«La Voz de San Justo», domingo 18 de febrero de 2024
“En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.” (Mc 1, 12-13).
Señor Jesús: sé de tentaciones y de tentación. No son lo mismo. Unas son grotescas; otras, más sutiles y resbaladizas. Son las que realmente merecen ese nombre. Pero, conozco también lo que es “la” tentación. No una prueba cualquiera, sino la que puede llevarse todo con ella.

En ocasiones pienso que, de aquella experiencia tuya en el desierto, surgió la súplica que cierra la oración del Padrenuestro: “Padre… no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”.
Esa prueba tiene que ver con lo más hondo nuestro… y también tuyo: Dios, tu Padre, y la confianza absoluta en Él, en lo que sueña para nosotros, en la real potencia de su amor.
Nadie como vos, Jesús, ha vivido totalmente entregado a Dios, tu Padre, tu Abba. Nadie ha realizado tan completamente la libertad como vos que, siendo Hijo eterno de Dios te has hecho hijo de los hombres. Nadie ha asumido tan radicalmente la misión de traer la paz de Dios a este mundo nuestro tan herido, violento y oscuro.
Por eso, nadie como vos, aquellos cuarenta días en el desierto y empujado por el Espíritu, ha comprendido tan a fondo lo que sentimos tus hermanos y hermanas, cuando el rostro luminoso de tu Padre se desvanece en nuestros corazones, y ya no tenemos suelo donde echar raíces ni puerto a donde dirigir la nave frágil de nuestras vidas.
Volvé del desierto, Señor, y decinos, una vez más: ¡Anímense a convertirse y creer en la buena noticia: tenemos un Dios real que es Padre! ¡Tenemos futuro y un amor al que entregarnos sin reservas!
Amén.