Como cada año, este 7 de agosto miles de argentinos celebran a san Cayetano en santuarios, parroquias, humildes capillas o ermitas de los barrios. El patrono de la Paz, del Pan y del Trabajo se ha ganado un lugar en el corazón de nuestro pueblo.




Su imagen más antigua se encuentra en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales erigida en Buenos Aires por santa María Antonia de Paz y Figueroa, “Mama Antula”.
Mama Antula tenía una gran devoción por san Cayetano. A él le confió la misión que le hizo caminar miles de kilómetros para llevar a sus hermanos la experiencia de los ejercicios espirituales. Y, cuando erigió la Santa Casa, puso bajo su protección el desarrollo de los retiros espirituales.
Así nació la devoción argentina por este santo. Une dos cosas que son inseparables en la experiencia cristiana: el encuentro con Cristo y la solidaridad con los demás.
La súplica por el pan, el trabajo y la paz que miles de argentinos elevan hoy en su peregrinación a san Cayetano nos muestra de qué está hecho el corazón humano: sed de Dios y de fraternidad, de felicidad verdadera y de bienestar para todos.
A lo largo de estos años, los obispos y la Iglesia en Argentina, no hemos dejado de hacer oír nuestra voz en cada fiesta de san Cayetano. Estamos ahora donde hemos estado siempre: acompañando a nuestro pueblo, orando con los peregrinos y devotos, haciendo nuestras sus peticiones de pan, de trabajo y de fraternidad, dando gracias por los beneficios recibidos.
Nuestro país es grande y rico. Su mayor riqueza son las personas, el “capital humano”. Por eso, duele que, a lo largo de estos años de democracia, junto con innegables logros, no hayamos podido alcanzar un desarrollo social y económico que mejore la vida de todos. Como decíamos preparando los bicentenarios: la deuda social sigue siendo la que más nos pesa.
Es un desafío para la política económica, pero es mucho más que ella: por eso, seguimos insistiendo en la amistad social, la cultura del encuentro y la fraternidad, como nos enseñara el papa Francisco.
Los discípulos de Cristo, las comunidades cristianas y sus pastores estaremos siempre junto a los que quedan en el camino de las crisis sociales, económicas y políticas.
¿Qué les ofrecemos? Lo que hemos recibido: la fe cristiana en Dios, nuestra mayor riqueza. Ella siembra esperanza y da fuerzas para luchar por la justicia y trabajar por el bien común. Y es la esperanza en la vida eterna.
De la mano de san Cayetano, de santa Mama Antula y del Santo Cura Brochero seguimos caminando como “peregrinos de la Esperanza”.
