El pasado domingo 12 de enero, fiesta del Bautismo del Señor, tuve la gracia de presidir la Eucaristía en el Santuario de La Verna, donde san Francisco recibió los estigmas del Señor. Les comparto la homilía que pronuncié en la ocasión.
“Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»” (Lc 3, 21-22).
San Lucas quedó fascinado por Jesús orante. Una y otra vez, especialmente en los momentos cruciales de su historia, como ahora, lo presenta nuevamente en oración.
Sólo cuando contemplamos a Jesús inmerso en el Padre se puede ver el misterio del Hijo.
Apreciar a Jesús como un líder religioso único e insuperable, cuyo mensaje es sublime y, además, dotado de una personalidad fascinante, no resulta nada extraño.
Lo verdaderamente escandaloso es lo que proclama la fe cristiana: que este judío es Hijo de Dios, uno con el Padre y el Espíritu Santo.
Ese hombre es quien abrió el cielo para que la Palabra de Dios pueda ser escuchada en todo tiempo y lugar de nuestro mundo. Aún ahora.
Al terminar el tiempo de Navidad, comenzando a caminar un nuevo año, dejémonos llevar por este Jesús orante. Que él nos sumerja en su misma intensidad de vida de Hijo amado del Padre. Que nos bautice con su Espíritu.
Jesús ora, enseña a orar y, por ese camino, nos transforma como personas.
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Doy gracias al Señor por estar esta mañana en este lugar franciscano.
Hacía tiempo que quería hacer una peregrinación aquí.
El panel central de la catedral de San Francisco, si bien no representa el don de los estigmas a nuestro padre Francisco, muestra de forma muy expresiva su identificación con Cristo: en un punto, se fusionan las figuras del Crucificado y del santo, dejando intacta la identidad de todos.
Si tuviera que pedir una gracia para los que formamos esta Iglesia diocesana que peregrina en Argentina y que lleva el nombre de San Francisco, sería esta: que Jesús nos configure cada vez más con Él, con sus sentimientos y actitudes.
Como hizo con Francisco.



