Semana Brocheriana 2025 – Martes 21 de enero – Villa Cura Brochero
Marcos 2, 23-28
Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: «¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»
Él les respondió: «¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?»
Y agregó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado.»
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Ya desde sus primeras páginas, el evangelio de Marcos nos relata los encontronazos de Jesús con sus adversarios. Irán creciendo en intensidad hasta desembocar en su pasión.
Sus discípulos necesitarán ser pacientemente educados en este camino de pasión, de humildad y, en definitiva, de amor apasionado.
Desde el inicio, la misión de Jesús está marcada por la cruz: la fe siempre es “fe probada y contestada”.
Preguntémosle, si no, a aquella jovencita romana, apasionadamente enamorada de Jesús, cuyo nombre es Inés, y cuyo martirio estamos celebrando. Hemos pedido “imitar su constancia en la fe”.
Dios elige «la debilidad del mundo para confudir a los fuertes», acabamos de rezar, evocando su figura evangélica de virgen y mártir.
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Detengámonos aquí, rumiando el relato del evangelio de hoy: ni sus adversarios (en este caso, los fariseos), ni sus propios discípulos saben sopesar bien ante quien están, quién es el que les habla, con quién están caminando…
Solo llegarán a ser discípulos aquellos que, caminando la humildad, aprendan a despojarse de todo y, de esa forma, abrirse al encuentro hondo con Jesús.
Una vez más, Inés, frágil con la fragilidad fuerte de Cristo, nos provoca.
A ella podemos preguntarle: ¿cuándo te recibiste de discípula de Jesús? ¿Fue acaso en tu martirio? ¿O la cosa viene de antes? ¿Qué te trajo y atrajo a Jesús?
Inés nos dirá: hubo un momento de mi joven vida en que descubrí que mi corazón se había desposado con Él… y ya no hubo vuelta atrás.
Y no es fuerza de voluntad: en Inés, en Brochero y tampoco en nosotros. Es un regalo de amistad que nos ha sido regalado a todos con la misma generosidad y gratuidad.
Es la semilla sembrada en nuestro bautismo, que recibió impulso en la confirmación y que alimentamos cada domingo en la Eucaristía.
Nos enseña la madre Iglesia: “El bautismo es el fundamento de la vida cristiana, porque introduce a todos en el don más grande: ser hijos de Dios, es decir, partícipes de la relación de Jesús con el Padre en el Espíritu. No hay nada más alto que esta dignidad, concedida por igual a toda persona, que nos hace revestirnos de Cristo e injertarnos en Él como los sarmientos en la vid. En el nombre de «cristiano», que tenemos el honor de llevar, está contenida la gracia que fundamenta nuestra vida y nos hace caminar juntos como hermanos y hermanas.” (DF 21)
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Quedémonos aquí: “En el nombre de «cristiano», que tenemos el honor de llevar, está contenida la gracia que fundamenta nuestra vida y nos hace caminar juntos como hermanos y hermanas.”
Por supuesto que ese nombre indica compromiso, pero, antes que eso, indica una GRACIA inmensa, inmerecida, gozosa y luminosa.
Digámoslo de otra manera: “Soy cristiano, porque he sido alcanzado por Jesús, él me ha visitado y yo lo he visto; él me ha amado y se ha entregado por mí, me ha rescatado y colmado con la unción de su Espíritu. Me ha hecho entrar en la amistad con Él y a formar parte de la comunidad de sus amigos, de su familia: la Iglesia”.
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Ayer nos preguntábamos qué nos da Brochero. Y respondíamos que Brochero sigue trabajando para que nos encontremos con Jesús.
Hoy te invito a pensar cómo se ha dado ese encuentro en tu vida.
Bautismo, confirmación y eucaristía nos regalan este don precioso como una semilla que busca nutrirse hasta la madurez del fruto.
Estos sacramentos son signos visibles que unen la simplicidad del agua, el aceite, el pan y el vino a la Palabra y a la potencia del Espíritu.
Así en la vida como en los sacramentos…
Lo extraordinario del encuentro con Jesús es que acontece en lo ordinario de la vida y siempre a través de realidades tan humanas y concretas como el pan que se comparte: un encuentro inesperado, un pasaje de la Escritura que nos toca, un acontecimiento que nos hiere o nos provoca; un hermano herido, tal vez desconocido o molesto, cuya mirada nos atraviesa el alma y no nos deja; una alegría que nos sorprende o un dolor que nos hace recalcular quiénes somos, cómo estamos viviendo, qué es lo verdaderamente importante en la vida…
Cada uno podrá rumiar su propia historia, iluminándola con la palabra.
Ayer te invitaba a tomarte tiempo para leer el evangelio de Marcos, hoy te añado este consejo: uní a esa lectura orante, una mirada atenta a tu vida, pues ella también es Palabra de Dios para vos, como para mí y para cada uno de nosotros.
Cuando hacemos esto, solemos caer en la cuenta de que el encuentro con el Señor ha sido siempre una iniciativa suya. Como Pablo le confesaba a los filipenses: fui alcanzado por Jesucristo (cf. Flp 3, 12).
De esa forma, su presencia bendita ha ido creciendo en nosotros, tomándose todo el tiempo que la infinita paciencia divina hace posible para conquistar nuestro corazón distraído.
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Sin embargo, hay un momento clave en que esa Presencia, de manera especial, toca nuestra conciencia y libertad, se hace patente y nos invita a una decisión, a un “amén” sin vueltas.
Puede ser a temprana edad, o en la adolescencia; puede acontecer cuando la vida nos ha probado y nosotros mismos hemos probado de todo, dejándonos la sensación que ya nada nuevo podía sucedernos… y sucede.
En ese momento, Jesús, el Señor, se impone a los ojos de nuestro corazón como el que toca a la puerta, llama y quiere entrar para sentarse a nuestra mesa.
Y soy yo el que tiene que responder. Ya no son mis padres, mis catequistas, los amigos que me han ayudado a caminar la fe, etc.
Soy yo el que se siente involucrado en primera persona y convocado a reconocer, como Job, al cabo de las pruebas que habían sacudido su vida y su fe: “Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42,5).
Podemos imaginar a José Gabriel haciendo esta misma experiencia. ¿Cuándo fue? ¿A poco llegar a Córdoba de Santa Rosa para hacerse cura? ¿Haciendo ejercicios espirituales en el Seminario? ¿En medio de la soledad de estas serranías o junto al Panaholma, rumiando como María, lo que había visto, oído y sentido? ¿O, cuando ya cura hecho y derecho, su mano trazaba la cruz del perdón sobre un penitente, al que había escuchado con exquisita atención de padre, reconociendo en sus pecados y heridas, la gracia sanante de Cristo, tan activa en el ejercitante como en él mismo?
¿O, tal vez, esa experiencia alcanzó su punto culminante cuando ya despojado de todo, libre de verdad, solo podía centrarse en Jesús, en la oración de intercesión y en el amor hecho ofrenda de vida?
Tal vez, como ocurre en nuestra vida, ha sido todo eso a la vez, y en lo más hondo.
Lo cierto es que el encuentro con Cristo aconteció en su vida, como está aconteciendo en la nuestra… y ahora, en este lugar, donde hemos escuchado su Palabra y nos aprestamos a recibir su Cuerpo eucarístico.
Vivamos con fe y alegría este encuentro.
Además de santuario, ¿no es acaso Brochero “casa de ejercicios espirituales”, es decir: del ejercicio del Espíritu que trabaja para conquistar nuestro corazón para Cristo, su Evangelio y los hermanos?
Amén.





