No hace falta explicar lo que significan estas palabras. Las hemos sentido saliendo del fondo del alma, despertando ilusiones y esperanzas.
Las hemos leído una y otra vez a lo largo de los días pasados. Las hemos visto estampadas en memes, reels, historias y en otras muchas formas.
Es así: libertad y confianza. Solo el ser humano puede darse ese lujo: elegir y confiar.
Y, en esta ocasión, es elección de confianza culminó en una fiesta increíble. En la alegría de un pueblo.

Como cristiano, y a las puertas de esta Navidad, pienso que lo que esas palabras significan y despiertan en el corazón son un estupendo prólogo para preparar y vivir el nacimiento de Cristo.
Los cristianos elegimos creer que, en esta historia nuestra, a menudo cargada de incertidumbre y dramatismo, de ilusiones y sufrimientos, no solo cuentan nuestras posibilidades y límites, nuestros logros y desaciertos.
Navidad nos dice que, con nosotros también hay una Presencia que, con discreción y humildad, se hace sentir. Es la del “Emanuel”, el Dios con nosotros.
Es el que -según el relato entrañable del evangelio-, María envuelve en pañales y recuesta en el pesebre.
Elijo creer en Él y en lo que nos dice ese gesto tremendo de nacer como cualquier hijo de vecino. En medio de la noche y en un lugar perdido del inmenso mundo.
Como en su momento lo descubriera el gran san Agustín: es el Dios humilde, el único que es digno de fe. Es dado a luz, comienza a caminar la vida y, con su llanto, nos provoca a la fe.
Elijo creer.
Elijo creer.
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