Domingo 28 de diciembre de 2025, catedral de San Francisco
Clausuramos el Jubileo de la Esperanza en la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
En su camino reconozcamos nuestro camino eclesial de fe, especialmente el que tenemos por delante en el año 2026 que estamos a punto de iniciar.
Nos cuenta el Evangelio que, a raíz de la persecución del rey Herodes, José y María con el Niño deben huir a Egipto. De allí volverán para instalarse en Nazaret.
San Mateo nos recuerda que, aún en medio de todos estos sobresaltos, el plan de Dios anunciado por los profetas no deja de cumplirse. Es Él quien tiene en sus manos la historia, especialmente en sus horas más oscuras.
María y José llevan consigo a Aquel que es el centro de la historia y del cosmos, el que le da sentido a todo lo que somos.
Llevan consigo y protegen a un recién nacido frágil, pero que es, en realidad, el que los sostiene a ellos, no menos que al mundo y a nosotros.
El plan del Padre va adelante. Solo requiere una fe confiada y obediente como la de María y José.
En el camino de la Santa Familia contemplemos nuestro propio camino como Iglesia diocesana. En su fe confiada sintámonos invitados a vivir en la misma obediencia al plan de Dios.
Nuestra vida también enfrenta sobresaltos, pero estamos en buenas manos. Existe un plan de salvación que nos sostiene y que llevará nuestra historia a buen término; aquí, por cierto, pero, sobre todo, en la eternidad, en el cielo.
Ojalá que el fruto de este Año Jubilar sea haber aprendido a vivir un poco más como “peregrinos de Esperanza”.
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Con esa fe esperanzada miremos el 2026 que está abriéndose delante de nuestros pasos.
Para nuestra diócesis, si así la Providencia lo permite, será el año de la experiencia fuerte de nuestro primer Sínodo diocesano.
Nos estamos preparando de muchas maneras, pero, en la oración, queremos cultivar la misma disponibilidad de apertura interior de José y de María, con la mirada y el corazón fijos en Jesús, el Señor.
Se lo hemos confiado también a san Francisco de Asís, en cuyo amor apasionado por Jesús, el Evangelio y la pobreza, queremos también reconocernos.
El 2026 será también el Jubileo por los 800 años de su muerte. Seguramente reportará abundantes gracias “franciscanas” para todos.
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Querido Pablo:
Has solicitado ser admitido como candidato a las sagradas órdenes. Te has sentido llamado a ser presbítero diocesano incorporándote al Presbiterio de esta Iglesia diocesana con sus comunidades, carismas y ministerios.
Te has sentido llamado así a ser servidor de la fe del pueblo del Señor.
Escuchando el voto favorable de tus formadores, el obispo acepta tu petición y te admite para caminar hacia la ordenación.
En estos años, y con la invaluable ayuda del Seminario de Córdoba, has ido dando pasos para configurarte con el buen Pastor.
En nombre de nuestra diócesis, doy gracias a la comunidad del Seminario, especialmente a sus formadores, por el acompañamiento formativo realizado y por el que seguirán ofreciéndonos en el tiempo que tenemos por delante.
El Seminario de Córdoba tiene como madre y patrona a la Virgen de Loreto, es decir, a la Virgen que cuida el calor de Nazaret para que madure la fe de nuestros futuros pastores.
Te invito a que no dejés de invocarla y de “marianizar” tu vida, es decir: aprender de ella a ser discípulo misionero de Jesús.
“Presbítero” es nombre de misión: que María y José de Nazaret, el santo Cura Brochero y san Francisco formen tu corazón misionero, apasionado por el Evangelio.
Dar una respuesta favorable a tu pedido de admisión significa para todos nosotros comprometernos a orar por vos y por las vocaciones al sacerdocio ministerial.
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Mirémonos todos en el camino de María y José de Nazaret, en el camino de Jesús, el Salvador.
Estamos en sus manos.
Dando gracias por todo lo que hemos vivido y recibido en este Año Jubilar, sigamos caminando hacia la Patria del cielo.
Amén.


































