«La Voz de San Justo», domingo 14 de abril de 2024

“Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu […] Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?».” (Lc 24, 36-37.41).
Al relatar las apariciones de Jesús resucitado, los evangelios no eluden mostrar las dificultades de los discípulos para abrirse y aceptar la resurrección.
¿Podía ser de otra manera? La resurrección es verdaderamente la novedad más absoluta. Desafía la razón y el sentido común. Pero, precisamente ahí reside su fuerza de atracción: el mensaje pascual atraviesa el tiempo, sigue conquistando corazones y abriéndolos a la fe en el Dios revelado por Jesucristo.
Un tiempo como este, en el que muchos ya experimentan lo que es vivir sin un Dios al que cantar y alabar, se ha vuelto especialmente propicio para recibir con nueva frescura el mensaje pascual que sigue resonando en la Iglesia: Jesús es el Viviente, ha resucitado y nosotros lo hemos visto. Desde la fría oscuridad del ateísmo ambiente, muchos se descubren peregrinos sedientos del Dios vivo que resucitó a Jesús.
La muerte no tuvo la última palabra. Algo pasó, y su origen es Aquel al que Jesús llama “Padre”. Intervino y lo resucitó; y, con esa inaudita intervención que solo se explica por el amor, cambió todo.
Ese mensaje toca una fibra muy íntima del corazón: aquellos que amamos no pueden simplemente morir. Son demasiado significativos como para que se disuelvan en la nada. Si Dios existe -y claro que existe- es Él -y solo Él- el que puede ponerle un límite a la muerte.
“Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. Creo, Señor, pero aumenta mi fe. Amén.”