El Credo en la vida de la Iglesia

Se han cumplido 1700 años del concilio de Nicea (325), el primero de la historia. Este concilio salió al paso de la herejía de Arrio que negaba la condición divina de Jesucristo. Echando mano del texto de una profesión de fe bautismal, y añadiendo unas palabras claves, los padres de Nicea definieron la identidad divina de nuestro Salvador. Años más tarde (381), el primer concilio de Constantinopla hizo lo mismo con el Espíritu Santo: confesó la divinidad de la tercera persona de la Trinidad.

Por eso, el Símbolo que ambos concilios usaron para expresar la fe se denomina: Símbolo o Credo niceno constantinopolitano.

Se lo denomina “Símbolo” porque reúne en una misma fórmula las verdades fundamentales de nuestra fe y, además, porque permite que quienes lo recitamos nos reconozcamos unos a otros como miembros de la misma Iglesia. La palabra “símbolo” viene del griego “symballein” (poner juntas las partes).

Se lo denomina también “Credo” por su primera palabra en latín: “Credo in unum Deum…” (Creo en un solo Dios…): la fe es la respuesta, personal y eclesial, a Dios que se nos revela.

Los credos no son oraciones dirigidas a Dios, sino fórmulas que pronunciamos en el marco de la liturgia para confesar pública y solemnemente nuestra fe. Han nacido en el ámbito del bautismo y, con el paso del tiempo, han pasado a la liturgia eucarística: hoy lo recitamos después de escuchar la Palabra de Dios y como respuesta a ella.

Además de esta función “confesante”, los símbolos tienen una función “doctrinal”: son resúmenes breves de las verdades que creemos, normalmente estructuradas en torno a las tres personas divinas. Así, la unidad de la santa Trinidad es el modelo de la unidad en la diversidad de la comunión eclesial que nace de la fe común.

En la liturgia católica existen dos símbolos o credos: el Credo apostólico, más antiguo; y el Credo niceno-constantinopolitano.

El Catecismo de la Iglesia Católica (como también su Compendio) dedica al Credo su primera parte, con un desarrollo amplio de su contenido. Los bautizados tenemos el deber de conocer nuestra fe para dar razón de ella a todos los que nos lo pidan. Por eso, la lectura y estudio del Credo a través del Catecismo resulta imprescindible.

Sugiero que, a partir de esta Navidad 2025 y durante los domingos del año próximo, en la Misa sustituyamos el Credo apostólico por el Credo niceno constantinopolitano. Sería bueno también que aprovecháramos esta sugerencia para realizar algunas catequesis breves sobre el contenido de este Símbolo de la fe.

1º de diciembre de 2025

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.