En Argentina, el fútbol es más que fútbol. Lo comprendemos incluso los que, como quien esto escribe, no somos futboleros.
El triunfo de la Selección nos ha llenado de emociones. Algunos reels me han puesto la piel de gallina. De lejos, el que me hizo moquear más ha sido la foto o el videíto de “los Messi” (Lio, Antonella, Thiago, Mateo y Ciro) festejando el triunfo. Fue lo único que me animé a postear.
Los cuatro o seis millones festejando en Buenos Aires ofrecen una imagen impresionante. Aunque, por aquí, los quince mil que desbordaron Calchín para recibir a Julián Álvarez no se quedan atrás. En el interior del interior (¿todavía nos empeñamos en hablar así?) se logró lo que no se pudo en CABA.
Los análisis concienzudos se multiplican en las páginas de los medios. Eso es también muy argentino, tanto como la pasión que asombra al mundo. Y lo contagia. De paso: ¿irá Messi a Bangladesh con la copa?
El costado político tampoco se puede dejar de lado. La negativa de la Selección a ir a la Casa Rosada es comprensible. Se puede discutir, aunque también tenemos que tratar de entender el mensaje del gesto. Y, lo que es para mí más importante, intentar sacar algún aprendizaje.
Porque necesitamos eso. La alegría en las calles, como muchos han notado, expresa un desahogo, un alivio, un momento de fiesta en medio de una realidad tan dura. En esto, no advierto ingenuidad o mera evasión en el “pueblo” o la “gente” (como se prefiera hablar).
A una semana de la Copa, y saliendo de la resaca de las fiestas de Navidad, a ninguno se nos escapa que la realidad difícil de vivir en Argentina está ahí, indomable y testaruda. Tanto como el pesado interrogante acerca de nuestras reales posibilidades de salir del atolladero.
Por eso, quisiera hacer en voz alta una pregunta, habida cuenta de lo que muchos han señalado de esta Selección (la “Scalonetta”) y sus virtudes: espíritu de equipo, liderazgos compartidos, tesón, resiliencia, disciplina, laboriosidad y un largo etcétera.

¿Será posible que toda esta pasión y este enorme logro de lugar al surgimiento de nuevas formas de liderazgo y de dirigencia? Y no pienso solo en la política, sino también en todos los niveles y espacios desde donde las personas edificamos la vida. También, la comunidad cristiana.
Nuevos liderazgos -a mi entender- implica conjugar dos cosas: renovación de personas y un nuevo estilo. En ninguno de estos dos aspectos se trata de hacer borrón y cuenta nueva. Una verdadera transformación es un trabajo complejo en varios niveles: conciencia, opciones libres, sentimientos, actitudes, personas y programas, “seniores” y “juniores”. Los espacios de educación y decisión política (los partidos o sindicatos, por ejemplo) tienen aquí un fuerte desafío.
Cuando, en noviembre de 2008, el Episcopado Argentino publicó el documento “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad”, dedicó un apartado específico a este delicado aspecto. Teniendo como trasfondo el desafío colectivo de madurar un “proyecto de país”, abordó esta cuestión con esta pregunta: “¿Qué estilo de liderazgo necesitamos hoy?”.
La respuesta cristiana no deja lugar a dudas: según el Evangelio, el poder siempre es y se vive como servicio. Ese es su espíritu, su forma y también la mejor recompensa a la que puede aspirar un dirigente.
De todo lo que allí se dice, solo apunto el párrafo 22 del documento: “Por eso, es fundamental generar y alentar un estilo de liderazgo centrado en el servicio al prójimo y al bien común. Todo líder, para llegar a ser un verdadero dirigente ha de ser ante todo un testigo. El testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad hace al crecimiento de una comunidad. Necesitamos generar un liderazgo con capacidad de promover el desarrollo integral de la persona y de la sociedad. No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias. Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, la amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida. “
Algo de esto vimos en la “Scalonetta”. Verlo también crecer en nuestra vida social, comunitaria y política es, sin dudas, mucho más difícil. Pero, no imposible. Ese gol tampoco se improvisa.