Reconstruir desde abajo

La semana que acaba de terminar nos deja a los argentinos un sabor amargo, mezcla de enojo, indignación y tristeza. Una investigación de corrupción, como de pasada, expuso una situación de violencia que involucra al anterior presidente y su pareja.

La política, los políticos y el ejercicio del poder son insustituibles para procurar el bien común. Se trata de una tarea que nunca termina. Implica decisiones técnicas tan difíciles como acertadas, pero también -tal vez con mayor necesidad-, es un cometido que supone hombres y mujeres virtuosos, es decir: ejercitados en la tarea paciente de realizar el bien posible, aquí y ahora. El bien, en cualquiera de sus formas, no se puede procurar si, de alguna manera, no forma parte de nosotros mismos.

El dilema moral que cada uno de nosotros enfrenta en la vida adulta -mucho más si tenemos graves responsabilidades públicas- es doble. Por un lado, reconocer lo que es bueno, justo y verdadero, bello y valioso, para decidirse a realizarlo. Pero, por otra parte, con qué fuerza espiritual y ética se cuenta para emprender esa ardua tarea.

A la corrupción se llega después de precipitarse por una pendiente de mediocridad humana que nunca es de individuos solitarios. Supone un sistema que se ha dejado ganar por la mediocridad de ideas, valores y verdades.

La política es una de las formas más altas de caridad, recuerda siempre el papa Francisco. Donde “caridad” es mucho más que emoción. Es la decisión sostenida de buscar el bien de los demás por encima del propio interés, individual o de parte. La política, por tanto, no es causa de la corrupción, pero sí situación de riesgo para quienes no tienen idoneidad personal suficiente.

La crisis de los partidos políticos ha favorecido esa mediocridad de liderazgos tóxicos que terminan eligiendo candidatos visiblemente inadecuados, ética y técnicamente, con la aprobación irresponsable de dirigentes y militantes. Las consecuencias están a la vista de todos y constituyen la pesada deuda social argentina.

Los ciudadanos de a pie, las organizaciones e instituciones de la sociedad -de los comunicadores a los empresarios y sindicalistas, sin excluirnos a los líderes religiosos- nos tenemos que sincerar sobre la parte de responsabilidad que nos cabe en esta debacle. Por muchas razones, no somos ajenos a ella.

La reconstrucción es urgente y necesaria, pero también posible. No lo pongamos en duda. Eso sí: es siempre una reconstrucción desde abajo, con muchas manos y corazones que se suman y con un esfuerzo que se presenta arduo y que requerirá mucho tiempo, presumiblemente superior del que dispone nuestra generación. Lo cual requiere una notable decisión moral de poner manos a la obra.

Las grandes debacles morales que, de tanto en tanto, asolan a las sociedades siembran desasosiego y son también de alto riesgo para todos. Pero tienen también un costado sanante: suelen ser, y por las mismas razones, la ocasión para dar un salto de calidad espiritual, moral y cultural.

En la sociedad argentina, en su pueblo y en sus dirigentes, no faltan condiciones para dar estos pasos de genuina conversión al bien.

No es un esfuerzo solamente nuestro, hombres y mujeres falibles y perfectibles. El auxilio de Dios nos ha sido prometido y también dado. Esa es parte esencial de la esperanza cristiana, cuyo rostro vivo es Cristo, muerto y resucitado. Es hora de dejarle espacio en nuestra vida personal y ciudadana.

El papa Francisco y Venezuela, sus palabras y algo más…

Estas son las palabras textuales que Francisco pronunció en el Angelus de este domingo 4 de agosto sobre la situación de Venezuela. La calificó como de “crítica”.

“Igualmente, expreso preocupación por Venezuela, que está viviendo una situación crítica. Dirijo un sentido llamamiento a todas las partes para que busquen la verdad, practiquen la moderación, eviten toda clase de violencia, resuelvan las disputas con el diálogo y se preocupen por el verdadero bien del pueblo y no por los intereses partidistas.

Encomendemos este país a la intercesión de Nuestra Señora de Coromoto, tan amada y venerada por los venezolanos, y a la oración del Beato José Gregorio Hernández, cuya figura une a todos.”

Muchos manifiestan su disconformidad y disgusto por lo que consideran una posición ambigua que, en definitiva, escondería la cercanía del papa con el régimen de Maduro.

Es una opinión. Sin fundamento y muy equivocada, a mi juicio, pero no la voy a discutir aquí.

Ofrezco otros elementos para un juicio un poco más ponderado. Lo hago sin demasiada esperanza, pues, además de la situación dramática del hermoso país hermano, nuestras pasiones están encendidas y la ceguera es muy honda.

A diferencia de muchos de nosotros que luchamos valientemente en las redes, el papa Francisco, como su Nuncio en Caracas y los obispos venezolanos, sí que tienen responsabilidades reales y concretas. Y son sobre personas también reales y concretas en el lugar del drama.

No se pueden dar el lujo de una bravata airada, buscando -como hacen muchos gobernantes o nosotros mismos- el propio rédito político, una cierta aureola de justicieros o la sensación de ser moralmente superiores.

La Santa Sede y su diplomacia trabajan para el bien real de las personas, responsables en conciencia ante Dios y no ante la opinión pública o lo medios masivos, que hoy se interesan por un tema, lo tratan hasta agotarlo durante días y después pasan a otra cosa, como si nada.

Las palabras mesuradas y hasta mínimas del obispo de Roma tiene que unirse siempre a las palabras de los otros actores eclesiales realmente involucrados. No sería la primera, ni será la última vez, que se buscan estrategias combinadas y convergentes.

Miremos, si no, lo que han declarado los dos cardenales venezolanos pidiendo que los datos fehacientes de la elección sean honestamente publicados, no menos que la misma conferencia episcopal, la declaración del CELAM, e incluso las de los episcopados de Iberoamérica que se han pronunciado (entre ellos, el de nuestro país).

Pero, la diplomacia de la Santa Sede y, más en general, la intervención de la Iglesia, en todos los sujetos que la componen y que se activan en estas situaciones, no tiene que verse, ante todo, en las declaraciones, sino en las “acciones” que se llevan a cabo. Algunas son visibles, otras menos y, de algunas, nunca tendremos noticia.

Veamos, si no, lo que nos muestran los archivos puestos a disposición de los investigadores sobre el accionar de la Iglesia católica durante la última dictadura argentina. Están recogidos en los tres volúmenes publicados por la UCA, “La verdad los hará libres”. Independientemente del juicio moral que hagamos sobre ese accionar de ese actor complejo que es la Iglesia (Santa Sede, Nunciatura, Episcopado y obispos individuales, laicos, sacerdotes y consagrados), lo cierto es que -en tiempos tan dramáticos- todos se movieron, muchas veces silenciosamente, buscando diversos canales para intervenir, aunque los resultados no fueran los mejores.

Todo esto nos debería hacer más cautos y hasta humildes a la hora de emitir juicios. Me sorprende que católicos a los que conozco y aprecio se envalentonen con juicios temerarios, inapelables y apodícticos, especialmente sobre el Papa, habida cuenta de lo que el obispo de Roma significa para nuestra fe católica.

¡El Espíritu Santo nos dé sabiduría y generosidad de corazón a todos!

¡Dios cuide a los hermanos venezolanos y que puedan crecer en paz y en libertad!

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

Domingo 4 de agosto de 2024

La voz de los católicos en el debate sobre los menores y el delito

Entre los debates que hoy tiene nuestra Argentina está este sobre los #menores que delinquen: ¿qué es lo mejor y más adecuado? ¿Se deben corregir esos delitos? ¿Hay que bajar la edad de la imputabilidad? ¿Por dónde corre la prevención? ¿Qué rol tiene la educación? ¿Cómo se debe sancionar al menor que delinque?

Desde la #IglesiaCatólica ha habido dos pronunciamientos recientes que han querido sumar el punto de vista católicos sobre este delicado, complejo e importante tema: primero, la Comisión Nacional «Justicia y Paz»; ayer, una declaración conjunta de la Vicaría de los pobres, la Vicaría de los jóvenes y la Pastoral social de la arquidiócesis de Córdoba.

Con argumentos sólidos y convergentes apuntan a señalar que es minimalista punir sin prevenir, atendiendo a las delicadas causas humanas y sociales que llevan a un chico a delinquir. La educación -tan querida y defendida por los argentinos- ha sido siempre el camino a transitar con paciencia, perseverancia y conjurando el criterio populista del inmediatismo.

Justicia y Paz es un organismo laical e interdisciplinar bajo la órbita de la Comisión Episcopal de Pastoral Social. Sus pronunciamientos tiene ese valor: laicos, especialistas en distintos campos de lo social y que se animan a abrir juicios sobre temas de debate. No son la voz oficial de la Iglesia, pues ese es el rol de los obispos. En ocasiones, los obispos argentinos, hemos hecho nuestras sus declaraciones.

Los tres organismos de la Iglesia diocesana de Córdoba, bajo la guía del cardenal Rossi, integran también a laicos, pastores y consagrados que acercan su aporte al debate público.

Por tanto, no es solo la palabra de los «curas» que se meten en política. No es bueno «bajarle el precio» hablando -una vez más- de «pobrismo» o de la «pedofilia» en la Iglesia. Este último tema, demasiado doloroso como para seguir siendo usado como arma para descalificar a quien tiene una opinión que no coincide con la mía.

Nuestra democracia puede ser frágil y hasta inmadura, pero, desde que la inauguramos hace cuarenta y un años, nos permite hablar con libertad, expresando nuestros puntos de vista sobre los temas que nos involucran a todos.

¿Tiene que afinarse el discurso de la Iglesia (obispos, organismos y laicos), despojándose, por ejemplo, de cierta tendencia al moralismo? Estoy convencido de que sí, pero también estamos en esos procesos purficadores. Pero incluso en el caso de que nuestro discurso sea parcial (¿cuál no lo es en estas temáticas?), la palabra tiene que decirse, merece ser escuchada y valorada en sí misma.

La fe profesada por los católicos tiene todo el derecho de hacerse oír en los debates públicos de una sociedad abierta, libre y democrática. Lo hace, sobre todo, por la dimensión ética que tienen todos esos temas: no son solamente de técnica jurídica, económica o de salud. La pregunta por el bien moral y lo que es justo, aquí y ahora, es inseparable de todo debate político.

Esta perspectiva moral es imprescindible, pues se trata no solo de temas complejos sino también altamente contingentes y opinables en muchos de sus aspectos. Mientras más voces se escuchen y converjan en un terreno común, mucho mejor.

Es ahí donde las voz de los católicos -una entre muchas- tiene todo el derecho, pero también el deber, de hacerse oír.

Después, los mecanismos propios de nuestra democracia -especialmente en el Parlamento- adoptará las decisiones pertinentes. Podrán satisfacer nuestra visión de las cosas, en todo o en parte; o también, podremos estar en franco desacuerdo. En este último caso, a los católicos, como a cualquier ciudadano de a pie o a las organizaciones que nos representa, tenemos todo el derecho de manifestar nuestra crítica y trabajar para revertir decisiones que consideramos injustas.

Los debates se dan, no se censuran ni se paralizan de entrada.

El doloroso espejo de lo que hoy ocurre en la hermana Venezuela nos ayude a valorar la cultura democrática que, con sus más y sus menos, se viene afianzando en Argentina.

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
1º de agosto de 2024

Democracia en Venezuela

A muchos nos ha conmovido la presencia, este fin de semana, de hermanos #venezolanos en la Eucaristía dominical.

Rezamos juntos por su patria querida: #Venezuela. Hoy, #Argentina es su hogar.

La información que nos llega, con las emociones y temores que despiertan acrecienta nuestra cercanía y oración.

Acudir a las urnas y expresar nuestra opción política, cambiar pacíficamente a los gobernantes y limitar el ejercicio del poder son mediaciones sencillas, pero indispensables de la #democracia.

Su fundamento: la dignidad de cada persona, creada a imagen de Dios, sus deberes y derechos, su conciencia y libertad, su participación en el bien común.

El estado de derecho, la división de poderes y el imperio de la ley son garantía para un orden justo posible.

La autocracias no son el camino: ni las de izquierda, ni las de derecha; tampoco el integrismo, sea religioso que secular.

¡Qué Dios bendiga a #Venezuela y a su pueblo!

+ Sergio O Buenanueva
Obispo de San Francisco
31 de julio de 2024

A propósito de representaciones, sátiras y reacciones

«Alexamenos adora a su dios», reza este grafito del siglo I.

Cristo está crucificado y con cabeza de burro.

Es la primera burla al cristianismo que se registra de esta forma popular.

Desde el principio la fe cristiana, sus símbolos, sus ritos y conceptos han sido objeto de crítica, burla y escarnio.

Los evangelios nos cuentan que, mientras Jesús agonizaba en la cruz, sus adversarios y verdugos se burlaban de él.

La respuesta de Jesús la conocemos bien: «Padre, perdónalos. No saben lo que hacen».

Los cristianos hemos respondido de diversas maneras. Algunas veces, pagando con la misma moneda.

Las mejores respuestas, sin embargo, han sabido unir el repudio firme, el uso sabio de la razón y la palabra, sin descuidar la paciencia, el perdón y hasta el buen humor.

Los que echan mano de la sátira se sienten con el derecho a provocar. Nosotros también tenemos el derecho de responder echando mano a los medios que la razón y la justicia nos ofrecen.

Es justo que expresemos públicamente nuestro repudio, indignación y tristeza.

JJOO París 2024

Imposible dedicar la tarde para ver la apertura de los Juegos Olímpicos de París. No lo he hecho. Solo pude ver algunos retazos, por la noche, y leer algunas crónicas.

Parece que la “ciudad luz”, con sus monumentos, edificios significativos y el recorrido por el Sena ha sido un marco innovador y espectacular para este acto inaugural.

Francia aprovecha la ocasión de los JJOO para lucir orgullosa su inmenso patrimonio cultural y humano. Y está bien que lo haga.

Ver a Celine Dion interpretar, desde la Torre Eiffel, L’Amour, evocando a la Piaf, ha sido conmovedor, sobre todo, sabiendo de su situación actual de salud.

Ha chocado, y mucho, un cuadro realizado por personas representativas de la “diversidad”. ¿Evocación de la “última cena” de Da Vinci? ¿Parodia de la última cena de Jesús? ¿Ambas cosas?

No posteo la imagen porque no me parece apropiado. Ha despertado tristeza, bronca y repudio. Justamente.

El humanismo secular, sobre todo si conlleva un concepto de laicidad negativa, suele producir este tipo de cosas. La Ilustración tiene en Francia su hogar natal.

Desde el humanismo cristiano podemos hacer algunas apreciaciones críticas. Como enseñaba Benedicto XVI, la razón no puede cerrarse en sí misma, bloqueando su natural apertura a la trascendencia de la verdad y de Dios.

Francisco añade -lo hizo en el mensaje a los obispos franceses para estos JJOO- otro matiz de trascendencia: la fraternidad, especialmente atenta a los actuales conflictos, polarizaciones y extremismos.

Mucho más si, a esa doble cerrazón (a Dios y a los demás), se le añade un sentido de superioridad ética y cultural, que suele ir de la mano con una buena dosis de hipocresía. Si lo hace, termina no comprendiendo a las culturas religiosas, e incluso, provocando deliberadamente la ofensa, la provocación y el escarnio público.

Los católicos, sin dejar de ser críticos, no dejaremos tampoco de tender la mano, de razonar con serenidad y de buscar ampliar los espacios de la razón, para que nuestra convivencia sea cada vez más humana.

Una última reflexión: no es extraño que el deporte y estos eventos que deberían exaltar sus valores sean usados por las ideologías dominantes (culturales, filosóficas y políticas) para hacerse ver y buscar imponerse a los demás.

Ya ha pasado en otras ocasiones y, seguramente, seguirá pasando. Seamos lúcidos, críticos y procuremos no dejarnos envenenar el espíritu por estas manifestaciones y caer también nosotros en semejantes extremismos.

Misa y política 2

En estos días, en varios puntos del país, se celebraron Misas para visibilizar la labor de tantas mujeres que sostienen comedores comunitarios en barrios populares.

Se puede estar legítimamente en desacuerdo con el medio empleado -una Misa-, pero no dejar de valorar la labor de esas “madres de la patria”, como tampoco dejar de escuchar el reclamo y la urgencia que así se expresa.

¿Cómo no reconocer a quienes ponen cada día el cuerpo a una dura realidad humana y alientan con su solidaridad la esperanza de nuestro pueblo?

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El gobierno nacional lleva adelante una reducción drástica del gasto público, desregulación de la actividad económica, promoción de la iniciativa privada y reducción del rol del estado (también en políticas sociales). No elude hablar de un severo ajuste, acompañado además por buena parte de los ciudadanos.

Como en otras ocasiones de políticas similares, este ajuste -en buena medida ineludible- tiene muchas consecuencias dolorosas y, sobre todo si no se contrapesan con medidas adecuadas, afectan de manera duradera y permanente la vida de los más vulnerables.

La recesión golpea a los sectores medios, pero, sobre todo, hiere profundamente a los más pobres. La deuda social de la pobreza sigue creciendo y volviéndose más difícil de resolver. Lo vemos cada día en nuestras Caritas, comedores y otros espacios pastorales.

En la Argentina de hoy, y al cabo de varias décadas de políticas equivocadas y también de corrupción, los rostros de la pobreza se multiplican y tienen los rasgos de los niños, de los adolescentes, jóvenes y ancianos. Crece el drama de las adicciones y el crimen del narco.

La Iglesia católica y sus pastores lo vienen señalando desde los noventa. No podemos dejar de hacerlo: Jesús y su Evangelio nos ponen siempre del lado de los que más sufren.

Es verdad que, para no desacreditar nuestra misión y nuestra palabra, junto a la visibilización del reclamo, es necesario también atender a aspectos que no suelen estar muy presentes en nuestra reflexión pastoral: por ejemplo, cómo se genera un proceso virtuoso de crecimiento económico que mejore la vida de todos.

Quienes dirigen la política económica tienen una grave responsabilidad: mientras pilotean una crisis económica y social compleja, deben también escuchar las voces críticas, especialmente, de las que están más cerca de los sectores vulnerables.

Son voces que exponen verdades incómodas porque descubren una realidad dolorosa: la vida de personas, familias y amplios sectores de la sociedad.

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“Los obispos estuvieron callados cuatro años. Ahora ven la pobreza y hablan”, se escucha y se lee aquí y allá.

Aunque este comentario pudiera ser cierto, no termina de ser justo, porque no dice toda la verdad: ni individual ni colectivamente hemos estado callados, ni -menos aún- han estado inactivas nuestras comunidades frente al drama de la pobreza en todas sus formas.

En este sentido, se trata de una de las tantas “chicanas” que enturbian la discusión pública en Argentina, impidiéndonos ver la realidad y buscar juntos formas de superación.

Los obispos tenemos que hacernos cargo y revisar cuánto de cierto pueda haber en este reclamo. Pero, sin desánimos ni distracciones, seguir caminando con humildad y valentía nuestra misión pastoral en la Argentina que amamos y que buscamos servir desde el Evangelio.

Es una gracia que pido para mí, para mis hermanos obispos, para los que nos reconocemos discípulos de Jesús, para nuestras comunidades y para cada hombre y mujer de buena voluntad de mi Patria.

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
21 de junio de 2024

Eucaristía, política y libertad cristiana

Valoro las palabras de Mons. Gustavo Carrara, obispo auxiliar y vicario general de Buenos Aires, en relación con una Misa celebrada recientemente, cuya filmación circula en las redes y en los medios de información.

En un país polarizado como el nuestro, el poder de las redes viraliza rápidamente información incompleta. Se apresuran así tomas de posición y juicios en buena medida inapelables. Y se enrarece el clima de nuestra convivencia.

Lamentablemente, esta polarización también hiere a nuestras comunidades cristianas. 

Las palabras y el gesto del obispo son sinceros y superadores, por eso, se agradecen.

La Misa no se puede usar para promover causas políticas, no porque la política sea mala, sino porque esa no es su finalidad, que es glorificar a Dios y santificar a los bautizados, fortalecer la unidad de la Iglesia e impulsar su misión en el mundo, también alentando la “mejor política”, como dice el papa Francisco y bien resalta Mons. Carrara. 

Este video, como otro que circuló antes, causan extrañeza, desánimo y fastidio en muchos buenos católicos, tanto pastores como especialmente laicos. Muchos nos hacen legítimas preguntas sobre los vínculos entre fe y política, Iglesia, jerarquía y la autonomía de los laicos para hacer opciones políticas concretas, etc. 

Escribo desde el interior del interior, pero creo que vale para toda la Argentina. La inmensa mayoría de nuestras comunidades cristianas, cuando celebra la Eucaristía, lo hace con profunda fe y respeto por el misterio sagrado. 

Algunas posturas minoritarias y -a mi juicio- también anacrónicas no nos pueden hacer perder de vista la rica vida de fe, de misión y de compromiso de nuestras comunidades en todo el país. 

Vuelvo a decir que valoro el gesto de Mons. Gustavo Carrara porque expresa la voluntad de trabajar por la concordia que anima a todos los obispos. Es el poder de la caridad de Cristo al que siempre tenemos que volver para que nos transforme en artesanos de la paz. 

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

15 de junio de 2024

Buscar el bien posible en una democracia perfectible

Buscar el bien posible en una democracia siempre perfectible

La democracia republicana es un sistema con muchos límites, siempre amenazado y como en ascuas, porque se basa -y aquí está paradójicamente su mayor virtud- en la conciencia, libertad y voluntad de los ciudadanos libres.

Esto es así, porque se funda sobre la dignidad de la persona humana, sus derechos y deberes.

Tiene sus reglas de juego que hacen posible, tanto la manifestación pacífica de los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad en el espacio público, como también que, a través de procedimientos rigurosos los representantes del pueblo aprueben las leyes que rigen la vida ciudadana en el Parlamento.

Tanto en el curso de la discusión pública de los proyectos de ley como después de aprobación, los ciudadanos podemos manifestar nuestra aprobación o disconformidad, parcial o total, o incluso trabajar para que aquellas leyes que consideramos injustas sean derogadas y reemplazadas por otras, siempre a través de los medios éticos y legales que la misma democracia pone a nuestra disposición.

Ningún espacio político o sector puede imponer por la fuerza de la violencia política sus particulares puntos de vista o intereses.

La convivencia ciudadana de un pueblo se sostiene en verdades, valores y virtudes espirituales y morales: para los creyentes, la fe en Dios es el fundamento; para quienes no lo son, es la dignidad de la persona humana.

La buena salud de una democracia requiere ciudadanos con suficiente riqueza espiritual y ética pues supone que todos, aun en la disparidad o diferencia de postura, nos reconocemos semejantes, sujetos dignos de respeto y reconocimiento.

La doctrina social de la Iglesia apela siempre a la amistad social y a la dinámica virtuosa del bien común; por eso, a la potencia del diálogo, especialmente en los temas fundamentales y en los grandes desacuerdos.

Cuando esta “mística ciudadana” desparece, sustituida por las emociones violentas y los epítetos gruesos arrojados a la cara del adversario, solo se presagian desgracias para todos.

Los creyentes oramos a Dios, suplicamos su auxilio y fortaleza, y nos disponemos a la tarea paciente y ardua de buscar el bien posible en las circunstancias concretas, imperfectas y limitadas que nos tocan vivir.  

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco

12 de junio de 2024

Sí. Podemos entendernos

Los cristianos acabamos de celebrar Pentecostés: el don del Espíritu Santo.

El relato de los Hechos de los Apóstoles sigue siendo fascinante: de repente, hombres y mujeres que hablan diferentes lenguas comprenden el anuncio cristiano y comienzan a hablar y a entenderse entre ellos. Y una comprensión para nada superficial sino desde dentro y, por eso, eficaz.

Así nace la Iglesia: católica desde su origen, con capacidad para hacerse entender y de favorecer la comprensión entre personas, pueblos y culturas.

Esa capacidad viene de lo «alto»: del costado abierto del Crucificado y del soplo de su Espíritu que derrama continuamente sobre el mundo. Viene de la Trinidad.

Un bautizado, marcado con la unción del Espíritu de Cristo, será siempre un hombre y una mujer obstinadamente buscador de los corazones, las mentes y la mirada de los otros para reconocer el terreno común donde sembrar la semilla del diálogo y la comunión.

La concupiscencia nos empuja en sentido contrario: a la división, a sembrar cizaña, a echar sal en las heridas; a engañar con falsedad o a vociferar para intimidar.

Pero, el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad y nos fortalece para sembrar concordia. Y, sobre todo, para no dejarnos ganar por el desaliento. Nos abre los ojos para percibir las manos de Dios que, desde lo pequeño y frágil, hace crecer su Reino en los corazones.

***

Argentina, como las otras naciones hermanas de Iberoamérica, tiene una historia de dolorosos desencuentros y luchas fratricidas. Pero también, en momentos concretos, han sabido asomar pactos y acuerdos fundamentales.

Han sido momentos tan providenciales como superadores, llevados adelante por hombres y mujeres también concretos que han sabido optar por el bien posible, incluso en medio de muchos límites y condicionamientos. Han comprendido que, en una guerra, se puede “vencer, pero no convencer”, como dijera sabiamente don Miguel de Unamuno. Por eso, han sabido ceder y apostar por el bien entonces posible. Pienso en el beato obispo Fray Mamerto Esquiú y su apuesta por la aceptación de la Constitución.

La semilla del Evangelio sigue dando frutos en nuestra Patria. Que el Espíritu Santo nos de valentía, paciencia y, sobre todo, un amor grande para trabajar por el bien común de las generaciones por venir.

Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
20 de mayo de 2024
María, madre de la Iglesia