Para salir de la ley del péndulo

Posición ingenua:

Si en los debates públicos (también dentro de la Iglesia), una cierta percepción de la verdad de la condición humana, de alguna manera, no orienta las discusiones y las decisiones, eso termina haciéndolo el poder, también en alguna de sus formas, con sus picardías, estrategias y tácticas de viraje corto: ideologías dominantes, intereses de parte políticos, económicos, liderazgos fuertes (y siempre sesgados), etc.

De ahí que, en temas delicados y controversiales (p. e. las cuestiones de género o la violencia política de décadas pasadas), la ley del péndulo nos lleva de un lado a otro.

Pan para hoy, hambre para mañana… y vuelta a empezar.

Además, con una pizca del apasionamiento y el gusto por el conflicto que los argentinos llevamos en nuestro ADN, las cosas se complican y hacen todo más difícil, sobre todo, edificar hacia delante, pensando en el bien mayor de las nuevas generaciones.

Una posible salida de mayor sensatez y cordura, inspirada en la espiritualidad cristiana la ofrezco a continuación.

Me inspiro en unas palabras del obispo noruego Erik Varden. Escribiendo sobre «la perfecta libertad», Varden señala tres pasos:

1. Elegir y aceptar las cosas como son. Esta «opción por lo real» es clave. Estamos diseñados interiormente para ello en el cuerpo, en el alma y en la conciencia: somos apertura a la realidad que es la que nos muestra la verdad. Eso sí: además de una cierta fortaleza interior para hacernos cargo de los aspectos más arduos de la vida, siempre es útil una buena dosis de buen humor, sobre todo, saber reírnos de nosotros mismos (los argentinos sabemos hacerlo).

2. Confiar en la paciencia activa de Dios que sabe trabajar mejor que nadie el corazón humano. Por eso, el cristianismo, sobre todo su versión católica, es tozudamente optimista. Creemos en Dios y, por eso, confiamos en su más perfecta imagen y semejanza, jamás destruída por el pecado: el ser humano y lo que Dios, por creación y por gracia, ha puesto en él. Y del ser humano concreto, alma y cuerpo, historia y eternidad, carne y sangre. Eso también se llama: encarnación.

3. Y, por eso, saber esperar activamente, es decir, con mirada atenta y disposición para la acción. Los tiempos oportunos llegan y nos ofrecen, tímidamente primero, claramente después, los frutos de la siembra (la de Dios y la nuestra) para que los cosechemos.

Suena ingenuo, ¿no?

Pero podemos darle una oportunidad. Yo lo hago.

28 de agosto de 2024

Memoria de san Agustín, obispo y doctor de la Iglesia

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