«La Voz de San Justo», domingo 28 de abril de 2024

“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía […]” (Jn 15, 1-2).
Puedo ver todavía a mi padre con la tijera de podar haciendo el trabajo del que habla Jesús: podando el parralito de nuestra casa en Mendoza. Y otras plantas también. Cortar y dejar casi peladas las ramas. Y, de esa manera, la poda logra que la vitalidad que lleva dentro la vid se concentre, preparándose para estallar en sarmientos y racimos cuando llegue el momento oportuno.
Otro recuerdo: el horno de barro en el fondo de casa caldeado por los sarmientos secos, arrancados del parral. Y las fuentes con las empanadas.
En ocasiones, meditando este Evangelio, me pregunto: ¿Dios me estará podando o cortando para el horno? Me consuelan estas palabras de Jesús: “La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.” (Jn 15, 8).
El que está empeñado en que demos fruto es Dios Padre. El que nos envió a su Hijo y a su Espíritu para compartirnos su alegría. Esa es su “gloria”, es decir: la manifestación luminosa de su ser divino que es amor, misericordia, vida y resurrección.
Vuelvo a mi pregunta: ¿poda u horno? No digo que no valga, solo que, para Jesús, lo más importante es confiar y entregarnos. Dios es Dios, y es Padre, el que siempre espera. Y, por eso, nos poda. Nos toca dejarnos podar.
“Padre bueno: espero ansioso que, con tus manos bondadosas, podés mi vida: que cortés lo que no sirve y que, con esa poda, triunfe en mí la vitalidad que me has regalado en el bautismo. Sabés que lo necesito. Amén.”