
Los cristianos acabamos de celebrar Pentecostés: el don del Espíritu Santo.
El relato de los Hechos de los Apóstoles sigue siendo fascinante: de repente, hombres y mujeres que hablan diferentes lenguas comprenden el anuncio cristiano y comienzan a hablar y a entenderse entre ellos. Y una comprensión para nada superficial sino desde dentro y, por eso, eficaz.
Así nace la Iglesia: católica desde su origen, con capacidad para hacerse entender y de favorecer la comprensión entre personas, pueblos y culturas.
Esa capacidad viene de lo «alto»: del costado abierto del Crucificado y del soplo de su Espíritu que derrama continuamente sobre el mundo. Viene de la Trinidad.
Un bautizado, marcado con la unción del Espíritu de Cristo, será siempre un hombre y una mujer obstinadamente buscador de los corazones, las mentes y la mirada de los otros para reconocer el terreno común donde sembrar la semilla del diálogo y la comunión.
La concupiscencia nos empuja en sentido contrario: a la división, a sembrar cizaña, a echar sal en las heridas; a engañar con falsedad o a vociferar para intimidar.
Pero, el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad y nos fortalece para sembrar concordia. Y, sobre todo, para no dejarnos ganar por el desaliento. Nos abre los ojos para percibir las manos de Dios que, desde lo pequeño y frágil, hace crecer su Reino en los corazones.
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Argentina, como las otras naciones hermanas de Iberoamérica, tiene una historia de dolorosos desencuentros y luchas fratricidas. Pero también, en momentos concretos, han sabido asomar pactos y acuerdos fundamentales.
Han sido momentos tan providenciales como superadores, llevados adelante por hombres y mujeres también concretos que han sabido optar por el bien posible, incluso en medio de muchos límites y condicionamientos. Han comprendido que, en una guerra, se puede “vencer, pero no convencer”, como dijera sabiamente don Miguel de Unamuno. Por eso, han sabido ceder y apostar por el bien entonces posible. Pienso en el beato obispo Fray Mamerto Esquiú y su apuesta por la aceptación de la Constitución.
La semilla del Evangelio sigue dando frutos en nuestra Patria. Que el Espíritu Santo nos de valentía, paciencia y, sobre todo, un amor grande para trabajar por el bien común de las generaciones por venir.
Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
20 de mayo de 2024
María, madre de la Iglesia