«La Voz de San Justo», domingo 6 de agosto de 2023
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. […] Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».” (Mt 17, 1-2.5).

Está concluyendo en Lisboa la Jornada Mundial de la Juventud. Chicos y chicas de todo el mundo se han dado cita en la bella ciudad lusa, abierta al horizonte infinito del mar, como dijo el papa Francisco.
Leyendo el evangelio de este domingo, me ha venido a la mente una pregunta infaltable en mis encuentros con adolescentes: ¿qué tiene que hacer la Iglesia para atraer a los jóvenes? Siempre me pone nervioso. Ensayo varias respuestas, pero quedo insatisfecho. Más de una vez me he escuchado a mí mismo diciendo: en realidad no sé bien qué tenemos que hacer…
Comprendo la inquietud de los jóvenes. De todos modos, creo que la pregunta merece otro enfoque. En realidad, lo decisivo es dejar que Cristo se manifieste. Él tiene luz propia. Brilla desde dentro de su humanidad transfigurada. Y esa luz, como en el Tabor, sigue cautivando al mundo con el esplendor de su belleza.
Esa luz nos alcanza cuando escuchamos su palabra. Nos toca facilitar ese encuentro, transfigurados nosotros mismos por él. Es lo único y necesario por hacer. “Cristo convence”, como decía sabiamente un teólogo católico.
“Señor Jesús, transfigurate ante nuestros ojos y alcanzanos con tu luz serena. Esa luz divina que surge de tu Persona de Hijo amado del Padre y que nos hace hermanos. Amén”