
A los fieles católicos de la diócesis de San Francisco.
Buenos días, hermanos.
Les comparto brevemente este testimonio. Como saben, el pasado lunes fallecieron Luis Alberto y Silvia Masini. Esa noche fui a Di Monte para el responso de Silvia y, en la sala contigua, estaba el velorio de Luis. En las dos capillas ardientes rezamos con mucha fe.
En una y otra, pero también confundiéndose en la multitud de gente que había, reconocí muchos rostros de hermanos y hermanas de nuestras comunidades.
Ayer, martes 17, la despedida de Luis se hizo en Cristo rey y, nuevamente, una enorme concurrencia de personas. Al finalizar el responso, una de las hijas de Luis me pidió dirigir unas palabras. Sobreponiéndose a la emoción, dio un testimonio realmente muy luminoso de su padre, de su talante humano y, sobre todo, cristiano. ¡Menuda herencia deja Luis a sus hijos y a todos nosotros!
Se los quería contar, porque estas “pascuas” vividas por dos discípulos del Señor nos hablan de lo que realmente es el tesoro más grande de nuestras comunidades cristianas, lo que se juega en la vida y pastoral ordinaria de nuestras comunidades.
Meditando el Evangelio del domingo (Jesús que inicia su misión y llama a sus primeros compañeros de aventura), no he podido dejar de pensar en que este Jesús sigue haciendo lo mismo: pasando, llamando y tocando corazones (“Inmediatamente, dejándolo todo, lo siguieron”, dice el evangelista).
Silvia y Luis, como tantos otros, escucharon esa llamada y nos han precedido en el camino hacia el cielo. Su testimonio nos alienta a seguir caminando.
Saludos.
+ Sergio