Sacados de la ceguera

«La Voz de San Justo», domingo 19 de marzo de 2023

“Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado». El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.” (Jn 9, 6-7).

Este cuarto domingo de Cuaresma escuchamos en la liturgia la curación del ciego de nacimiento. Nuevamente el cuarto evangelista nos ofrece un bello relato, cargado de simbolismo. Refleja la experiencia básica de los primeros cristianos: el que se encuentra con Cristo es arrancado de la ceguera en que vive.

Jesús abre los ojos del ciego con el lodo que hizo mezclando su saliva con la tierra. Como al principio, en el relato  de la creación, aquí es Jesús quien recrea al hombre hecho de arcilla con su vitalidad, con su Espíritu. 

Es la experiencia de los grandes conversos. Pero también la de los “paganos bautizados”, como decía Benedicto XVI: personas que han recibido los sacramentos, pero no viven según la propuesta de Jesús. Al final del día, el “espíritu del tiempo” es el que decide. 

Pero, en un momento algo ocurre y caen en la cuenta de la incoherencia. ¿Qué los ha arrancado de esa ceguera? Cada uno tiene su historia. De repente, Cristo se ha vuelto real. Una presencia interpelante. Algunos hablan de «segunda conversión». 

En estos tiempos neopaganos, ¿no es esta segunda conversión una gracia urgente para suplicar con insistencia?

«Señor Jesús: creemos ver, pero nos domina una profunda ceguera. Juzgamos razonables y normales criterios, decisiones y comportamientos inhumanos. Es que todos viven y piensan así. Nos justificamos. Sacanos de esa ceguera. Abrí nuestros ojos con el Espíritu que brota de tu humanidad. Que experimentemos tu libertad y que nos haga inconformistas ante el espíritu del tiempo. Amén.»

La sed de Jesús

«La Voz de San Justo», domingo 12 de marzo de 2023

“Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber». […]  Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».” (Jn 4, 6-7.13-14).

Escuchamos este domingo el relato del encuentro de Jesús con la samaritana. Suele proclamarse la versión breve. Es bueno leerlo completo. El cuarto evangelista es un narrador exquisito y desafiante. En los versículos citados, por ejemplo, nos presenta a un Jesús sediento y a la samaritana que puede calmar su sed. De repente, invierte los roles: en realidad, la mayor sed es la de la mujer y Jesús el que puede hacer brotar en ella un manantial de agua viva. La sed, el agua y el pozo adquieren un valor simbólico a desentrañar por quien escucha el evangelio.

El Jesús sediento y cansado ha logrado despertar en el corazón de la mujer la sed más profunda que la habita, arrancándole una estupenda plegaria: “Señor, dame de esa agua para que no tenga más sed” (cf. Jn 4, 15). Imposible no identificarse con esa súplica y con ese anhelo interior.

En definitiva, es lo que busca la Cuaresma: despertar en nosotros el deseo de recibir el Espíritu de Jesús. Un deseo tan ardiente como la sed o el hambre.

“En este marzo extraordinariamente caluroso, Señor Jesús, experimentamos una sed que nos devora por dentro. Es sed de verdad, de autenticidad, de vida plena. Es sed de Vos. Danos, Señor, esa agua viva que es tu Espíritu. Amén.”

El rostro de Cristo

«La Voz de San Justo», domingo 5 de marzo de 2023

Iglesia de la Transfiguración (Monte Tabor, Tierra Santa)

“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.” (Mt 17, 1-2).

En el camino de la Cuaresma, este segundo domingo nos lleva al monte de la Transfiguración. Pasamos del desierto de las tentaciones a la manifestación luminosa del Señor en la montaña santa.

Para la Biblia, el rostro debe manifestar lo que el ser humano lleva en su corazón. De lo contrario, la verdad es sustituida por la apariencia superficial. De ahí a la hipocresía, hay pocos pasos.

El rostro de Jesús es la manifestación radiante de los sentimientos más hondos de Dios hacia el hombre. En él se reflejan los ojos y el corazón de un Dios Padre bueno, leal y misericordioso.

Por eso, en la tradición espiritual del cristianismo, quienes se han sentido tocados por el Espíritu buscan, tanto en su oración como en su vida, ser alcanzados por la mirada luminosa del Señor. Y, de esa manera, ellos mismos se ven transfigurados por esa mirada de fuego. Una llama que arde, quema y purifica. Destruye todo lo que hay de inhumano en el corazón. Y, por eso, salva.

Buscamos el rostro luminoso de Jesús resucitado. Así, sus rasgos van transfigurando nuestro rostro. Es el dinamismo más profundo de la vida cristiana que la Cuaresma busca acelerar. Es la conversión del corazón que suplicamos con obstinada esperanza.

“Señor Jesús: Que tu Espíritu Santo acelere nuestra propia transfiguración. Que escuchando tu Palabra y alimentándonos de tu perdón y de tu Eucaristía nos transfiguremos en Vos. Que tu luz se refleje en nuestro rostro, tus sentimientos en nuestra vida. Amén”.

Desierto

«La Voz de San Justo», domingo 26 de febrero de 2023

“Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. […]” (Mt 4, 1-2).

Así comienza el relato evangélico de las tentaciones de Jesús que escuchamos este primer domingo de Cuaresma. A su luz, el camino cuaresmal se presenta como un ir al desierto. Allí nos espera Jesús. Pongámonos entonces en camino.

No se trata de un sitio ni de ninguna caminata. Es un símbolo de ese “lugar” donde experimentamos que nuestra vida está bajo amenaza. Y no cualquier peligro, sino del más insidioso: naufragar como seres humanos por el afán desmedido de poseer, de gloria y de poder. Y esto ocurre cuando olvidamos a Dios. A ese desacierto vital la Biblia lo llama: pecado.

Jesús está en el desierto por nosotros. Hacia allí lo empujó el Espíritu para que, entrando en esa prueba y superándola, nos abra el camino a la vida verdadera. No hay prueba de la vida en que no podamos encontrar a Jesús a nuestro lado y, de su mano, salir también victoriosos.

San Mateo culmina la escena con Jesús invitado por el tentador a rendirle culto. “Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: «Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto»».” (Mt 4, 10). Es la prueba suprema: que Jesús reniegue de sí mismo y su misión, adoptando los criterios del mundo. Su respuesta pone las cosas en su lugar: solo quien adora a Dios vive y es libre de verdad.

“Señor Jesús: en esta Cuaresma 2023, entramos al desierto empujados por tu Espíritu. Abrí nuestros ojos para que te reconozcamos en medio de todas nuestras pruebas. Y así, adorando con Vos al Padre, seamos hombres y mujeres en verdad libres. Amén”.

El sol sobre buenos y malos

“Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. […] Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.” (Mt 5, 43-45).

En realidad, en ningún lugar del Antiguo Testamento se manda odiar a los enemigos. Lo que sí hay es esta idea de que “prójimo” es alguien del propio palo, con un vínculo de sangre o de raza. Se trata de un amor restringido. Por eso, algunos contemporáneos de Jesús enseñaban: quienes están fuera de ese círculo no pueden ser amados.

Es como quienes critican la enseñanza del papa Francisco en Fratelli tutti, que invita al amor universal, cuyo modelo es el buen Samaritano. Los cristianos -según esta postura- solo podríamos llamarnos “hermanos” entre nosotros.

Jesús rompe esa concepción errada. El amor cristiano buscará siempre quebrar ese espíritu de secta. Y lo hace desde la raíz más genuina del Evangelio: el Creador, es un Padre, cuya perfección a imitar es el amor universal y la misericordia. Padre de todos, especialmente de los más alejados. Su amor divino es “católico”, es decir, según la totalidad. El Papa Francisco lo interpreta correctamente.

“Señor Jesús: tu Padre hace salir el sol sobre buenos y malos. Es la buena noticia que has traído a este mundo atravesado por el odio, la división y la violencia. Ayudanos a reconocernos hermanos, a romper el espíritu de tribu. Danos la valentía revolucionaria de ser católicos en serio: amar a todos, sin excluir a nadie. Amén.”

Una propuesta de vida y libertad

«La Voz de San Justo», domingo 12 de febrero de 2023

“Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.” (Mt 5, 20).

Nosotros entendemos por “justicia” darle a cada uno lo que le es debido. Para la Biblia, en cambio, esta palabra designa la voluntad de Dios: una vida que se ajusta al querer de Dios y, de esa manera, convierte en justo y sabio al hombre.  

Este domingo entramos al corazón del Sermón de la Montaña. Jesús repasará seis situaciones de vida (homicidio, adulterio, divorcio, juramentos, la ley del “ojo por ojo” y el amor a los enemigos), proponiendo superar la tendencia de los fariseos a un cumplimiento formal y minimalista.

No solo el homicidio es grave -enseña Jesús-, sino también el albergar odio hacia los demás. No basta con no cometer adulterio: hay que cuidar la fidelidad del corazón. El matrimonio supone una decisión libre por un amor sin reservas, más allá de todo cálculo. Nuestra palabra siempre debe ser transparente.

El que quiera vivir con autenticidad el querer de Dios tiene que ir al corazón de los mandamientos, asumiéndolos libremente y a conciencia.  Es la justicia superior de la que habla Jesús: supera a los comportamientos mezquinos del fariseísmo.

La propuesta de vida que Jesús nos hace es una invitación a ser hombres y mujeres como él: auténticos, leales, transparentes. En una palabra: vivir el bien, la verdad y la justicia a conciencia, con pasión y a fondo.

“Señor Jesús: solo Vos podés enseñarnos el camino de la vida. Soplá tu Espíritu sobre nosotros para que nuestro corazón se sienta atraído por el bien, la verdad y la belleza que es tu Evangelio. Y que lo vivamos con alegría y en libertad. Amén.”

Luz y sal

«La Voz de San Justo», domingo 5 de febrero de 2023

“Ustedes son la sal de la tierra. […] Ustedes son la luz del mundo. […] Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.” (Mt 5, 13.14.16). 

La sal da sabor y conserva los alimentos. La luz alumbra y, por eso, ayuda a vivir. Sin embargo, la sal puede perder su sabor y la luz se puede esconder o apagar. Estas dos metáforas le sirven a Jesús para explicar cómo imagina a la comunidad que vive las bienaventuranzas del domingo pasado.  

Jesús mismo es Luz y Sal de la tierra. Lo comprueba con creces el que se aventura a leer los evangelios con corazón abierto y sed de verdad. Cuentan que el Cura Brochero se sabía de memoria el evangelio de Mateo, releyéndolo incluso por las noches. Cualquiera de nosotros puede testificarlo: un versículo de los evangelios, de las cartas de Pablo u otro escrito de la Biblia nos ha traído luz y sabor a nuestra vida.   

Mencioné a Brochero, pero podríamos ampliar la lista solo recordando a tantos testigos, cuyas vidas “sabrosas” nos han iluminado, ayudándonos en nuestro propio camino. Glorifican a Dios mucho más que todas las palabras dichas, escritas o plasmadas virtualmente. Luz y sal para todos. Y lo son de solo vivir, sin siquiera proponérselo.  

“Señor Jesús: Vos sos Sal y Luz del mundo. Que tu Espíritu nos comunique tu sabor y tu luz. Nuestro mundo siente sed de Aquel a quien vos llamás: Padre. Que tu Iglesia se renueve de verdad: más transparente a tu Misterio y, por eso, más luminosa, más sabrosa por la hondura de su vida, de su libertad y de su ardor misionero. Amén” 

Bienaventuranzas

«La Voz de San Justo», domingo 29 de enero de 2023

“Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos […]»” (Mt 5, 1-3).

Seás creyente o no; bautizado, tal vez, pero no “practicante”. No importa. Si me permitís una sugerencia: buscá en tu Biblia (o googleá) el evangelio de este domingo (cf. Mt 4, 25-5,12). Tomate todo tiempo, leé despacio y dejá que te alcancen las palabras de Jesús. Si tenés mucha imaginación, usala: imaginá la escena, a Jesús subir a la montaña y desgranar, una a una, las bienaventuranzas.

Cada una de ellas recogen algo muy hondo del alma de Jesús y, por eso, de Aquel a quien Jesús llama, con un acento inigualable de cercanía y ternura: mi Abba, mi Padre.

Las bienaventuranzas no son mandamientos ni normas. Es difícil definirlas. Enuncian situaciones de vida mezcladas con actitudes del corazón: humildad y pobreza, llanto por la injusticia del mundo, lucha por la justicia y por la paz, paciencia y misericordia.

Bienaventurados quiere decir: felices, plenos, logrados… según Dios. Por eso, con una humanidad rica, luminosa y transparente. Como la de Jesús y la de tantos que lo han seguido por ese camino.

¿Son para ahora o para el más allá? Las dos cosas. Por ejemplo, a los que sufren por la injusticia y, por eso, luchan por la paz, Dios los alcanza, ya ahora, con su felicidad y los colmará cuando crucen el umbral de la muerte. Las bienaventuranzas están preñadas de esperanza.

“Señor Jesús: Volvé a desgranar tus bienaventuranzas en el monte de nuestro corazón. Que tu alegría sea la nuestra; tu esperanza, el motor de nuestra vida. Amén.”

Jesús en Galilea

«La Voz de San Justo», domingo 22 de enero de 2023

“Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí […] A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».” (Mt 4, 12-13.17).

¿A qué apunta la exhortación de Jesús a la conversión (cambio de mentalidad)?

Jesús elige comenzar su misión en la “Galilea de las naciones”, como la llama el evangelio, evocando la heterogeneidad de su población. Elige además como base misionera a Cafarnaúm, pequeño pero muy activo puerto.

Esas opciones son significativas: no busca el centro religioso de Jerusalén. Elige moverse con libertad en ese entrecruce de caminos, personas y mentalidades. En la ciudad santa está el Templo. En Galilea una multitud de gente “impura” para las autoridades religiosas.

A estos hombres y mujeres “impuros” los invita a cambiar de mentalidad: “Dios no es como imaginan. Ustedes no están lejos de Él. Es Padre y siempre está cerca”. La conversión es apertura a ese Padre que los busca. Quiere que se sientan de verdad hijos e hijas suyos.

Enfermos, leprosos, pecadores, endemoniados, pobres, descartados, ninguneados, y un largo etcétera. En definitiva, gente que no se siente bien debajo de su piel. A ellos invita a experimentar la alegría del Reino de los Cielos, preciosa expresión para hablar sencillamente de ese cielo en la tierra que es el Padre Dios.

A esa multitud de impuros les dirigirá las Bienaventuranzas que escucharemos el próximo domingo.

“Jesús: hoy también elegís la Galilea de las naciones para hacer sentir desde ahí, y para todos, la Buena Noticia que trae alegría y esperanza al mundo, el Evangelio del Padre. ¿Dónde está hoy Galilea? ¿Dónde tengo que buscarte? Enséñamelo. Amén.”

El que bautiza en el Espíritu Santo

«La Voz de San Justo», domingo 15 de enero de 2023

“Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo». Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios».” (Jn 1, 32-34).

La Navidad pasó, pero su impulso sigue ahí. Y va en una dirección concreta: hacia Jesús. ¿Podría ser de otro modo? ¿Qué queda de la Navidad sin Jesús? Es más, ¿qué queda del cristianismo sin él?

La fuerte contracción que están viviendo las comunidades cristianas, acelerada después de la pandemia, nos plantea muchos interrogantes. En todo esto, sin embargo, asoma una oportunidad: reencontrar la fuente de la vitalidad de la fe.

No es otra que Jesús, su Evangelio y su Espíritu. Y está ahí, generosa y joven, encendiendo corazones, colmándolos de esperanza y, por eso, de alegría.

Reducir el cristianismo a una moral (sea la burguesa o la del cambio social) siempre ha sido una fuerte tentación. Pero rápidamente se muestra su aridez y esterilidad.

El plus que los discípulos de Jesús estamos llamados a comunicar tiene que ver con esa fuerza del Espíritu que solo Jesús comunica. Es la experiencia más honda de la fe. La que queda cuando todo se desmorona, porque es su sustancia.

Es lo que Juan bautista vio: solo en Jesús reposa el Espíritu.

“Señor Jesús: te contemplamos como Juan, colmado del Espíritu. Nosotros, que estamos sedientos de esa Vida, como peregrinos en el desierto de este mundo, nos volvemos a Vos y te decimos: danos a beber de esa Agua viva. Amén.”