
La delicada salud del Papa Francisco internado en el Gemelli de Roma ha suscitado una corriente de afecto, compasión y oración en todas partes.
En Argentina esta «movida» de oración por el Santo Padre ha sido, en buena medida, espontánea, rápida e intensa.
En estas horas estamos unidos en oración como familia que somos: la familia de Jesús unida por los vínculos sobrenaturales de la fe y la caridad.
Incluso personas o sectores que han mostrado desavenencias con Francisco por diversos motivos (políticos, ideológicos o religiosos) ahora rezan por él con sinceridad de corazón.
Es cierto que, sobre todo, en las redes o en los comentarios de las noticias, aparecen expresiones desagradables, toscas y hasta groseras. Suscitan extrañeza y bronca, pero, en última instancia, despiertan tristeza pues revelan cuanta amargura puede albergar el corazón humano. El mayor daño aquí es autoinflingido: nadie vive bien con semejante resentimiento.
Se puede aplicar aquí lo que el genial personaje de Chespirito afirmaba de la venganza: «Nunca es buena. Mata el alma y la envenena».
Pienso, por el contrario, que este reencontrar unidas rezando por Pedro saca a la luz la belleza de la fe compartida, la nobleza del corazón humano y el Rostro más luminoso del Dios que se complace en «habitar en los corazones rectos y sencillos», como rezábamos el pasado domingo.
¡Rezamos por vos Francisco!
¡Somos familia!
