«La Voz de San Justo», domingo 20 de agosto de 2023

“Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!». Y en ese momento su hija quedó curada.” (Mt 15, 28).
Jesús ha cruzado la frontera, internándose en el “país de Tiro y de Sidón”. Allí es abordado por una mujer cananea que le suplica por su hija enferma. Finalmente, vencido por la fe intrépida e insistente de esa mujer, Jesús le concede la gracia.
Al entrar en ese territorio, Jesús ha cruzado mucho más que una frontera geográfica: se ha internado en el mundo de lo considerado impuro y pecaminoso. Se ha dejado incluso alcanzar por la súplica de alguien que, por mujer y por pagana, representaba todo lo que un buen varón judío debía mantener alejado de sí.
La única condición que Jesús pone es una fe viva que es, a la vez, plegaria, confianza y, sobre todo, renuncia a toda autoafirmación. La fe es también cruzar una frontera interior: la que nos saca de nosotros mismos y nos abre a la intemperie donde nos esperan Dios y los hermanos.
Todos los que se descubren en ese viaje tienen cabida en el amplio espacio del reino de Dios que Jesús ha abierto en nuestro mundo. La única forma de estar fuera es la autoexclusión: cerrarse voluntariamente a la mano tendida del Padre.
La comunidad cristiana está llamada a ser el signo visible, en este mundo de exclusiones, de esa gracia de comunión. Así es el Dios en el que creemos: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una familia abierta y acogedora, especialmente de los más pobres y heridos.
“Señor Jesús: Queremos la fe terca de aquella mujer que te arrancó una gracia, no para ella, sino para su hijita enferma. Y ayudanos a cruzar todas las fronteras que nos separan. Amén”.