Diez años de la elección del papa Francisco

Homilía en la catedral de San Francisco – domingo 12 de marzo de 2023

Los evangelios nos muestran a Jesús involucrado en distintas situaciones, interactuando con diversas categorías de personas y grupos. 

En algunas de estas ocasiones, los evangelios nos muestran un rasgo muy poderoso del Señor: sabe arrancar del corazón de sus interlocutores las plegarias más bonitas, hondas y auténticas, para nada formales o mecánicas.

Los que fatigamos cada día los caminos de la oración lo sabemos bien, porque nos ha pasado a nosotros. Al menos, alguna vez, el Evangelio tocó de tal manera nuestra alma que no pudimos refugiarnos en la formalidad superficial de nuestras piedades. 

Caímos vencidos por ese amor absoluto, incondicional y desafiante que nos miró a los ojos y nos puso contra las cuerdas. 

Es lo que le ocurrió a aquella bendita mujer samaritana que encontró sentado en el Pozo de Jacob a un Jesús fatigado y sediento. 

Bastó aquel: “Mujer, dame de beber”, para que se iniciara un diálogo de salvación que, en su momento culminante, despertó la bella plegaria que escuchamos: “Señor, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla” (Jn 4, 15). 

El diálogo derivará luego, como nos narra el evangelista, hacia un territorio nuevo. En palabras de Jesús: “Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.” (Jn 4, 23). 

Queridos hermanos y hermanas:

Reconozcámonos en esa mujer. Ella es cada uno de nosotros. Es la Iglesia. Es la humanidad.

Reconozcámonos en su sed, en su deseo de agua viva y de encontrar el manantial inagotable de esa vida verdadera. 

Pero también reconozcámonos en su dificultad para ser fiel al único esposo que realmente merece ser adorado con toda el alma y el corazón. 

¡Cinco maridos llegó a tener aquella samaritana!

Ni la juzguemos ni nos escandalicemos. Esa dificultad para mantenerse unificada en el amor es también nuestra experiencia más honda del poder disgregador del pecado que nos habita y nos inclina a la idolatría de lo que no es Dios. 

Somos así. También nuestra comunidad cristiana, nuestra propia Iglesia diocesana. Por eso, nos urge aprender a orar y a adorar como aquella mujer. 

***

En las intensas jornadas que antecedieron al cónclave de 2013, los cardenales reunidos en Roma afrontaron muchas cuestiones del estado de la Iglesia en aquel momento. Pero, una entre todas, emergía con fuerza. Y era la razón de que ellos estuvieran precisamente allí. Darle respuesta concreta era su misión indelegable: ¿Cómo debía ser el sucesor de Benedicto XVI, el vicarius Petri? 

Una pregunta que, puesta delante del fuego abrazador del Espíritu, tenía que desembocar en un nombre concreto. Terminó siendo el del arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge M. Bergoglio. 

Él también había intervenido en las reuniones a que aludíamos. Le tomó tres minutos y medio dar su visión. El entonces arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega y Alamino se hizo del texto, manuscrito en la diminuta letra de Bergoglio. Lo leo íntegro a continuación:

– Se hizo referencia a la evangelización. Es la razón de ser de la Iglesia.

– “La dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI).

– Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa.

1.- Evangelizar supone celo apostólico.

Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.

2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. la mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico.

En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.

3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros.

Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí.

Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.

4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de “la dulce y confortadora alegría de la evangelizar”. 

El futuro papa: un contemplativo de Jesucristo, que lo adora en Espíritu y en Verdad. Si tuviera que elegir una imagen para resumir estos diez años del papa Francisco, sin pensarlo demasiado, elegiría aquella que pudimos ver el 27 de marzo de 2020 y que, precisamente, refleja esto que él mismo proponía como misión del nuevo obispo de Roma: el mundo en pandemia, la Plaza de San Pedro desierta, bajo el cielo encapotado de Roma y la blanca figura del papa presidiendo aquel momento extraordinario de oración. 

¿Qué nos dice esa foto? ¿Qué mensaje desde el corazón del Evangelio nos sigue transmitiendo?

Aquella tarde, siguiendo la oración del papa por un mundo en pandemia, pudimos ver, al menos por unos instantes, la verdadera naturaleza del poder que detenta el sucesor de Pedro. Es el poder inerme de Jesús crucificado del que brota la resurrección. 

Aquella tarde vimos a un obispo de Roma entrado en años, frágil en su andar, desarmado de poder mundano con sus estrategias y picardías, pero testigo del Crucificado, la verdadera esperanza del mundo. Parecía solo, como perdido en la inmensidad de San Pedro, pero la columnata del Bernini simbolizaba más que nunca el abrazo de millones que estaban ahí con él. 

Lo vimos escuchar con nosotros el Evangelio de la tempestad calmada, y comentarlo con sabrosa sabiduría. Lo vimos así adorar al verdadero Señor de la Iglesia en la humildad del Pan eucarístico. Lo vimos orar ante la imagen del Crucificado. 

Que esa imagen nos lleve a nosotros al Pozo de Jacob, donde Jesús nos espera para darnos el agua viva de su Espíritu, abriendo en nosotros mismos ese torrente de agua que salta hasta la vida eterna.

Y que nos impulse a salir del encierro de nuestra autorreferencialidad, al decir del papa Francisco.

El camino sinodal que transitamos nos lleve en esta dirección: a Cristo y a los hermanos. 

Así sea. 

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.