«La Voz de San Justo», domingo 12 de noviembre de 2023

“Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.” (Mt 25, 1-4).
La vida es una gran espera. Hemos aprendido a convivir con la incertidumbre por el futuro. Los que creemos en Dios siguiendo a Jesús, tratamos de vivir en la esperanza. Ella asoma en cada ilusión que moviliza nuestro corazón; pero también en los fracasos, nuestros inseparables compañeros de camino.
Jesús recurre al lenguaje simbólico para expresar qué significa vivir la esperanza. Es la imagen de las diez jóvenes con sus lámparas a la espera del esposo. Es bueno reconocernos en ellas. En ocasiones, nos parecemos a las prudentes: saben alimentar la espera. En otras, somos como las necias: vacíos o incluso llenos del vinagre del resentimiento.
La esperanza cristiana no es la sensación irracional de que las cosas siempre irán bien mágicamente. Es la certeza de que no nos faltará, especialmente en nuestras horas más oscuras, el aceite del Espíritu. Y que, al final del camino, Dios sabrá recoger “mis lágrimas en su odre” (Salmo 56, 9).
Un hombre de Dios, el cardenal Eduardo Pironio, próximo beato, escribía: “Cuando Jesús quiere enseñarnos a vivir en la esperanza y a superar así los tiempos difíciles, siempre nos señala tres actitudes fundamentales: la oración, la cruz, la caridad fraterna. […] Pero, en definitiva, la actitud primera y esencial para vivir y superar los tiempos difíciles es la confianza en el amor del Padre: «El mismo Padre os ama» (Jn 16,27).”
“Señor Jesús: vierte en nuestras almas el aceite puro de tu Espíritu. Amén.”