Un león que proclama la paz de Cristo

«La Voz de San Justo», domingo 11 de mayo de 2025

“Jesús dijo: Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y Yo somos una sola cosa.” (Jn 10, 27-30).

El lema del nuevo papa León XIV es una frase de San Agustín: “En Aquel que es Uno (Cristo), todos somos uno” (“In Illo uno unum”). Es como un eco de la declaración del Señor: “El Padre y Yo somos una sola cosa”.

Es la unidad que nace de Dios y se manifiesta en Cristo, el Señor. Unidad para la Iglesia y también para la humanidad.

Cuando León XIV apareció en el balcón de San Pedro dijo también algo que es como un eco del evangelio de hoy: “el mal no prevalecerá”. Es la promesa de Jesús a la Iglesia fundada sobre Simón Pedro: “el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16, 18).

Este León comenzó su misión proclamando la paz de Cristo: “Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios. Dios que nos ama a todos incondicionalmente”.

Querido papa León XIV: estamos empezando a conocerte, pero ya te amamos como Pedro entre nosotros. Y oramos por vos y tu misión de unidad, de paz y de servicio a la fe en Jesucristo resucitado. Que la Virgen te cuide. Amén.

Cónclave a las puertas…

Cada elección de un papa es un acontecimiento de primer orden para la Iglesia… y para el mundo.

El cónclave de la semana próxima aparece especialmente importante y decisivo para el futuro de la Iglesia.

Es así por varias razones que no viene al caso comentar aquí.

Es bueno (en realidad, muy bueno), que los cardenales hablen con franqueza y hasta con aspereza sobre cómo ven la Iglesia, la misión del obispo de Roma y los desafíos que tiene la fe en este tiempo que nos toca vivir.

Parte de esas conversaciones es hacer una evaluación lo más completa posible del papado del papa Francisco, sus más y sus menos, sus logros y sus pendientes. También las cosas que no satisficieron.

Esto pasó en todos los cónclaves, tanto los recientes (tener memoria de 1978, 2005 y 2013) como en el pasado más lejano.

Es lógico que se hable de continuidad o de discontinuidad: en qué nivel se tienen que dar una u otra (qué permanece, qué forma parte del fondo, qué debe se superado o desechado).

El oficio petrino del obispo de Roma, tal como ahora lo conocemos, es fruto de un largo proceso histórico que hunde sus raíces en la voluntad del Señor manifestada en los evangelios, la tradición viva de la Iglesia, la convergencia más o menos fuerte de condicionamientos históricos, políticos y culturales.

Reducir el primado del papa a un primado de honor (un primus inter pares) convive con la tendencia a que el papa absorba toda subjetividad eclesial como si fuera el párroco o el obispo del mundo.

Ya al final de su pontificado, san Juan Pablo II pidió que se ayudara al obispo de Roma a vivir su ministerio también como servicio a todas las Iglesia. Lo hizo con estas palabras: «Que el Espíritu Santo nos dé su luz e ilumine a todos los Pastores y teólogos de nuestras Iglesias para que busquemos, por supuesto juntos, las formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor» (Ut unum sint 96).

Sigue siendo una súplica muy actual.

A todos nos toca rezar por los cardenales, por el cónclave, por la Iglesia y su misión en este mundo nuestro.

San Francisco, 3 de mayo de 2025

Rezamos por vos, Francisco

Vengo de la Misa en catedral.

El evangelio de este fin de semana es fuerte, difícil, imposible… hasta que Jesús nos lleva al fuego que arde en él y que es la clave de todo: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”.

Sean misericordiosos, como ustedes saben, porque lo experimentan cada día, que Dios es misericordia.

El salmo 102 -uno de los más bellos del Salterio- lo dice también: compasivo, misericordioso, no nos trata como merecen nuestros pecados; cuanto dista el oriente del occidente, así aleja de nosotros nuestros pecados… como un padre es cariñoso…

He pensado mucho en el papa Francisco. Me he conmovido solo en mi casa rezando por él en estas horas…

En la acción de gracias, mientras el Coro cantaba: “Bienvenida tu misericordia, bienvenida tu consolación…”, espontáneamente me han venido al corazón algunas cosas que vengo escuchando por estas horas: personas que, alejados tal vez de la Iglesia, se sienten tocados por Francisco y, a su manera, oran por él.

Pienso en los presos, hombres y mujeres, a los que ha abierto siempre su corazón; pienso en los ancianos y enfermos; también en los pobres que lo sienten suyo de manera especial; pienso en las parejas “así llamadas irregulares”, que han experimentado las caricias de la madre Iglesia; en los jóvenes y no tan jóvenes homosexuales, etc.

Pienso en lo que le dijo a un periodista en 2015, preparando el Jubileo de la misericordia. Cito de memoria: la misión de la Iglesia es mostrar las entrañas de misericordia de nuestro Dios.

En estas horas, otra cuestión me ha impactado y consolado: se ha generado una corriente de cariño, compasión y oración por Francisco en la Iglesia. Incluso personas que no están de acuerdo con él en varias cosas, sin embargo, ahora se sienten -como lo somos todos- parte de esta familia que ora por el “Padre común”.

Es una de las cosas más bonitas de la experiencia de ser católicos. Como decía Don Camillo de sus feligreses: “son un poco rudos, pero con un sentido profundo de la humanidad”.

Es algo que siempre me ha fascinado de ser católico.

En el mundo, y en ese pequeño-gran mundo que es nuestra #Argentina, parecen prevalecer el odio, la palabra deliberadamente ofensiva, la amargura y el juicio condenatorio… todo es un peligroso «acting» de violenta amargura.

Por eso, el evangelio es más urgente que nunca: hacer por los demás lo que queremos que los demás hagan por nosotros; si te hacen mal, te odian o te difaman, hacer el bien…

De eso se trata.

¡Rezamos por vos, querido Francisco!

Rezamos por vos, Francisco

La delicada salud del Papa Francisco internado en el Gemelli de Roma ha suscitado una corriente de afecto, compasión y oración en todas partes.

En Argentina esta «movida» de oración por el Santo Padre ha sido, en buena medida, espontánea, rápida e intensa.

En estas horas estamos unidos en oración como familia que somos: la familia de Jesús unida por los vínculos sobrenaturales de la fe y la caridad.

Incluso personas o sectores que han mostrado desavenencias con Francisco por diversos motivos (políticos, ideológicos o religiosos) ahora rezan por él con sinceridad de corazón.

Es cierto que, sobre todo, en las redes o en los comentarios de  las noticias, aparecen expresiones desagradables, toscas y hasta groseras. Suscitan extrañeza y bronca, pero, en última instancia, despiertan tristeza pues revelan cuanta amargura puede albergar el corazón humano. El mayor daño aquí es autoinflingido: nadie vive bien con semejante resentimiento.

Se puede aplicar aquí lo que el genial personaje de Chespirito afirmaba de la venganza: «Nunca es buena. Mata el alma y la envenena».

Pienso, por el contrario, que este reencontrar unidas rezando por Pedro saca a la luz la belleza de la fe compartida, la nobleza del corazón humano y el Rostro más luminoso del Dios que se complace en «habitar en los corazones rectos y sencillos», como rezábamos el pasado domingo.

¡Rezamos por vos Francisco!

¡Somos familia!

Benedicto XVI – In memoriam

Acabo de encontrar esta preciosa foto de Benedicto XVI.

Es, con Pablo VI, de los papas recientes que más me inspiran y con los que me siento más en sintonía interior, en mi forma de creer, comprender y transmitir la fe.

Obviamente, este es un punto de vista subjetivo en el que se conjugan temperamento, personalidad, ideas y afectos.

Pero, esta foto refleja algo que es, para mí, un criterio de pensamiento y acción: el modo cómo Ratzinger/Benedicto XVI entiende y vive la liturgia.

En 2006, en un encuentro con adolescentes y jóvenes, un chico le preguntó por su vocación. Después de referir lo que significó para él descubrir la necesidad de Dios para el mundo, en referencia a la oscuridad opresiva del nazismo que imaginaba una Alemania en la que no serían necesarios los sacerdotes, se refirió a la liturgia, como fuente de su vocación al ministerio y a la teología.

En este sentido, dos experiencias fuertes -decía- lo han ayudado: el descubrimiento de la belleza de la liturgia, “porque sentía que en ella se nos presenta la belleza divina y se abre ante nosotros el cielo”. Y, muy unido a lo anterior: “el descubrimiento de la belleza del conocer, el conocer a Dios, la sagrada Escritura, gracias a la cual es posible introducirse en la gran aventura del diálogo con Dios que es la teología. Así -concluye-, fue una alegría entrar en este trabajo milenario de la teología, en esta celebración de la liturgia, en la que Dios está con nosotros y hace fiesta juntamente con nosotros.”

El buen vino de la liturgia de la Iglesia está siempre ahí, como recién salido de las Bodas de Caná, para colmar de alegría el corazón del hombre.

31 de diciembre de 2024 – 2º aniversario de la muerte del Papa Benedicto XVI

Es bueno y necesario permitirnos debates intensos

Las sociedades necesitan debates intensos.

Para eso está el espacio público que nos pertenece a todos los ciudadanos, tan únicos como distintos en nuestros puntos de vista y pareceres.

Hasta allí llegamos para hacer oír nuestra voz. Es un derecho de cada uno, porque es un deber y una responsabilidad.

Para eso existe también la política y en las democracias, el Parlamento, que es el espacio en el que debería aparecer el alma de toda democracia: la palabra, la idea, la toma de posición, la confrontación entre diversos y hasta opuestos puntos de vista. Y, cuando se den las condiciones, los consensos posibles sobre lo que es bueno, justo y verdadero, aquí y ahora.

La confrontación de ideas no es extraña a la vida pública.

El papa Francisco suele señalar que «la unidad prevalece sobre el conflicto», pero que éste no puede ser desconocido, silenciado o ignorado. Pero tampoco que podemos quedar atrapados en el conflicto.

La confrontación y el conflicto deben ser asumidos. Y eso requiere mucho más que tener buenas cuerdas vocales para gritar. Requiere las virtudes más exigentes que debemos cultivar todos, ciudadanos de a pie y dirigentes: la fortaleza, la paciencia, la magnanimidad, la laboriosidad… y, sobre todo, la caridad que es la búsqueda del bien real del otro y, en el caso de la vida en comunidad, del bien común.

No nos podemos permitir cruzar algunos límites, especialmente, los que ponen en marcha los mecanismos tenebrosos de la violencia política que los argentinos conocemos bien, aunque parece que, en ese punto, rápidamente perdemos la memoria.

Puedo estar en el más franco y duro desacuerdo con otro, no coincidir con sus valores o su interpretación de la historia, o lo que sea… lo que nunca me puedo permitir es cruzar el límite de negarle subjetividad, bajarle el precio a su condición de semejante, de persona, de sujeto de una dignidad que, en última instancia, tiene su fuente en Dios creador.

Esto resulta particularmente exigente cuando alguien cruza el umbral de la muerte. En ese momento se impone un respetuoso silencio, que no lo es de su obrar (ha habido y habrá tiempo para ello), sino respeto por su persona única que ha comparecido ante el único juicio verdaderamente transparente y completo: el del Dios vivo, tan justo como misericordioso.

¡Ojalá que los argentinos podamos conjurar el riesgo de rebajar nuestros debates públicos!

Tenemos que poner sobre la mesa temas de fondo que afectan desde dentro nuestra convivencia y el futuro, especialmente de las nuevas generaciones.

  • Sergio O. Buenanueva
    Obispo de San Francisco
    19 de octubre de 2024

Para salir de la ley del péndulo

Posición ingenua:

Si en los debates públicos (también dentro de la Iglesia), una cierta percepción de la verdad de la condición humana, de alguna manera, no orienta las discusiones y las decisiones, eso termina haciéndolo el poder, también en alguna de sus formas, con sus picardías, estrategias y tácticas de viraje corto: ideologías dominantes, intereses de parte políticos, económicos, liderazgos fuertes (y siempre sesgados), etc.

De ahí que, en temas delicados y controversiales (p. e. las cuestiones de género o la violencia política de décadas pasadas), la ley del péndulo nos lleva de un lado a otro.

Pan para hoy, hambre para mañana… y vuelta a empezar.

Además, con una pizca del apasionamiento y el gusto por el conflicto que los argentinos llevamos en nuestro ADN, las cosas se complican y hacen todo más difícil, sobre todo, edificar hacia delante, pensando en el bien mayor de las nuevas generaciones.

Una posible salida de mayor sensatez y cordura, inspirada en la espiritualidad cristiana la ofrezco a continuación.

Me inspiro en unas palabras del obispo noruego Erik Varden. Escribiendo sobre «la perfecta libertad», Varden señala tres pasos:

1. Elegir y aceptar las cosas como son. Esta «opción por lo real» es clave. Estamos diseñados interiormente para ello en el cuerpo, en el alma y en la conciencia: somos apertura a la realidad que es la que nos muestra la verdad. Eso sí: además de una cierta fortaleza interior para hacernos cargo de los aspectos más arduos de la vida, siempre es útil una buena dosis de buen humor, sobre todo, saber reírnos de nosotros mismos (los argentinos sabemos hacerlo).

2. Confiar en la paciencia activa de Dios que sabe trabajar mejor que nadie el corazón humano. Por eso, el cristianismo, sobre todo su versión católica, es tozudamente optimista. Creemos en Dios y, por eso, confiamos en su más perfecta imagen y semejanza, jamás destruída por el pecado: el ser humano y lo que Dios, por creación y por gracia, ha puesto en él. Y del ser humano concreto, alma y cuerpo, historia y eternidad, carne y sangre. Eso también se llama: encarnación.

3. Y, por eso, saber esperar activamente, es decir, con mirada atenta y disposición para la acción. Los tiempos oportunos llegan y nos ofrecen, tímidamente primero, claramente después, los frutos de la siembra (la de Dios y la nuestra) para que los cosechemos.

Suena ingenuo, ¿no?

Pero podemos darle una oportunidad. Yo lo hago.

28 de agosto de 2024

Memoria de san Agustín, obispo y doctor de la Iglesia

¿Y si paramos un poco?

La política es lucha… por la justicia (sí, también la justicia social), el bien común, el mejor orden justo posible aquí y ahora.

La política es tarea de todos los ciudadanos, porque crear las condiciones para que cada persona -especialmente los que están creciendo y los más vulnerables- alcance su desarrollo más pleno, en esta vida y como promesa de la eterna, es responsabilidad de todos.

Es una lucha de todos.

La política es también la vocación específica de algunos hombres y mujeres que sienten ese fuego interior a mejorarle la vida a los demás; a trabajar -incluso poniendo entre paréntesis los propios intereses- por el desarrollo integral, el bien común y el bienestar de todos.

Para un bautizado que siente la vocación de la política esta es un genuino llamado a la santidad como unión con Cristo en el servicio a los hermanos.

Sí, la política exige lucha, sacrificio arduo, entrega generosa.

Pero no somos ángeles: tanto los ciudadanos de a pie como los hombres y mujeres de la política somos de carne y hueso, frágiles, débiles y -desde una mirada cristiana- también pecadores. El egoísmo, la mezquindad, la violencia interior y exterior caminan siempre con nosotros -en nosotros- como molestos compañeros de viaje.

Por eso, en algún punto, la estrategia de la polarización, del echar sal en la herida, del “cuanto peor, mejor”, por comprensible que sea en algunas situaciones y nos reporte algún beneficio coyuntural, a la larga, carcome desde dentro el alma de todos. Mucho más, cuando la gente, el pueblo o los ciudadanos -hablemos como queramos en este punto- vive o sobrevive en la incertidumbre del futuro, se arremanga cada día para salir adelante y puja por dejarse vencer por la bronca o, lo que es peor, la desesperación o el miedo.

Aquí, la responsabilidad de los que detentan el poder, en alguna de sus formas, es mayor, más exquisita y delicada.

En algún momento, el gusto por la agresión y el rugido feroz tiene que parar.

Estamos a tiempo.

26 de agosto de 2024

Memoria del beato Ceferino Namuncurá

Católicos

Jesús agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».” (Mt 13, 52).

La puja entre conservadores y progresistas que hoy tensiona al mundo católico no es algo nuevo.

Es una de las tensiones que reflejan la dimensión histórica de la Iglesia de Cristo, llamada a custodiar la fe recibida, pero también a caminar con ella hacia el futuro.

Del Concilio Vaticano II a nuestros días, y con momentos de fuerte conflictividad, esta tensión atraviesa la vida del catolicismo argentino.

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La decisión del obispo de Zárate Campana de revocar el permiso de residencia al Padre Javier Olivera Ravasi ha suscitado fuertes reacciones.

Conozco a algunos buenos católicos, vinculados a él, que se sienten conmovidos por esta situación.

Lo que para unos es una decisión correcta, para otros es una persecución.

Lo poco que he leído de él no me convence. No porque exprese el punto de vista del pensamiento tradicional, tan legítimo como necesario, sino porque algunos acentos no permiten reconocer la figura completa del pensamiento católico.

No pongo en duda la fe personal. Advierto solo que, cuando se piensa, se escribe y se actúa desde el conflicto, algunos riesgos se agudizan. Se requiere entonces un temple especial. Mucho más si se trata de la fe “que nos gloriamos de profesar”, como decimos en el bautismo.

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En el catolicismo argentino, la puja entre conservadores y progresistas de estas últimas décadas no ha sido sólo sobre ideas teológicas, formas litúrgicas, acciones pastorales o modelos de formación. A todo esto, ya de por sí delicado, complejo y sustancioso, se han sumado las fuertes tensiones ideológicas y políticas que, en tiempos recientes, alcanzaron altos niveles de violencia. Y siguen ahí, determinando nuestra vida y convivencia ciudadanas.

No solo los posicionamientos del padre Ravasi, sino también los de quienes poseen visiones contrapuestas a las suyas, e incluso algunas opciones pastorales de la mayoría de los católicos ajenos a estas polémicas, no terminan de entenderse sino desde las dolorosas heridas, aún abiertas, que dejaron aquellos años de duros enfrentamientos.

Esa es la realidad en la que estamos y a donde nos ha puesto la Providencia para que vivamos y comuniquemos la fe.

A mi criterio, esta es la difícil disyuntiva: ¿Será la fe viva de la Iglesia, centrada en el anuncio del Dios amor revelado en Cristo, el factor fundante y determinante de la misión eclesial en nuestro país, también en su proyección sobre lo socio, político, cultural; o, dándola por supuesta o sabida, la fe terminará diluida, secularizada y subordinada a un proyecto político-ideológico?

Este riesgo puede parecer más visible para el catolicismo de izquierda, como vimos en los vídeos de algunas celebraciones recientes, felizmente extraños para la mayoría de los católicos. Sin embargo, tampoco deja de serlo -a pesar de sus formas externas- para el catolicismo conservador, siempre tentado de volverse integrista.

La preocupación de que lo político prevalezca sobre la fe, reduciéndola a militancia política o a batalla cultural, no es ilusoria ni imaginaria en los tiempos que corren. Nos debería hacer a todos más humildes y atentos con la fe que se nos ha confiado.

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Cuando en 2007, el papa Benedicto XVI liberó el uso de los libros litúrgicos vigentes hasta la reforma del Concilio Vaticano II, propuso un modelo de interacción entre lo que él llamó las dos formas del único rito romano, llamadas no solo a coexistir, sino a ayudarse recíprocamente para expresar toda la riqueza católica de la fe.

La propuesta, por diversos factores, no prosperó. Sin embargo, muchos la consideramos válida, pues posee un enorme potencial para fecundar toda la vida eclesial, porque brota precisamente de ese manantial inagotable que es la Iglesia en oración.

Su valor no estriba en ser una estrategia de ocasión, sino en su genuina consistencia teológica que refleja la naturaleza de la misma comunión eclesial. En definitiva, lex orandi, lex credendi; pero también, lex intelligendi et lex vivendi.

La madre Iglesia es el hogar de todo lo que es verdadero, bello y bueno que hay, tanto en “progresistas” como en “conservadores”.

La lógica política del conflicto y la polarización, la agresión y la arrogancia del que se siente superior no puede tener cabida en la vida del Pueblo de Dios, regida por la ley superior de la pascua.

Que la caridad de Cristo, hecha también de cordial obediencia a la voluntad del Padre, prevalezca sobre nuestras pasiones.

El fundamento de todo

La fe en Cristo es inseparable del compromiso social y político.

Cristo nos lleva a los pobres, en ellos nos espera y en ellos se nos revela.

La doctrina social es parte esencial del mensaje del Evangelio que predica la Iglesia. Es un capítulo fundamental de la moral católica.

Pero, algo tiene que quedar muy claro en la mente, en el corazón y en la vida pastoral de cada bautizado y de cada comunidad cristiana:

Cristo es siempre fundamento permanente de todo compromiso moral, el cual es siempre fundado y no fundamento.

Si la misión de la Iglesia se reduce, se disuelve o es sustituida de hecho por el compromiso social o la militancia política, dando por supuesta la fe viva en Cristo («¡de eso ya hemos hablado tanto!»), no solo se traiciona a sí misma, sino que -como ya lo hemos experimentado dolorosamente en América latina- se vuelve estéril, infecunda e intrascendente.

Cristo es fundamento.
Él es fuente, curso y meta de todo.

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
12 de agosto de 2024

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