María, signo de esperanza para una nueva humanidad

Reflexión para el Día del Docente Católico 2024

Al final está el archivo en PDF para descargar la reflexión.

Estamos celebrando el Día del docente católico en la provincia de Córdoba. Coincide con la gran fiesta mariana de la Asunción de Nuestra Señora. Es la pascua de María, la madre del Señor.

En la reflexión que les ofrezco, los invito a contemplar a María como signo de la humanidad nueva a la que estamos llamados como creaturas y desde el bautismo, pero también a la que servimos como docentes: la rica humanidad que crece en los niños, adolescentes, jóvenes y adultos a los que acompañamos como educadores.

Y pongo este acento: mirando a María, signo de esperanza para una nueva humanidad, nosotros seamos hombres y mujeres transformados como ella por la Pascua de Jesús, para ser testigos y educadores de la esperanza grande que el Espíritu derrama en los corazones.

En esta perspectiva, nuestras comunidades educativas surgen como hogar y escuelas de la esperanza cristiana.

***

Les propongo escuchar los versículos iniciales de la primera lectura de la solemnidad de hoy, tomada del libro del Apocalipsis. Nos servirá de guía para nuestra reflexión.

Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz.

Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera.

La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio para que allí fuera alimentada durante mil doscientos sesenta días. (Ap 12, 1-6).

El signo de la mujer en trance de parto apunta al otro signo: el hijo varón que da a luz y es elevado al cielo, al trono de Dios. El mensaje es claro: se trata de Jesús y de su resurrección que transforma todo.

La mujer es la comunidad cristiana y, por eso, también María que es como el espejo en el que la Iglesia se mira para comprender su misterio, su vocación y misión.

En el trasfondo: la lucha que aún continúa entre el bien y el mal, pero desde la perspectiva del Resucitado y de la mujer que lo ha dado a luz, es una lucha que ya tiene su final asegurado: la vida triunfará sobre la muerte, la mujer sobre el dragón infernal.

Es el signo de la esperanza que anima el alma y el camino de los cristianos. Esa esperanza está también en el alma y en la mística de la escuela católica y en el modo como ella vive la fe y educa a todos los que integran la comunidad educativa.

La escuela católica es comunidad y hogar de esperanza. Desde esta perspectiva, cada día, ustedes se acercan a esa realidad, en ocasiones dura y desafiante, que son los niños, niñas y adolescentes que las familias les confían para ser educados. Pero no menos que los docentes y demás personal que se mueve en la escuela o, incluso, que traspone ocasionalmente sus puertas.

A la escuela, todos llegamos con nuestra vida a cuestas, nuestras heridas y cicatrices, nuestras expectativas e ilusiones. En la escuela, a todos, nos espera Cristo, nuestra esperanza.

***

La asunción en cuerpo y alma al cielo de Nuestra Señora es uno de los dos dogmas modernos definidos por la Iglesia, junto con el de la inmaculada concepción. Este lo fue en 1854, aquel que celebramos hoy en 1950. Sin embargo, son misterios celebrados por la fe de la Iglesia desde el principio.

Tenemos que mirarlos juntos para descubrir su potencial evangelizador y educador. Proyectan una poderosa luz sobre nuestra misión como Iglesia y como educadores en la Iglesia.

No es casualidad que hayan sido definidos cuando comenzaba a abrirse paso y consolidarse la cultura moderna, con su ansia e ímpetu de progreso, pero también con sus contradicciones, caídas y deformaciones.

María, la pura y limpia concepción, obra maestra de la gracia, transfigurada en toda su humanidad (en cuerpo y alma) es signo de la nueva humanidad que solo Dios puede crear y sostener con su acción poderosa.

***

La cultura contemporánea oscila entre el optimismo ingenuo y prometeico del hombre que rompe sus vínculos con Dios para ser libre; pero también que, por otros caminos, cae en el pesimismo del nihilismo o del relativismo: nada es permanente, ni seguro, ni cierto, ni sólido.

La educación -ustedes lo saben tanto o mejor que yo- también navega por esas aguas tormentosas.

Al invitarnos a contemplar a María, inmaculada y resucitada, la fe católica nos desafía a mantener unidos, en la pastoral y en la educación, dos aspectos que parecen opuestos, pero que, sin embargo, están llamados a potenciarse recíprocamente.

Por un lado, a reconocer que en la raíz de la condición humana está la acción creadora y salvadora de Dios. En el lenguaje cristiano eso se dice con una de las palabras más hermosas del “diccionario cristiano”: GRACIA.

María es, precisamente, la “llena de gracia”, la completamente transfigurada y transformada por la gracia de Dios. Y esto a tal punto, que “llena de gracia” es casi el segundo nombre de María.

Esa es la primera palabra que tenemos para decir de María, pero también de nosotros mismos. Porque todo lo que Dios ha hecho en María -de modo eminente, original y único- es signo de lo que está haciendo también en nosotros.

Ante cada persona, el discípulo de Jesús ha de pensar así: estoy ante un misterio de amor, ante un regalo, un don y una bendición. El ser humano es “la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo” (GS 24).

Al reflexionar hoy sobre nuestra identidad como educadores católicos quisiera invitarlos a que esta mirada luminosa de fe y esperanza la tenga cada uno de ustedes sobre sí mismo: soy gracia, soy don, soy bendición, Cristo me ha amado a mí por mí mismo.

El encuentro con Jesucristo vivo -eso es la fe- repercute en toda nuestra persona. Y uno de esos efectos tiene que ver con transformar nuestra conciencia personal, haciéndonos muy conscientes del don que somos nosotros mismos. Y el don recibido y acogido con alegría tiende por sí mismo a transformarse en don ofrecido y donado a los demás.

La conciencia del don y la gratuidad que presiden y sostienen nuestras vidas nos abre a Dios y a los demás, conjurando así el peligro fatal de una autonomía que termina ahogándonos en nuestra propia autopercepción: somos mucho más de lo que somos capaces de percibir de nosotros mismos.

No estamos solos en la empresa más importante de nuestra vida: crecer, madurar, desarrollarnos como personas y alcanzar la plena estatura de nuestra condición humana.

Como enseña el profeta: somos arcilla en manos del alfarero que es Dios, un artesano que sabe modelarnos. Nos hacemos a nosotros mismos en la medida en que nos dejamos educar y formar por el Creador… y también por esa mediación tan efectiva que son los demás.

Educar, en este sentido profundo, es “sacar a la luz” la verdad de nosotros mismos, puesta dinámicamente en nosotros por el Creador. Formar es configurarnos con la forma de Cristo, el verdadero hombre. Y, junto a Cristo, está María como signo de humanidad lograda.

***

Al mirar a María asunta al cielo, glorificada en cuerpo y alma, podemos también conjurar la otra gran amenaza que angustia hoy a las personas, especialmente a los jóvenes: el pesimismo que parece dominar la cultura contemporánea y que se manifiesta con rostros, en un primer momento, muy atractivos, pero que prometen lo que no pueden dar, sumergiendo a la persona en la angustia, la tristeza, un tono vital menor y desesperanzado.

María transfigurada por la Pascua de Jesús nos dice que el Padre que, por la fuerza de su Espíritu, resucitó a Jesús rescatándolo de los brazos de la muerte, está obrando en nosotros en la misma dirección.

Si “gracia” es una palabra clave del diccionario cristiano -tan bella como indispensable-, la otra palabra esencial del lenguaje cristiano y católico es un verbo que siempre tiene a Dios como sujeto exclusivo y excluyente: resucitar.

Dios trabaja siempre en nosotros, como lo hizo en la fría tumba en la que depositado Jesús y como hizo en la humanidad femenina de María, para resucitarnos, levantarnos y llevarnos a la plenitud que es la comunión con Él, ya aquí en la tierra, pero cuyo destino último es el cielo.

En este sentido, como docentes católicos les propongo un desafío, que lo es también para la misma Iglesia misionera: tenemos que redescubrir, con ingenio y creatividad, la forma de hablar nuevamente del “cielo” como de la meta y el premio que Dios ha prometido a quienes se animan a hacer suya la propuesta de vida del Evangelio de Jesús.

El cielo, la bienaventuranza eterna, la casa del Padre con sus muchas habitaciones, el banquete de bodas y la fiesta son metáforas bellísimas de la Biblia que necesitamos recrear para entusiasmar a nuestros jóvenes, y a nosotros mismos, para abrazar la aventura de vivir, de asumir con paciencia lo que de arduo siempre tiene la vida, especialmente las pruebas más duras a las que somos sometidos.

El cielo es un regalo de Dios, es una promesa que Él nos ha hecho explícitamente por Jesucristo, pero también es fruto de nuestro empeño humilde, perseverante y decidido.

Nos lo dice claramente el Señor: “Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.” (Jn 12, 24-26).

Solo en esta perspectiva del don y la gracia, que nos preceden, acompañan y esperan, es posible educar en la libertad que se abre paso en la vida para formar en cada uno la imagen de Jesús.

Es la perspectiva de la esperanza cristiana, cuya naturaleza profunda es ser un don de Dios. No se confunde con el optimismo, no nos asegura que todo lo que hagamos nos saldrá bien ni que no tendremos dificultades o frustraciones en el camino de la vida. Lo que sí nos asegura es que no nos faltará la presencia y asistencia, el consuelo y la fuerza del Espíritu de Jesús resucitado para afrontar todos los desafíos humanos que la vida nos presenta.

La fe en Jesús, tras las huellas de María, siembra esperanza y alegría en nuestros corazones.

Ruego a Dios, para mí y para cada uno de ustedes, crecer en esta experiencia para ofrecerla con simplicidad a todos aquellos que el Señor mismo nos confía en nuestra misión como docentes que se dejan inspirar por el Evangelio.

¡Muy feliz día del docente católico para todos!

¡Qué María los cuide, inspire y acompañe!

Les doy mi bendición.

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
15 de agosto de 2024

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.