Semana Brocheriana 2025 – Sábado 25 de enero – Villa Cura Brochero
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
Él me envió a llevar la Buena Noticia los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».
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Así como, durante las Misas de semana, hemos comenzado a leer el evangelio de Marcos, siguiendo con los de Mateo y Lucas, y, durante el tiempo pascual, el de Juan; este año, durante los domingos, vamos a repasar casi completo el evangelio según san Lucas.

Es la pedagogía de la Iglesia que nos invita a ser oyentes de la Palabra, como María. Para que la Palabra crezca en nosotros y nosotros con ella.
Dios dirige su Palabra a la Iglesia, y la respuesta de la Iglesia es la fe… y esto es también la oración: escucha, acogida, rumia de la Palabra en la mente, en el corazón, en los labios.
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Comenzamos este precioso viaje espiritual escuchando el inicio del evangelio de san Lucas. Continuará durante el tiempo pascual, con la segunda parte: los Hechos de los Apóstoles.
San Lucas nos ofrece un “relato ordenado”, fruto de un minucioso trabajo de investigación personal y de escucha de lo que otros han escrito y transmitido. Prestemos atención a la finalidad que persigue: “he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.”
Como nosotros, Lucas no ha sido testigo ocular de los hechos y enseñanzas que ofrece su obra. Él ha tenido que escuchar a otros, recoger esta tradición y darle una nueva forma.
Eso sí, es muy consciente de que esta buena noticia, la que otros contaron y transmitieron, y que ahora él mismo actualiza tiene la certeza del designio de Dios que pasa por la persona y la pascua de Jesús.
Como se lo dirá el jovencito Jesús a sus papás desconcertados que lo encuentran en el templo: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2, 49). Y, a los de Emaús, el Señor resucitado les dirá algo parecido: “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (Lc 24, 26).
Lo que ha hecho san Lucas es lo que, en definitiva, tenemos que hacer como Iglesia y como bautizados: escuchar la Palabra, dejarnos llevar por el río caudaloso de la tradición de la fe, y tratar de comprender el plan de Dios para encontrar nuestro lugar en él y colaborar con él en el tiempo que el Señor nos ha regalado para vivir la fe y la misión.
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Contemplemos ahora a Jesús, tal como nos lo pinta esta primera página del evangelio de san Lucas que escuchamos este domingo: es el Jesús evangelizador, profeta, que va de un lugar a otro, que busca a la gente allí donde está, que comparte con sus hermanos la escucha de la Palabra; pero, sobre todo, es el que está lleno del Espíritu Santo y obra todo esto movido por esa unción que se ha derramado sobre él.
Es la unción que ha compartido con nosotros en el bautismo y la confirmación, que hace de nosotros un pueblo santo y oyente de la Palabra, peregrino y misionero.
En esta Semana Brocheriana 2025 hemos querido contemplar ese misterio de gracia: “Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.” (1 Co 12, 13).
Reunidos aquí en Brochero, un año más, caminando este Jubileo de la Esperanza, me animo a suplicar, para mí y para cada uno de ustedes, peregrinos; también para nuestras diócesis y para la Iglesia entera; para los curas, los obispos, los diáconos, los agentes de pastoral, los catequistas y misioneros… para cada discípulo misionero del Evangelio:
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“Señor Jesús, cómo nos hace bien contemplarte así: colmado del Espíritu, con la fuerza y el fuego del Espíritu Santo que te mueve desde dentro, que te empujó al desierto, pero también por los caminos de la misión; que te llevó a los pobres, a los enfermos, a los alejados, también a los pedantes y orgullosos, a los que se dejaron ganar el corazón por el dinero -como Zaqueo y los otros publicanos-, que te sumergió en la vida concreta y profana de tus hermanos y hermanas.
Nos hace bien verte así, en medio de los sufrimientos del mundo, para anunciar el año de gracia del Señor, un tiempo de vida, de liberación y de gracia, de perdón y de reconciliación para toda la humanidad.
Y, de repente, nos damos cuenta de que ese mismo Espíritu es el que nos has comunicado en el bautismo y la confirmación, el que anima a tu Iglesia que camina por la historia, el mismo Espíritu que une en la alabanza a la Iglesia peregrina, a la Iglesia penitente y a la Iglesia triunfante del cielo.
Señor Jesús, soñamos con ser, también nosotros, hombres y mujeres del Espíritu, animados por esa fuerza interior que transforma los corazones, que la da agilidad a nuestros pies para que sean callejeros, que ilumina con su fuego nuestros ojos, que abre nuestras manos para la caricia, la solidaridad y el abrazo que anima y sostiene.
Danos tu Espíritu, como cubrió a María tu madre y aleteó sobre José de Nazaret. Soñamos con ser orantes como ellos, nosotros que vivimos en la torpeza somnolienta de nuestra cultura de las pantallas que nos llenan de ruido y de dispersión.
Orantes que acojan tu Palabra de vida, cada día, como hacían José Gabriel, Mama Antula y Mamerto Esquiú.
Soñamos con comunidades orantes, misioneras y alegres, que vivan este caminar juntos que es la sinodalidad, en el día a día de la pastoral ordinaria: la que, más allá de los eventos extraordinarios, nos pone en contacto con la vida real de las personas, sus ilusiones, deseos y luchas.
Señor Jesús, ungido por el Espíritu y enviado por el Padre a los pobres: aquí, en Villa Cura Brochero, como peregrinos y devotos del Santo Cura y de la Purísima, te pedimos vivir a fondo, con autenticidad y alegría, esta piedad popular en la que nos hacés sentir tu presencia de buen Pastor que guía, camina y alienta el caminar de tu pueblo.
Y que este Año Santo nos permita vivir como peregrinos y testigos de la Esperanza sustanciosa que es tu Persona. Amén.”