La palabra “democracia” une dos realidades: “pueblo” (“demos”) y “poder” (“kratos”).
La democracia liberal, por ejemplo, ha puesto en la soberanía del pueblo uno de sus principios fundamentales.
La doctrina social de la Iglesia católica ha sido crítica con este concepto. En realidad, lo matiza: la autoridad, en última instancia, proviene de Dios creador; ningún poder humano puede ser absoluto: debe estar subordinado a la ley moral y, en un estado de derecho, a la ley que rige la vida de todos los ciudadanos.
De ahí que, en sus últimos desarrollos, la enseñanza de la Iglesia haya puesto de relieve algunos elementos fundamentales: la dignidad de la persona humana, sus derechos y deberes; la importancia de limitar y contrapesar el ejercicio del poder; la importancia de las elecciones libres, el recambio pacífico de las autoridades previsto por las leyes, la probidad moral de sus funcionarios, etc.

En este sentido, la Iglesia valora la democracia y coincide con muchos pensadores políticos en señalar que esta es tan compleja como imperfecta y, por tanto, supone esa perseverante paciencia de saber que el bien posible siempre será arduo, que lo justo aquí y ahora tiene que ser buscado y elegido con decisión, que no se puede edificar nada duradero que no tenga una sintonía interior con la verdad.
En este sentido, Argentina es una democracia verdadera. Y es fruto de un camino fatigoso que nos ha visto a los ciudadanos como protagonistas fundamentales. Es un logro que no podemos olvidar ni bajarle el precio.
Pero es un logro imperfecto… y lo será siempre. Siempre habrá intereses de parte que mueven los hilos del poder desde la oscuridad. Siempre habrá luchas, tensiones y mezquindades en la búsqueda de espacios de poder. Siempre unos pocos buscarán imponer a la mayoría sus intereses egoístas… y tendrán éxito.
Pero también es cierto que, en medio de esa maraña de miradas, intereses y acciones, es posible intervenir con conciencia, con libertad y con expectativa de logro en beneficio de todos.
¿No ha ocurrido así en las horas más oscuras de la humanidad y nuestra propia patria Argentina?
Los que creemos en Dios con fe católica tenemos la certeza inconmovible del auxilio de la gracia divina para toda obra buena. Por eso, como dijo tan hermosamente el papa León XIV al ser elegido: “Dios nos quiere bien, Dios los ama a todos, ¡y el mal no prevalecerá! Todos estamos en las manos de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos mano a mano con Dios y entre nosotros, sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede.”
La autoridad proviene de Dios, pero no se opone a la participación del pueblo a través de las distintas formas de su ejercicio como son, por ejemplo, las elecciones.
Y aquí -como señalaba arriba- los argentinos nos anotamos un logro que no podemos menospreciar: de 1983 a la fecha, las elecciones periódicas han sido concurridas, pacíficas y libres, razonablemente transparentes y efectivas. Nos han permitido elegir a nuestros representantes y cambiar pacíficamente los gobiernos.
Seguramente así serán las del próximo fin de semana.
Y seguimos caminando como pueblo, más o menos conscientes de nuestras posibilidades y límites, edificando el orden justo posible, dispuestos a perseverar en esta obra común, siempre amenazada y siempre necesaria.
San Francisco, 20 de octubre de 2025

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