«La Voz de San Justo», domingo 7 de abril de 2024

“Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»” (Jn 20, 26).
Este domingo es el octavo día después de la resurrección. Es algo más que el simple transcurrir del tiempo: toda nuestra historia humana, en cierto modo, está transitando el día grande inaugurado en Pascua. Ya nada es igual. Todo está bajo el influjo del Resucitado.
El evangelio de este domingo nos ofrece algunas claves para comprenderlo. Miremos, por ejemplo, a Tomás y su itinerario de la duda a la confesión de fe. Somos nosotros. Tomás tendrá que salir de sí mismo, reencontrarse con la comunidad de hermanos y, en el día del Señor, dejarse alcanzar por el Resucitado que le mostrará las cicatrices de sus manos y de su costado para que pueda alcanzar la fe.
“Felices los que creen sin ver” es la bienaventuranza de nuestro tiempo. Se lo decía el apóstol Pedro a los primeros cristianos: “ustedes aman a Jesucristo sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.” (1 Pe 1, 8-9).
Somos creyentes porque hemos escuchado el testimonio de los apóstoles, que sigue vivo en la comunidad cristiana, y tocados por el Espíritu Santo, nuestros ojos han podido alcanzar en la fe al Resucitado: verlo y tocarlo. Tomás y su camino fatigoso hacia la fe expresan con tanta fuerza nuestro propio itinerario espiritual.
“Señor Jesús, mostranos las cicatrices de tu amor. Pemitinos reconocerlas en el rostro de nuestros hermanos heridos. Gracias por la fe. Amén.”