La misión del Espíritu Santo

«La Voz de San Justo», domingo 25 de mayo de 2025

La misión del Espíritu Santo

“Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho».” (Jn 14, 23-26).

Vamos concluyendo el tiempo pascual. Culminará en Pentecostés.  Por eso, este domingo escuchamos a Jesús hablarnos del Espíritu Santo.

“El Espíritu Santo -dice Jesús- les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.” Esa es su misión: que, en medio de las idas y venidas de la historia, la comunidad cristiana tenga memoria del mensaje de Jesús. Que no olvide lo que Jesús ha traído al mundo: a Dios, su Padre.

Por eso, cada vez que leemos las Escrituras, invocamos al Espíritu Santo. No solo para comprender lo que dicen, sino para escuchar a Jesús que nos habla del Padre.

Notemos este “pequeño-gran” detalle: si guardamos las palabras de Jesús, el Hijo y el Padre vienen a nosotros y hacen morada en nosotros. Dios mismo habitando en el alma del discípulo.

El Espíritu Santo nos abre nos ojos y el corazón para que lo comprendamos. Y, sobre todo, lo vivamos con alegría.

Buen domingo.

¡Feliz Día de la Patria!

Como Jesús nos ha amado…

«La Voz de San Justo», domingo 18 de mayo de 2025

“Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.” (Jn 13, 34-35).

Amar y ser amado. O, tener deseo de poder amar y nostalgia de haber sido amado. No hay nada nuevo ahí. Es, en definitiva, la experiencia más humana que existe.

Lo verdaderamente nuevo (y definitivo) es ese “como yo los he amado”. Es Jesús. Como siempre. Es Jesús el que hace nuevas todas las cosas. Él es la novedad definitiva.

“Como yo los he amado” es mucho más que una exigente meta moral. Es una experiencia de vida: la de ser haber sido amados hasta el extremo de la redención.

Amados por Jesús, el Cordero que quita el pecado del mundo. Entonces sí, en esa experiencia fundante está la posibilidad de amar a la manera de Jesús.

El cristianismo es esa experiencia.

Buen domingo.

Escuchar a Jesús

«La Voz de San Justo», domingo 16 de marzo de 2025 – Segundo domingo de Cuaresma

“Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.” (Lc 9, 28-31).

Ya lo había dicho el salmista: “Miren hacia él y quedarán resplandecientes” (Salmo 34, 6). Es lo que vive Jesús:  en medio de la oscuridad del mundo, contempla al Padre, se transforma, resplandece y derrama su luz sobre todos.

El evangelio de este domingo concluye así: “Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.” (Lc 9, 35-34).

Escuchar a Jesús es más que oír palabras. Es abrirnos a su experiencia más honda de Hijo amado, transfigurado por esa comunión con el Padre que sella su alma.

La Cuaresma nos invita a escuchar así a Jesús y a dejarnos transformar por su Espíritu.

Este domingo 16 de marzo recordamos a san José Gabriel Brochero. El secreto de este cura cordobés y santo es ese: entre el rumor del Panaholma y el silencio contemplativo de las sierras, Brochero anduvo con Jesús. Y se le metió en el alma.

Su obra más grande: la casa de ejercicios que edificó para que hombres y mujeres de toda clase y condición entraran también como él en el misterio de la oración que transforma.

Buen domingo.

Buena Cuaresma.

Sigamos rezando por el papa Francisco.

Eres polvo, y al polvo volverás…

Homilía en la catedral de San Francisco – Miércoles de Ceniza 5 de marzo de 2025

Les deseo a todos una buena Cuaresma.

El gesto de recibir las cenizas sobre nuestras cabezas es fuerte.

Sí, somos polvo y al polvo volveremos.

De todos modos, esa expresión tomada de la Escritura, no quiere decir que nuestro futuro sea la aniquilación, volver a la nada, desvanecernos…

Mucho menos que Dios, el Padre de Jesucristo, tenga algo que ver con eso…

Hemos salido de las manos del Creador como un acto de amor, tan incomprensible como gratuito y sorprendente.

La noche de Pascua, sin embargo, vamos a recordar que, mucho más potente que el acto creador es el acto redentor que Dios ha realizado rescatando a su Hijo de los brazos de la muerte.

Como hemos reflexionado tantas veces: la última y definitiva palabra que Dios tiene para nosotros es un imperativo: ¡Resucita!

La Cuaresma nos entrena en ese proceso de resurrección que supone atravesar las “oscuras quebradas” de la muerte: muerte al peso del egoísmo y al pecado que nos separa de Dios y de los hermanos, deshumanizando nuestra vida.

Por eso, emprendamos con alegría, decisión y, sobre todo, con humildad el camino cuaresmal.

Este año jubilar, como peregrinos de la Esperanza, el papa Francisco nos propone “caminar juntos en la Esperanza”.

Nos invita a la conversión en tres aspectos de nuestra vida: convertirnos como peregrinos que no tienen la vida asegurada, como Iglesia que aprende a caminar en comunión y sostenidos por la esperanza en la misericordia de Dios que nos abre a la vida eterna.

Emprendamos entonces el camino de la penitencia, sobre todo, de la penitencia más importante: la interior, la que rompe nuestro corazón de piedra y nos abre a Dios y a los hermanos.

Así sea nuestro ayuno, nuestra oración y la limosna generosa.

Suplicamos la gracia del arrepentimiento del corazón: el dolor por nuestros pecados, el propósito de no pecar más y de huir de las ocasiones próximas de pecados.

Conscientes de nuestra fragilidad, alimentar esos deseos nos acercan al corazón del Dios bueno que aborrece el pecado y ama entrañablemente al pecador.

Vuelvo a desearles una buena Cuaresma para todos.

Y sigamos rezando por el papa Francisco.

Amén.

De la abundancia del corazón

Evangelio del domingo VIIIº del tiempo ordinario: Lucas 6, 39-45 – «La Voz de San Justo», domingo 2 de marzo de 2025

“Jesús hizo esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? […] El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca».” (Lc 6, 39.45).

El evangelio de este domingo se abre con esta pregunta de Jesús, cuya respuesta es obvia: no, un ciego no puede guiar a otro ciego; ambos caerán en el pozo. Y termina con esta sentencia llena de sabiduría: todo se juega en el corazón de cada uno; allí puede radicar la ceguera más grande, la que ensombrece toda la vida; allí también está la raíz de todo lo que es bueno.

En otras palabras: cuidá tu corazón; allí es donde Dios te habla, desde esa hondura, Él guía tus pasos; allí está tu mayor tesoro, lo que te hace realmente afortunado.

Mirá entonces un poco a tu alrededor: vas a encontrar a muchas personas así, con el corazón lleno de bondad, que no pueden dejar de expresarlo con palabras, pero, sobre todo, con sus obras.

Nos hace bien mirar así la realidad que nos rodea.

Toda la bondad que hay en el mundo proviene de hombres y mujeres buenos… Y del Dios bueno que sabe trabajar el corazón humano como nadie.

Dios no nos abandona. No nos deja librados a nuestra ceguera interior. Es el Padre de Jesucristo, cuyo Espíritu sondea el corazón humano y sabe llevarlo a la verdad.

Buen domingo.

Seguimos rezando por el papa Francisco.

Fui alcanzado por Jesús, como Brochero.

Semana Brocheriana 2025 – Martes 21 de enero – Villa Cura Brochero

Marcos     2, 23-28

Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: «¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»

Él les respondió: «¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?»

Y agregó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado.»

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Ya desde sus primeras páginas, el evangelio de Marcos nos relata los encontronazos de Jesús con sus adversarios. Irán creciendo en intensidad hasta desembocar en su pasión.

Sus discípulos necesitarán ser pacientemente educados en este camino de pasión, de humildad y, en definitiva, de amor apasionado.

Desde el inicio, la misión de Jesús está marcada por la cruz: la fe siempre es “fe probada y contestada”.

Preguntémosle, si no, a aquella jovencita romana, apasionadamente enamorada de Jesús, cuyo nombre es Inés, y cuyo martirio estamos celebrando. Hemos pedido “imitar su constancia en la fe”.

Dios elige «la debilidad del mundo para confudir a los fuertes», acabamos de rezar, evocando su figura evangélica de virgen y mártir.

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Detengámonos aquí, rumiando el relato del evangelio de hoy: ni sus adversarios (en este caso, los fariseos), ni sus propios discípulos saben sopesar bien ante quien están, quién es el que les habla, con quién están caminando…

Solo llegarán a ser discípulos aquellos que, caminando la humildad, aprendan a despojarse de todo y, de esa forma, abrirse al encuentro hondo con Jesús.

Una vez más, Inés, frágil con la fragilidad fuerte de Cristo, nos provoca.

A ella podemos preguntarle: ¿cuándo te recibiste de discípula de Jesús? ¿Fue acaso en tu martirio? ¿O la cosa viene de antes? ¿Qué te trajo y atrajo a Jesús?

Inés nos dirá: hubo un momento de mi joven vida en que descubrí que mi corazón se había desposado con Él… y ya no hubo vuelta atrás.

Y no es fuerza de voluntad: en Inés, en Brochero y tampoco en nosotros. Es un regalo de amistad que nos ha sido regalado a todos con la misma generosidad y gratuidad.

Es la semilla sembrada en nuestro bautismo, que recibió impulso en la confirmación y que alimentamos cada domingo en la Eucaristía. 

Nos enseña la madre Iglesia: “El bautismo es el fundamento de la vida cristiana, porque introduce a todos en el don más grande: ser hijos de Dios, es decir, partícipes de la relación de Jesús con el Padre en el Espíritu. No hay nada más alto que esta dignidad, concedida por igual a toda persona, que nos hace revestirnos de Cristo e injertarnos en Él como los sarmientos en la vid. En el nombre de «cristiano», que tenemos el honor de llevar, está contenida la gracia que fundamenta nuestra vida y nos hace caminar juntos como hermanos y hermanas.” (DF 21)

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Quedémonos aquí: “En el nombre de «cristiano», que tenemos el honor de llevar, está contenida la gracia que fundamenta nuestra vida y nos hace caminar juntos como hermanos y hermanas.”

Por supuesto que ese nombre indica compromiso, pero, antes que eso, indica una GRACIA inmensa, inmerecida, gozosa y luminosa.

Digámoslo de otra manera: “Soy cristiano, porque he sido alcanzado por Jesús, él me ha visitado y yo lo he visto; él me ha amado y se ha entregado por mí, me ha rescatado y colmado con la unción de su Espíritu. Me ha hecho entrar en la amistad con Él y a formar parte de la comunidad de sus amigos, de su familia: la Iglesia”.

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Ayer nos preguntábamos qué nos da Brochero. Y respondíamos que Brochero sigue trabajando para que nos encontremos con Jesús.

Hoy te invito a pensar cómo se ha dado ese encuentro en tu vida.

Bautismo, confirmación y eucaristía nos regalan este don precioso como una semilla que busca nutrirse hasta la madurez del fruto.

Estos sacramentos son signos visibles que unen la simplicidad del agua, el aceite, el pan y el vino a la Palabra y a la potencia del Espíritu.

Así en la vida como en los sacramentos…

Lo extraordinario del encuentro con Jesús es que acontece en lo ordinario de la vida y siempre a través de realidades tan humanas y concretas como el pan que se comparte: un encuentro inesperado, un pasaje de la Escritura que nos toca, un acontecimiento que nos hiere o nos provoca; un hermano herido, tal vez desconocido o molesto, cuya mirada nos atraviesa el alma y no nos deja; una alegría que nos sorprende o un dolor que nos hace recalcular quiénes somos, cómo estamos viviendo, qué es lo verdaderamente importante en la vida…

Cada uno podrá rumiar su propia historia, iluminándola con la palabra.

Ayer te invitaba a tomarte tiempo para leer el evangelio de Marcos, hoy te añado este consejo: uní a esa lectura orante, una mirada atenta a tu vida, pues ella también es Palabra de Dios para vos, como para mí y para cada uno de nosotros.

Cuando hacemos esto, solemos caer en la cuenta de que el encuentro con el Señor ha sido siempre una iniciativa suya. Como Pablo le confesaba a los filipenses: fui alcanzado por Jesucristo (cf. Flp 3, 12).

De esa forma, su presencia bendita ha ido creciendo en nosotros, tomándose todo el tiempo que la infinita paciencia divina hace posible para conquistar nuestro corazón distraído.

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Sin embargo, hay un momento clave en que esa Presencia, de manera especial, toca nuestra conciencia y libertad, se hace patente y nos invita a una decisión, a un “amén” sin vueltas.

Puede ser a temprana edad, o en la adolescencia; puede acontecer cuando la vida nos ha probado y nosotros mismos hemos probado de todo, dejándonos la sensación que ya nada nuevo podía sucedernos… y sucede.

En ese momento, Jesús, el Señor, se impone a los ojos de nuestro corazón como el que toca a la puerta, llama y quiere entrar para sentarse a nuestra mesa.

Y soy yo el que tiene que responder. Ya no son mis padres, mis catequistas, los amigos que me han ayudado a caminar la fe, etc.

Soy yo el que se siente involucrado en primera persona y convocado a reconocer, como Job, al cabo de las pruebas que habían sacudido su vida y su fe: “Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42,5).

Podemos imaginar a José Gabriel haciendo esta misma experiencia. ¿Cuándo fue? ¿A poco llegar a Córdoba de Santa Rosa para hacerse cura? ¿Haciendo ejercicios espirituales en el Seminario? ¿En medio de la soledad de estas serranías o junto al Panaholma, rumiando como María, lo que había visto, oído y sentido? ¿O, cuando ya cura hecho y derecho, su mano trazaba la cruz del perdón sobre un penitente, al que había escuchado con exquisita atención de padre, reconociendo en sus pecados y heridas, la gracia sanante de Cristo, tan activa en el ejercitante como en él mismo?

¿O, tal vez, esa experiencia alcanzó su punto culminante cuando ya despojado de todo, libre de verdad, solo podía centrarse en Jesús, en la oración de intercesión y en el amor hecho ofrenda de vida?

Tal vez, como ocurre en nuestra vida, ha sido todo eso a la vez, y en lo más hondo.

Lo cierto es que el encuentro con Cristo aconteció en su vida, como está aconteciendo en la nuestra… y ahora, en este lugar, donde hemos escuchado su Palabra y nos aprestamos a recibir su Cuerpo eucarístico.

Vivamos con fe y alegría este encuentro.

Además de santuario, ¿no es acaso Brochero “casa de ejercicios espirituales”, es decir: del ejercicio del Espíritu que trabaja para conquistar nuestro corazón para Cristo, su Evangelio y los hermanos?

Amén.

Jesús resucitado es la Novedad que nos rejuvenece

Semana Brocheriana  – Lunes 20 de enero de 2025

Evangelio: Marcos 2, 18-22

Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?»

Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.

Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!»

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Como todos los años, al concluir el tiempo de Navidad comenzamos a escuchar en la Misa diaria el evangelio de san Marcos. 

Es el evangelio de los catecúmenos que se preparan para convertirse en cristianos. 

Alcanzados por el Señor Jesús, comienzan a caminar como discípulos, preparándose para el bautismo. 

El itinerario que este evangelio le propone al catecúmeno es sumergirse en la persona del Señor, en sus palabras, en sus gestos y en su entrega pascual… como hicieron los discípulos, con sus mismas ilusiones, y también con sus mismas fragilidades, yerros y cegueras.

Ese camino culminará en la Noche de Pascua cuando los catecúmenos reciban la iniciación cristiana, descendiendo a la fuente bautismal, recibiendo la unción con el Crisma del Espíritu y participando por primera vez de la santa Eucaristía. 

Porque todos nosotros, en cierta manera, seguimos siendo catecúmenos a lo largo de la vida, les propongo que, en estos días de vacaciones, nos tomemos el tiempo para leer pausadamente el evangelio de Marcos. 

No nos llevará mucho y nos dejará “mucho pasto para rumiar” en la vida, como decía Brochero.

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“¡A vino nuevo, odres nuevos!”, dice el Señor a sus discípulos. Detengámonos aquí. 

Jesús es el vino nuevo, cosechado de la viña selecta del Padre y que ha madurado en la bodega del Espíritu. Se ofrece generoso al mundo en los sacramentos. 

Jesús es la novedad absoluta y definitiva. 

Pasan los siglos, y esa novedad permanece intacta, viva, atrayente, siempre luminosa.

Ayer nos preguntábamos porqué venimos a Brochero: qué nos trae y qué nos atrae. 

Cada uno habrá podido responder en su corazón y en él atesorará esas respuestas.

Si ahora nos preguntamos qué nos da Brochero (el lugar y el santo), creo que podemos responder: el vino nuevo de Jesús -que ES Jesús-, el que colmó de alegría la vida de san José Gabriel. 

Tenemos sobradas garantías de su calidad: el vino nuevo del Evangelio tiene la virtud de rejuvenecer los odres envejecidos que lo reciben. 

¡Esos odres somos nosotros!

Y eso es lo que nos atrae de Brochero (el lugar y la persona): aquí se siente la Novedad que es Jesús, el Señor. 

San Agustín decía que Dios no nos ama porque somos bonitos, sino que, su gracia tiene el poder de hacer bellos a los que son feos. 

La gracia del Espíritu Santo siempre nos mejora y nos hace más buenos. Miremos, si no, y una vez más, al santo Cura Bochero.

El encuentro con Jesús nos rejuvenece, nos embellece, nos da vida nueva. Porque el Jesús que nos espera en este lugar de gracia, el que nos sale al encuentro y nos llama por el nombre es el que viene de vencer la muerte, es el Resucitado, el que nos comunica su Aliento de vida. 

Resucitado, resucita todo lo que roza o acaricia con sus manos generosas.

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Brochero es un santuario: su templo parroquial, este Salón del Peregrino, el Museo de la Casa de Ejercicios o de la casa donde murió el Santo Cura, pero también cada rincón, cada calle, la vera del río Panaholma, cada árbol y cada cerrito, cada encuentro, cada silencio…

Es un santuario, porque así llamamos a los lugares de esta tierra nuestra en los que Dios, por pura gracia, ha puesto su mirada y se nos hace más cercano, casi haciéndonos sentir en el alma y en la piel su caricia de Padre misericordioso.

Y es santuario, porque, de la mano de María o, en este caso, de la mano serrana de san José Gabriel, el Padre nos ofrece a su Hijo resucitado para rejuvenecer nuestra vida. 

Después de la intensa experiencia del Sínodo reciente en Roma, la Iglesia nos dice: “Cada nuevo paso en la vida de la Iglesia es un regreso a la fuente, una experiencia renovada del encuentro con el Resucitado que los discípulos experimentaron en el Cenáculo la tarde de Pascua.”

Queridos hermanos y hermanas, peregrinos amigos de Brochero:

En estos días de la Semana Brocheriana volvamos juntos a las fuentes del Evangelio, volvamos a Jesucristo, bebamos juntos el vino nuevo y generoso que es su Persona. 

Amén. 

Así sea.

Apertura del Año Santo 2025

Catedral de San Francisco – Domingo 29 de diciembre de 2024 – Fiesta de la Sagrada Familia

El lenguaje simbólico de la liturgia, siempre rico y estimulante, lo es, de manera especial, en esta liturgia de apertura del Año Santo.

En la “sobria embriaguez” del Espíritu, “la armonía de los signos de la celebración” (palabras, gestos, posturas, imágenes, canto, etc.) nos abre para que el “misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.” (CIC 1160).

Participemos entonces con fe viva, deseosos de desentrañar la gracia invisible que se nos ofrece a través de los signos visibles.

Destaco tres aspectos de la metáfora del camino que nos propone la liturgia de hoy: el peregrinaje de la Sagrada Familia, de la Iglesia universal en este Jubileo y de nuestra diócesis hacia su primer Sínodo.

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En primer lugar, el icono que nos propone el evangelio que acabamos de escuchar: “Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acababa la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.” (Lc 2, 41-43).

José, María y Jesús: una familia de peregrinos de la Pascua, en camino hacia y desde Jerusalén. Y la metáfora del camino le sirve al evangelista para confrontarnos con el peregrinaje de la conciencia humana de Jesús que va progresivamente descubriendo su identidad de Hijo amado del Padre, o, lo que es lo mismo: su misión.

Y, como traccionados por esa poderosa fuerza, también José y María caminan la fe, buscando a Jesús y asumiendo paso a paso su propia misión, como harán los peregrinos de Emaús al concluir el evangelio.

A sus desconcertados padres les dirá: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2, 49). Y, a los de Emaús: “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (Lc 24, 26).

A sus padres y a sus discípulos, Jesús los confronta con el horizonte siempre más grande de su Padre y el misterio de la salvación.

Aunque no comprenden lo que Jesús dice -tanto como nosotros-, sin embargo, el Señor deja espacio para que la fe haga su camino. Eso sí, nos invita a cultivar la actitud de María: “Su madre conservaba estas cosas en su corazón.” (Lc 2, 51).

Así peregrinamos la fe como entrega cada vez más radical a Dios, a su plan de salvación y así también caminamos la conciencia de nuestra misión (nuestro lugar en su plan de salvación).

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En segundo lugar, la metáfora del camino vuelve a nosotros en el lema del Año Santo: “Peregrinos de la Esperanza”. Miramos ahora el camino desde la perspectiva de los que lo transitan: nosotros somos esos peregrinos que caminamos la Esperanza.

El cardenal Ángel Rossi cuenta que, durante el reciente Sínodo, el Papa Francisco, volviendo sobre el lema añadía: “Peregrinos de la Esperanza… y de la Misericordia”.

Es la experiencia de la misericordia divina la que desata la esperanza en el corazón.

Me viene a la memoria la enseñanza de Benedicto XVI en Spe salvi: la esperanza cristiana -la Gran Esperanza- tiene sustancia y es la fe en Jesucristo.

Sin esa sustancia, la esperanza es una emoción vana, frágil y, al final del día, ilusoria.

Nuestra esperanza se funda sólidamente en Jesús, en su Evangelio y en el acontecimiento de amor hasta el fin: la encarnación y la pascua.

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En tercer lugar, la imagen del camino y la experiencia de los peregrinos que lo recorren tienen para nosotros, como Iglesia diocesana, la forma de nuestro camino sinodal, en cuyo horizonte comenzamos de divisar la celebración de nuestro primer Sínodo.

Conjeturo una objeción que no es bueno desoír: ¿a cuántos realmente ha tocado esta propuesta del camino sinodal y del Sínodo? ¿Ha llegado a entusiasmar sus corazones?

En realidad, no es esta propuesta la que tiene que ganar el corazón -el nuestro y el de todos-, sino la persona de Jesús, su Verdad y Belleza luminosas.

Cuando el obispo de La Rioja, Dante Braida, nos explicaba el Documento Final del Sínodo de Roma, nos hacía ver que su columna vertebral son los encuentros de Jesús resucitado con los primeros testigos de la fe narrados por los evangelios.

La conversión misionera a la que nos desafía, supone una conversión sinodal de la Iglesia, pero una y otra se desatan solamente si los bautizados, como hombres y mujeres del Espíritu, llegamos a ser místicos que “algo” hondo, fuerte y bello hemos experimentado, que desborda nuestras vidas y que, por eso, no dejamos de compartir: el encuentro con Jesucristo vivo, con su Persona y su Gracia.

Podríamos o no celebrar un Sínodo, pero nunca habría de faltar esta experiencia del encuentro de las personas con Jesús en la fe y todo lo que de ahí se sigue.

Es más: el Espíritu Santo nos garantiza que ese “algo”, de hecho, está ocurriendo entre nosotros, aunque estemos distraídos o entretenidos en otras cosas. Basta que miremos lo que realmente pasa en nuestras comunidades cristianas, en tantos “santos de la puerta de al lado”, que constituyen el secreto de la vitalidad de nuestras comunidades cristianas.

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Por eso, al iniciar este Año Jubilar, podemos suplicarle a la Sagrada Familia de Jesús, María y José, peregrinos de la Esperanza y de la Pascua, que animen nuestro caminar, que acompañen el peregrinar de nuestras comunidades cristianas, que le den mística al camino sinodal de nuestra diócesis.

Llegamos caminando a esta Eucaristía. Al entrar en la catedral, el obispo nos invitó a mirar al Crucificado. Después nos acercamos a la fuente bautismal, el seno virginal de la madre Iglesia del que todos hemos nacido a la vida de la gracia, para renovar juntos la gracia de haber bebido del mismo Espíritu para ser un solo cuerpo en Cristo.

Estos gestos visibles nos ayuden a vivir la gracia invisible que la santa Trinidad desborda para nosotros en este tiempo de gracia que compartimos.

Termino con las palabras del Santo Padre al abrir la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, en la pasada Nochebuena:

“El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza, la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón.

Volvamos al pesebre, contemplemos el pesebre, miremos la ternura de Dios que se manifiesta en el rostro del Niño Jesús, y preguntémonos: «¿Tenemos esta expectativa en nuestro corazón? ¿Tenemos esta esperanza en nuestro corazón? Contemplando la benevolencia de Dios, que vence nuestra desconfianza y nuestros miedos, contemplamos también la grandeza de la esperanza que nos aguarda. Que esta visión de esperanza ilumine nuestro camino de cada día”» (cf. C. M. Martini, Homilía de Navidad, 1980).

Hermana, hermano, en esta noche la «puerta santa» del corazón de Dios se abre para ti. Jesús, Dios con nosotros, nace para ti, para mí, para nosotros, para todo hombre y mujer. Y, ¿saben?, con Él florece la alegría, con Él la vida cambia, con Él la esperanza no defrauda.”

Amén.

Adviento: la espera de Dios

«La Voz de San Justo», domingo 1º de diciembre de 2024

“Jesús dijo a sus discípulos: «Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.  […] Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre.»” (Lc 21, 24-25.36).

Comenzamos a caminar el Adviento, el tiempo de la espera de Dios. La fe cristiana siembra en nosotros la semilla de la esperanza. Y lo hace, porque Jesús nos ha mostrado el rostro verdadero de Dios, como decíamos el domingo pasado.

“Si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido. Es como si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscurecieran, privadas de su valor simbólico; como si no «destacaran» de la mera materialidad.” (Benedicto XVI).

Nosotros esperamos a Dios, y Él nos espera a nosotros. Adviento es tiempo de espera, porque es tiempo de encuentro de amigos que se quieren, se extrañan y anhelan un momento juntos.

El consejo de Jesús: orar sin cesar, no dejarse aturdir por el presente y levantar la mirada. Vivamos así este Adviento, tiempo amigos que se esperan.

Buen domingo.

Buen Adviento.

Las cicatrices de Francisco

«La Voz de San Justo», domingo 6 de octubre de 2024

“Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús.” (Gal 6, 17).

Con estas palabras de san Pablo, el pasado cuatro de octubre hemos evocado a san Francisco de Asís.

Para Pablo, estas palabras tajantes cierran una discusión: nadie puede poner en tela de juicio que él ha sufrido por el Evangelio. Pablo lleva en su cuerpo y en su alma múltiples heridas, signos de su apasionado amor por Jesús y por la misión confiada.

Contemplando la figura del humilde Francisco de Asís, estas palabras adquieren un nuevo significado: Francisco está al final de sus ideas, bastante ciego y achacado; como Pablo, también él lleva en su alma heridas profundas.

No todo lo que ha emprendido ha salido como él hubiera imaginado. Ahí está la familia de hermanos que se ha reunido en torno suyo y de su propuesta de vida. Son miles, ya en vida de Francisco. Sin embargo, muchos de ellos están tomando un rumbo que Francisco no termina de aceptar.

Y, con esa pena honda en el alma, sube al monte Alverna. Allí, cansado y completamente despojado de sí, recibirá un regalo inesperado y único: Jesús compartirá con él las cicatrices de su pasión.

“Bajo del monte el angélico varón Francisco llevando consigo la efigie del Crucificado, no esculpida por mano de algún artífice en tablas de piedra o de madera, sino impresa por el dedo de Dios vivo en los miembros de su carne”, escribe san Buenaventura (Leyenda mayor 13, 5).

Así lo contemplamos en panel central de nuestra catedral: Francisco transfigurado en Cristo.

¿No es esa, en definitiva, la vocación de todo cristiano? Francisco vive de forma extraordinaria, lo que el Espíritu Santo procura en cada bautizado: unirnos a Jesús, en cuerpo y alma.