Esta mañana he posteado en las redes estas breves reflexiones sobre la Marcha Federal Univesitaria que se está desarrollando por estas horas en nuestro país.
Nuestra democracia tiene normas escritas que regulan su vida. Es la delicada arquitectura que diseña nuestra Constitución.
Pero también tiene un conjunto de valores no escritos que son tan o más importantes que las normas escritas: el respeto del otro, la reciprocidad, la amistad social, la benevolencia, la voluntad de no agredir, el intercambio en el espacio público, los valores espirituales y religiosos que animan la vida de nuestro pueblo, etc.
Unas y otros ponen límites al poder, lo controlan, lo obligan a escuchar y a rectificar, a negociar, a buscar consensos, a mirar siempre más allá y más hondamente de las propias ideas y proyectos.
En la confluencia de normas escritas y valores éticos está uno de los principios fundamentales de toda cultura democrática: la libertad de expresión.
En los tiempos que corren -lo observamos en otros países- los límites que separan al poder ejercido de forma democrática y la autocracia se vienen corriendo peligrosamente, motivados por un comprensible hartazgo con la política, su desconexión con la realidad concreta y sus magros resultados para mejorar realmente la vida de las personas.
Entre las causas del hartazgo con la política no hay que excluir lo que el papa Francisco denomina “la colonización ideológica” que, a través del estado, se impone a la vida de los ciudadanos con un autoritarismo exasperante.
Una democracia sólida requiere ciudadanos conscientes, convencidos y con un sentido ético muy desarrollado del compromiso de todos con el bien común. Y de la moderación que esta tarea nunca acabada requiere para fundar sólidamente el futuro de todos.
En la Marcha Federal Universitaria seguramente se entremezclan intereses particulares, algunos legítimos, otros, no tanto. A ninguno se nos escapa, tanto como que las universidades argentinas, tanto las nacionales como la de gestión privada, son un gran valor de nuestra cultura argentina, que merece la atención y preocupación de todos.
Así es la realidad, y así es la política. Con esa mezcla de intereses y voluntades contamos para caminar como sociedad. Desde allí partimos para edificar el bien común, cuyos sujetos somos todos y cada uno de los ciudadanos argentinos.
La buena salud de la universidad argentina es una cuestión que nos atañe a todos: su excelencia académica inseparable de la circulación libre de ideas, su accesibilidad como motor del desarrollo y del progreso integral, su sostenimiento económico, etc.
Es valioso que la expresión de hoy se haga y que transcurra pacíficamente, tanto para quienes adhieren convencidos a su convocatoria, como para quienes lo hacen solo en parte o, incluso, para los que no adhieren a ella.