Democracia y partidos políticos desde la enseñanza social de la Iglesia

Los partidos políticos tienen la tarea de favorecer una amplia participación y el acceso de todos a las responsabilidades públicas. Los partidos están llamados a interpretar las aspiraciones de la sociedad civil orientándolas al bien común, ofreciendo a los ciudadanos la posibilidad efectiva de concurrir a la formación de las opciones políticas. Los partidos deben ser democráticos en su estructura interna, capaces de síntesis política y con visión de futuro.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, 213).

Un pendiente de nuestra joven democracia (¡solo cuarenta años!) es la democratización interna de los partidos y las coaliciones políticas. Supone reglas claras, conocidas y aprobadas por todos. También procesos previsibles de tiempo para conocer candidatos y propuestas.

Hasta ahora, salvo alguna excepción, ha regido el “dedazo”, por usar una imagen que todos entendemos.

Que un dirigente tenga como meta ser candidato y alcanzar un puesto de poder es normal y necesario. El altruismo no está en esto, sino en el virtuoso (y no negociable) respeto por la ley pero, sobre todo, en la exigente laboriosidad de empeñarse por el bien común, superando los intereses de parte (también los de su parte).

Es parte del juego democrático entonces que, dentro de cada espacio político, haya una lucha legítima por hacerse de las candidaturas y alcanzar el poder. Incluso que los debates de ideas y propuestas sean fuertes, duros y de alto voltaje.

Los ciudadanos necesitamos conocer qué piensan, como sienten y, sobre todo, cómo se mueven en la gestión concreta de los conflictos los que después nos pedirán el voto.

Pero tiene que ser en el marco de un proceso electoral -como dije arriba- previsible y medianamente ordenado.

Si el legítimo interés en dirimir candidaturas absorbe todas las energías puede que ocurra como está pasando ahora: la discusión sobre candidaturas, salvo excepciones, deja peligrosamente de lado -o, al menos, en suspenso- los problemas reales que aquejan a la sociedad y a los ciudadanos: de la inflación a la inseguridad, la incertidumbre de futuro de los jóvenes o la previsión de la vejez de los que ven cercana la jubilación, más un largo etcétera. Aparece así el canto de sirena de la “antipolítica”…

Como hemos señalado tantas veces: la actual crisis de la democracia se alimenta del descrédito de una política que parece enamorada de sí misma, más que del interés general, de la pasión por el bien común, o cómo queramos llamar al bien que ha de perseguir esa noble vocación.

Pienso que, a cuarenta años de haber “recuperado” la democracia, tenemos que recrear los consensos que nos permitieron salir de la noche oscura de la violencia política y el terrorismo de estado, a saber: la dignidad de la persona humana y sus derechos, pero también la opción que hicimos por el camino de la democracia para construir nuestro futuro.

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