“También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. […] Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan.” (Lc 11, 9-13).

Los obispos de Argentina hemos convocado a una jornada de oración por la Patria para este viernes 17 de noviembre de 2023. Son las vísperas del “balotaje” del domingo 19. Mira, sin embargo, mucho más allá. Tiene que ver con nuestro camino como pueblo.
¿Qué pedimos para nuestra Argentina en esta oración en la previa del balotaje?
Bueno, no está mal que cada uno pida que gane el que vota por convicción o descarte. De todos modos, nos damos cuenta de que nuestro buen Dios no nos ha dado la inteligencia y la libertad para que haga lo que nosotros hemos de hacer. Es una decisión -como dije en un post anterior- personal y a conciencia.
Nos viene bien recordar la sabia enseñanza de san Agustín sobre la oración: Dios no siempre nos da lo que le pedimos; sin embargo, siempre nos da lo que realmente necesitamos. La oración nos ensancha el corazón para que quepa en él la Vida que Dios nos regala.
Jesús lo dice más cortito: “el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan.” (Lc 11, 13). O, como rezamos en la oración del Señor: “Padre nuestro… santificado sea tu Nombre, venga tu Reino y hágase tu voluntad”. Ese es el deseo de Jesús que el Espíritu Santo hace nuestro.
En nuestra oración por la Patria, por encima de todo, también de nuestra legítimas diferencias y opciones políticas, pidamos para nosotros y para todos los argentinos la gracia del Espíritu Santo.
¿Qué significa esto? Me permito aventurar algunas respuestas. Cada uno puede completarlas.
San Pablo dice que, cuando oramos, el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. El Espíritu nos permite escuchar el gemido de la creación, de los pobres, de los que caminan sin esperanza, etc. También nuestros gritos ciudadanos más profundos: trabajo, educación, paz, un techo…
Orar por Argentina es escuchar esos gemidos y permitirle al Espíritu que los asuma, los acompase a la oración de Jesús, el Hijo, y los lleve al corazón del Padre. Por eso, nuestra súplica, en buena medida, es penitencial: busca que quebremos nuestro corazón endurecido por el orgullo para que le permitamos a Dios transformarlo: que nos haga hijos y hermanos en Jesús.
¿No necesitamos esa oración penitencial en Argentina? El Padre nuestro comienza poniéndonos en las manos del Padre y termina suplicando que Él no nos abandone cuando llegue la hora de la prueba y nos preserve del mal y del Maligno.
Al entrar en la oración, guiados por el Espíritu de Jesús, si somos dóciles, la misma plegaria nos va transformando y haciéndonos capaces de toda obra buena, de deponer el orgullo y el interés y de sumarnos a la voluntad del Padre: que su creación sea nuestro hogar y todos nos reconozcamos hermanos.
La elección del 19 de noviembre es importante… Sin embargo, lo más arduo es lo que se abre por delante: tiempos difíciles que requerirán mucha pasión por el bien, perseverancia y fortaleza para soportar los embates del mal y para acometer la lucha por la justicia. Y, sobre todo, por la reconciliación, la concordia y la amistad social en una sociedad fragmentada y deliberadamente conducida a ese lugar de polarización.
Orar por Argentina es rezar por los dirigentes, tanto por los políticos como por los que cumplimos ese rol social en otros ámbitos. Que seamos lúcidos, hábiles para hacer el bien y no solo para la retórica engañosa del corto plazo.
Pero también significa rezar por los ciudadanos de a pie que somos todos, porque -como suele decirse- los pueblos no siempre tienen los dirigentes que se merecen, pero sí los que se les parecen. No existe un pueblo puro y una dirigencia corrompida a la que podamos acusar desde la vereda de enfrente. Existimos hombres y mujeres que fatigamos cada día el bien, la honestidad y la justicia. Ciudadanos concretos con aciertos y errores, con virtudes y defectos, con amnesias éticas y silencios culposos que terminan en opciones concretas; también con pecados personales que se proyectan socialmente. Y, de tal palo, tal astilla…
¿Quién puede permitirse, a esta altura de nuestra historia argentina, subirse a un estrado y reclamar para sí una incomprensible e insoportable superioridad moral?
Pedimos que el Espíritu Santo encuentre docilidad interior para abrirse paso por esa maraña sinuosa que es el corazón humano y nos ayude a trabajar por el bien común con las virtudes nobles de la paciencia, la perseverancia y la magnanimidad.
Sí: necesitamos un alma grande que nos haga ver más allá de nosotros mismos.
Lo suplicamos al Espíritu Santo y lo ponemos en las manos generosas de nuestra Madre, la Virgen María, invocada en cada rincón de Argentina con nombres diversos, pero con una única piedad filial. Amén.
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