Las cicatrices de Francisco

«La Voz de San Justo», domingo 6 de octubre de 2024

“Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús.” (Gal 6, 17).

Con estas palabras de san Pablo, el pasado cuatro de octubre hemos evocado a san Francisco de Asís.

Para Pablo, estas palabras tajantes cierran una discusión: nadie puede poner en tela de juicio que él ha sufrido por el Evangelio. Pablo lleva en su cuerpo y en su alma múltiples heridas, signos de su apasionado amor por Jesús y por la misión confiada.

Contemplando la figura del humilde Francisco de Asís, estas palabras adquieren un nuevo significado: Francisco está al final de sus ideas, bastante ciego y achacado; como Pablo, también él lleva en su alma heridas profundas.

No todo lo que ha emprendido ha salido como él hubiera imaginado. Ahí está la familia de hermanos que se ha reunido en torno suyo y de su propuesta de vida. Son miles, ya en vida de Francisco. Sin embargo, muchos de ellos están tomando un rumbo que Francisco no termina de aceptar.

Y, con esa pena honda en el alma, sube al monte Alverna. Allí, cansado y completamente despojado de sí, recibirá un regalo inesperado y único: Jesús compartirá con él las cicatrices de su pasión.

“Bajo del monte el angélico varón Francisco llevando consigo la efigie del Crucificado, no esculpida por mano de algún artífice en tablas de piedra o de madera, sino impresa por el dedo de Dios vivo en los miembros de su carne”, escribe san Buenaventura (Leyenda mayor 13, 5).

Así lo contemplamos en panel central de nuestra catedral: Francisco transfigurado en Cristo.

¿No es esa, en definitiva, la vocación de todo cristiano? Francisco vive de forma extraordinaria, lo que el Espíritu Santo procura en cada bautizado: unirnos a Jesús, en cuerpo y alma.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.