Jesús resucitado es la Novedad que nos rejuvenece

Semana Brocheriana  – Lunes 20 de enero de 2025

Evangelio: Marcos 2, 18-22

Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?»

Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.

Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!»

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Como todos los años, al concluir el tiempo de Navidad comenzamos a escuchar en la Misa diaria el evangelio de san Marcos. 

Es el evangelio de los catecúmenos que se preparan para convertirse en cristianos. 

Alcanzados por el Señor Jesús, comienzan a caminar como discípulos, preparándose para el bautismo. 

El itinerario que este evangelio le propone al catecúmeno es sumergirse en la persona del Señor, en sus palabras, en sus gestos y en su entrega pascual… como hicieron los discípulos, con sus mismas ilusiones, y también con sus mismas fragilidades, yerros y cegueras.

Ese camino culminará en la Noche de Pascua cuando los catecúmenos reciban la iniciación cristiana, descendiendo a la fuente bautismal, recibiendo la unción con el Crisma del Espíritu y participando por primera vez de la santa Eucaristía. 

Porque todos nosotros, en cierta manera, seguimos siendo catecúmenos a lo largo de la vida, les propongo que, en estos días de vacaciones, nos tomemos el tiempo para leer pausadamente el evangelio de Marcos. 

No nos llevará mucho y nos dejará “mucho pasto para rumiar” en la vida, como decía Brochero.

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“¡A vino nuevo, odres nuevos!”, dice el Señor a sus discípulos. Detengámonos aquí. 

Jesús es el vino nuevo, cosechado de la viña selecta del Padre y que ha madurado en la bodega del Espíritu. Se ofrece generoso al mundo en los sacramentos. 

Jesús es la novedad absoluta y definitiva. 

Pasan los siglos, y esa novedad permanece intacta, viva, atrayente, siempre luminosa.

Ayer nos preguntábamos porqué venimos a Brochero: qué nos trae y qué nos atrae. 

Cada uno habrá podido responder en su corazón y en él atesorará esas respuestas.

Si ahora nos preguntamos qué nos da Brochero (el lugar y el santo), creo que podemos responder: el vino nuevo de Jesús -que ES Jesús-, el que colmó de alegría la vida de san José Gabriel. 

Tenemos sobradas garantías de su calidad: el vino nuevo del Evangelio tiene la virtud de rejuvenecer los odres envejecidos que lo reciben. 

¡Esos odres somos nosotros!

Y eso es lo que nos atrae de Brochero (el lugar y la persona): aquí se siente la Novedad que es Jesús, el Señor. 

San Agustín decía que Dios no nos ama porque somos bonitos, sino que, su gracia tiene el poder de hacer bellos a los que son feos. 

La gracia del Espíritu Santo siempre nos mejora y nos hace más buenos. Miremos, si no, y una vez más, al santo Cura Bochero.

El encuentro con Jesús nos rejuvenece, nos embellece, nos da vida nueva. Porque el Jesús que nos espera en este lugar de gracia, el que nos sale al encuentro y nos llama por el nombre es el que viene de vencer la muerte, es el Resucitado, el que nos comunica su Aliento de vida. 

Resucitado, resucita todo lo que roza o acaricia con sus manos generosas.

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Brochero es un santuario: su templo parroquial, este Salón del Peregrino, el Museo de la Casa de Ejercicios o de la casa donde murió el Santo Cura, pero también cada rincón, cada calle, la vera del río Panaholma, cada árbol y cada cerrito, cada encuentro, cada silencio…

Es un santuario, porque así llamamos a los lugares de esta tierra nuestra en los que Dios, por pura gracia, ha puesto su mirada y se nos hace más cercano, casi haciéndonos sentir en el alma y en la piel su caricia de Padre misericordioso.

Y es santuario, porque, de la mano de María o, en este caso, de la mano serrana de san José Gabriel, el Padre nos ofrece a su Hijo resucitado para rejuvenecer nuestra vida. 

Después de la intensa experiencia del Sínodo reciente en Roma, la Iglesia nos dice: “Cada nuevo paso en la vida de la Iglesia es un regreso a la fuente, una experiencia renovada del encuentro con el Resucitado que los discípulos experimentaron en el Cenáculo la tarde de Pascua.”

Queridos hermanos y hermanas, peregrinos amigos de Brochero:

En estos días de la Semana Brocheriana volvamos juntos a las fuentes del Evangelio, volvamos a Jesucristo, bebamos juntos el vino nuevo y generoso que es su Persona. 

Amén. 

Así sea.

Jesús en oración

El pasado domingo 12 de enero, fiesta del Bautismo del Señor, tuve la gracia de presidir la Eucaristía en el Santuario de La Verna, donde san Francisco recibió los estigmas del Señor. Les comparto la homilía que pronuncié en la ocasión.

“Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»” (Lc 3, 21-22).

San Lucas quedó fascinado por Jesús orante. Una y otra vez, especialmente en los momentos cruciales de su historia, como ahora, lo presenta nuevamente en oración.

Sólo cuando contemplamos a Jesús  inmerso en el Padre se puede ver el misterio del Hijo.

Apreciar a Jesús como un líder religioso único e insuperable, cuyo mensaje es sublime y, además, dotado de una personalidad fascinante, no resulta nada extraño.

Lo verdaderamente escandaloso es lo que proclama la fe cristiana: que este judío es Hijo de Dios, uno con el Padre y el Espíritu Santo.

Ese hombre es quien abrió el cielo para que la Palabra de Dios pueda ser escuchada en todo tiempo y lugar de nuestro mundo. Aún ahora.

Al terminar el tiempo de Navidad, comenzando a caminar un nuevo año, dejémonos llevar por este Jesús orante. Que él nos sumerja en su misma intensidad de vida de Hijo amado del Padre. Que nos bautice con su Espíritu.

Jesús ora, enseña a orar y, por ese camino, nos transforma como personas. 

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Doy gracias al Señor por estar esta mañana en este lugar franciscano.

Hacía tiempo que quería hacer una peregrinación aquí.

El panel central de la catedral de San Francisco, si bien no representa el don de los estigmas a nuestro padre Francisco, muestra de forma muy expresiva su identificación con Cristo: en un punto, se fusionan las figuras del Crucificado y del santo, dejando intacta la identidad de todos.

Si tuviera que pedir una gracia para los que formamos esta Iglesia diocesana que peregrina en Argentina y que lleva el nombre de San Francisco, sería esta: que Jesús nos configure cada vez más con Él, con sus sentimientos y actitudes.

Como hizo con Francisco.

Que el Señor colme las tinajas de nuestro corazón con su Presencia

Semana Brocheriana 2025 – Domingo 19 de enero

Al comenzar a caminar la Semana Brocheriana 2025, el evangelio de las Bodas de Caná que acabamos de escuchar nos recuerda que estamos invitados a una fiesta de bodas, a beber el mejor vino: el que nos da Jesús, el Hijo de María. 

Eso es la vida cristiana en seguimiento de Cristo: una invitación a la Alegría, a una fiesta que celebra las bodas de Dios con su pueblo. 

Sí. Estamos invitados a una fiesta de bodas. Nuestra vocación es la alegría, el gozo del Espíritu que colmó el corazón de san José Gabriel.

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Agradezco de corazón al obispo Ricardo, al padre Luis y la comunidad brocheriana la invitación a predicar estos días. Fue para mí una sorpresa y una alegría, y una honra. 

Conversando con Mons. Ricardo sobre el tema de fondo para meditar estos días, él me sugirió que reflexionáramos sobre el sacramento del Bautismo que nos hace sujeto de la fe, de la misión y de la edificación de una Iglesia sinodal y misionera. 

Podemos inspirarnos en lo que acaba de decirnos san Pablo: “Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.” (1 Co 12, 13). 

El Espíritu que ha sido derramado en el bautismo y del que hemos bebido en la confirmación trae como fruto precioso a nuestras vidas la alegría y el consuelo del Evangelio. 

Vino nuevo que alegra el corazón; agua viva, cuya fuente desborda hasta la vida eterna; río que corre generoso y riega la tierra haciéndola fecunda y venciendo toda aridez; arroyo manso que permite refrescarnos en medio del calor del verano o curso impetuoso que da vida, energía y fuerza. 

Esas imágenes se multiplican en nuestro corazón para hablarnos de cómo obra el Espíritu del Señor en nuestra vida… y es lo que vemos reflejado en la vida de Brochero.

Somos “Peregrinos de la Esperanza”, como reza el lema de este Año Santo. Y, donde hay esperanza sobran los motivos para la alegría. 

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Desde que estoy en san Francisco, más de once años, vengo cada año a la Semana Brocheriana. 

En estos últimos años, con los seminaristas de la diócesis que se suman a otros jóvenes que caminan hacia el sacerdocio y que en estos días comparten la experiencia de sumergirse en el servicio a los peregrinos y devotos del Santo Cura que acuden al Santuario.

Pero ¿por qué, en el fondo, vengo a Brochero? ¿Qué razón me trae hasta aquí? ¿Qué me trae a este y qué me “atrae” de este lugar?

Me hago esta pregunta, pero también me atrevo a proponérsela a cada uno de ustedes. 

Les comparto mi respuesta, hasta donde he podido formularla. Y lo hago contando alguna experiencia, más que desarrollando ideas. 

Hay un lugar de Brochero que me habla de manera muy elocuente, lo busco cada vez, y trato de permanecer en él lo más que puedo: es la piecita donde, aquel 26 de enero de 1914, Brochero culminó su camino terrenal, entregando su alma al Creador. 

Era entonces la casa de su hermana Aurora, que le había dado cobijo al hermano sacerdote, viejito y enfermo de lepra. Hoy es Museo que guarda la memoria de nuestro santo. 

En esa piecita me gusta quedarme en oración; si puedo, celebro también la Misa; pero, sobre todo, me gusta rumiar el silencio de esa vida pobre y entregada, como decimos en la oración. 

Allí está la gracia que vengo a buscar, porque ella me buscó y me encontró primero a mí. 

Hace algunos años, mientras un querido amigo cursaba una enfermedad terminal que lo llevó también a la muerte, fue la primera vez que sentí que ese lugar olía a Evangelio vivido y que era como un santuario al que debía acudir -lo hice entonces- para quedarme en silencio orante, de espera, de apertura interior, de disponibilidad. 

Un espacio muy brocheriano y muy mariano también: la Purísima está ahí, ayudando a disponer el corazón para lo que Jesús quiera, pida y ordene, como en las Bodas de Caná (“Hagan todo lo que Él les diga”). 

Ahora sí recurro a las palabras y a los conceptos, que siempre quedan cortos, cuando tienen que expresar una experiencia honda de fe: a Brochero vengo cada año buscando la disposición del corazón para hacer la voluntad del Señor en mi vida, en la vida de la Iglesia diocesana -sus comunidades, sus pastores, sus misioneros- que el buen Pastor me ha confiado. 

No pido más que eso: que el Señor me muestre su voluntad y que, sobre todo, esté conmigo, como estuvo en cada rincón y en cada camino que transitó su servidor José Gabriel. 

Vos, ¿qué venís a buscar a Brochero? A vos también, Jesús, María y el Santo Cura te están esperando para una fiesta de fe. 

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Ahora dispongamos el corazón: vamos a colmar nuestras tinajas de agua y el Señor, por intercesión de María, hará el signo maravilloso de regalarnos el mejor vino, el del Evangelio convertido en su Sangre eucarística.

Amén.

Así sea. 

El mejor vino

«La Voz de San Justo», domingo 19 de enero de 2025

“El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento». Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.” (Jn 2, 9-11). 

En la Misa, cuando el sacerdote presenta el cáliz, bendice al Dios creador, por “este vino, fruto de la vid y del trabajo de los hombres, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros bebida de salvación”. 

La tierra, el sol, el agua y la vid hacen lo suyo para que el vino esté en nuestras mesas y altares. Pero es esencial el trabajo humano que planta la vid, la poda y la cosecha; lleva además el fruto a la bodega y lo tritura para que se convierta en vino.

Pero no termina ahí la vocación de nuestras viñas. Su vocación última es transformarse en el vino bueno de la Sangre de Cristo. Él es el mejor vino que realmente “alegra el corazón del hombre”, como canta el salmo 104. 

Ojalá que ese vino esté siempre en tu mesa, rebosando tu copa y alegrando tu vida. Como en las bodas de Caná, la madre de Jesús está siempre ahí para que Jesús transforme tu vida en una fiesta. 

Buen domingo. 

Jesús en oración

«La Voz de San Justo», domingo 12 de enero de 2025

“Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»” (Lc 3, 21-22).

San Lucas ha quedado fascinado por el Jesús orante. Una y otra vez, sobre todo en momentos cruciales de su narración, como ahora, vuelve a presentarlo en oración. 

Es que solo cuando a Jesús se lo contempla sumergido en el Padre se puede avistar su misterio de Hijo. 

Apreciar a Jesús como un líder religioso único e insuperable, cuyo mensaje es sublime y, además, dotado de una personalidad fascinante, no resulta para nada extraño. 

Lo verdaderamente escandaloso es lo que proclama la fe cristiana: ese judío es Hijo de Dios, uno con el Padre y el Espíritu Santo. 

Ese hombre es el que ha abierto el cielo para que la Palabra de Dios volviera a escucharse en cada tiempo y lugar de nuestro mundo. También ahora.

Al terminar el tiempo de Navidad, comenzando a caminar un nuevo año, dejémonos llevar por este Jesús orante. Que él nos sumerja en su misma intensidad de vida de Hijo amado del Padre. Que nos bautice con su Espíritu.

Jesús ora, enseña a orar y, por ese camino, nos transforma como personas. 

Buen domingo. 

Creo en el Dios encarnado

«La Voz de San Justo», domingo 5 de enero de 2025

“Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios. 

[…] 

Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1, 1-3.14).

En Navidad te invité a armar el pesebre. Hoy a creer en lo que anuncia el evangelio: el niño del pesebre es el Verbo eterno del Padre que ha venido a nosotros. 

Verbo, Imagen e Hijo único de Dios. Él mismo es Dios, como proclamó hace mil setecientos años el concilio de Nicea: “de la misma sustancia del Padre”. 

Esa es la fe común de todos los cristianos: católicos, protestantes, ortodoxos, evangélicos. 

Esa es la fe sustanciosa que le da a nuestra vida la más sólida esperanza: Dios ha entrado en nuestra historia como uno más y, desde entonces, nada humano le es indiferente. 

Ese niño, cuando sea adulto, lo anunciará con pasión, morirá en la cruz y resucitará. Y, con todo eso en su cuerpo resucitado, nos dará su Espíritu. 

Dios es Verbo, Palabra, Luz, Razón, pero también Sabiduría, Amor, Generosidad, Compasión, Belleza. 

Quien dice “amén” al Dios del pesebre, le dice “amén” a la vida y a la alegría, siempre más fuertes que toda pena, tribulación o crisis. 

Te invité a armar el pesebre, te pido ahora que mirés bien lo que de más hondo ocurre en Belén, pero, sobre todo, te invito a la fe en el Dios encarnado: Jesucristo. 

Buen domingo.

Bendecido 2025. 

Benedicto XVI – In memoriam

Acabo de encontrar esta preciosa foto de Benedicto XVI.

Es, con Pablo VI, de los papas recientes que más me inspiran y con los que me siento más en sintonía interior, en mi forma de creer, comprender y transmitir la fe.

Obviamente, este es un punto de vista subjetivo en el que se conjugan temperamento, personalidad, ideas y afectos.

Pero, esta foto refleja algo que es, para mí, un criterio de pensamiento y acción: el modo cómo Ratzinger/Benedicto XVI entiende y vive la liturgia.

En 2006, en un encuentro con adolescentes y jóvenes, un chico le preguntó por su vocación. Después de referir lo que significó para él descubrir la necesidad de Dios para el mundo, en referencia a la oscuridad opresiva del nazismo que imaginaba una Alemania en la que no serían necesarios los sacerdotes, se refirió a la liturgia, como fuente de su vocación al ministerio y a la teología.

En este sentido, dos experiencias fuertes -decía- lo han ayudado: el descubrimiento de la belleza de la liturgia, “porque sentía que en ella se nos presenta la belleza divina y se abre ante nosotros el cielo”. Y, muy unido a lo anterior: “el descubrimiento de la belleza del conocer, el conocer a Dios, la sagrada Escritura, gracias a la cual es posible introducirse en la gran aventura del diálogo con Dios que es la teología. Así -concluye-, fue una alegría entrar en este trabajo milenario de la teología, en esta celebración de la liturgia, en la que Dios está con nosotros y hace fiesta juntamente con nosotros.”

El buen vino de la liturgia de la Iglesia está siempre ahí, como recién salido de las Bodas de Caná, para colmar de alegría el corazón del hombre.

31 de diciembre de 2024 – 2º aniversario de la muerte del Papa Benedicto XVI

Apertura del Año Santo 2025

Catedral de San Francisco – Domingo 29 de diciembre de 2024 – Fiesta de la Sagrada Familia

El lenguaje simbólico de la liturgia, siempre rico y estimulante, lo es, de manera especial, en esta liturgia de apertura del Año Santo.

En la “sobria embriaguez” del Espíritu, “la armonía de los signos de la celebración” (palabras, gestos, posturas, imágenes, canto, etc.) nos abre para que el “misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.” (CIC 1160).

Participemos entonces con fe viva, deseosos de desentrañar la gracia invisible que se nos ofrece a través de los signos visibles.

Destaco tres aspectos de la metáfora del camino que nos propone la liturgia de hoy: el peregrinaje de la Sagrada Familia, de la Iglesia universal en este Jubileo y de nuestra diócesis hacia su primer Sínodo.

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En primer lugar, el icono que nos propone el evangelio que acabamos de escuchar: “Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acababa la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.” (Lc 2, 41-43).

José, María y Jesús: una familia de peregrinos de la Pascua, en camino hacia y desde Jerusalén. Y la metáfora del camino le sirve al evangelista para confrontarnos con el peregrinaje de la conciencia humana de Jesús que va progresivamente descubriendo su identidad de Hijo amado del Padre, o, lo que es lo mismo: su misión.

Y, como traccionados por esa poderosa fuerza, también José y María caminan la fe, buscando a Jesús y asumiendo paso a paso su propia misión, como harán los peregrinos de Emaús al concluir el evangelio.

A sus desconcertados padres les dirá: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2, 49). Y, a los de Emaús: “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (Lc 24, 26).

A sus padres y a sus discípulos, Jesús los confronta con el horizonte siempre más grande de su Padre y el misterio de la salvación.

Aunque no comprenden lo que Jesús dice -tanto como nosotros-, sin embargo, el Señor deja espacio para que la fe haga su camino. Eso sí, nos invita a cultivar la actitud de María: “Su madre conservaba estas cosas en su corazón.” (Lc 2, 51).

Así peregrinamos la fe como entrega cada vez más radical a Dios, a su plan de salvación y así también caminamos la conciencia de nuestra misión (nuestro lugar en su plan de salvación).

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En segundo lugar, la metáfora del camino vuelve a nosotros en el lema del Año Santo: “Peregrinos de la Esperanza”. Miramos ahora el camino desde la perspectiva de los que lo transitan: nosotros somos esos peregrinos que caminamos la Esperanza.

El cardenal Ángel Rossi cuenta que, durante el reciente Sínodo, el Papa Francisco, volviendo sobre el lema añadía: “Peregrinos de la Esperanza… y de la Misericordia”.

Es la experiencia de la misericordia divina la que desata la esperanza en el corazón.

Me viene a la memoria la enseñanza de Benedicto XVI en Spe salvi: la esperanza cristiana -la Gran Esperanza- tiene sustancia y es la fe en Jesucristo.

Sin esa sustancia, la esperanza es una emoción vana, frágil y, al final del día, ilusoria.

Nuestra esperanza se funda sólidamente en Jesús, en su Evangelio y en el acontecimiento de amor hasta el fin: la encarnación y la pascua.

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En tercer lugar, la imagen del camino y la experiencia de los peregrinos que lo recorren tienen para nosotros, como Iglesia diocesana, la forma de nuestro camino sinodal, en cuyo horizonte comenzamos de divisar la celebración de nuestro primer Sínodo.

Conjeturo una objeción que no es bueno desoír: ¿a cuántos realmente ha tocado esta propuesta del camino sinodal y del Sínodo? ¿Ha llegado a entusiasmar sus corazones?

En realidad, no es esta propuesta la que tiene que ganar el corazón -el nuestro y el de todos-, sino la persona de Jesús, su Verdad y Belleza luminosas.

Cuando el obispo de La Rioja, Dante Braida, nos explicaba el Documento Final del Sínodo de Roma, nos hacía ver que su columna vertebral son los encuentros de Jesús resucitado con los primeros testigos de la fe narrados por los evangelios.

La conversión misionera a la que nos desafía, supone una conversión sinodal de la Iglesia, pero una y otra se desatan solamente si los bautizados, como hombres y mujeres del Espíritu, llegamos a ser místicos que “algo” hondo, fuerte y bello hemos experimentado, que desborda nuestras vidas y que, por eso, no dejamos de compartir: el encuentro con Jesucristo vivo, con su Persona y su Gracia.

Podríamos o no celebrar un Sínodo, pero nunca habría de faltar esta experiencia del encuentro de las personas con Jesús en la fe y todo lo que de ahí se sigue.

Es más: el Espíritu Santo nos garantiza que ese “algo”, de hecho, está ocurriendo entre nosotros, aunque estemos distraídos o entretenidos en otras cosas. Basta que miremos lo que realmente pasa en nuestras comunidades cristianas, en tantos “santos de la puerta de al lado”, que constituyen el secreto de la vitalidad de nuestras comunidades cristianas.

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Por eso, al iniciar este Año Jubilar, podemos suplicarle a la Sagrada Familia de Jesús, María y José, peregrinos de la Esperanza y de la Pascua, que animen nuestro caminar, que acompañen el peregrinar de nuestras comunidades cristianas, que le den mística al camino sinodal de nuestra diócesis.

Llegamos caminando a esta Eucaristía. Al entrar en la catedral, el obispo nos invitó a mirar al Crucificado. Después nos acercamos a la fuente bautismal, el seno virginal de la madre Iglesia del que todos hemos nacido a la vida de la gracia, para renovar juntos la gracia de haber bebido del mismo Espíritu para ser un solo cuerpo en Cristo.

Estos gestos visibles nos ayuden a vivir la gracia invisible que la santa Trinidad desborda para nosotros en este tiempo de gracia que compartimos.

Termino con las palabras del Santo Padre al abrir la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, en la pasada Nochebuena:

“El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón.

Volvamos al pesebre, contemplemos el pesebre, miremos la ternura de Dios que se manifiesta en el rostro del Niño Jesús, y preguntémonos: «¿Tenemos esta expectativa en nuestro corazón? ¿Tenemos esta esperanza en nuestro corazón? Contemplando la benevolencia de Dios, que vence nuestra desconfianza y nuestros miedos, contemplamos también la grandeza de la esperanza que nos aguarda. Que esta visión de esperanza ilumine nuestro camino de cada día”» (cf. C. M. Martini, Homilía de Navidad, 1980).

Hermana, hermano, en esta noche la «puerta santa» del corazón de Dios se abre para ti. Jesús, Dios con nosotros, nace para ti, para mí, para nosotros, para todo hombre y mujer. Y, ¿saben?, con Él florece la alegría, con Él la vida cambia, con Él la esperanza no defrauda.”

Amén.

Peregrinos de la Esperanza

«La Voz de San Justo», domingo 29 de diciembre de 2024

“Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acababa la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.” (Lc 2, 41-43).

José, María y Jesús: una familia de peregrinos de la Pascua, en camino hacia y desde Jerusalén. El trayecto más decisivo, sin embargo, no es geográfico sino interior: es el camino del jovencito Jesús que va descubriendo su misión.

Y, como traccionados por esa poderosa fuerza, también José y María caminan la fe, buscando a Jesús y asumiendo paso a paso su propia misión.

Con esta imagen de la familia de Jesús, María y José comenzamos a caminar el Año Santo 2025, cuyo lema es: “Peregrinos de la Esperanza”.

“El Jubileo -decía el papa Francisco esta Nochebuena- se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón […] Hermana, hermano, en esta noche la «puerta santa» del corazón de Dios se abre para ti. Jesús, Dios con nosotros, nace para ti, para mí, para nosotros, para todo hombre y mujer. Y, ¿saben?, con Él florece la alegría, con Él la vida cambia, con Él la esperanza no defrauda.”

Ya amanece el 2025. Los invito a caminar la esperanza que nos da la fe cristiana. No es una ilusión o una emoción fugaz. Es sustanciosa, consistente y no defrauda. Es Jesús, el Señor.

Buen domingo.

Bendecido año nuevo 2025.

La Virgen «apurada»

4º Domingo de Adviento 2024: Lucas 1, 39-45

“María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»” (Lc 1, 39-45).

La Virgen “apurada” o “apresurada”. Así la llamó el papa Francisco cuando, en la pasada Jornada Mundial de los Jóvenes, estuvo en el Santuario de Fátima.

Y lo dijo comentando el evangelio de este domingo: la visitación de María a Isabel.

María está apurada, siempre apurada, para venir a nosotros, trayéndonos a Jesús, el fruto bendito de su vientre.

Y su presencia desencadenará las mismas consecuencias que en Isabel: vamos a saltar de alegría al percibir que María nos trae a Jesús, el Señor, nuestro Salvador y nuestra Alegría.

La Navidad está a la puerta, bien cerquita. El Adviento está llegando a su fin y dará su fruto: el encuentro con Jesús que colma de alegría y de esperanza al corazón del que lo espera con ansia.

Hay apuros buenos. Este es uno de ellos: el de María, apurada por alcanzarnos; y el de nosotros, apurados por recibirla y recibir al Señor.

¡Dejémonos contagiar por ese “apuro santo” porque también a través de nosotros, Dios quiere apurarse en alcanzar a nuestros hermanos!

Buen domingo.

Buen Adviento.

Bendecida Navidad.