio (participación activa) que es mucho más que “intervenir” en la liturgia haciendo cosas, sino un encuentro vivo con el Misterio de Cristo. Los signos visibles (palabras, gestos, cantos, etc.) nos deben llevar al misterio invisible de la Gracia divina.

De ahí la importancia del ars celebrandi: el arte de celebrar bien el culto divino, dejando espacio real al verdadero protagonista de la liturgia: Cristo que, en el Espíritu, glorifica al Padre y nos santifica, configurándonos con Él.

El sujeto “Iglesia” celebra “por Cristo, con Él y en Él, en la unidad del Espíritu Santo”.

Es bueno recordar aquí aquel gran criterio patrístico que nos ayuda a encontrar la medida justa del arte de celebrar: aquella “sobria embriaguez del Espíritu”, que convoca los sentidos para que abran nuestro espíritu a la alabanza trinitaria. Y eso es un arte, más que una fría técnica: ni reprimir los sentidos, haciendo de la liturgia un acontecimiento fríamente racional; ni exaltar de tal manera las emociones primarias que todo quede en una vivencia puramente sentimental que nos cierra a la voz suave del Espíritu.

Lo repito: arte, no técnica. Pero ¡ánimo! Tenemos de nuestra parte al gran artista de la Trinidad: el Espíritu Santo. Él sí que sabe trabajar estas cosas. Además, están las sabias orientaciones de la Iglesia, recientemente renovadas por el magisterio conciliar. Hay que dejarse llevar, con humildad y perseverancia.

Y, si de magisterio hablamos, escuchemos una página que se refiere al tema que tratamos.

La Ordenación General del Misal romano, por ejemplo, al describir algunas funciones litúrgicas, señala en el nº 105 b:

«El guía que, según las circunstancias, propone a los fieles breves explicaciones y admoniciones para introducirlos en la celebración y disponerlos a entenderla mejor. Es necesario que las admoniciones del guía estén preparadas mesuradamente y sean claras en su sobriedad. Al cumplir su función, el guía permanece de pie en un lugar adecuado frente a los fieles, pero no en el ambón.«

Lo que vale para la liturgia de la Misa vale para toda celebración. Pienso que tenemos que revisar cómo estamos viviendo estas cosas. Creo sinceramente que se nos han salido de madre, tomando una dirección que no nos está ayudando.

Una anécdota entre muchas. Hace algunos años, presidía la Vigilia Pascual en la catedral de San Francisco. Llegado el momento de la liturgia de la Palabra (tan especial en esa noche), hubo tres introducciones: la que el Misal prevé para ser dicha por el que preside, la monición del guía a ese momento de la Vigilia y -también del guía- la que introducía la primera lectura.

¡Tres moniciones con parecida finalidad!

Suelo decir -con un poco de ironía y humor- que nuestros guiones se han transformado en “una Misa dentro de la Misa”. Por eso, me parece que tenemos que poner nuestros guiones a dieta y adelgazarlos un poco (o bastante, según los casos).

Hay que volver a la indicación que nos da la Ordenación General del Misal romano que hemos citado arriba, atendiendo a cómo adjetiva las moniciones: breves, mesuradas, sobrias, y -esto es clave- dirigidas a disponer a los fieles a vivir la celebración.

El dinamismo interior de las celebraciones litúrgicas, con su riqueza de momentos, símbolos y acciones rituales, es suficientemente elocuente por sí mismo para hablar al corazón, despertar la fe y favorecer la comunión con el misterio que celebramos. Las intervenciones deben integrarse en esa dinámica, no sustituirlas o -peor aún- anularlas.

He notado que, para algunos agentes de pastoral -sacerdotes incluidos-, bien intencionados, pero poco formados, de lo que se trata es de despojar de elementos simbólicos a la liturgia para hacerla más sencilla o incluso popular. Lo que suele ocurrir es que, mientras se despoja a la celebración de su riqueza simbólica, se incrementan las intervenciones habladas. La noble sencillez que el Concilio Vaticano II auguró para las celebraciones no implica despojar de símbolos a los ritos litúrgicos con que celebramos nuestra liturgia.

Los argentinos tenemos una expresión que aquí cabría utilizar: nos volvemos “lateros”, alargando los discursos, saturando de palabras la celebración y volviéndola insoportable.

***

 Bueno, después de toda esta “lata”, paso a dar algunos tips para esa dieta que adelgace nuestros guiones.

  1. Regla de oro: moniciones breves, claras y sobrias, dirigidas, sobre todo, a generar la disposición de la asamblea litúrgica para vivir el misterio. No buscamos aclarar ideas, sino favorecer actitudes.
  2. Eso significa que no tenemos que pedirles a nuestras moniciones que hagan lo que tiene que hacer, por ejemplo, el que tiene a su cargo la homilía: volver sobre el mensaje de las lecturas escuchadas y, con ese mensaje, llevarnos al encuentro con el Señor presente en la celebración.
  3. Al inicio de la Misa, y para disponer a la asamblea, el guía introduce con una monición breve para genera el clima de fe que necesita la liturgia: hace patente el valor de reunirnos para celebrar, invita a disponer el corazón y, en todo caso, señala el canto que abrirá la celebración litúrgica. Nada más. No resume el mensaje de las lecturas, como en un adelanto de la homilía.
  4. Si hubiera una ocasión especial, por ejemplo, una Jornada mundial, la fiesta patronal o una intención o circunstancia particular, recomiendo hacerla en la monición que puede seguir al saludo inicial. O lo hace el sacerdote que preside o el guía, pero siempre breve, clara y austera, sin extenderse en explicaciones y comentarios que, en todo caso, van en la homilía.
  5. Es recomendable que la monición que introduce a las lecturas sea una para todas. No tenemos que adelantar lo que las lecturas nos dirán, pues ellas -san Pablo, por ejemplo- suelen hacerlo mejor que nosotros. La monición comienza invitando a las personas a tomar asiento, espera que todos estén sentados y sencillamente invita a escuchar con fe la Palabra de Dios. En ocasiones basta que solo invite a tomar asiento (es lo que yo prefiero).
  6. Una indicación para el salmista: diga en voz alta, clara y firme la antífona y responda con el pueblo, también después de cada estrofa. En ocasiones, la antífona es un poco complicada para recordarla. El salmista debe ayudar al pueblo a responder.
  7. La oración universal o de los fieles merece alguna clarificación particular. Al redactarlas, téngase en cuenta este criterio: se debe enunciar cada petición en tercera persona; es el pueblo el que ora a Dios directamente. No se deben redactar, por ejemplo, así. “Padre, te pedimos tal o cual cosa”. El guía formula la petición, pero es la asamblea la que dialoga con Dios. Ejemplo: “Pidamos al Padre por nuestro papa Francisco y nuestro obispo para que sean fieles a la misión recibida. OREMOS”. Y toda la asamblea responde (mejor, cantando): “Padre, escucha nuestra oración”.
  8. No formular demasiadas peticiones. No más de cinco o seis, como dice Jesús: el Padre, que ve en lo secreto, sabe lo que necesitamos. Pocas palabras, pocas palabras.
  9. Para el resto de las moniciones (presentación de ofrendas, comunión y despedida) vale lo que hemos dicho antes: brevedad y dirigidas a las actitudes más que a desarrollar ideas. En la presentación de ofrendas, se puede destacar el sentido de nuestro aporte material. Y no olvidar la invitación a los cantos procesionales, indicando, allí donde sea oportuno, qué canto hacemos y dónde encontrarlo.

Aquí me detengo, espero que estas reflexiones sean útiles. Las subo a mi blog y mis redes, esperando los aportes, resonancias y comentarios que quieran hacer.

Chau,

+ Sergio O. Buenanueva
obispo de San Francisco domingo 5 de mayo de 2024

Buena salud de nuestra democracia

Esta mañana he posteado en las redes estas breves reflexiones sobre la Marcha Federal Univesitaria que se está desarrollando por estas horas en nuestro país.

Nuestra democracia tiene normas escritas que regulan su vida. Es la delicada arquitectura que diseña nuestra Constitución.

Pero también tiene un conjunto de valores no escritos que son tan o más importantes que las normas escritas: el respeto del otro, la reciprocidad, la amistad social, la benevolencia, la voluntad de no agredir, el intercambio en el espacio público, los valores espirituales y religiosos que animan la vida de nuestro pueblo, etc.

Unas y otros ponen límites al poder, lo controlan, lo obligan a escuchar y a rectificar, a negociar, a buscar consensos, a mirar siempre más allá y más hondamente de las propias ideas y proyectos.

En la confluencia de normas escritas y valores éticos está uno de los principios fundamentales de toda cultura democrática: la libertad de expresión.

En los tiempos que corren -lo observamos en otros países- los límites que separan al poder ejercido de forma democrática y la autocracia se vienen corriendo peligrosamente, motivados por un comprensible hartazgo con la política, su desconexión con la realidad concreta y sus magros resultados para mejorar realmente la vida de las personas.

Entre las causas del hartazgo con la política no hay que excluir lo que el papa Francisco denomina “la colonización ideológica” que, a través del estado, se impone a la vida de los ciudadanos con un autoritarismo exasperante.

Una democracia sólida requiere ciudadanos conscientes, convencidos y con un sentido ético muy desarrollado del compromiso de todos con el bien común. Y de la moderación que esta tarea nunca acabada requiere para fundar sólidamente el futuro de todos.

En la Marcha Federal Universitaria seguramente se entremezclan intereses particulares, algunos legítimos, otros, no tanto. A ninguno se nos escapa, tanto como que las universidades argentinas, tanto las nacionales como la de gestión privada, son un gran valor de nuestra cultura argentina, que merece la atención y preocupación de todos.

Así es la realidad, y así es la política. Con esa mezcla de intereses y voluntades contamos para caminar como sociedad. Desde allí partimos para edificar el bien común, cuyos sujetos somos todos y cada uno de los ciudadanos argentinos.

La buena salud de la universidad argentina es una cuestión que nos atañe a todos: su excelencia académica inseparable de la circulación libre de ideas, su accesibilidad como motor del desarrollo y del progreso integral, su sostenimiento económico, etc.

Es valioso que la expresión de hoy se haga y que transcurra pacíficamente, tanto para quienes adhieren convencidos a su convocatoria, como para quienes lo hacen solo en parte o, incluso, para los que no adhieren a ella.

La mejor política es la política posible

Reflexiones desde la perspectiva del Evangelio y la enseñanza social de la Iglesia

La Politica  tiene una insoslayable dimensión ética, pero no es, de ordinario, una lucha entre el bien y el mal; menos aún, entre los puros y los impuros, los justos y los réprobos.

No busca traer el cielo a la tierra, como pretenden las ideologías. Esa pretensión lo único que suele traer a los pueblos es un anticipo del infierno.

La acción política busca el bien posible, aquí y ahora, con personas -ciudadanos y dirigentes- que no son ni ángeles ni demonios, sino seres humanos imperfectos y perfectibles.

Construye el orden justo posible, sabiendo además, que toda construcción humana, mucho más la política, requiere una enorme fuerza espiritual para sostenerse en el tiempo.

De ordinario, las personas, las sociedades y los pueblos tienen que renovar su compromiso con la verdad, la justicia y el bien, una y otra vez. Nunca están conquistados del todo.

Por eso, los pueblos requieren cuidar las fuentes espirituales que hacen que las personas tengan convicciones, fuerza moral y perseverancia en la búsqueda de bienes que son posibles, pero arduos.

Ahí entran en juego la fe, la relación con Dios y -en una propuesta como la cristiana- la compasión y el amor al prójimo.

En Argentina, esas fuentes están vivas. Son como el pozo de Jacob del evangelio: ahí está Jesús esperando a la samaritana para despertar su sed y ofrecerle el agua viva del Espíritu para vivir y pelear la vida.

Y están en los corazones, en los barrios, en las inteligencias y voluntades que, cada mañana, apuestan por el futuro del país.

Si tenemos que imaginar un consenso posible para nuestro pueblo, pensando en el futuro generoso, no en la coyuntura o en el interés inmediatista, en esas fuentes tenemos que abrevar para encontrar la fuerza espiritual que necesitamos para toda obra buena y grande.

La oración humilde, perseverante y esperanzada es parte de esa dinámica salvadora. Y -no lo dudo- cada mañana, millones de argentinos y argentinas rezan, elevando su corazón a Dios, poniendo en sus manos paternales a sus hijos, nietos y amigos, su trabajo y sus esperanzas, sus tribulaciones y dolores más profundas.

No nos faltan razones para mirar el futuro con esperanza.

+ Sergio O. Buenanueva Obispo de San Francisco 6 de marzo de 2024

El espacio público, esencial para la cultura democrática

El espacio público es uno de los elementos que definen a la cultura democrática.

Nos pertenece a todos los ciudadanos. No es ni del estado, ni de un sector particular.

Allí confluyen, las más de las veces de forma caótica, las voces de todos.

Es el modo como se concreta la libertad de expresión, que es de todos los ciudadanos, no solo de los medios; y cuyo sólido fundamento es la libertad de conciencia.

Para el humanismo cristiano, estas dos libertades (de expresión y de conciencia) son condición fundamental para la libertad más profunda del ser humano: la de buscar al Dios verdadero y, reconociéndolo como tal, amarlo, servirlo y rendirle culto.

Estas tres libertades expresan la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, cuyo modelo supremo es Cristo, el Hijo de Dios.

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Los argentinos tenemos virtudes y también defectos; pero, ahí, en la frontera casi imperceptible entre unos y otros, está nuestra tendencia a ser rebeldes, revoltosos y gritones.

Así es también nuestro espacio público.

Cuando, desde una posición ideológica concreta, ungimos a una persona como nuestro líder, no nos complace que lo sometan a crítica de ninguna especie. El que lo critica -pensamos-, no solo está equivocado, sino que lo está porque es una mala persona o tiene intenciones torcidas; y, desde ese funesto malentendido, nos aporreamos unos a otros.

No podemos imaginar que, quien no tiene la misma visión de las cosas que nosotros, tenga buena voluntad o, lo que sería más sencillo, una parte de verdad en la nunca acabada tarea de comprender la realidad.

Gracias a Dios, nunca se cumple este ideal: asumir un rol de liderazgo en cualquier ámbito -también el religioso- supone una buena cuota de paciencia para soportar frustraciones, críticas y diversas formas de agresión.

Y, en el espacio público, unos y otros somos obligados a pensar y repensar nuestras ideas, juicios y prácticas.

Las formas democráticas son esenciales para resguardar el fondo del sistema, aunque parece que no terminamos de estar convencidos del todo de que la pluralidad política es esencial al funcionamiento de la democracia.

Además, con todas sus imperfecciones, nuestro sistema democrático ha sabido poner límites a los diversos proyectos hegemónicos que han pretendido ir por todo.

Es un logro no menor que hemos sabido conseguir.

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La responsabilidad pública que tenemos los dirigentes implica, entre otras cosas, la capacidad de ser claros y explicar lo que realmente pensamos, tender puentes entre opuestos, buscar el consenso posible entre personas concretas de carne y hueso…

El bien posible está confiado a personas que no somos ni puramente ángeles ni empedernidos demonios. 

Hacernos cargo de la realidad que nos ha tocado, con inteligencia y amabilidad, sin arrogancia y una buena cuota de humor, suele ser más efectivo que avanzar furibundos destruyéndolo todo.

No se trata de reprimir la pasión por el bien, la verdad y la justicia que nos habita. Esa pasión es también un rasgo precioso de nuestra semejanza con Dios. De lo que se trata es de encontrar los cauces para que esa fuerza impetuosa fluya generosamente, abra el futuro y, por eso, construya un edificio que perdure.

La pedagogía que promueve la tradición cristiana hizo suya la imagen platónica de la prudencia que, como hábil auriga, sabe guiar el brío de las pasiones humanas (la ira, la pulsión del placer, etc.) para que el hombre alcance su meta. A las virtudes cardinales (prudencia y justicia, fortaleza y templanza), añadió el impulso de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) que centran al ser humano en Dios.

La prudencia política no es sinónimo de pusilanimidad, como tampoco la amabilidad. Lo cortés -aprendimos de chicos- no quita lo valiente.

Al espacio público que compartimos incluso con quienes tienen otras visiones, los católicos aportamos esta mirada, pues creemos que es portadora de verdad, de bondad y de belleza para todos.

Es bueno decir lo que pensamos. Es parte de nuestra contribución al bien común.

Nuestra democracia funciona. Puede y debe funcionar mejor

A pesar de sus límites, la democracia argentina funciona. Nos ha permitido transitar estos cuarenta años sosteniendo el andamiaje institucional diseñado por la Constitución y que es fundamental para nuestra vida en común.

La democracia es preferible a otros sistemas por su fundamento y los valores ciudadanos que promueve: la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, sus deberes y derechos, la inviolabilidad de su conciencia y el respeto por su libertad, condición indispensable para la justicia social y el bien común.

Llegado a este punto, permítanme una confesión personal: solo creo -con fe teologal- en Dios; pero, como cristiano y ciudadano me decanto con convicción por la democracia republicana.

Desde que Pío XII pronunciara su admirable radiomensaje en la Navidad de 1944, proponiendo el camino de la democracia para la reconstrucción de un mundo que todavía escuchaba los tambores de la más terrible de las guerras de la historia, el magisterio de la Iglesia católica ha ido articulando su propio discurso sobre la democracia. En él me inspiro siempre…

El Confreso de la Nación en construcción

Es cierto que la cultura política argentina suele tener fascinación por los liderazgos fuertes, carismáticos, disruptivos y con tendencias hegemónicas. Suelen ser hábiles para trazar una línea nítida que separa eficazmente a los justos de los réprobos. ¿Cuántas antinomias autodestructivas registra nuestra historia nacional? A las antiguas no dejan de sumarse las nuevas… En buena medida, para esta forma de entender las cosas, gobernar es encontrar un enemigo y ponerlo contra las cuerdas. Que en ese proceso, la sociedad misma quede herida y maltrecha, parece una consecuencia “soportable”…

Tal vez tengamos que aceptar con realismo que somos así, también en buena medida. Solo que también tenemos que ser lúcidos y comprender los riesgos que este tipo de aficiones y liderazgos conlleva, sobre todo, cuando se da la mano con aquella “anomia boba” (Carlos Nino), que nos hace tener una actitud “sobradora” ante el estado de derecho, el imperio de la ley, la paciente sujeción a las normas de convivencia y a los mecanismos que hacen funcionar el delicado engranaje de nuestra democracia republicana, representativa y federal.

Buena parte de nuestras penurias tienen aquí una de sus raíces más fuertes.

¿Seremos capaces de aprender otro modo de gestionar nuestra vida pública?

Las pasadas elecciones mostraron una voluntad fuerte de cambio en los ciudadanos. No es un dato menor. ¡Y vaya si no necesitamos cambios de fondo a nivel político, económico, laboral y cultural!

Identificar cuáles sean esos cambios y con qué fuerza ética los llevaremos adelante son desafíos enormes. Más que gritos y bravatas requieren sagacidad, realismo y paciencia para ganar voluntades y construir consensos posibles con hombres y mujeres concretos, imperfectos pero perfectibles, ni puros ángeles ni irredentos demonios.

¿Esos cambios incluyen también una aceptación más convencida de que la pluralidad de opciones políticas no es un defecto que superar sino la forma básica en que se manifiesta la vitalidad de una sociedad libre, la verdadera riqueza de un pueblo como el nuestro y un inmenso valor que custodia el sistema democrático?

El pensamiento social cristiano, que tanto ha contribuido en la vida de nuestra patria, sigue siendo para muchos -me incluyo- una referencia fundamental.

El humanismo que brota del Evangelio, tal como lo expresa la tradición católica, pone el acento en la persona humana, en la familia y en la potencia de la sociedad civil, no menos que en el rol de estado para ordenar la vida pública, favoreciendo el desarrollo integral de las personas que es la meta de bien común.

El Evangelio de Jesús nos pone a sus discípulos siempre del lado de los más frágiles y vulnerables. No es “pobrismo”, como algunos repiten hasta el aburrimiento.  Es realismo concreto y, por eso, muy humano y efectivo. Porque creemos en Dios que se hizo hombre, se identificó con los pobres y, desde ese lugar recreó todas las cosas. Así dio su vida en la cruz y resucitó, creemos en la bondad que ese mismo Dios bueno pone en el corazón de cada una de sus creaturas.

¿Hacia dónde vamos como argentinos? Cada día le pido a Dios luz, inspiración y corazón grande para edificar el bien común de mi Patria.

La esperanza en Dios no defrauda.

Encuentro

Mañana lunes 12 de febrero es el encuentro entre el #PapaFrancisco y el presidente #JavierMilei.

Dos argentinos, dos mundos muy diversos, pero llamados a esta uno frente al otro.

Uno es un presidente liberal-libertario. Otro, un papa que representa el humanismo cristiano de la tradición católica  latinoamericana.

En el plano de las ideas y hasta de la cosmovisión las divergencias son notables y seguramente no desaparecerán. No tiene tampoco que ser así.

Las ideas pueden distanciarnos, pero los corazones tienen capacidad para abrirse y comulgar. Somos mucho más que nuestras ideas y proyectos.

Como argentinos, uno y otro expresan «dos Argentinas» que necesitan encontrarse, mirarse, escucharse y dejarse interpelar.

Los argentinos necesitamos que esas dos Argentinas que todos llevamos dentro se encuentren con franqueza y, ¿porqué no?, con jovialidad.

Esto es importante y urgente.

Pero hay más. Mucho más.

Francisco es más que un argentino devenido en un importante líder mundial.

Es el Pastor de la Iglesia de Cristo. Y él es consciente de ello. Mucho más después de estos diez años de intenso ejercicio del ministerio petrino.

Como todo papa con esa experiencia en los hombros y en el corazón, ha adquirido una perspectiva genuinamente católica,  es decir, de «totalidad», que seguramente jugará un papel beneficoso en el encuentro.

El papa y el presidente vienen de tener gestos y palabras superadores de algunas desavenencias. Hoy, en la canonización de #MamaAntula, pudimos verlo. Y nos ha hecho mucho bien.

De entre todos los múltiples y difíciles desafíos que tenemos los argentinos, uno de ellos es precisamente encontrar un terreno común para sembrar y hacer crecer el bien común.

Rezo por este encuentro de mañana. Rezo cada día por nosotros, los argentinos, aprendices un poco revoltosos del arte de la convivencia y la fraternidad.

Le pido a santa #MamaAntula, al #SantoCuraBrochero y a san #ArtemidesZatti que nos acompañen en el camino que transitamos como pueblo.

Justicia social

En su discurso en el Foro de Davos, el presidente Milei volvió a criticar con fuerza la noción de “justicia social”.

Como este concepto surgió en el pensamiento social católico, me parece oportuno poner sobre la mesa algunos puntos para la discusión. No me molesta la crítica. Al contrario: nos estimula a pensar mejor. En algunos puntos se puede coincidir; en otros, no.

Si se identifica más o menos a la justicia social con una distribución equitativa de bienes operada por el estado, y, por tanto, como remedio a las desigualdades económicas, el riesgo que señala el presidente no es para nada abstracto. ¿Hasta dónde puede llegar la coacción del estado en esta materia?

Sin embargo, en la tradición católica, el concepto de justicia social es mucho más rico. Justicia social es justicia, es decir: una virtud que perfecciona la voluntad de las personas. Y, por tanto, es fruto de la libertad que decide buscar siempre lo que es justo: darle a cada uno lo suyo. Nadie se vuelve justo, solidario o generoso por coacción. Hay que decidir serlo y empeñarse en ello.

Cuando los pensadores cristianos formularon el concepto de justicia social lo hicieron para mitigar y corregir el sesgo demasiado individualista del pensamiento liberal que tiende a reducir el rico significado de esta virtud a la justicia conmutativa, que es la que rige las relaciones individuales. Pienso que es ese uno de los riesgos más fuertes que veo en el discurso del presidente Milei (no solo en el de Davos) y de algunos de sus colaboradores.

La justicia social es la justicia del “bien común”; es decir, supone, ante todo, la participación de los ciudadanos libres en la creación de las condiciones que hacen posible el desarrollo integral de las personas. Y no solo su participación, sino también su colaboración activa.

Por eso, la doctrina social de la Iglesia ha señalado siempre con mucha fuerza el rol imprescindible de las personas y las agrupaciones que, desde abajo, dinamizan la vida social. Es más, para la doctrina social de la Iglesia, el primado en la edificación del mejor orden justo posible lo tienen los ciudadanos, individual o grupalmente considerados.

Es la subjetividad de la sociedad: primero las personas y la sociedad, y a su servicio el estado y los gobernantes que, democráticamente elegidos, se turnan periódicamente en la administración de la cosa pública.

Esta primacía de la subjetividad social es, hoy por hoy, más viva y urgente que nunca, dada la fuerte democratización de la vida ciudadana, operada, entre otros factores, por las redes.

En este marco, el rol del estado es favorecer una arquitectura sensata y sana de instituciones, leyes, normas y eficacia administrativa que favorezcan la participación y colaboración de las personas en la consecución del bien común.

En una sociedad con fuertes (y crecientes) desigualdades como la argentina, es urgente poner en marcha o recuperar esta sinergia virtuosa entre los ciudadanos y la sociedad, el mercado y el estado que ponga en marcha un proceso igualmente virtuoso de desarrollo integral para todos, especialmente atentos a los más vulnerables.

Una última digresión: de todas las conjunciones de la lengua castellana, la más “católica” de todas es nuestra maravillosa “y”: es estado y mercado, ciudadanos y sociedad, impuestos e inversión, etc.

He puesto sobre la mesa algunos puntos. Por supuesto, no todos. No sé si ayudarán. Los argentinos somos pasionales y, por momentos, intransigentes para dialogar y buscar consensos.

Sin embargo, y arriesgando una buena cuota de ingenuidad, quisiera seguir apostando por esa alta forma de vida ciudadana que es el diálogo franco, abierto y sincero.

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
19 de enero de 2024

#JusticiaSocial
#Davos

Algunas precisiones sobre la renuncia a la asignación del Estado nacional a los obispos

Puede ser de utilidad estos párrafos de una respuesta mía a una amiga que me hizo algunas preguntas sobre lo que implica la renuncia a la asignación que el Estado nacional, cumpliendo el mandato constitucional, hacía a la Iglesia católica en la persona de los obispos, y que ha terminado este 31 de diciembre. 

La renuncia al aporte del Estado nacional se pactó en la administración Macri. Desde entonces, el monto de la asignación a los obispos ha aumentado muy poco (por ejemplo, al ritmo de la inflación). La de diciembre de 2023 (que fue el último mes con ese aporte) fue de $ 56000. Por eso, para obispados como el de San Francisco no ha significado una dificultad grave. Se ha ido absorbiendo con los ingresos habituales que llegan a la Administración del Obispado (aportes de parroquias, colegios y otros ingresos). 

En previsión de lo que esta renuncia significaría para las diócesis más pobres, la Conferencia Episcopal creó un fondo solidario en el que las diócesis han ido aportando para compensar a las iglesias más necesitadas. 

Los obispos jubilados que solicitaron la jubilación especial del Estado tuvieron que renunciar a toda jubilación para la que hubieran estado aportando, por ejemplo, FIDES (la jubilación de los curas) u otra. Pero tampoco ese monto tuvo aumentos, por eso, los jubilados están recibiendo ahora $ 98.000. 

Cabe aclarar que nunca las asignaciones para los obispos (el mal llamado “sueldo de los obispos”) fue abonado según la ley. Siempre fue menor al monto establecido. 

En nuestra última Asamblea los obispos aprobamos un monto base para la asignación mensual de todos los obispos que, a valores actuales (para diciembre, por ejemplo) es de $ 208.000. El índice para ajustar según inflación es el de UTEDYC. Esto vale para obispos residenciales, auxiliares y jubilados. 

Como ocurre con los sacerdotes que trabajan en las parroquias, son los consejos de asuntos económicos parroquiales los que tienen que abonar la asignación, más el aporte jubilatorio y la seguridad social; así también son los obispados los que abonan lo mismo a los obispos. En el caso de los jubilados es la diócesis de la que fueron obispos la que tiene que abonar la asignación o compensar lo que falta al monto establecido 

La cuestión de fondo es seguir creando conciencia de que, ya ahora, somos los católicos los que sostenemos la obra evangelizadora de nuestra iglesia (parroquias y diócesis), pero tenemos que seguir trabajando para crecer en esa conciencia y en el aporte de dinero, tiempo y talentos al servicio de la evangelización. 

A la Iglesia en Argentina no la sostiene el estado. No lo ha hecho ni lo hará, aunque es cierto que, para muchas obras, sobre todo extraordinarias, entre otros recursos, también podemos solicitar al estado, pues es el estado el que administra nuestros impuestos. Y los católicos también los pagamos. 

Valía la pena la explicación un poco larga. 

Saludos y feliz año 2024. 

Como el buey y el asno

«Hoy sabrán que vendrá el Señor; y mañana verán su gloria» (Invitatorio de la Liturgia de las Horas de este 24 de diciembre).

Jesús es el Salvador y el Rey de la Paz.

Contemplándolo recién nacido en el pesebre, chiquito e indefenso, vulnerable y colmado de ternura, supliquemos que nos dé la Paz de Dios.

Paz para el mundo, especialmente para los pueblos que sufren todo tipo de violencia, especialmente la guerra.

Paz para nuestra hermosa, fascinante, pasional y atribulada Argentina, siempre haciéndonos caminar al filo del precipio. Pero, ¡cuánta bondad, belleza y verdad hay en nuestro pueblo!

Paz para la Iglesia, esposa amada del Señor, rescatada ella misma por Jesús, lavada en el bautismo, ungida por el Espíritu y alimentada con el Pan de la Eucaristía.

Creo que nunca he visto tanta división, arrogancia y polarización en el cuerpo eclesial.

Que Jesús, rey pacífico, pacifique nuestros corazones. Que dejemos de lado palabras ofensivas que echan sal en las heridas y nos convirtamos, los unos para los otros, en buenos samaritanos que se detenien, se compadecen y cargan sobre sí a los hermanos heridos.

¡Ven, Jesús, que te esperamos!

Con los ojos de María, con el corazón de José y con la humildad de los pastores acerquémonos al Pesebre.

O, al menos (y evocando un memorable diálogo entre Don Camillo y Peppone), como el buey y el asno…

  • Sergio O. Buenanueva
    Obispo de San Francisco
    24 de diciembre de 2023

¡Vení, Francisco, te estamos esperando!

La visita pastoral del #PapaFrancisco a nuestra #Argentina, su tierra, parece cada vez más cercana.

Aclaro que, al respecto, no manejo información especial. Soy un simple obispo del interior del interior que busca comunicar la Alegría del Evangelio.

Pero quiero contarles porqué la perspectiva de la visita de Francisco me llena de alegría y me entusiasma. 

La esperamos desde hace diez años. Rezo para que se dé el año próximo.

Obviamente, voy a hablar desde la fe que profeso y desde mi condición de pastor.

Señalo dos cosas:

1. La visita será un reencuentro: del hombre, del creyente y del pastor Jorge Bergoglio con la tierra que lo vio nacer y con la Iglesia madre que lo engendró en la fe, que acogió su vocación y en la que aprendió a ser pastor. Y un reencuentro de nosotros, sus hermanos, con él.

2. Pero será la visita del obispo de Roma, el Papa, al que Cristo le confió confirmar en la fe a sus hermanos y velar por la comunión de la Iglesia en la verdad, la misión y la caridad de Cristo. Y esto es lo más valioso y determinante. Y, según mi criterio, lo que más necesitamos. Su visita será un fuerte impulso para nuestras Iglesias diocesanas y la evangelización.

Ni ahora ni cuando se dé podemos reducir la visita de Francisco a un acontecimiento político. Por supuesto, que su presencia, sus gestos y sus palabras de pastor tendrán repercusión social y política. Es así con el Evangelio que proyecta su luz sobre toda la vida humana. Nada incide más en la vida que la fe cristiana en el Dios encarnado, amigo de los pobres.

¡Qué venga el pastor a celebrar con nosotros a Jesucristo y la alegría del Evangelio!